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LOS MÁRTIRES DE SAN JUAN DE ULÚA

Eugenio Martínez Núñez

CAPÍTULO DÉCIMONONO

LA LUCHA Y LA PRISIÓN DE LÁZARO PUENTE Y JOSÉ BRUNO TREVINO


Una historia casi paralela.

Como se ha visto en el capítulo anterior, la historia de lucha, sufrimientos y persecuciones de Lázaro Puente y José Bruno Treviño está estrechamente ligada con la del infortunado Luis García y demás insurrectos de Douglas, por lo que sólo me referiré a otros aspectos que sobre sus vidas no figuran en el mismo capítulo precedente.


Quién era Lázaro Puente.

Originario de Zacatecas, este luchador, que además de periodista era poeta, emigró a los Estados Unidos en 1891, precisamente cuando Catarino Garza cruzó el río Bravo en actitud rebelde contra el régimen porfirista, radicándose desde luego en Douglas, donde para ganar el sustento trabajó varios años en una imprenta, hasta que a principios del siglo se afilió al Partido Liberal recién reorganizado en México debido al esfuerzo del Ing. Arriaga y otros ciudadanos que en San Luis Potosí habían lanzado el guante al sistema de opresión impuesto por aquella Dictadura. A partir de entonces sostuvo nutrida correspondencia con otros periodistas enemigos del despotismo como Lauro Aguirre, Crescencio Villarreal Márquez y la señorita Sara Estela Ramírez, que en El Paso, Texas, dirigían respectivamente los diarios La Reforma Social y 1810 y el semanario La Corregidora. Más tarde, cuando en 1904 los Flores Magón y Juan Sarabia se vieron en la necesidad de refugiar:e en San Antonio, Texas, y luego en San Luis, Missouri, tuvo estrechas relaciones con ellos, siendo entonces cuando junto con los citados Jenaro Villarreal, Gabriel Rubio, Carlos Humbert, Abraham Salcido, Luis García y Treviño, fundó en la propia ciudad de Douglas el Club Libertad y publicó El Demócrata, que por ser impresor él mismo editaba en un taller tipográfico que tenía en su domicilio. Después, ya se sabe que el servicio de espionaje que el Gobierno de México, en combinación con el de la Casa Blanca, había establecido en la Unión Americana para perseguir y aniquilar a sus opositores, lo capturó junto con sus compañeros para entregarlo a las venganzas del dictador Podirio Díaz.


Quién era José Bruno Treviño.

Este insurgente, nativo de la capital del Estado de Nuevo León, era un joven soñador, medio alocado, inteligente y simpático, de ideas avanzadas y de un valor civil extraordinario, que desde un principio había ingresado igualmente al Partido Liberal y que profesaba una gran admiración por sus más destacadas personalidades, particularmente por Juan Sarabia y los Flores Magón, a quienes veía como sus maestros y consideraba como los guías auténticos del pueblo mexicano en sus anhelos de emancipación del despotismo que lo mantenía en la ignorancia y la miseria. Sale sobrando decir que su suerte en el destierro, adonde había llegado hacía algunos años huyendo de la cruel tiranía que imperaba en nuestro país, fue la misma que corrieron Puente y demás correligionarios que fueron capturados y conducidos en las más inhumanas condiciones hasta la frontera sonorense.


En la Penitenciaría de Hermosillo.

Cuando después de las vicisitudes ya descritas los luchadores fueron incomunicagos en la Penitenciaría de Hermosillo, al encontrarse en la soledad de su calabozo y considerando cuántas amarguras tiene que padecer el que lucha por el bien y la justicia sin que sus ideales sufran mengua, escribió Puente los siguientes versos dedicados a su esposa que en Douglas había quedado llena de congoja temiendo por lo que le pudiera acontecer en garras de los tiranos que por desgracia ejercían el poder en nuestra patria:

No esperes que mi fe se desvanezca
al sordo embate del destino rudo,
ni que del corazón desaparezca

Tu recuerdo querido; que aunque mudo
y herido el corazón, tu imagen bella
será en mi lucha celestial escudo.

No pienses, no, que brote una querella
implorando perdón a mi destino,
porque el orgullo mi garganta sella.

Ante el derecho de la fuerza, inclino
mi frente entristecida, no humillada;
y en medio de mi áspero camino,

Brotará, no lo dudes, de la nada,
sin anatema y sin baldón mi nombre
como límpido sol tras la alborada.

Deja que se encarnicen; no te asombre
tanta perversidad en este suelo:
así es la humana condición del hombre.

Nada temas, mi bien. Es el destino
de todos los que luchan por nobleza,
encontrar en revuelto torbellino
odio, rencores, vanidad, bajeza.


En San Juan de Ulúa.

Después de haber permanecido incomunicados más de seis meses en la mencionada Penitenciaría, Puente y Treviño, junto con los demás luchadores de Douglas y de los de Cananea y Sahuaripa, fueron enviados a la ciudad de México, teniendo para ello que hacer una dolorosísima peregrinación según se verá más adelante, para en seguida ser remitidos a la fortaleza de San Juan de Ulúa.

Al llegar al presidio, todos volvieron a quedar incomunicados en una galera donde ya con anterioridad se hallaban otros muchos de los revolucionarios que habían sido llevados de Chihuahua, Veracruz, México y Michoacán, entre los que se contaban Sarabia, Canales, Balboa, Lugo, Marín, Morocini, Sulvarán, Bravo y otros más; en dicha galera, donde permanecieron largo tiempo sufriendo el maltrato de los capataces, Lázaro Puente se enfermó de tifus, por lo cual a instancias de los médicos, que trataban de evitar una epidemia, fue conducido a la enfermería, donde por milagro se salvó de pasar a mejor vida.


Puente dedica unos versos a Sarabia.

Más tarde, cuando Sarabia tenía ya más de tres años de aislamiento en las mazmorras El Infierno y El Purgatorio, y donde como se sabe escribió muchos de sus poemas de acusación y de combate, Lázaro Puente, que como Treviño y demás presos políticos siempre le había profesado gran admiración y cariño por su luminosa inteligencia, su estoica abnegación y su bondad y ternura para con los más humildes y desamparados de sus compañeros, al conocer su poema El Camino del Deber se impresionó tanto que compuso los siguientes versos bordando sobre el mismo tema, y se los llevó a su calabozo con una gentil dedicatoria:

El Deber es honor y es sacrificio,
sacro dolor que se convierte en gloria:
Juana de Arco sonriendo en el suplicio
y Suetonio trazándonos la historia.

Es Leónidas, el paso disputando
de Jerjes a las huestes victoriosas;
es Cuauhtémoc indómito, increpando
sobre un mullido tálamo de rosas.

Es fuerza propulsora que nos lleva
por caminos inciertos e ignorados;
es el yo inmaterial que nos subleva
contra déspotas, necios y malvados.

Es la hoguera voraz, chisporroteando
bajo los pies del terco Galileo;
es Ricaurte, su nombre cincelando
sobre la abrupta peña, en San Mateo.

Es Hidalgo trocando silencioso
el cáliz por la espada vengadora;
es el ansia sublime del coloso
bajo su fe de mártir, redentora.

Es Juárez el tenaz, hombre de roca,
y único en los anales de la Historia,
que al abrir un sepulcro se coloca
sobre la cumbre excelsa de la gloria.

Esta composición, así como otra que también dedicó a Sarabia a propósito de su Canto a la Mujer, y en la que exaltando su figura le decía:

Hombre-Titán que vienes al combate
cual recio gladiador que no se abate
y como el mismo sol inmaculado.

Las compuso Puente en 1910, y al final del pliego donde la escribió, puso la siguiente anotación:

Sarabia: hace tiempo que tenía escritos estos versos; hijos de mi pobre intelecto, no han podido sustraerse a las leyes de la herencia. Van chuecos y maltrechos. Perdónelos.

Asimismo, y en vista de que su defensor, el Lic. Flores Magón, había logrado que se le concediera la libertad preparatoria, en el mismo pliego le decía a Sarabia:

Me dicen de México que está concedida mi libertad preparatoria, y probablemente me iré dentro de doce o quince días a lo sumo. Ya nos veremos algún día. Omito hacerle presente mi estimación y mi gratitud.


En libertad.

Efectivamente, al término de dos semanas, o sea a mediados de octubre del mismo año de 1910, Lázaro Puente, sin que hubiese podido ver más a Sarabia en su mazmorra, salió del presidio en compañía de otros de los luchadores de Douglas, para dirigirse a la ciudad de México, que habían señalado las autoridades como lugar de su residencia en tanto no se le concediera su libertad absoluta. José Bruno Treviño, a quien mucho llegó a estimar Sarabia considerándolo como un excelente compañero y hombre de absoluta confianza, salió de la fortaleza poco después que Puente, también por gestiones del Lic. Flores Magón, yéndose inmediatamente a su tierra natal de Monterrey, donde sus familiares, que asimismo eran de ideas revolucionarias, tenían establecida una carnicería con el nombre de La Brisa. En dicha ciudad permaneció hasta el triunfo de la Revolución maderista, marchando en seguida hacia Los Angeles, California, a fin de unirse con los Flores Magón que entonces, como se ha dicho, fomentaban un movimiento rebelde de carácter anarquista que tenía su cuartel general en el Distrito Norte de la Baja California.


Puente vuelve al periodismo.

En julio de 1911, siendo Presidente Provisional de la República don Francisco León de la Barra, Juan Sarabia, según se sabe, tomó bajo su cargo la dirección de la valiente publicación liberal el Diario del Hogar, y como lo había hecho con Juan José Ríos, llamó a su viejo amigo Lázaro Puente a fin de que formara parte del cuerpo de redacción del mismo periódico. Entonces Puente, como todos los luchadores que comprendían que por ningún motivo se debían quedar en el olvido las promesas de reivindicación social que habían empujado a las masas populares a la lucha contra el despotismo porfiriano, emprendió una campaña en que enérgicamente llamaba la atención de los hombres del nuevo régimen sobre la urgente necesidad de que cuanto antes se diera principio a la realización de las mismas promesas, y por cuyo incumplimiento se habían levantado en armas los campesinos de Morelos, San Luis Potosí y otros Estados de la República.

Pero tanto los trabajos de Puente como los que en el mismo sentido efectuaron los otros redactores del Diario del Hogar resultaron infructuosos, por la sencilla razón de que en las altas esferas oficiales se decía que en México no había problema agrario ni obrero, que los campesinos no querían ni necesitaban tierras, y que la Revolución de 1910 se había hecho únicamente para conquistar libertades políticas.


Lleva a cabo una labor humanitaria.

Al ser sacrificado el Presidente Madero, Puente luchó con la pluma y con las armas contra el usurpador Victoriano Huerta; y a fines de 1914 y principios de 1915 desempeñó la Subdirección de la ya desaparecida Escuela Industrial de Huérfanos, que estaba ubicada en el costado oriente del Jardín de Santiago Tlatelolco, donde junto con Juan Sarabia, que era el Director de la misma, llevó a cabo una labor altamente humanitaria y progresista, aboliendo del plantel los rigores de la exagerada disciplina, tratando a los alumnos con las debidas atenciones, mejorando la alimentación y el alojamiento de los mismos, modernizando los sistemas de enseñanza y, en fin, convirtiendo la Escuela, de una prisión como prácticamente lo había sido siempre, en un establecimiento en que se disfrutaba de todas las ventajas y garantías que proclama y concede la verdadera civilización.


Su destino final.

Lázaro Puente, que dentro de las indomables rebeldías de su espíritu era un hombre de temperamento tranquilo y aspecto bondadoso, no sobrevivió ya mucho tiempo. Algunos años después murió en la pobreza en su misma tierra natal de Zacatecas. No le tocó disfrutar de los banquetes de la victoria, y sobre su nombre se extienden las sombras de la ingratitud y del olvido. Pero algún día, a no dudarlo, se le hará justicia. Como testigos de su obra están sus luchas contra el despotismo, su labor periodística, su abnegación, y sobre todo, sus infortunios en San Juan de Ulúa.

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