LA GUERRA Y LA PAZ

León Tolstoi




PRESENTACIÓN

Escrita entre los años de 1864 y 1869, La guerra y la paz, comenzó siendo publicada por entregas, en la revista El mensajero ruso, y no sería sino hasta 1869 que Tolstoi se definiera, al ser publicada completa, por el título Guerra y paz, el cual, dícese, tomólo de una obra del anarquista francés Pierre Joseph Proudhon, al cual conoció en el año de 1861.

Considerada, junto con Ana Karerina, como la obra cumbre de León Tolstoi, igualmente ha sido catalogada como una de la principales obras de la literatura rusa.

Ahora bien, y dejando a un lado eso de lo de obra inmortal, y todo ese rollerío, lo cierto es que esta novela es superinteresante, y, lo más importante, muy, pero muy entretenida, garantizando a todo aquel que se adentre en su lectura, el pasar momentos muy agradables. Ciertamente, la novela es bastante extensa, pero el placer que genera su lectura bien vale la pena el pegarse un poquito a la compu para, poco a poco, y no de mata caballo, porque no se trata de leer a fuerzas, sino por placer, ir degustando capítulo por capítulo de esta agradabilísima obra.

La trama de la novela se desarrolla teniendo como marco la invasión napoleónica a la rusia del zar Alejandro I. Esto es, su punto de referencia vendria siendo el año 1812. Tolstoi inicia malabareando con la historia de cuatro familias rusas y de las relaciones que entre las mismas se desarrollan dentro de la tragedia que representó la irrupción napoleónica en Rusia. Asi, las familias Bezukhov, Bolkonski, Rostov y Karaguin, con sus respectivos personajes clave -Pierre Bezukhov, Andrés Bolkonski, Natasha Rostov y Elena Karaguin-, las relaciones que entre ellos se establecen y, por supuesto, la participación de un conjunto de personajes, llamémosles secundarios, se teje una trama en la que, como en botica, todo se encuentra. Escenas de felicidad, tristeza, amor, odio, deseo, en fin, toda una exquisita policromía que auténticamente atrapa al lector.

Ahora bien, en lo relativo a la interpretación histórica que de los hechos realiza León Tolstoi, sinceramente sorprende, y mucho, sus atrevidas conclusiones.

Por principio de cuentas, Tolstoi realiza una completa reivindicación de un personaje crucial: Kutuzov, el general en jefe de las tropas rusas, el llamado generalísimo. La defensa que de él realiza Tolstoi es verdaderamente asombrosa, considerando su actitud como punto clave en la derrota de las huestes napoleónicas.

Sobre este personaje histórico, Tolstoi escribe:

El emperador estaba descontento de él, y en un libro de historia, escrito recientemente, se acusa a Kutusov de ser un hombre intrigante y mentiroso, y que tiembla ante el solo nombre de Napoleón y capaz de haber impedido que las tropas rusas lograran entrar en Krasnoie y en Beresina, logrando así una victoria decisiva. Esto ocurría entré los años 1812 y 1813.

Tal es la suerte de aquellos que no han sido proclamados grandes hombres, tal es el destino de aquellas individualidades aisladas que, adivinando los deseos de la Providencia, se someten a ella. La muchedumbre castiga con el odio y el menosprecio a los hombres que han previsto las leyes superiores que rigen las cosas de este mundo.

Para los propios rusos, por extraño y terrible que parezca, Napoleón, ese ínfimo instrumento de la historia, constituye un tema inagotable de exaltación y entusiasmo. A sus ojos es grande. Parangonadlo con Kutusov, que desde principios a fines de 1812, desde Borodino a Vilna, no fue desmentido una sola vez con palabras ni con actos, que es un ejemplo sin precedentes de la abnegación más absoluta y que con rara clarividencia presiente en los acontecimientos que se suceden a su alrededor la importancia que tendrán en lo sucesivo. Los historiadores presentan a Kutusov como un ser incoloro, digno a lo sumo de conmiseración, y hablan con frecuencia de él con un mal disimulado sentimiento de vergüenza ... Y sin embargo, ¿dónde hallar un personaje histórico que persiguiera con mayor perseverancia un único objetivo y que lo alcanzara de la manera más completa y más conforme a la voluntad de todo un pueblo?

Kutusov no habló jamás de los cuarenta siglos que contemplaban a sus soldados desde lo alto de las Pirámides, de los sacrificios que habían hecho por la patria, de sus intenciones y de sus planes. Menos aún hablaba del mismo modo ni si desempeñaba o no un papel. A primera vista era un hombre regordete, sencillo y que no decía más que cosas vulgares. Escribía a sus hijas, a Madame de Stael, leía novelas, gustaba de la sociedad de las mujeres bonitas, bromeaba con los generales, los oficiales y los soldados y no contradecía jamás una opinión contraria a la suya. Cuando el conde Rostoptchin le reprochó haber abandonado Moscú, recordándole su promesa de no evacuarlo sin lucha, Kutusov respondió:

— Esto es lo que he hecho ...

Y, sin embargo, Moscú había sido ya abandonado.

Cuando Araktcheiev le comunicó de parte del emperador que sería conveniente nombrar a Ermolov comandante de artillería, Kutusov repuso:

— Esto acababa yo de decir.

Un minuto antes había dicho todo lo contrario. ¿Qué le importaba a él, que en medio de tantos ineptos era el único que se daba cuenta de las consecuencias inmensas de los acontecimientos que se estaban desarrollando, que se le imputasen o no las desdichas de la capital? Y sobre todo, ¿qué le importaba el nombramiento de tal o cual jefe de artillería?

En aquellas circunstancias, como en todas las demás, aquel anciano a quien la experiencia de la vida habia convencido de que no son ciertamente las palabras los verdaderos motores de los actos humanos, pronunciaba con frecuencia vocablos que carecían de sentido, los primeros que acudían a su mente. Pero Kutusov, que tan poca importancia daba a sus palabras, jamás pronunció una sola de ellas durante su carrera activa que no tendiera al objetivo que se proponía alcanzar. De una manera involuntaria y a pesar de tener la triste certidumbre de que no había de ser comprendido, en varias ocasiones, distintas unas de otras, expresó netamente su pensamiento.

¿No sostuvo siempre, al referirse a la batalla de Borodino —primera de las disensiones entre él y su Estado Mayor—, que era una victoria? Así lo afirmó en sus informes y lo repitió hasta su último día. ¿No declaró asimismo que la pérdida de Moscú no significaba la pérdida de Rusia? Y en su respuesta a Lauriston, ¿no afirmó que la paz no era posible porque era contraria a la voluntad de la nación? ¿No fue el único, durante la retirada, en calificar de inútiles nuestras maniobras, persuadido de que todo terminaría por si mismo y mucho mejor de lo que hubiéramos podido desear?

¿No fue Kutusov quien dijo que debía tenderse al enemigo un puente de plata, que las batallas de Tarutino, de Viazma y de Krasnoie habían sido inoportunas, que era preciso alcanzar la frontera con el mayor número posible de fuerzas y que por diez franceses no sacrificaría un solo ruso?

Kutusov, a quien nos describen como un cortesano mintiendo a Araktcheiev a fin de congraciarse con el emperador, fue el único que en Vilna se atrevió a decir en voz alta, cayendo así en desgracia ante su soberano, que la continuación de la guerra más allá de nuestras fronteras carecía de objeto. No basta con dejar sentada la afirmación de que se hacía perfectamente cargo de la situación. Sus actos lo demuestran abundantemente. Antes de trabar combate con el enemigo se dedicó a la tarea de concentrar todas las fuerzas de Rusia, derrotó luego a los franceses y los expulsó por último del país, aliviando en lo posible los sufrimientos del ejército y del pueblo. Kutusov, el contemporizador cuya divisa era tiempo y paciencia, Kutusov, adversario declarado de las decisiones enérgicas, libro la batalla de Borodino dando a todos los preparativos una solemnidad sin igual y sostuvo luego, contra el parecer de los generales y a pesar del repliegue del ejército triunfante, que la acción de Borodino había sido una victoria rusa. Finalmente, insistió acerca de la necesidad de no entablar ninguna otra batalla y no franquear las fronteras del Imperio para comenzar una nueva guerra.

¿Cómo pudo aquel anciano, en contraposición con todo el mundo, prevenir con tal seguridad, desde el punto de vista ruso, el sentido y el alcance de los acontecimientos? Por la razón de que aquella maravillosa facultad de intuición emanaba del sentimiento patriótico que vibraba en él con toda su pureza y toda su fuerza. El pueblo asi lo comprendió y fue ello lo que le condujo a pedir, contra la voluntad del zar, la elección de aquel desdichado anciano como representante genuino de la guerra nacional. Llevado por voluntad unánime del país a tan elevado puesto dedicó todos sus esfuerzos, en su calidad de generalísimo, no a enviar a sus hombres a la muerte, sino a velar por ellos y conservarlos para el bien de la patria.

Esta figura sencilla y modesta y, por consiguiente, grande en la verdadera acepción de la palabra, no podía ser parangonada con el héroe europeo, el sedicente dominador de pueblos, según ha inventado la historia ... Para los lacayos no puede haber grandes hombres porque los lacayos miden a los demás hombres con su propio rasero.

Otro punto, desarrollado por Tolstoi en esta obra, mismo que de seguro ha de poner a pensar a más de uno, puesto que la figura de Tolstoi ha llegado hasta nosotros como la de un pacifista integral, lo encontramos en su interpretación en torno del importantísimo papel que jugo, para la derrota de Napoleón en tierras rusas, la actividad militar desarrollada mediante la guerra de guerrillas.

Sobre este asunto, escribió:

Entre las masas compactas del enemigo que domina el campo, la acción de un individuo, acción aislada por supuesto, es una de las excepciones a las pretendidas leyes de la guerra.

En una guerra para la salvaguarda de la nación, se producen siempre operaciones de tal género; es decir, los hombres, en lugar de reunirse en gran número, se dividen en pequeños destacamentos, atacan de improviso, se dispersan cuando fuerzas considerables les acosan y, a la primera ocasión favorable que se les presenta, vuelven a emprender sus acciones ofensivas. Así lo han hecho los guerrilleros en España, los montañeses en el Cáucaso y los rusos en 1812.

Con el nombre de guerra de partidarios se ha querido atribuir a este género de lucha una determinada significación. En realidad no se trata de una guerra propiamente dicha puesto que está contrapuesta a todas las reglas habituales de la táctica militar, las cuales prescriben que el atacante debe concentrar sus tropas con objeto de ser más fuerte que su adversario en el momento de pasar a la ofensiva. La guerra de partidarios, siempre beneficiosa, como lo demuestra la historia, aparece en contradicción flagrante con el principio mencionado, y esa contradicción proviene del hecho de que, al sentir de los estrategas, la fuerza de las tropas está en relación con el número de las mismas. Cuantas más tropas, más fuerza, dice la ciencia. De ahí sacamos, pues, la conclusión de que los batallones más nutridos tienen siempre razón. Al sostener esta proposición la ciencia militar semeja a la teoría de la mecánica que, fundándose en la relación existente entre las fuerzas y las masas, subordina directamente las primeras a las segundas.

La fuerza —la cantidad de movimiento— es el producto de la masa multiplicada por la velocidad. En la guerra, la fuerza de las tropas es asimismo el producto de la masa pero multiplicado por una x desconocida.

La regla táctica que prescribe actuar con grandes masas para la ofensiva y con pequeños destacamentos para el repliegue, corrobora que la fuerza de un ejército reside en el espíritu que lo anima. Para llevar a los hombres al ataque precisa de una mayor disciplina —que sólo se logra con masas puestas en movimiento— que para defenderse de los asaltantes. Así, pues, las leyes que no tienen en cuenta el espíritu de las tropas, sólo conducen en los más de los casos a falsas apreciaciones, sobre todo cuando, por ejemplo, en las guerras nacionales, se produce en el mencionado espíritu una violenta exaltación o un intenso descorazonamiento.

En su retirada, los franceses, en lugar de defenderse aisladamente estrecharon sus filas, dado que, habiéndose desmoralizado el ejército, sólo la fuerza de la masa podía contener a las unidades. Al contrario, los rusos, que según las leyes de la táctica debieran atacar con poderosos efectivos, se dividieron, porque el espíritu de sus tropas estaba sobreexcitado. De ahí que grupos aislados, sin esperar orden alguna, atacaran a los franceses y arrostraran, sin que se les obligara, los mayores peligros y fatigas.

Sin haber sido aceptada por nuestro gobierno, la guerra de partidarios empezó inmediatamente después de la entrada de los franceses en Smolensko. Millares de hombres del ejército enemigo, rezagados y merodeadores, fueron muertos por nuestros cosacos y nuestros campesinos con la misma despreocupación que si se hubiera tratado de perros rabiosos.

Denis Davidov fue el primero que, con su instinto patriótico, comprendió la misión que estaba reservada a aquella terrible masa que, sin inquietarse por las reglas militares, acosaba sin descanso a los franceses. A él cupo el honor de la intromisión en la lucha de aquel método de guerra. El día 24 de agosto, Davidov organizó el primer destacamento de partidarios y muchos otros siguieron su ejemplo. Y cuanto más se prolongaba la campaña, más aumentaba el número de tales destacamentos.

Los partidarios destruían al gran ejército napoleónico por pequeñas partidas, barriendo ante ellos las hojas muertas que iban cayendo por sí solas del árbol reseco.

También Tolstoi se aventura a expresar sus ideas en torno a las razones que, según él, orillaron a que la tragedia intervencionista napoleónica se concretara en los hechos.

En relación a su particular visión de las razones o motivos de aquel hecho histórico, escribió:

Napoleón no podía ser sobornado con honores, ni vestir, por ejemplo, el uniforme polaco, y mucho menos ceder a aquella hermosa mañana de junio; tal vez por eso y por lo aducido con anterioridad, había empezado la guerra contra Rusia.

Alejandro renunció a tener una entrevista con Napoleón porque se sentía ofendido personalmente. Barclay de Tolly procuraba dirigir el ejército tan bien como podía con el fin de cumplir su deber y hacerse acreedor de la gloria de gran capitán.

Hace mucho tiempo ya que los hombres de 1812 han descendido de los sitiales que ocuparon para defender los intereses personales y han desaparecido sin dejar rastro. Delante de nosotros no tenemos más que el recuerdo histórico de aquella época.

Sin embargo, admitimos que los hombres de Europa, bajo el mando de Napoleón, tenían que penetrar en las profundidades de Rusia y morir. Sólo asi podemos comprender toda la actividad inútil, insensata, ilógica, de los factores de aquella guerra.

La Providencia forzó a todos aquellos hombres que aspiraban al logro de sus fines personales a contribuir a la realización de un resultado único y formidable, del cual ni un hombre, desde luego ni Napoleón ni Alejandro, ni mucho menos ningún otro de los que participaron en la guerra, podía formarse la menor idea.

Hoy está bien clara para nosotros la causa que en 1812 motivó la pérdida del ejército francés. Nadie se atreverá a negar que la causa de la destrucción de las tropas francesas del Napoleón fue debida, por una parte, a su tardía entrada, sin preparación para la campaña de invierno, en las profundidades de Rusia, y, por otra parte, al carácter que tomó la guerra consecuencia de los incendios de ciudades rusas y del odio contra el enemigo que se produjo entre el pueblo ruso.

En las investigaciones históricas efectuadas acerca de los acontecimientos de 1812, los franceses llegan a decir que Napoleón se dio cuenta del peligro que entrañaba para sus tropas la prolongación del frente, que buscó por todos los medios la batalla decisiva, que sus generales eran partidarios de detenerse en Smolensko y refieren otros hechos que demuestran que entonces se presentía todo el peligro de aquella campaña. Por su parte, los autores rusos sostienen que, desde el principio de la campaña, existia un plan de guerra escrita: atraer a Napoleón hacia el interior de Rusia. Unos atribuyen este plan a Pfull, otros a un francés cualquiera, otros a Toll y otros, por último, al mismo emperador.

La suposición de que, de una parte, se conocía perfectamente el peligro de la prolongación de la linea de combate y de que, de otra, los rusos se proponían atraer al enemigo hacia el interior del país, pertenecen, evidentemente, a esta última categoría, y los historiadores, con muchas reservas, sólo pueden atribuir ciertas consideraciones a Napoleón y ciertos planes a los jefes rusos. Todos los hechos contradicen absolutamente estas suposiciones. Durante toda la guerra, los rusos no solamente no tuvieron el deseo de atraer a los franceses al interior de Rusia, sino que hicieron todo cuanto pudieron por evitar que entraran en su territorio, y Napoleón no sólo no tuvo miedo de alargar su linea, sino que cada paso que daba hacia adelante le alegraba como un triunfo, y, contrariamente a lo que habia hecho en sus campañas anteriores, se mostraba negligente en la busca de la batalla decisiva.

Al empezar la campaña el ejército ruso queda dividido en dos partes por el avance de los invasores, y lo único que se busca es rehacerlo. Para retroceder y atraer al enemigo hacia las profundidades del pais todo aquello era necesario. El emperador permanece con el ejército para infundirle ánimos y para defender cada palmo de territorio ruso encarnizadamente, no para retroceder. El enorme campamento de Drissa fue construido para mantenerse alli. El emperador amonesta a los jefes de los cuerpos por cada paso que dan hacia atrás.

Napoleón, al dividir al ejército ruso, avanzaba hacia el interior de Rusia y se dejaba perder algunas ocasiones para la batalla. El mes de agosto llega a Smolensko y no piensa más que en ir más lejos, a pesar de que, como ahora se ve claramente, este movimiento es muy peligroso para él.

Los hechos demuestran palpablemente que Napoleón no previó el peligro de la marcha sobre Moscú y que ni Alejandro ni sus generales pensaron por un momento en atraerlo, sino todo lo contrario. Atraer a Napoleón a las profundidades del pais no fue el resultado de un plan, sino el resultado del juego más complicado de las intrigas, las ambiciones; los deseos de aquellos que participaban en la guerra y que no podian adivinar que precisamente aquello habia de ser la salvación de Rusia.

Todo ocurrió por casualidad. Los ejércitos son colados al principio de la campaña. Los rusos procuran reunirlos y rehacerlos para contener el avance de los invasores, librando la batalla decisiva. A pesar de este deseo, se evita la batalla con un enemigo más fuerte, se retrocede involuntariamente en ángulo agudo y se atrae a los franceses hasta Smolensko. Pero no basta decir que los rusos retroceden en ángulo agudo porque los franceses avanzan entre dos ejércitos, sino que este ángulo se va cerrando y los rusos se alejan más porque Barclay de Tolly, un alemán impopular, es incomparable con Bragation, que lo detesta y que ha de actuar bajo sus órdenes, y por esto Bragation, que manda el segundo ejército, procura retrasar tanto como puede el momento de reunirse con él para no tener que ponerse de nuevo a sus órdenes.

Bragation procura evitar durante mucho tiempo su unión, a pesar de que éste es el objetivo de todos los jefes militares, porque le parece que esta marcha pondrá su ejército en peligro y le es mucho más cómodo retroceder hacia la izquierda y hacia el sur, inquietando al enemigo por el flanco y por la retaguardia, y entretanto poder completar su ejército en Ucrania.

El emperador se queda con el ejército para animarlo con su presencia, pero su presencia y la ignorancia de lo que es preciso hacer y el número incalculable de planes y de consejos destruyen la energía de acción del primer ejército, y éste retrocede.

Le convencen de que debe detenerse en el campo de Drissa pero, de repente, Paolucci, que aspira al mando supremo, hace cambiar de criterio a Alejandro y todos los planes de Pfull son abandonados y la responsabilidad es confiada a Barclay.

Pero como Barclay no inspira suficiente confianza, su poder es limitado. Los ejércitos son separados, no hay unidad de mando. Barclay no es popular.

El emperador deja el ejército para no cohibir la actividad del poder del generalísimo, y espera que entonces el general en jefe tome una resolución más decisiva. Pero la situación del comandante de los ejércitos se complica y se debilita todavía más. Bennigsen,el gran duque y el enjambre de generales ayudantes de campo se quedan en el ejército para no perder de vista los actos del general en jefe y excitarlo constantemente a la energía, lo que hace que Barclay, sintiéndose aún menos libre bajo aquella vigilancia que bajo la del emperador, se vuelva más prudente para las acciones decisivas y evite la batalla.

Barclay es demasiado prudente. El gran duque heredero hace alusiones a una posible traición y exige la batalla general. Lubomirsky, Bronnitzy, Viotzk y y otros caldean tan bien estos rumores, que Barclay, con el pretexto de remitir unos papeles al emperador, envía a dos generales ayudantes de campo polacos a San Petersburgo y declara una guerra abierta a Bennigsen y al gran duque.

En Smolensko, por fin, a pesar de la oposición de Bragation, los dos ejércitos se reúnen.

Bragation llega en coche a la casa ocupada por Barclay. Barclay se pone su faja, sale a recibir a Bragation y, como que es su superior en graduación, le hace un relato de sus decisiones y de las medidas que ha adoptado. Bragation no quiere ser menos que él y, a pesar de su grado superior, se somete a Barclay, pero acentúa aún más las discrepancias que separan a aquellos dos hombres. Por orden del emperador, Bragation hace un informe personal y escribe a Araktcheiev.

El grupo de los Bronnitzky, Winzengerode y otros enreda aún más los informes del general jefe y la unidad se ve cada dia más debilitada. Los franceses se preparan para atacar Smolensko. Se envia a un general para examinar la posición. Este general odia a Barclay. Va a ver a su amigo el comandante en jefe del ejército y después de pasar todo el dia en su casa, regresa criticando desde todos los puntos de vista el campo de batalla que no conoce.

Para salvar las municiones es preciso aceptar en Smolensko la batalla inesperada. La batalla tiene lugar y mueren miles de hombres de una parte y de otra. Smolensko se rinde a pesar de la cólera del emperador y del pueblo, pero la ciudad es incendiada por sus mismos habitantes, engañados por su gobernador, y los habitantes, reunidos, dando ejemplo a los demás rusos, marchan hacia Moscú no pensando más que en su derrota y encendiendo por todas partes el odio contra el enemigo. Napoleón avanza, los rusos retroceden y de esta manera se produce el hecho que habia de perder a Napoleón.

La revalorización de la celebérrima y harto sangrienta batalla de Borodino, al igual que la ocupación de Moscú por las fuerzas napoleónicas, son consideradas, por León Tolstoi, como elementos básicos del eje crucial, desde una perspectiva táctica-militar, de la lucha de resistencia del pueblo ruso. Tolstoi, aunque parezca poco creible, desarrolla un profundo y fuerte sentimiento nacionalista que, dígase lo que se diga, materialmente inunda todo la trama de la novela.

Esa recuperación de lo que podríamos llamar el espíritu ruso es evidente. La actitud y el desarrollo de los personajes de la novela a tal fin nos conducen. Es tal la tendencia de Tolstoi para enaltecer esos valores, que paralelamente se palpa un profundo desprecio por los invasores. La honorabilidad, la entrega, la lucidez, y, sobre todo, la dignidad están, sin duda, presentes como cualidades propias de ese espíritu ruso. Toda esta visión, aunque quizá criticable desde un punto de vista libertario o anarquista, es por completo entendible y bastante justificable ateniéndonos a lo que representó, en el desarrollo mismo de Rusia, la aventura napoleónica.

En La guerra y la paz, León Tolstoi se nos muestra como un ruso defendiendo lo ruso y su Rusia, de aquí, quizá, la grandeza de esta novela.

En esta breve presentación, he partido de las opiniones histórico-políticas de Tolstoi sobre el acontecimiento base de su novela, y estoy plenamente consciente de que ello es algo poco usual, esto es, que son factores no tomados en cuenta cuando se aborda La guerra y la paz, ya que, por lo general, tiende a enfocarse el asunto a través de la trama de las relaciones entre los personajes principales de las familias base del drama. Quizá un buen consejo para aquel que se adentre en la lectura de esta exquisita obra, lo sea el invitarle a realizar un ejercicio de introducción tomando como base lo que mas le haya llamado la atención o más le haya agradado. Este tipo de actividades son positivas porque, además de relajarnos, nos ayudan a desarrollar, por nosotros mismos, nuestras propias habilidades y maneras tanto de comprender lo que leemos, al igual que expresarlo. En fin, que cada quien haga lo que considere más conveniente y apropiado.

Para finalizar he de señalar que realmente estoy muy, pero muy satisfecho de haber logrado realizar la captura y el diseño de esta novela. En verdad, el trabajo, aunque arduo, valió la pena. La obra, realmente es enorme, por lo que la sola captura del texto representaba, en sí misma, un gran reto, habida cuenta de que en la actualidad, habiendo fallecido mi compañera Chantal, tan solo sigo yo en todo este rollo, pero me propuse el realizarlo y ... pues finalmente me sali con la mia y lo terminé. De antemano he de señalar que no dudo el haber cometido errores en la captura del texto, ya que aunque puse todo el empeño por buscar evitarlos, siendo tan grande su tamaño, ridículo sería el suponer que lo realice libre de errores. Eso, simple y sencillamente no es posible, asi que de antemano pido, si no disculpas, al menos comprensión. Ahora bien, con la clara intención de facilitar la lectura, busque ilustrar el texto de las dieciseis partes que conforman la obra, insertando algunas imágenes que, espero, agraden al lector e incluso enriquezcan la concepción integral de esta edición cibernética.

Como ya es en mi costumbre, he colocado, el índice de la obra a continuación, por lo que para acceder a la parte que se desee leer, hojear o consultar, tan sólo basta el hacer click sobre ella y ... ¡¡¡buena lectura!!!

Septiembre de 2015
Omar Cortés



INDICE



- Primera parte.

- Segunda parte.

- Tercera parte.

- Cuarta parte.

- Quinta parte.

- Sexta parte.

- Séptima parte.

- Octava parte.

- Novena parte.

- Décima parte.

- Undécima parte.

- Duodécima parte.

- Decimatercera parte.

- Decimacuarta parte.

- Decimaquinta parte.

- Epílogo.