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LOS MÁRTIRES DE SAN JUAN DE ULÚA

Eugenio Martínez Núñez

CAPÍTULO DÉCIMOCTAVO

LA LUCHA Y SUPLICIOS DE LUIS GARCÍA


Se destierra en la Unión Americana.

Originario del Estado de Jalisco, Luis García fue uno de los miembros más inteligentes y resueltos del Partido Liberal que obligados por las persecuciones tuvieron que abandonar su tierra y refugiarse en los Estados Unidos para continuar la lucha por la libertad del pueblo mexicano.

Una vez llegado a la Unión Americana, se radicó en la ciudad de Douglas, donde reunido con otros correligionarios igualmente desterrados, reanudó su campaña, y poco más tarde organizó un grupo armado para combatir la Dictadura porfiriana que por más de un cuarto de siglo había oprimido en todos sentidos a las clases media y humilde de la población de la República.


Es capturado y conducido a Ulúa.

Por esta causa, Luis García y sus compañeros fueron aprehendidos y trasladados a territorio mexicano, donde se les instruyó proceso por el delito de violación de las Leyes de Neutralidad, y habiendo sido sentenciados a cinco años de prisión, fueron remitidos a las mazmorras de la fortaleza.


Un relato.

Haciendo una narración de sus luchas en el exilio, de la forma como fue aprehendido y juzgado, de los atropellos de que fue víctima y de su envío al famoso presidio, Luis García escribió el siguiente documento:

En el mes de agosto de 1905 que llegué a la ciudad de Douglas, Arizona, tuve relaciones con el señor Lázaro Puente, quien en unión de Antonio de P. Araujo, Tomás Espinosa y otras personas, tenía formada una agrupación denominada Club Liberal Libertad, miembro de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano, que a la sazón radicaba en la ciudad de San Luis, Missouri; era Presidente del Club el señor Puente, su Secretario Tomás Espinosa y Tesorero el señor Araujo. El club tenía como órgano un periódico intitulado El Demócrata, cuyo director era el propio señor Puente.

Las sesiones se verificaban invariablemente dos veces por semana, conquistándose adeptos continuamente para el fin que se perseguía, o sea derrocar al Gobierno del General Porfirio Díaz, de acuerdo con la Junta Revolucionaria de San Luis, Missouri. Así fueron desarrollándose las sesiones hasta septiembre de 1906, en que ya teníamos inscritos más de trescientos miembros. Para esa fecha el Presidente del Club era el señor Tomás Espinosa y yo su Secretario.

A nuestras sesiones asistían algunas veces miembros de la policía americana con el carácter de espectadores; pero en realidad, según supe después, con el objeto de cerciorarse si efectivamente se trataba en nuestras reuniones de trabajos contra el Gobierno Mexicano. Siempre que tales sujetos acudían, procurábamos dar a la sesión un carácter de reunión cívica para la celebración de las fiestas patrias.

El 5 de septiembre, como a las cinco de la tarde, nos alistábamos para salir esa noche de Douglas para tomar la aduana de Agua Prieta, pues, para el efecto, ya contábamos con suficientes armas y parque. Reunidos en el salón de sesiones algunos miembros del Club a la hora citada, rodearon el edificio como unos treinta o más rangers, perfectamente montados y armados, quienes nos aprehendieron, catearon mi casa que era el lugar en que se hacían las sesiones, se posesionaron de las armas y parque que teníamos y de toda la documentación de nuestro club, y nos condujeron a la pequeña cárcel de la población. Entre los aprehendidos se contaba el denunciante Trinidad Gómez, que se había colado en nuestra sociedad, y del que supimos después que era esbirro del Gobernador de Sonora, coronel Rafael Izábal.

Al llegar a la cárcel, nos encontramos con otros compañeros que ya habían sido capturados antes. Permanecimos ahí dos días, al cabo de los cuales fuimos conducidos a la ciudad de Tucson, en donde después de que nos examinaron las autoridades judiciales, rindiendo todos nuestras declaraciones, y habiendo logrado salir algunos en libertad, al cabo de un mes más o menos, los que quedamos, considerados como directores o responsables del movimiento revolucionario que se preparaba, fuimos esposados de pies y manos, de dos en dos, y con gran lujo de fuerza se nos condujo a la plaza de Nogales, Arizona, y después, en la misma forma, nos llevaron al edificio ocupado por la aduana de Nogales, Sonora, en donde ya nos esperaba una gran escolta de la Federación. Nuestros conductores nos quitaron las esposas y nos entregaron al jefe de dicha escolta, que nos llevó a la pequeña e inmunda cárcel del lugar (1).

Al día siguiente, en la madrugada, nos fueron sacando uno por uno, con intervalos de cinco minutos más o menos, haciendo el aparato de que nos iban a fusilar, pues a los pocos momentos de que sacaban a alguno, se oían descargas de íusilería; pero ya estando afuera, solamente éramos conducidos a la estación del Ferrocarril, donde ya se encontraba un carro perfectamente escoltado y destinado exclusivamente para nosotros, y que nos llevó hasta la ciudad de Hermosillo. En esta población fuimos internados en la Penitenciaría, en una celda cada uno, quedando así incomunicados y y con centinelas de vista ...

... Desde el primer día que llegamos a Hermosillo, el Gobernador Izábal nos mandaba conducir diariamente a medianoche a cada uno de nosotros a su domicilio, con el Comandante de Policía, que el propio Izábal apodaba El Negro, y que tenía fama de muy asesino, con el objeto de interrogarnos, haciendo grandes promesas si lograba que se le denunciara la trama revolucionaria; y como esto no lo consiguiera de ninguno de nosotros, hacía la pantomima de que nos iba a mandar fusilar: se nos llevaba a los suburbios de la ciudad, donde efectivamente se nos formaba el cuadro, y ya en el momento diz que de la ejecución, aparecía un individuo con la orden de que se suspendiera el acto.

Una vez que el Gobernador Izábal terminó de interrogarnos y de hacer la misma farsa con cada uno, fuimos consignados al Juzgado de Distrito, que solamente para instruirnos la causa correspondiente, se trasladó de Nogales a Hermosillo.

En presencia del Gobernador Izábal no pudimos menos que recordar los sucesos de Cananea, más o menos recientes entonces, en los que este mal gobernante permitió que se ultrajara la dignidad nacional.

Al frente del Juzgado de Distrito se encontraba el Lic. Rafael Huacuja y Avila, quien nos extorsionaba a todos al grado de que a mí, después de haberme tenido incomunicado por más de dos meses, estando ya en común de presos y habiendo rendido mis primeras declaraciones, a los quince días me mandó llamar con el objeto de diz que las ampliara; pero era otro el propósito: el de que denunciara a mis compañeros, y como esto no lo consiguiera, ordenó que se me incomunicara nuevamente, permaneciendo incomunicado otros dos meses y medio.

Ya una vez cerrada la causa y corridos todos los trámites de rigor, nos sentenció a unos, y a otros los mandó poner en libertad dándolos por compurgados, entre los que se contaba el que después fuera general del Ejército Revolucionario, Manuel Sobarzo, ya extinto.

Ya una vez sentenciados, fuimos conducidos a la ciudad de México y de aquí a los calabozos de San Juan de Ulúa, en donde permanecimos hasta el triunfo de la Revolución maderista. Procedentes de Douglas, fuimos conducidos los siguientes: José Bruno Treviño, Abraham Salcido, Jenaro Villarreal, Lázaro Puente, Carlos Humbert, Gabriel Rubio y yo. De Cananea, Plácido Ríos y otros cuyo nombre no recuerdo. Y de Sahuaripa, Sonora, Lorenzo Hurtado, Pro fr. Epifanio Vieyra y Adalberto Trujillo; todos a quienes nos instruyó proceso el mismo juez Huacuja y Avila (2).


Sus últimas actividades y su deceso.

Al salir en libertad después de cerca de cuatro años y medio de grandes penalidades, Luis García volvió a la lucha periodística pugnando por que se realizaran los ideales que habían inspirado el movimiento revolucionario. Más tarde se dedicó a trabajar en empresas particulares, y en 1929, al constituirse el grupo de precursores, fue nombrado secretario de la misma corporación; y posteriormente, cuando el general Ríos estuvo al frente del Ministerio de Gobernación, en vista de que se hallaba en difíciles condiciones económicas, lo mandó llamar para ofrecerle ayuda, proporcionándole un modesto empleo en la propia Secretaría, cargo que desempeñó durante algunos años. En seguida consiguió otra ocupación como velador en una escuela nocturna de Tlalpan, con un sueldo de menos de 200 pesos mensuales, y cumpliendo este humilde trabajo murió, casi en la miseria, por el año de 1954.

Tal es, en breves palabras, la historia de Luis García, el abnegado y talentoso luchador con quien la fortuna se mostró tan esquiva y cuya memoria se tiene injustamente en el olvido.


NOTAS

(1) En caso de haber podido tomar la aduana de Agua Prieta, o cuando menos sostener un encuentro con su guarnición, tanto García como sus compañeros hubieran tenido la gloria de encabezar el primer levantamiento liberal organizado contra la Dictadura, ya que los de Jiménez y Acayucan tuvieron lugar poco más tarde.

(2) Este relato me lo facilitó en 1932 don Víctor Manuel Monjaraz, antiguo miembro del Club Ponciano Arriaga, que fue íntimo amigo de Luis Carcía. Posteriormente lo incluyó el citado periodista Hernández en su folleto mencionado.

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