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Capítulo 15

La ética de Guyau

La moral sin obligación ni sanción. - Fecundidad moral. - El espíritu de sacrificio. - Plenitud de vida y deseo de riesgo y de lucha. - El carácter individualista de la moral de Guyau. - Necesidad de fundar la moral desde el punto de vista sociológico.

Entre las numerosas tentativas de construir la Ética sobre bases puramente científicas realizadas en la segunda mitad del siglo XIX, merece especial mención la del gran pensador francés Juan María Guyau (1854-1888), desgraciadamente muerto joven. Guyau trató de fundamentar la moral sin intervención alguna de elementos místicos y sobrenaturales y también sin coerción exterior ni obligación; por otro lado procuró separar del dominio moral el interés material personal o la aspiración a la felicidad, sobre la cual basaron la moral los utilitaristas.

La doctrina de Guyau se maduró tanto en su cerebro y está expuesta con tanta claridad y en forma tan bella que es fácil reproducirla en pocas palabras. Siendo aun muy joven escribió Guyau una obra fundamental acerca de la doctrina moral de Epicuro (1). Cinco años más tarde, en 1879, publicó su segundo trabajo, que tiene un gran valor por ser una historia crítica de la moral inglesa contemporánea (2). En este estudio Guyau expuso y sometió a la crítica las doctrinas morales de Bentham, Mill (padre e hijo), Darwin, Spencer y Bain. Por fin, en 1884, publicó su importante trabajo: Esbozo de una moral sin obligación ni sanción que produjo una impresión intensa, no sólo por la novedad, la profundidad y la precisión de las conclusiones, sino también por la belleza del estilo (3). Este libro tuvo en Francia ocho ediciones y ha sido traducido a todos los idiomas europeos. En él basa Guyau su moral en un concepto de la vida tomado en su sentido más amplio.

La vida, según este filósofo, se manifiesta en el crecimiento, en la multiplicación y en la extensión. La Ética debe ser considerada como una doctrina acerca de los medios para conseguir la finalidad impuesta al hombre por la naturaleza misma: el crecimiento y el desarrollo de la vida. Por esta razón la moral humana no necesita coerción alguna ni obligaciones imperiosas, ni sancion sobrenatural; se desarrolla en nosotros en virtud de nuestra necesidad de vivir una vida más integral, más intensa y más fecunda. El hombre no se conforma con una vida ordinaria, cotidiana, sino que trata de ampliarla, de fortalecer su tiempo de marcha, de llenarla de impresiones y de emociones. Y una vez que el hombre se siente capaz de ello lo hace sin esperar la coerción o los mandamientos de un orden sobrenatural. El deber, dice Guyau, es la conciencia del poder interior, la capacidad de crear algo con el máximo de fuerza, sentirse capaz de desarrollar el máximo de fuerza en tal o cual acción equivale a creerse obligado a cumplir la acción misma.

Experimentamos, sobre todo en una cierta edad, dice Fouillée, que poseemos más fuerzas que lo necesario para nuestra vida personal y con una gran satisfacción las empleamos para el bien de los demás. De esta conciencia del sobrante de nuestras fuerzas vitales que aspiran a ser aplicadas nace lo que se llama el espíritu de sacrificio. Emprendemos un viaje lejano, nos dedicamos a una obra cultural, ponemos nuestro valor, nuestra energía y nuestra capacidad de trabajo al servicio de una obra general cualquiera porque nos sobran energías.

Lo mismo ocurre con nuestra compasión y con nuestra simpatía para con los demás. Nos damos cuenta de que poseemos más ideas y más afectos, más alegrías y más lágrimas que las que son precisas para nuestra conservación, y las compartimos con los otros sin pensar en las consecuencias. Esto es lo que exige nuestra naturaleza y por las mismas razones que explican porqué florece una flor, aunque después del florecimiento venga la muerte.

El hombre posee una fecundidad moral que le permite reconciliar el egoísmo con el altruismo. Nuestra vida personal tiene que gastarse y resolverse en los otros y para los otros. Esta propulsión humana y su intensificación son las condiciones necesarias para la verdadera vida. La vida, dice Guyau, tiene dos aspectos: por un lado es asimilación y digestión y por otro es producción y fecundidad. Cuanto más absorbe el individuo más tiene que gastar. Es la ley de la vida.

El gasto no es, fisiológicamente considerado, un mal; es simplemente una de las manifestaciones de la vida. Es como el proceso de la respiración ... La vida es fecundidad y viceversa: la fecundidad, la vida que rebosa, es la única verdadera existencia. El organismo tiene que gastar generosamente, de lo contrario, si no muere, se seca. La vida ha de florecer, la moral, el altruismo, es la flor de la existencia humana.

Luego Guyau habla de la belleza de la lucha y del riesgo. En efecto, con mucha frecuencia el hombre va hacia ellos -y a veces el riesgo es muy grande- ocurriendo esto en todas las edades, incluso en la vejez, únicamente por el amor a la lucha y al riesgo mismo.

Todos los grandes descubrimientos y estudios sobre el mundo y sobre la naturaleza, en general todas las tentativas atrevidas de penetrar los misterios del Universo o de utilizar las fuerzas naturales en una forma nueva (en los viajes marítimos en el siglo XVI, en la aviación en nuestros días), todas las tentativas de reconstruir la sociedad, todos los movimientos en el terreno del arte obedecen precisamente a este deseo de lucha y de riesgo que anima a los individuos aislados, a veces a clases enteras y a veces incluso a todo un pueblo. Y esto es precisamente lo que crea el progreso humano.

Además, añade Guyau, existe un riesgo matafísico, un riesgo del pensamíento y de la especulación, cuando se formula una nueva hipótesis científica o se lanza un postulado social.

He aquí lo que mantiene el orden y el progreso moral en la sociedad: el hecho heroico, no sólo en la lucha y en la batalla, sino también en las investigaciones del pensamiento arriesgado y en la reorganización de la vida tanto individual como social.

En cuanto a la sanción de los conceptos y de las aspiraciones que nacen en nosotros, es decir, aquella fuerza que las hace obligatorias, los hombres la han buscado siempre en la Religión, o sea en las órdenes sobrenaturales o trascendentes, acompañados de un sistema de amenazas, de castigos o de promesas de recompensa en la vida futura. Guyau no veía la necesidad de estas sanciones por ningún lado y consagró unos bellos capítulos a la explicación del origen del concepto de obligatoriedad en las reglas morales. Sus ideas fundamentales sobre este punto son las siguientes:

Nos es innata la aprobación de los actos morales, así como la condenación de los inmorales. Este innatismo se desarrolla desde los tiempos más remotos merced a la sociabilidad humana y a la vida del hombre en sociedades. La aprobación o condenación moral fue dada al hombre gracias al sentimiento de justicia instintiva. En esta misma dirección actúan, según Guyau, los sentimientos de amor y de fraternidad innatos al hombre (4).

En general, hay en el hombre dos especies de inclinaciones: las inconscientes, de las cuales no se da cuenta, es decir, aquellos instintos y costumbres de los que nacen luego ideas vagas y por otro lado, las inclinaciones claras y precisas. La moral está, según Guyau, en la frontera entre las primeras y las segundas y tiene constantemente que elegir entre ambas y opuestas direcciones. Desgraciadamente los pensadores no se han fijado lo bastante antes de ahora hasta qué punto lo consciente en el hombre depende de lo inconsciente.

Sin embargo, continua Guyau, el estudio de los usos y costumbres humanas, nos enseña la influencia que ejerce lo inconsciente sobre nuestros actos. Estudiando esta influencia, se ve cómo el instinto de conservación no es la única fuerza motriz de nuestras aspiraciones, como creen los utilitaristas; al Iado de él hay otro que es la aspiración humana hacia una vida más integral, intensa y variada. La vida no se conforma con la simple alimentación: aspira también a la fecundidad intelectual, a la actividad espiritual llena de emociones y a la variedad en las manifestaciones de la voluntad.

Naturalmente estas manifestaciones de la voluntad pueden actuar -como observaron con razón algunos críticos de este filósofo- en una forma hostil a la sociedad, lo que ocurre con frecuencia. Pero las inclinaciones antisociales, a las cuales tanta importancia atribuyeron Nietzsche y Mandeville, no son las únicas en el hombre: al lado de ellas existe la inclinación a la vida social, la inclinación del hombre a ponerse en armonía con la sociedad y estos impulsos no son ciertamente menos fuertes que los antisociales. El hombre orienta sus ansias hacia la comunidad y la justicia. Por desgracia no ha tratado Guyau en su obra fundamental los dos conceptos recién mencionados. Sólo más tarde los ha desarrollado en su último ensayo, Educación y herencia.

Guyau comprendió que es imposible construir la Ética sobre el mero egoísmo como lo hicieron Epicuro y los utilitaristas ingleses.

Se dió cuenta de que en la moral entra también el instinto de sociabilidad y que para ella no basta la armonía interior (l'unité de l'etre) (5). Pero de todos modos no atribuía a este instinto la importancia debida, como lo hicieron Bacón y después Darwin, el cual llegó a afirmar que el instinto social en el hombre y en numerosas especies animales es más fuerte y más constante que el de conservación. Guyau, por otra parte, no supo apreciar la importancia decisiva del concepto de justicia, es decir, de la igualdad de derechos, igualdad que está por encima de todas las vacilaciones humanas y de todos los cambios de las épocas.

El sentimiento de la obligatoriedad de la moral que experimentamos en forma indudable era explicada por Guyau del siguiente modo:

Basta fijarse, decía, en las funciones normales de la vida psíquica para convencerse de que hay una cierta presión moral interior que proviene de la dirección que hayamos dado a nuestros actos ... La obligación moral tiene, pues, su origen en la vida misma y echa allí sus raíces mucho más profundamente que en el pensamiento consciente. Proviene de los más obscuros e inconscientes fondos del hombre.

El sentido del deber no es insuperable; puede ser suprimido. Pero como lo ha demostrado ya Darwin vive aun cuando el hombre realiza algo contra su deber, pues entonces experimenta un disgusto.

En este punto Guyau cita unos admirables ejemplos, así como reproduce las palabras de Spencer, según el cual en el porvenir el instinto altruista se desarrollará hasta tal punto que el hombre le obedecerá sin dificultad alguna -y añadiré por mi parte que hay ya algunos hombres que viven según este deseo. Día vendrá, en efecto, en que los hombres rivalizarán en el cumplimiento de actos de sacrificio: El espíritu de sacrificio, decía Guyau, es una de las leyes de la vida ... No constituye la negación de nuestra propia personalidad, sino que es al contrario la expresión de la vida que ha llegado a lo sublime.

En la gran mayoría de los casos el espíritu de sacrificio no exige la prestación de la vida sino tan sólo la de ciertos bienes e impone sólo un riesgo. En cada riesgo hay esperanzas de triunfo y estas esperanzas nos proporcionan la sensación de alegría y de plenitud de vida. Aun muchos animales se complacen con juegos peligrosos: así ciertos monos encuentran placer hostigando a los cocodrilos. Entre los hombres es muy frecuente el deseo de la lucha peligrosa. El hombre siente la necesidad de medir sus fuerzas y su voluntad y esto le es proporcionado en la lucha contra sus pasiones y contra los obstáculos exteriores. Estas luchas son una especie de necesidad fisiológica.

Pero el sentimiento moral nos empuja no solamente hacia el riesgo sino a veces también hacia la muerte inevitable. En este punto la historia enseña a la Humanidad que el sacrificio de sí mismo es uno de los factores más poderosos y apreciables de progreso. Para dar un paso adelante, la Humanidad -ese cuerpo enorme y perezoso -tiene que pasar por perturbaciones que cuestan la vida a muchos.

Tratando estas cuestiones, Guyau nos ha dejado una serie de bellas páginas, en las cuales demuestra que el sacrificio es una cosa muy natural, aun cuando nos empuje hacia la muerte y sin necesidad de la creencia en una vida futura. A esto hay que añadir y añadiré que lo mismo observamos entre los animales sociales. El sacrificio para el bien de la familia animal o del grupo es un rasgo ordinario de los animales y el hombre, en tanto que ser social, no puede constituir una excepción a la regla.

Guyau señaló otra particularidad de la naturaleza humana, a saber, el deseo de riesgo intelectual, es decir la capacidad ya reconocida por Platón de hacer suposiciones atrevidas, de construir hipótesis y deducir de ellas las reglas morales. Todos los grandes reformadores sociales se guiaron por los ideales que construyeron de una mejor humanidad; y aunque es imposible demostrar matemáticamente lo que sea deseable y lo que es realizable en la reconstrucción social emprendida en tal o cual sentido, los reformadores dedican toda su vida y todas sus capacidades a averiguarlo. La hipótesis equivale en este caso a la fe; de la hipótesis nace la fe, aunque no la fe dogmática ... Kant ha iniciado una revolución en los dominios de la moral, en cuanto ha querido que la voluntad sea autónoma en vez de dejarla inclinarse ante una ley externa. Pero se quedó en la mitad del camino: creyó que era posible unir la libertad individual del hombre que actúa moralmente con la validez universal de la ley ... Pero la verdadera autonomía debe producir originalidad individual y no uniformidad universal ... Cuantas más tendencias diferentes existan que luchen entre sí por la supremacía del espíritu humano- tanto más valiosa será la unión futura y definitiva.

De las posibilidades de realización de los ideales se ocupa Guyau en términos poéticos e inspirados. Cuanto más lejano está el ideal de la realidad tanto más valioso es; encontramos, en el deseo de realizarlo, las fuerzas necesarias para llevarlo a término, es decir, el máximo de fuerzas de que somos capaces.

Según Guyau el pensamiento atrevido conduce a la acción fuerte. La religión hace decir al hombre: abrigo la esperanza porque creo -y más concretamente porque creo en la revelación. En realidad hay que decir: creo porque espero y espero porque percibo en mí una energía interior que presiento de gran significado ... Tan sólo la acción nos da fe en nuestras fuerzas, en los demás, en el mundo entero; el pensamiento puro, en cambio, la soledad, nos quita nuestras fuerzas.

He aquí como veía Guyau la substitución de la sanción, que los ideólogos de la moral cristiana buscan en la Religión y en la promesa de una recompensa en la vida futura. Ante todo encontramos en nosotros mismos la aprobación o censura de los actos que realizamos porque nuestro sentido moral, junto con el sentimiento de la fraternidad, se desarrolla en el hombre desde los tiempos más antiguos gracias a la vida en sociedades y a las observaciones que la naturaleza proporciona al hombre. La misma aprobación encuentra el hombre en sus inclinaciones inconscientes, en las costumbres e instintos obscuros e inconcretos, pero hondamente arraigados en la naturaleza humana. Todo el género humano, durante miles y miles de años, ha sido educado en este sentido y si a veces el hombre olvida sus buenas cualidades, más tarde vuelve indefectiblemente a ellas. Las cualidades morales están en el hombre más profundamente arraigadas que la misma conciencia.

Para explicar la fuerza de los principios morales, Guyau ha examinado hasta qué punto está desarrollada en el ser humano la capacidad de sacrificio y ha demostrado que ella es propia al hombre, que el deseo de riesgo y de lucha no solamente existe entre las personas cultas sino también en la vida ordinaria.

En general, Guyau ha expresado el concepto contemporáneo de la moral y de sus problemas. No se propuso, ciertamente escribir un estudio integral sobre la Ética, sino demostrar que la moral no necesita para su sucesiva evolución de ninguna fuerza de obligatoriedad o de confirmación exterior.

El simple hecho de que el hombre aspira a intensificar su vida es, según Guyau, un llamamiento imperioso para vivir precisamente una vida integral. Al mismo tiempo el hombre se encuentra empujado hacia ese camino por el deseo de riesgo y de lucha, así como también por el placer en el riesgo del pensamiento (en el riesgo metafísico, ha escrito Guyau) , o en otras palabras, por la alegría que experimentamos por todo lo hipotético en el pensamiento y en la acción, por lo que nos representamos como meramente posible.

He ahí lo que substituye en la moral natural al sentido de la obligatoriedad que domina en la moral religiosa.

En cuanto a la sanción de la moral, es decir a su confirmación por medio de un principio superior y general, se encuentra substituída en la Ética natural por la aprobación moral que emana por un lado del concepto de la justicia innato en el hombre y por otro de los sentimientos de afección y de fraternidad desarrollados en la humanidad.

Tales son las concepciones morales de Guyau. Si en la base de las mismas se encuentran las ideas de Epicuro, Guyau las ha sabido profundizar mucho. En vez de una moral epicurea, que es la moral del cálculo, Guyau ha creado una moral natural desarrollada gracias al sentido de sociabilidad. Estuvieron de acuerdo con este concepto de la moral Bacón, Grocio, Spinoza, Goethe, Augusto Comte, Darwin y en parte Spencer, pero no lo aceptan hasta ahora los que prefieren consIderar al hombre como un esclavo del diablo, a pesar de que dicen que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Naturalmente, el único medio de luchar contra la inmoralidad innata del hombre es, según estos señores, el látigo y la cárcel en este mundo y las penas eternas del infierno en el otro.




Notas

(1) La moral de Epicuro y sus relaciones con las doctrinas contemporáneas ( 1874). Esta obra ha sido coronada por la Academia Francesa de Ciencias Morales y Políticas.

(2) La moral inglesa contemporánea.

(3) Esbozo de una moral sin obligación ni sanción (8a. edición, París 1907, con un prólogo de Alfredo Fouillée). Fouillée en su libro Nietzche y el inmoralismo, dice que Nietzsche se ha servido largamente del ensayo de Guyau y que tenía siempre este libro en la mesa de su despacho. Para el estudio de la Filosofía de Guyau véase las obras de Fouillée: El arte, la moral y la religión, según Guyau y Moral de las ideas-fuerza.

(4) Ya hemos señalado en el capítulo segundo de este libro que las aspiraciones morales del hombre han sido el resultado de la vida social de las varias especies animales y del hombre mismo. Sin la sociabilidad, ninguna especie anímal hubiera triunfado en la lucha áspera contra las fuerzas de la naturaleza.

(5) La moral, escribía Guyau, no es otra cosa que la unidad (integración), la armonía interior del ser humano, mientras que la inmoralidad consiste en la contradicción entre las varias capacidades humanas, que en este caso se rechazan mutuamente.


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