Gustave Flaubert

MADAME BOVARY

PRESENTACIÓN






Gustave Flaubert (1821-1880), escritor francés del que ya hará un poco más de cuatro años colocamos aquí, en los estantes de la Biblioteca Virtual Antorcha, su obra Las tentaciones de San Antonio, alcanzó renombre mundial por la novela Madame Bovary, misma que empezó a escribir, a decir de los que de esto saben, en el año de 1851, tardando más de cuatro años en terminarla. Finalmente, para 1857 empezaría a publicarse, por partes, en la Revue de París, con tan mala suerte que a poco de su publicación, hubo de recibir una embestida legal por parte del gobierno francés, el cual presentó acusación tanto contra Flaubert, al igual que contra la editorial, por considerar que esa obra atentaba contra la moral y las buenas costumbres.

Por supuesto que tanto Flaubert como sus editores terminarian librando tan absurda como ridícula acusación, sin embargo, de seguro, la misma les ocasiono más de una preocupación.

La trama de Madame Bovary no basa su importancia precisamente en el asunto del adulterio, como tiende comunmente a señalarse. En sí, el relato de las dos aventuras amorosas de Emma Bovary con el estudiante León y el galán Rodolfo, al igual que el insoportable tedio de su relación marital con Charles, su esposo, ante la cual Emma materialmente se asfixia, no constituye sino un retrato, más común de lo que puede imaginarse, que muchísimas mujeres cotidianamente encaran.


En efecto, la experiencia de Emma y Charles Bovary, no constituye sino el pan de cada día de miles, por no decir millones, de parejas en el mundo. El asunto del adulterio y todo el discurso moralino que le acompaña, no nos sirve para entender el quid mismo de la novela, su mensaje de reto, de enfrentamiento ante una falsa moralidad basada no sólo en supercherías sino en el absurdo del monogamismo.

Bastantes pruebas se han presentado demostrando que, por lo general, los seres humanos, en nuestras relaciones sexuales, no tendemos a la relación monogámica, sino que más bien nuestra inclinación se conduce hacia la poligamia o la poliandria, por lo que el denominado adulterio, no viene siendo mas que el lógico desenlace de nuestro instinto natural. Así, si en la actualidad se nos educara tanto a hombres como a mujeres, señalandonos que, salvo excepciones, la tendencia sexual hacia la relación monogámica distorsiona la realidad de los individuos, todo el sentimiento de culpa que genera el rollo de andar de adultero o adultera, se difumaría por arte de magia, y los humanos podríamos gozar un poco más de nuestras vidas sin enfrentar estupidas y culposas penas.


Ciertamente al haber sido formados bajo falsos criterios sexuales, resulta obvio que si descubrimos que nuestra pareja nos pone, como se dice comunmente, los cuernos, nos encabritemos y podamos llegar, en momentos de práctica locura, a hacer tontería y media. Y si, por el contrario, somos nosotros los que, ocultándonos y haciéndonos tarugos tenemos nuestras aventurillas y engañamos a nuestra pareja poniéndole los cuernos, vivamos ahogados bajo un sentimiento de culpa sin fin. Pues bien, todo esto podría ser evitado, si nuestra formación partiera de principios apegados a la realidad y la naturaleza, y como resulta real y natural que sexualmente, salvo excepciones, muy excepcionales por cierto, la tendencia es que nos enfilemos rumbo a las relaciones poligámicas o poliándricas, el que tanto nosotros como nuestras parejas tuviésemos otras experiencias sexuales con otras parejas, no tendría que ser motivo ni de ocultamiento, ni de odios, como tampoco de culposos sentimientos.

Podría, y tal vez resultara acertado, señalarse como fundamento de esta novela la disparidad de mundos de la pareja representada por Charles y Emma. El primero, un médico de pueblo con un criterio estrecho en torno a la vida familiar, que al ser el hombre, cuenta a su favor con las condiciones favorables del mundo machista en el que se desenvuelve; la segunda, Emma, una mujer de bellas y sensuales formas que, con muy poca o nula experiencia en el campo sexual, contrajo matrimonio dentro de la estrechez de las costumbres pueblerinas y que, como resulta natural, habría de desarrollar tanto su personalidad como su sexualidad, descubriendo que quizá hubiese cometido un error al haber contraido matrimonio prematuro. Asi, al ir conociendo mundo, tópase con una serie de experiencias que, por lógica, la conducen a dudar de todo: de su matrimonio, de su esposo e incluso de ella misma.


Charles, ni de chiste se percata de la metamorfosis que va sufriendo su mujer, lo que pone en evidencia la poca o nula comunicación con su pareja. El abierto y definido desarrollo del histericismo de Emma, curiosamente no es comprendido por su compañero quien, no obstante ser doctor, supone otras causas a los evidentes trastornos mostrados por su mujer. Y asi, en ese mundo de incomunicación cotidiana se desenvuelve la trama, llegándose a excelentes pinceladas literarias como la expresada en el capítulo decimosegundo de la segunda parte, donde cada uno, Charles y Emma, sueñan con sus propias fantasias, tan alejadas y distantes, no obstante encontrarse los dos juntos.

Nunca estuvo madame Bovary tan bella como en esta época -escribe Flaubert-; tenía esa indefinible belleza que resulta de la alegría, del entusiasmo, del triunfo, y que no es otra cosa que la armonía del temperamento con las circunstancias. Sus apetencias, sus contrariedades, la experiencia del placer y sus ilusiones siempre jóvenes, como les ocurre a las flores con el abono, la lluvia, el viento y el sol, la habían desarrollado gradualmente, y se esponjaba al fin en la plenitud de su naturaleza. Sus párpados parecían hechos expresamente para sus largas miradas amorosas en las que se perdía la pupila, mientras un soplo fuerte le abría las delgadas ventanas de la nariz y le alzaba la carnosa comisura de los labios, sombreados a la luz por un poco de vello negro. Se diría que un hábil artista le había dispuesto el pelo sobre la nuca, arreglándolo en una masa en apariencia informe, al descuido, pero conforme a los azares dichosos del adulterio. Su voz tomaba ahora las inflexiones más lánguidas, y lo mismo su cuerpo; un algo sutil y penetrante se desprendía hasta de los pliegues de su vestido y de la empinada curva de su piel. Charles, como en los primeros tiempos del matrimonio, la encontraba deliciosa y absolutamente irresistible. Cuando volvía a medianoche no se atrevía a despertarla. La lamparilla de porcelana proyectaba en el techo una claridad redonda y trémula, y las cortinas cerradas de la cuna formaban como una choza blanca que se abombaba en la sombra, al borde de la cama. Charles las miraba; creía oír el suave aliento de su hija; ya iba creciendo, y cada estación traería un nuevo progreso. La veía ya volviendo de la escuela al atardecer, alegre, con su blusilla manchada de tinta y su cesta colgada del brazo; después habría que ponerla de interna en algún colegio, eso costaría mucho dinero; ¿cómo se las arreglarían? Reflexionaba. Pensaba alquilar en las cercanías una pequeña granja que él mismo vigilaría todas las mañanas al ir a visitar a los enfermos. Así economizaría la renta, la pondría en una caja de ahorros; después compraría acciones, en cualquier parte, daba igual; además aumentaría la clientela; contaba con eso, pues quería que Berta se educara bien, que tuviera talento, que estudiara el piano. ¡Ah, qué bonita sería más tarde, a los quince años, cuando, parecida a su madre, llevara, como ella, en verano, grandes sombreros de paja! De lejos las tomarían por hermanas. Se la imaginaba trabajando por la noche, junto a ellos, a la luz de la lámpara; le bordaría zapatillas; se ocuparía de la casa; la llenaría toda con su gracia y su alegría. Por último, pensarían en casarla, le encontrarían un muchacho de buena posición que la hiciera feliz, y eso duraría por siempre.

Emma no dormía, hacía como que estaba durmiendo mientras Charles se adormecía a su lado y entonces otro sueño ocupaba su imaginación, y en él cuatro caballos la llevaban desde hacía ocho días hacia un país nuevo, de donde no volverían nunca. Caminaban cogidos del brazo y sin hablar. De vez en cuando divisaban de pronto, desde lo alto de una montaña, una ciudad espléndida con cúpulas, puentes, navios, bosques de limoneros y catedrales de mármol blanco, en cuyos puntiagudos campanarios se veían nidos de cigüeñas. Avanzaban al paso por causa de las grandes losas y había en el suelo ramilletes de flores que vendían unas mujeres vestidas con corpiños rojos. Se oía el tañer de las campanas, relinchos de mulas y el murmullo de las guitarras y de las fuentes, cuyo vapor volaba a refrescar montones de frutas dispuestas en pirámides al pie de las estatuas pálidas que sonreían bajo los surtidores. Y una noche llegaban a un pueblo de pescadores, donde secaban al viento unas redes oscuras a lo largo del acantilado y de las cabañas. Allí se quedaban a vivir. Habitarían en una casita baja rematada en terraza, a la que daría sombra una palmera, al fondo de un golfo, a la orilla del mar. Se pasearían en góndola, se columpiarían en hamacas, y su existencia seria fácil y amplia como sus vestidos de seda, cálida y estrellada como las dulces noches que contemplarían juntos. Y en la inmensidad de aquel porvenir que ella se imaginaba no surgiría nada en particular; los días, todos magníficos, se parecerían unos a otros como las olas, y todo se balanceaba con suavidad en el horizonte infinito, armonioso, azulado e inundado de sol. Pero la niña se ponía a toser en la cuna, o bien Charles roncaba más fuerte, y Emma no se dormía sino hasta la mañana, cuando el alba blanqueaba los cristales y ya Justino, en la plaza, abría los escaparates de la farmacia.


Obligada por las circunstancias a ir conformando un mundo regido por el imperio de la mentira y la falsedad, Emma, poco a poco, va hundiéndose en un auténtico pantano de sin razones. Así, para lograr sus citas amorosas no duda en mentir sin medida, lo que va convirtiéndose en algo para ella natural. De igual manera trata de satisfacer el más mínimo de sus caprichos, por lo que no duda en endeudarse metiendo en graves problemas a Charles, su esposo. Prácticamente ella misma va cerrando las posibilidades de cambiar su cada vez mas insostenible posición, hasta que, finalmente, presa de la desesperación generada por terminar entrampada en el mundo de mentira y falsedad que hubo artificialmente de construir, por no poder, de manera franca y natural, dar rienda suelta a sus naturales instintos, Emma Bovary decidiría poner fin a su existencia, suicidándose, sin importarle el destino ni de su hija ni, tampoco, el de su esposo, a quienes prefiere abandonar ante la miseria de la vida que vivía. En los capítulos finales, Charles, por fin, empieza a atar cabos y al descubrir el cúmulo de cartas y mensajes que Emma cruzaba con sus amantes, entiende, finalmente, como su esposa le puso, no en una, sino en varias ocasiones, los cuernos.

Realmente esta novela es digna de ser leida y, sobre todo, reflexionada. Es de esperar que quien se adentre en su lectura, además de gozarla, extraiga algunas conclusiones o enseñanzas que puedan serle de utilidad en su vida cotidiana.

Noviembre de 2015
Omar Cortés





Indice

PRIMERA PARTE

Capítulo primero.

Capítulo segundo.

Capítulo tercero.

Capítulo cuarto.

Capítulo quinto.

Capítulo sexto.

Capítulo séptimo.

Capítulo octavo.

Capítulo noveno.

SEGUNDA PARTE

Capítulo primero.

Capítulo segundo.

Capítulo tercero.

Capítulo cuarto.

Capítulo quinto.

Capítulo sexto.

Capítulo séptimo.

Capítulo octavo.

Capítulo noveno.

Capítulo décimo.

Capítulo décimoprimero.

Capítulo décimosegundo.

Capítulo décimotercero.

Capítulo décimocuarto.

Capítulo décimoquinto.

TERCERA PARTE

Capítulo primero.

Capítulo segundo.

Capítulo tercero.

Capítulo cuarto.

Capítulo quinto.

Capítulo sexto.

Capítulo séptimo.

Capítulo octavo.

Capítulo noveno.

Capítulo décimo.

Capítulo décimoprimero.