Índice de Orígen y evolución de la moral de Pedro KropotkinCapítulo anteriorBiblioteca Virtual Antorcha

Consideraciones finales

Procuraremos ahora hacer el balance del breve estudio que acabamos de realizar sobre las distintas escuelas morales.

Hemos visto que desde los tiempos de la antigua Grecia hasta nuestros días han dominado en la Ética dos tendencias. Los moralistas de la primera de ellas sostienen que los conceptos morales son inspirados al hombre por una fuerza sobrenatural y por lo tanto confunden la moral con la Religión. Los pensadores de la segunda ven la fuente de la moral en el hombre mismo y tratan de emancipar la Ética de la sanción religiosa y por lo tanto de crear una moral natural. Entre los pensadores de esta tendencia hay diferencias notables, pero la mayoría de ellos reconocen que el hombre está guiado en sus actos por el deseo de placer y de alcanzar la felicidad: con este fin el hombre hace todo lo demás. En la satisfacción de las necesidades más bajas, como en las finalidades más altas, el hombre busca únicamente el placer o la felicidad o por lo menos la promesa de ellos para el porvenir.

Por cierto, en todos nuestros actos, aun cuando intencionalmente renunciemos al placer para conseguir algo mejor o ideal, aspiramos tan sólo a lo que en el momento actual nos proporciona una mayor satisfacción. Un hedonista puede por lo tanto decir que toda la moral está reducida a la busca de lo agradable, aun cuando el hombre se proponga fines elevados como el bien de la mayoría de sus semejantes. Pero esto no quiere decir que al actuar en tal o cual sentido el hombre pueda echar de menos, al cabo de un instante y tal vez para toda su vida, lo que acaba de hacer.

Después de lo cual resulta claro, a mi entender, que los hedonistas no resuelven nada, de manera que el problema de los fundamentos de la moral queda completamente en pie.

Tampoco lo resuelven los que, criticando a los utilitaristas como Bentham y MilI, dicen: cuando el hombre domina su cólera (en vez de vengarse de la injuria de que ha sido objeto) se evita los disgustos y reproches que su brutalidad puede levantar en sí mismo. En este caso, el hombre toma el camino que le produce mayor satisfacción y encuentra en el mismo un placer. A lo cual un realista cualquiera puede añadir: ante esta determinación no puede hablarse de altruismo o de amor hacia el prójimo. El que emprende este camino actúa como un egoísta inteligente y nada más.

Pero todo esto no nos hace avanzar tampoco en la resolución del problema. Nada nuevo sabemos sobre el origen de la moral. Queda siempre planteada la cuestión: ¿Es posíble que la moral constituya tan sólo un fenómeno fortuito en la vida de los hombres y en cierta medida de los animales sociales? ¿Es posible que la moral no tenga una base más profunda que la bondad humana, aun considerando que esa bondad sea una cosa útil para el hombre puesto que merced a ella se evita éste muchos disgustos? Más aun: cuando por lo menos una vez prevalece la opinión de que no todos los insultos pueden quedar sin respuesta, sino que al contrario deben ser reprimidos enérgicamente ¿es posible que no exista un criterio para distinguir entre los insultos graves y los insignificantes, un criterio fijo que no obedezca al humor fortuito o a la casualidad?

No cabe duda que la mayor felicidad de la sociedad, considerada como fundamento de la moral desde tiempos remotos y aun hoy corrientemente aceptada por los pensadores contemporáneos, constituye, en efecto, la primera base de la Ética. Pero es una base demasiado abstracta, lejana e incapaz de formar costumbres y conceptos morales. Es por esta razón que los moralistas han buscado siempre un fundamento más sólido.

Las uniones secretas de los hechiceros, sacerdotes, magos y nigrománticos de los pueblos primitivos tomaron como punto de partida de sus actividades la intimidación -sobre todo de los niños y de las mujeres- mediante ritos terribles y así se fueron creando poco a poco las Religiones (1).

La Religión consolida los usos y costumbres reconocidos como útiles por la tribu entera y refrena los instintos egoístas de los individuos aislados. Más tarde obraron en el mismo sentido las escuelas de los pensadores griegos y posteriormente todavía las religiones más espirituales de Asia, Europa y América. Pero desde principios del siglo XVII, cuando la autoridad religiosa empezó a decaer en Europa, fue necesario buscar nuevos fundamentos para la moral. Entonces una corriente de pensamiento, siguiendo a Epicuro, insistió cada vez más en los principios de la utilidad personal, del goce y de la felicidad (hedonistas y eudemonistas), mientras que otra corriente inspirada por Platón y los estoicos, siguió buscando en la Religión una base para la moral o bien vió en la compasión y la simpatía el contrapeso del egoismo.

A estas dos tendencias Paulsen acaba de añadir en nuestros días su energética moral, cuyos rasgos fundamentales son la conservación y confirmación de la voluntad, la libertad del yo razonable, en el pensamiento verdadero, el desarrollo armonioso y la manifestación de todas las fuerzas.

Pero tampoco la energética contesta a las numerosas preguntas que se pueden formular: ¿Por qué este sentimiento de satisfacción se convierte luego en una costumbre y regula todas nuestras acciones futuras? ¿Por qué la conducta y el modo de pensar de los demás nos provoca placer o disgusto? Si ello no es una simple casualidad ¿a qué es debido entonces? ¿Por qué las inclinaciones morales triunfan sobre las inmorales? ¿Obedece ello al goce, al cálculo, o a alguna otra de las análogas soluciones propuestas? Si no es así habrá que admitir que la causa reside en el interior mismo de los hombres y de los animales sociales, en algo que nos empuja hacia lo que calificados de moral -a pesar de que al mismo tiempo somos capaces, bajo la influencia de la avidez, de la ambición o del deseo del poder, de cometer los crímenes más horribles, como la opresión de los demás o la aplicación (como por ejemplo en la última guerra) de gases asfixiantes, submarinos y zepelines y aun la destrucción completa de territorios enteros previamente minados.

La historia nos enseña que si los hombres hubieran sido guiados tan sólo por la utilidad personal, la vida social hubiera sido imposible. Toda la historia de la humanidad nos demuestra que el hombre es un gran sofista y que su entendimiento sabe muy bien justificar todo aquello a que se siente empujado por sus instintos y sus pasiones.

Hasta para un crimen tan horroroso como la última guerra -que ha sacudido el mundo entero- el emperador alemán y millones de sus súbditos, sin exceptuar a los radicales y socialistas, encontraron una justificación en lo que llamaron el bien del pueblo alemán. Y otros, sofistas más hábiles aun, vieron en esta guerra un bien para la humanidad entera.

Según Paulsen, la energética en sus varias formas estaría representada por Hobbes, Spinoza, Shaftesbury, Leibniz y Wolff. Ultimamente, añade, la filosofia evolucionista ha llegado al mismo concepto: un cierto tipo de vida y su manifestación activa es la finalidad de toda la vida y de toda aspiración.

Los argumentos de Paulsenz aclaran bien, ciertamente, algunos aspectos de la vida moral desde el punto de vista de la voluntad, en cuyo desarrollo no se fijaron lo suficiente los que hasta ahora han escrito sobre la Ética. Pero es dificil decir en qué se distingue la manifestación activa de ciertos tipos de vida de la aspiración a la mayor felicidad posible. En el fondo es lo mismo y esta confusión puede conducir a muy malos resultados si el hombre, dominado por la pasión, no encuentra en sí un freno, como la aversión ante el engaño o el sentido de la igualdad.

Paulsen tiene razón al afirmar y demostrar que el engaño y la injusticia conducen al hombre a la pérdida. Pero esto no basta. La Ética no puede conformarse con un tal conocimiento. Tiene también que explicar porqué el engaño y la injusticia conducen a la decadencia humana. ¿Será esa la voluntad del Creador, como opina el cristianismo, o más bien será porque la mentira es siempre una humillación (la de considerarse más débil que la persona a la que se ha mentido) y por lo tanto conduce al hombre al menosprecio de sí mismo y porque los actos injustos suponen el pensamiento injusto, es decir, mutilan lo que hay de más precioso en nosotros?

He aquí las cuestiones a que debe contestar la Ética que pretende substituirse a la moralidad religiosa. No se puede como lo hace Paulsen, afirmar que la conciencia moral no es otra cosa que el conocimiento de las costumbres prescritas por la educación, por la sociedad o por los mandamientos religiosos. Precisamente tales explicaciones han originado la negación superficial de la moral por parte de Mandeville, Stirner, etc. Si las costumbres tienen su origen en la historia del desarrollo de la humanidad, entonces la conciencia moral, como procuraré demostrarlo, tiene su origen en una causa mucho más profunda, en la conciencia de la igualdad de derechos, que se desarrolla fisiológicamente en el hombre así como en los animales sociales ... (2)




Notas

(1) En varias tribus salvajes de Norte América es ejecutado todo aquel que durante el rito religioso tiene la desgracia, ante la vista de las mujeres, de perder su máscara. En este caso se dice que ha sido muerto por un espectro. El rito tiene por objeto la intimidación.

(2) Aquí termina el manuscrito de Kropotkin. Observación de N. Lebedeff.


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