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LIBRO II

VI

Cuenta Periquillo varios acaecimientos que tuvo en Tula, y lo que hubo de sufrir al señor cura

Crecía mi fama de día en día con estas dos estupendas curaciones, granjeándome buen concepto hasta con los que no se tenían por vulgares. Tiempo me faltaba para ordenar medicamentos en mi casa, y ya era cosa que me chiqueaba mucho para salir a hacer una visita fuera del pueblo, y eso cuando me la pagaban bien.

Aumentó mis créditos un boticoncillo y una herramienta de barbero que envié comprar a México, que junta con un exterior más decente, que tenía algo de lujo, pues tomé casa aparte y recibí una cocinera y otro criado, me hacía parecer un hombre muy circunspecto y estudioso.

Al mismo tiempo yo visitaba pocas casas, y en ninguna me estrechaba demasiado, pues había oído decir a mi maestro el doctor Purgante, que al médico no le estaba bien ser muy comadrero, porque en son de la amistad querían que curara de balde.

Sin embargo de mi ignorancia, algunos enfermos sanaban por accidente, aunque eran más sin comparación los que morían por mis mortales remedios. Con todo esto, no se minoraba mi crédito por tres razones: la primera, porque los más que morían eran pobres, y en éstos no es notable ni la vida ni la muerte. La segunda, porque ya había yo criado fama, y así me echaba a dormir sin cuidado, aunque matara más tultecas que sarracenos el Cid; y la tercera, y que más favorece a los que morían no podían quejarse de mi ignorancia, con lo que yo lograba que mis aciertos fueran públicos y mis erradas las cubriera la tierra; bien que si me sucede lo que Andrés, seguramente se acababa mi bonanza antes de tiempo.

Fue el caso, que desde antes que llegáramos a Tula, ya el cura, el subdelegado y demás personas de la plana mayor habían encargado a sus amigos que les enviaran un barbero de México. Luego que experimentaron la áspera mano de Andrés, insistieron en su encargo con tanto empeño, que no tardó mucho en llegar el maestro Apolinario, que, en efecto estaba examinado y era instruido en su facultad.

A seguida le preguntó qué tal médico era yo, a lo que Andrés le respondió que a él le parecía que muy bueno, y que había visto hacer unas curaciones muy prodigiosas.

Con esto se despidió del barbero para ir a hacer la misma diligencia conmigo, pues me dijo todo lo que había pasado y su resolución de aprender bien el oficio.

- Porque al cabo, señor -decía-, yo conozco que soy un bruto; este otro es maestro de veras, y así o la gente me quita de barbero no ocupándome, o me quita él pidiéndome la carta de examen, y de cualquier manera yo me quedo sin crédito, sin oficio y sin qué comer; así he pensado irme con él, a bien que ya su merced tiene mozo.

Algo extrañaba yo a Andrés; pero no quise quitarle de la cabeza su buen propósito; y así, pagándole su salario y gratificándole con seis pesos lo dejé ir.

Llegó por fin el día aplazado por el subdelegado para oírme disputar con el cura, y fue el 25 de agosto; pues con ocasión de haber ido yo a darle los días por ser el de su santo, me detuvo a comer con mil instancias, las que no pude desairar.

Bien advertí que toda la corte estaba en su casa, sin faltar el padre cura; pero no me di por entendido de que sabía lo que hablaba de mí; satisfecho en que, por mucho que él supiera, no había de tener de medicina las noticias que tenía yo.

A este tiempo fue entrando el gobernador de indios con sus oficiales de República, prevenidos de tambor, chirimías, y de dos indios cargados con gallinas, cerdos y dos carneritos.

Luego que entraron, hicieron sus acostumbradas reverencias besando a todos las manos, ¡y el gobernador le dijo al subdelegado!:

- Señor mayor, que los pase su mercé muy felices en compañía de estos señores, para amparo de este pueblo.

Inmediatamente le dio el xóchitl, que es un ramillete de flores, en señal de su respeto, y un papel mal picado y pintado, con un al parecer verso.

Todo el congreso se alborotó, y se trató de que se leyeran públicamente.

Uno de los padres vicarios se prestó a ello y, guardando todos un perfecto silencio, comenzó a leer el siguiente:

SUÑETO

Los probes hijos del pueblo
con prósperas alegrías,
te lo venimos a dar los días,
con carneros y cochinos.

Recibalosté placenteros
con interés to mercé
como señor josticiero,
perdonando nuestro afeuto
las faltas de este suñeto
porque los vivas mil años
y después su gloria eternamente.

Todos celebraron el suñeto, repitiendo los vivas al subdelegado, los repiques en los platos y vasos, mezclados con empinar la copa, unos más, otros menos, según su inclinación.

El señor cura llenó un vasito y se lo dio al gobernador diciéndole:

- Toma, hijo, a la salud del señor subdelegado; quien mandó que en la pieza inmediata se diese de comer al señor gobernador y a la República.

Tomó éste su vasito de vino, se repitió el brindis y algazara en la mesa, aumentando el alboroto el desagradable ruido del tambor y chirimías que ya nos quebraba la cabeza, hasta que quiso Dios que llamaran a comer a aquella familia.

Luego que se retiraron los indios, comenzaron todos a celebrar el suñeto, que andaba de mano en mano, pero con disimulo, porque no lo advirtieran los interesados.

Con este motivo fue rodando la conversación de discurso en discurso, hasta tocarse sobre el origen de la poesía, asunto que una señorita nada lerda pidió a un vicario, que tenía fama de poeta, que lo explicara, y éste, sin hacerse de rogar, dijo:

- Señorita, lo que yo sé en el particular, es que la poesía es antiquísima en el mundo. Algunos fijan su origen en Adán, añadiendo que Jubal, hijo de Lamech, fue el padre de los poetas, fundando su opinión en un texto de la escritura que dice: que Jubal fue el padre de los que cantaban con el órgano y la cítara, porque los antiguos bien conocieron que eran hermanas la música y la poesía; y tanto, que hubo quien escribiera que Osiris, rey de Egipto, era tan aficionado a la música que llevaba en su ejército muchas cantoras, entre las que sobresalieron nueve, a quienes los griegos llamaron musas por antonomasia. Lo cierto es, que por la historia más antigua del mundo, que es la de Moisés, sabemos que los hebreos poseyeron este arte divino antes que ninguna nación. Después del diluvio renació entre los egipcios, caldeos y griegos. De éstos, los últimos la cultivaron con mucho empeño, y fue propagándose por todas las naciones según su genio, clima o aplicación. De manera que no tenemos noticia que haya habido en el mundo ninguna, por bárbara que haya sido, que no haya tenido no sólo conocimiento del arte poético sino a veces poetas excelentes.

Era tan soberano el poder de la música y la poesía, que ellas solas bastaron para reducir a la vida civil, hombres salvajes, feroces y casi brutos.

- A fe que no hará otro tanto -dijo el subdelegado- el autor de nuestro suñeto, aunque se acompañara para cantarlo con la dulce música de tambor y chirimía.

Rióse la facetada del subdelegado, y éste, queriendo oírme disparar por ver enojado al cura, me dijo:

- ¿Qué dice usted, señor doctor, de estas cosas?

Yo quería quedar bien y dar mi voto en todo, aun en lo que no entendía, habiéndoseme olvidado las lecciones que el otro buen vicario me dio en la hacienda; pero no sabía palabra de cuanto se acababa de hablar. Sin embargo, venció mi vanidad a mi propio conocimiento, y con mi acostumbrado orgullo y pedantería dije:

- No hay duda en que se ha hablado muy bien; pero la poesía es más antigua, de lo que el señor vicario ha dicho, pues a lo más que la ha hecho subir es hasta Adán, y yo creo que antes que hubiera Adán ya había poetas.

Escandalizáronse todos con este desatino y más que todos el cura, que me dijo:

- ¿Cómo podía haber poetas sin haber hombres?

- Sí, señor -le respondí muy sereno-, pues antes que hubiera hombres hubo ángeles, y éstos, luego que fueron criados, entonaron himnos de alabanzas al Creador, y claro está que si cantaron fue en verso; porque en prosa no es común cantar; y si cantaron versos, ellos los compusieron, y si los compusieron los sabían componer, y si los sabían componer eran poetas. Conque vean ustedes si la poesía es más antigua que Adán.

El subdelegado, viendo mi serenidad, prosiguió diciendo:

- Doctorcito, según la opinión de usted y la del padre vicario, la poesía es una ciencia o arte divino; pues habiendo sido infusa a los ángeles o a los hombres, porque los primeros ni los segundos no tuvieron de quién imitarla, claro es que sólo el Autor de lo creado pudo infundirla; y en este caso díganos usted ¿por qué en unas naciones, son más comunes los poetas que en otras, siendo todas hijas de Adán? Porque no hay remedio, entre los italianos si no abundan los mejores poetas, a lo menos abundan los más fáciles, como son los improvisadores; gente prontísima que versifica de repente y acaso multitud de versos.

Vime atacado con esta pregunta, pues yo no sabía disolver la dificultad, y así huyéndole el cuerpo, respondí:

- Señor subdelegado, no entro en el argumento, porque la verdad, no creo que haya habido, ni pueda haber, semejantes poetas repentinos o improvisadores como usted les llama. Por tanto, sería menester convencerme de su realidad para que entráramos en disputa, pues príus est esse quam taliter esse (primero es que exista la cosa, y después que exista de éste o del otro modo).

- Pues en que ha habido poetas improvisadores, especialmente en Italia, no cabe duda -dijo el cura-; y aún yo me admito cómo una cosa tan sabida pudo haberse escondido a la erudición del señor doctor. Esta facilidad de versificar de repente es bien antigua. Ovidio la confiesa de sí mismo, pues llega a decir que cualquiera cosa que hablaba decía en verso, esto al mismo tiempo que procuraba no hacerlos.

De estos ejemplares poetas improvisadores pudieran citarse varios; pero ¿para qué nos hemos de cansar, cuando todo el mundo sabe que en este mismo reino floreció uno a quien se conoció por el negrito poeta y de quien los viejos nos refieren prontitudes admirables?

- Cuéntenos usted, señor cura -dijo una niña-, algunos versos del negrito poeta.

- Se le atribuyen muchos -dijo el cura-; en todo tiene lugar la ficción; pero por darle a usted gusto referiré dos o tres de los que sé que son ciertamente suyos, según me ha contado un viejo de México que se los oyó de su misma boca. Oigan ustedes: Entró una vez nuestro negro en una botica donde estaba un boticario o médico hablando con un cura acerca de los cabellos, y a tiempo que entró el negro le decía: los cabellos penden de ... El cura, que conocía al poeta, por excitar su habilidad, le dijo: Negrito, tienes un peso, como troves esto que acaba de decir el señor, a saber: los cabellos penden de ... El negrito, con su acostumbrada prontitud, dijo:

Ya ese peso lo gané
si mi saber no se esconde;
quítese usted, no sea que
una viga caiga, y donde
los cabellos penden, dé.

Esto fue muy público en México. Se le dio el mismo pie para que lo trovara a la madre Sor Juana Inés de la Cruz, religiosa jerónima, célebre ingenio y famosa poetisa en su tiempo, que mereció el epíteto de la décima musa de Apolo; pero la dicha religiosa no pudo trovarlo y se disculpó muy bien en unas redondillas, y elogió la facilidad de nuestro poeta (1).

En otra ocasión pasando cerca de él un escribano con un alguacil, se le cayó al primero un papel; lo alzó el segundo, y le preguntó el escribano ¿qué era? El alguacil respondió, que un testimonio, y el negro prontamente dijo:

¿No son artes del demonio
levantar cosa tan vil?
¿Pero cuándo un alguacil
no levanta un testimonio?

Otra ocasión entró a una casa donde estaba sobre una mesa una imagen de la Concepción. Vayan ustedes teniendo cuidado qué cosas tan disímbolas había. Una imagen de la Concepción, un cuadro de la Santísima Trinidad, otro de Moisés mirando arder la zarza, unos zapatos y unas cucharas de plata. Pues, señores, el dueño de la casa, dudando de la facilidad del negro, le dijo que como todas aquellas cosas las acomodara en una estrofa de cuatro pies, le daría las cucharas. No fue menester más para que el negro dijera:

Moisés, para ver a Dios,
se quitó las antiparras;
Virgen de la Concepción,
que me den estas cucharas.

Ningún concepto ni agudeza se advierte en este verso; pero la facilidad de acomodar en él tantas cosas inconexas entre sí, y con algún sentido, no es indigna de alabanza.

Por último, la hora de la muerte sabemos que no es hora de chanzas, pues en la de nuestro poeta manifestó éste lo genial que le era hacer versos, porque estando auxiliándolo un religioso agustino, le dijo:

Ahora sí tengo por cierto
que la muerte viene al trote,
pues siempre va el zopilote
en pos del caballo muerto.

Hemos de advertir que este pobre negro era un vulgarísimo, sin gota de estudios ni erudición. He oído asegurar que ni leer sabía. Conque, si en medio de las tinieblas de tanta ignorancia prorrumpía en semejantes y prontas agudezas en verso, ¿qué hubiera hecho si hubiera logrado la instrucción de los sabios, como, por ejemplo, la del señor doctor que está presente?

- Buena sea la vida de usted, señor cura -le respondí.

En esto se acabó la comida y se levantaron los manteles, quedándonos todos platicando de sobremesa, sin dar gracias a Dios, porque ya en aquella época comenzaba a no usarse; pero el subdelegado, a quien se le quemaban las habas por vernos enredar a mí y al cura en la cuestión de medicina, me dijo:

- Ciertamente que yo deseaba oír hablar a usted y al señor cura sobre la facultad médica; porque la verdad, nuestro párroco es opuestísimo a los médicos.

- No debe serlo -dije yo medio alterado-, porque el señor cura debe saber que Dios dice: que Él crió la medicina de la tierra, y que el varón prudente no debe aborrecerIa. Dominus creavít de terra medicínam, et vir prudens non aborrebit eam. Dice también: que se honre al médico por la necesidad. Honora medicum propter necesitem. Dice ...

- Basta -dijo el cura-; no nos amontone usted textos que no entiendo. Catorce versículos trae el capítulo 38 del Eclesiástico en favor de los médicos; pero el decimoquinto dice: que el que delinquiere en la presencia del Dios que lo crió, caerá en las manos del médico. Esta maldición no hace mucho honor a los médicos, o a lo menos a los médicos malos.

Muy bien sé que la medicina es un arte muy difícil; sé que el aprenderla es muy largo; que la vida del hombre aún no basta; que sus juicios son muy falibles y dificultosos; que sus experimentos se ejercitan en la respetable vida de un hombre; que no basta que el médico hata lo que está de su parte, si no ayudan las circunstancias, los asistentes y el enfermo mismo en cuanto les toca; sé que esto no lo digo yo, sino el príncipe de la medicina, aquel sabio de la isla de Có, aquel griego Hipócrates, aquel hombre grande y sensible cuya memoria no perecerá hasta que no haya hombres sobre la Tierra, aquel filántropo que vivió cerca de cien años y casi todos ellos los empleó en asistir a los míseros mortales; en indagar los vicios de la naturaleza enferma; en solicitar las causas de las enfermedades y la eficacia y elección de los remedios, y en aplicar su especulación y su práctica al objeto que se propuso, que fue procurar el alivio de sus semejantes.

Sé que el buen médico debe ser buen físico, buen químico, buen botánico y anatómico; y no que yo veo que hay infinidad de médicos en el mundo que ignoran cómo se hace y qué cosa es, por ejemplo, el sulfato de sosa, y lo ordenan como específico de algunas enfermedades en que precisamente es pernicioso; que ignoran cuáles son y cómo las partes del cuerpo humano, la virtud o veneno de muchos simples, y el modo con que se descomponen o simplifican muchas cosas. Sé también que no puede ser buen médico el que no sea hombre de bien, quiero decir, el que no esté penetrado de los más vivos sentimientos de humanidad o de amor a sus semejantes; porque un médico que vaya a curar únicamente por interés del peso o la peseta y no con amor y caridad del pobre enfermo, seguramente éste debe tener poca confianza; y lo cierto es que por lo común así sucede.

Aquí hizo el señor cura una breve pausa, sacando la caja de polvos, y luego que hubo habilitado las narices de rapé, continuó diciendo lo que veréis en el capítulo siguiente.


Notas

(1) Por no ser muy comunes las obras de Sor Juana, se pone aquí su contestación, que está en el tomo II de sus obras.

Señora aquel primer pie
es nota de posesivo,
y es inglosable; porque
al caso de genitivo
nunca se pospone el de ...

Y así el que aquesta Quintilla
hizo y quedó tan ufano,
pues tiene buena mano,
glose esta redondilla
-
no el sentido no topo,
y no hay falta en el primor;
porque es pedir a un pintor
que copie con un hisopo.
Cualquier facultad enseña,
si es el medio desconforme;
pues no hay músico que forme
armonía en una peña.
Perdonad, si fuera del
asunto ya desvarío
porque no quede vacío
este campo de papel.

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