Índice de Las reglas del método sociológico de Émile DurkheimCapítulo quintoConclusiónBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO SEXTO

REGLAS RELATIVAS A LA ADMINISTRACIÓN DE LA PRUEBA

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No tenemos más que un medio para demostrar que un fenómeno es la causa de otro fenómeno, y es comparar los casos en que están simultáneamente presentes o ausentes e investigar si las variaciones que presentan en estas diferentes combinaciones de circunstancias testimonian que uno depende del otro. Cuando se pueden producir artificialmente a voluntad del observador, el método es la experimentación propiamente dicha. Cuando, por el contrario, la producción de los hechos no está a nuestra disposición y, por ello, no podemos más que compararlos tal como se han producido espontáneamente, el método que se emplea es el de la experimentación indirecta o método comparativo.

Hemos visto que la explicación sociológica consiste exclusivamente en establecer relaciones de causalidad, bien se trate de atribuir un fenómeno a su causa o, por el contrario, relacionar una causa con sus efectos útiles. Puesto que, por otra parte, los fenómenos sociales escapan evidentemente a la acción del observador, el método comparativo es el único que conviene a la sociología. Es verdad que Comte no lo ha considerado suficiente; ha creído necesario completarlo con lo que llama método histórico; pero la causa de ello se halla en su concepción particular de las leyes sociológicas. Según él, deben expresar principalmente, no relaciones definidas de causalidad, sino el sentido en que se dirige la evolución humana en general; por ello no pueden ser descubiertas con ayuda de comparaciones, porque para poder comparar las diferentes formas que toma un fenómeno social en los diferentes pueblos es preciso haberlo desprendido de las series temporales a las que pertenece. Ahora bien, si se comienza por fragmentar así el desarrollo humano, nos vemos en la imposibilidad de encontrar su continuidad. Para hallarla hay que proceder a base de grandes síntesis, no por medio del análisis. Lo que hace falta es aproximar entre sí los estados sucesivos de la humanidad y reunirlos de alguna manera en una misma intuición, de forma que se perciba el crecimiento continuo de cada disposición física, intelectual, moral y política (1). Ésta es la razón de ser de este método, al que Comte llama histórico y que, en consecuencia, está desprovisto de todo objeto cuando se ha rechazado la concepción fundamental de la sociología comtista.

Es verdad que Mill dice que la experimentación, incluso la indirecta, es inaplicable a la sociología. Pero lo que basta ya para quitar a su argumentación gran parte de su autoridad es que él la aplicaba igualmente a los fenómenos biológicos e incluso a los hechos físico-químicos más complejos (2); ahora bien, no hace falta demostrar hoy día que la química y la biología no pueden ser más que ciencias experimentales. No hay por tanto razón alguna para que sus críticas estén mejor fundadas en lo que concierne a la sociología; porque los fenómenos sociales no se distinguen de los anteriores más que por una complejidad mayor. Esta diferencia puede implicar fundadamente que el empleo del razonamiento experimental en sociología ofrece más dificultades todavía que en las otras ciencias; pero no se ve por qué había de ser radicalmente imposible.

Por lo demás, toda esta teoría de Mill descansa sobre un postulado, vinculado, sin duda, a los principios fundamentales de su lógica, pero que está en contradicción con todos los resultados de la ciencia. Admite, en efecto, que un mismo consecuente no resulta siempre de un mismo antecedente, sino que puede proceder ya de una causa, ya de otra. Esta concepción del vínculo causal, al quitarle toda determinación, le hace casi inaccesible al análisis científico; porque introduce una complicación tal en el embrollo de las causas y efectos que el espíritu se pierde en ella sin remisión. Si un efecto puede derivarse de causas diferentes, para saber lo que la determina en un conjunto de circunstancias dadas, haría falta que se hiciese el experimento en condiciones de aislamiento prácticamente irrealizables, en sociología sobre todo.

Pero este pretendido axioma de la pluralidad de causas es una negación del principio de causalidad. Sin duda, si se cree con Mill que la causa y el efecto son absolutamente heterogéneos, que no hay entre ellos ninguna relación lógica, no hay nada de contradictorio en admitir que un efecto pueda seguir tanto a una causa como a otra. Si la relación que une a C con A es puramente cronológica, ello no excluirá otra relación del mismo género que uniría C con A, por ejemplo. Pero si, por el contrario, el vínculo causal tiene algo de inteligible, no podría ser indeterminado en este punto. Si consiste en una relación que resulta de la naturaleza de las cosas, un mismo efecto no puede sostener esta relación más que con una sola causa, porque no puede expresar más que una sola naturaleza. Ahora bien, sólo los filósofos han puesto en duda la inteligibilidad de la relación causal. Para el científico no hay problema; ella está implicada en el método científico. ¿Cómo explicar de otra manera el papel tan importante de la deducción en el razonamiento experimental y el principio fundamental de la proporcionalidad entre la causa y el efecto? En cuanto a los casos en que se cita y se pretende observar una pluralidad de causas, para que fuesen demostrativos, habría que haber establecido previamente o bien que esta pluralidad no es simplemente aparente, o bien que la unidad exterior del efecto no encubre una pluralidad real. ¡Cuántas veces le ha ocurrido a la ciencia reducir a la unidad causas cuya diversidad parecía irreductible a primera vista! Stuart Mill da un ejemplo de ello recordando que, según las teorías modernas, la producción del calor por frotamiento, por percusión, por la acción química, etc., se deriva de una misma y única causa. En sentido inverso, cuando se trata del efecto, el científico distingue muchas veces lo que el vulgo confunde. Para el sentido común la palabra fiebre designa la misma y única entidad mórbida; para la ciencia, hay multitud de fiebres específicamente diferentes y la pluralidad de las causas se encuentra en relación con la de los efectos; y si entre todas estas especies nosológicas hay sin embargo algo en común es que estas causas también se confunden debido a ciertos caracteres suyos.

Importa mucho exorcizar este principio de la sociología, cuya influencia sufren todavía muchos sociólogos y esto incluso si no hacen de él una objeción contra el empleo de método comparativo. Así, se dice corrientemente que el delito puede ser producido de la misma manera por causas diferentes; que ocurre lo mismo con el suicidio, la pena, etc. Practicando con este espíritu el razonamiento experimental, será inútil reunir un número considerable de hechos; no se podrán obtener jamás leyes precisas, relaciones determinadas de causalidad. No se podrá más que asignar vagamente un consecuente mal définido a un grupo confuso e indefinido de antecedentes. Entonces, si se quiere emplear el método comparativo de una manera científica, es decir, ajustándose al principio de causalidad tal como se desprende de la propia ciencia, se deberán tomar por base comparaciones instituidas por la proposición siguiente: A un mismo efecto corresponde siempre una misma causa. Así, volviendo a los ejemplos arriba citados, si el suicidio depende de más de una causa es que, en realidad, hay varias clases de suicidios. Ocurre lo mismo con el delito. En la pena, por el contrario, si se ha creído que se explicaría tan bien por causas diferentes, es que no se ha percibido el elemento común que se encuentra en todos estos antecedentes y en virtud del cual producen su efecto común (3).


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Sin embargo, si bien los diversos procedimientos del método comparativo no son inaplicables a la sociología, no tienen todos la misma fuerza demostrativa.

El llamado método de los residuos, que en otros campos es una forma de razonamiento experimental, no es de ninguna utilidad, por así decirlo, en el estudio de los fenómenos sociales. Aparte de que no puede servir más que a las ciencias bastante avanzadas, puesto que supone el conocimiento de numerosas leyes importantes, los fenómenos sociales son demasiado complejos para que, en un caso dado, se pueda suprimir el efecto de todas las causas menos una.

La misma razón hace difícilmente utilizables el método de concordancias y el de diferencias. Suponen, en efecto, que los casos comparados, o bien concuerdan o bien difieren en un solo punto. Sin duda, no hay ciencia que haya podido jamás instituir experimentos en los que se estableciese de una manera irrefutable el carácter rigurosamente único de una concordancia o de una diferencia. Jamás está uno seguro de no haber dejado escapar algún antecedente que concuerda o que difiere lo mismo que el consecuente, al mismo tiempo y de la misma manera que el único antecedente conocido. Sin embargo, aunque la eliminación absoluta de todo elemento adventicio sea un límite ideal que no se puede alcanzar realmente, las ciencias físico-químicas e incluso las ciencias biológicas se le aproximan lo bastante para que, en gran número de casos, se pueda considerar la demostración como suficiente prácticamente. Pero no ocurre lo mismo en sociología debido a la complejidad, demasiado grande, de los fenómenos junto con la imposibilidad de toda experimentación artificial. Como no se podría hacer un inventario; ni siquiera aproximado, de todos los hechos que existen en el seno de una misma sociedad, o que se suceden en el curso de su historia, no se puede tener jamás la seguridad, ni aun aproximada, de que dos pueblos concuerdan o difieren en todos los aspectos menos uno. Las probabilidades de dejar escapar un fenómeno son muy superiores a las de no olvidar ninguno. En consecuencia, semejante método de demostración no puede dar lugar más que a conjeturas que, reducidas a sí mismas, están desprovistas de todo carácter científico.

Pero ocurre todo lo contrario con el método de las variaciones concomitantes. En efecto, para que sea demostrativo, no es necesario que todas las variaciones diferentes de aquellas que se comparan hayan sido rigurosamente excluidas. El simple paralelismo de los valores por los que pasan los dos fenómenos, con tal de que haya sido establecido en número bastante de casos suficientemente variados, es prueba de que existe entre ellos una relación. Este método debe este privilegio a que enfoca la relación social, no desde fuera como los precedentes, sino desde dentro. No nos hace sólo ver dos hechos que se acompañan o que se excluyen exteriormente (4), de suerte que nada prueba de manera directa que estén unidos por un vínculo interno; por el contrario, nos los muestra participando el uno del otro de una manera continua, al menos en lo que se refiere a la cantidad. Ahora bien, esta participación basta por sí sola para demostrar que no son extraños entre sí. La forma en que se desarrolla un fenómeno expresa su naturaleza; para que se correspondan dos desarrollos es preciso que haya también una correspondencia en las naturalezas que ellos manifiestan. Por tanto, la concomitancia constante es por sí misma una ley, cualquiera que sea el estado de los fenómenos que han quedado fuera de la comparación. Además, para invalidarla no basta con mostrar que ha fallado en algunas aplicaciones particulares del método de concordancias o de diferencias; eso sería atribuir a este género de pruebas una autoridad que no puede tener en sociología. Cuando dos fenómenos varían regularmente de la misma manera, es preciso mantener esta relación aun cuando en ciertos casos uno de estos fenómenos se presente sin el otro. Porque puede ocurrir o bien que se haya impedido a la causa producir su efecto por la acción de alguna causa contraria, o bien que ella se encuentre presente, pero de una forma diferente de la observada anteriormente. Sin duda, hay motivo, como se ha dicho, para examinar los hechos de nuevo, pero no para abandonar en el acto los resultados de una demostración hecha de un modo regular.

Es cierto que las leyes establecidas por este procedimiento no se presentan siempre de buenas a primeras bajo la forma de relaciones de causalidad. La concomitancia puede ser debida a que uno de los fenómenos sea la causa del otro, sino a que los dos son efectos de la misma causa, o bien a que exista entre ellos un tercer fenómeno intercalado pero desapercibido que es el efecto del primero y la causa del último. Por tanto, los resultados a que conduce este método tienen que ser interpretados. Pero, ¿cuál es el método experimental que permite obtener mecánicamente una relación de causalidad sin que haya necesidad de que sean elaborados por el espíritu los hechos establecidos por él? Lo que importa es que esta elaboración se realice metódicamente y he aquí de qué manera se puede proceder. Se investigará en primer lugar, con ayuda de la deducción, cómo ha podido producir uno de los términos al otro, después procurará comprobarse el resultado de esta deducción con ayuda de experimentos, es decir, de comparaciones nuevas. Si es posible la deducción y la comprobación resulta bien, se podrá considerar la prueba como hecha. Si, por el contrario, no se percibe entre estos hechos ningún vínculo directo, sobre todo si la hipótesis de tal vínculo contradice las leyes ya demostradas, habrá que buscar un tercer fenómeno del cual dependan igualmente los otros dos, o que haya podido servir de intermediario entre ellos. Por ejemplo, se puede establecer de la manera más segura que la tendencia al suicidio varía como la tendencia a la instrucción. Pero es imposible comprender cómo puede la instrucción conducir al suicidio; tal explicación está en contradicción con las leyes de la psicología. La instrucción, sobre todo la limitada a los conocimientos elementales, no afecta más que a las regiones más superficiales de la conciencia; por el contrario, el instinto de conservación es una de nuestras tendencias fundamentales. Por tanto, no podría ser afectado sensiblemente por un fenómeno tan alejado y de tan débil repercusión. Llegamos así a preguntarnos si el uno y el otro hecho no serán la consecuencia de un mismo estado. Esta causa común es la debilitación del tradicionalismo religioso, la cual refuerza a la vez la necesidad de saber y la inclinación hacia el suicidio.

Pero hay otra razón que hace del método de las variaciones concomitantes el instrumento por excelencia de las investigaciones sociológicas. En efecto, aun cuando las circunstancias les son más favorables, los otros métodos no se pueden emplear de una manera útil más que si el número de los hechos comparados es muy considerable. Si no se pueden encontrar dos sociedades que no difieran o que no se parezcan más que un punto, por lo menos, sí se puede comprobar que dos hechos o bien se acompañan o bien se excluyen generalmente. Pero para que esta comprobación tenga valor científico, es preciso que se haya hecho un gran número de veces; casi haría falta estar seguro de que se han examinado todos los hechos. Ahora bien, no sólo no es posible un inventario tan completo, sino que además los hechos que se acumulan así no pueden establecerse jamás con suficiente precisión, precisamente porque son demasiado numerosos. No sólo se corre el riesgo de omitir hechos esenciales y que contradicen los ya conocidos, sino que además no se tiene la seguridad de conocer bien estos últimos. En realidad, lo que ha desacreditado muchas veces los razonamientos de los sociólogos es que, como han empleado preferentemente el método de concordancias o el de diferencias, sobre todo el primero, están más preocupados por amontonar documentos que por criticarlos y seleccionarlos. Es así como les ocurre sin cesar que colocan en el mismo plano las observaciones confusas y hechas rápidamente de los viajeros y los textos precisos de la historia. Y viendo estas demostraciones, uno no puede por menos de decir que un solo hecho podría bastar para invalidarlas, sino también que los hechos sobre los cuales se han establecido no inspiran siempre confianza.

El método de las variaciones concomitantes no nos obliga ni a estas enumeraciones incompletas ni a estas observaciones superficiales. Para que dé resultados, bastan algunos hechos. Desde el momento en que se ha probado que en cierto número de casos dos fenómenos varían el uno como el otro, podemos estar seguros de que nos encontramos en presencia de una ley. Como no es necesario que los documentos sean numerosos, éstos pueden ser seleccionados y además estudiados de cerca por el sociólogo que los emplea. Entonces, podrá y, en consecuencia, deberá tomar como materia principal de sus inducciones aquellas sociedades cuya creencia, tradiciones, costumbres y leyes han tomado cuerpo en monumentos escritos y auténticos. Sin duda, no desdeñará las enseñanzas de la etnografía (no son hechos que los pueda desdeñar el sabio), sino que las colocará en su lugar adecuado. En lugar de hacer de ellos el centro de gravedad de sus investigaciones, sólo los utilizará en general como complemento de los que él debe a la historia o, por lo menos, se esforzará por confirmarlos por medio de estos últimos. No sólo circunscribirá así, con más discernimiento, la extensión de sus comparaciones, sino que las conducirá con más espíritu crítico, porque por el hecho mismo de que se aplicará a un orden restringido de hechos podrá controlarlos con más cuidado. Sin duda, él no va a rehacer el trabajo de los historiadores; pero no puede recibir pasivamente y de todas las procedencias las informaciones de que él se sirve.

Pero no hay que creer que la sociología se halle en un estado de sensible inferioridad frente a las demás ciencias porque ella no se pueda servir apenas más que de un solo procedimiento experimental. Este inconveniente está en efecto compensado por la riqueza de las variaciones que se ofrecen espontáneamente a las comparaciones del sociólogo y de las cuales no encuentra ningún ejemplo en los demás reinos de la naturaleza. Los cambios que tienen lugar en un organismo en el curso de una existencia individual son poco numerosos y muy restringidos; los que se pueden provocar artificialmente sin destruir la vida están comprendidos en límites estrechos. Es verdad que se han producido cambios más importantes en el curso de la evolución zoológica, pero no han dejado más que raros y oscuros vestigios de sí mismos, siendo más difícil todavía encontrar las condiciones que los han determinado. Por el contrario, la vida social es una serie ininterrumpida de transformaciones que son paralelas a otras transformaciones en las condiciones de la existencia colectiva; y no tenemos a nuestra disposición sólo las que se relacionan con una época reciente, sino que un gran número de aquellas por las que han pasado pueblos desaparecidos han llegado hasta nosotros. A pesar de sus lagunas, la historia de la humanidad es mucho más clara y completa que la de las especies animales. Además, existe una multitud de fenómenos sociales que se producen en toda la extensión de la sociedad, pero que toman formas diversas según las regiones, las profesiones, las confesiones, etc. Tales son, por ejemplo, el delito, el suicidio, la natalidad, la nupcialidad, el ahorro, etc. De la diversidad de estos medios especiales resultan, para cada uno de estos órdenes de hechos, nuevas series de variaciones, además de las que produce la evolución histórica. Por tanto, si el sociólogo no puede emplear con igual eficacia todos los procedimientos de la investigación experimental, el único método del que casi se puede servir con exclusión de los demás puede ser fecundo en sus manos, porque tiene para ponerlo en práctica recursos incomparables.

Pero este método no produce resultados más que si se practica con rigor. No se prueba nada cuando uno se contenta, como ocurre con frecuencia, con hacer ver por medio de ejemplos más o menos numerosos que, en casos dispersos, los hechos han variado como quiere la hipótesis. De estas concordancias esporádicas y fragmentarias no se puede sacar ninguna conclusión general. Ilustrar una idea no es demostrarla. Lo que hace falta es comparar no variaciones aisladas, sino series de variaciones regularmente constituidas, cuyos términos se vinculen entre sí por una gradación tan continua como sea posible y que además tengan la extensión suficiente. Porque las variaciones de un fenómeno no permiten inducir la ley más que si ellas expresan claramente la forma en que él se desarrolla en circunstancias dadas. Ahora bien, para esto es preciso que haya entre las variaciones la misma continuidad que entre los momentos diversos de una misma evolución natural y además que esta evolución que ellas representan sea bastante prolongada para que su sentido no sea dudoso.


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Pero el cómo deben estar formadas estas series difiere según los casos. Pueden comprender hechos tomados prestados o una sociedad única -o varias sociedades de la misma especie-, o varias especies sociales distintas.

En rigor, puede bastar el primer procedimiento cuando se trata de hechos de una gran generalidad y sobre los cuales poseemos informaciones estadísticas bastante amplias y variadas. Por ejemplo, relacionando la curva que expresa la marcha del suicidio (5) durante un periodo de tiempo suficientemente largo con las variaciones que presenta el mismo fenómeno según las provincias, las clases sociales, el medio ambiente rural o urbano, los sexos, las edades, el estado civil, etc., se puede llegar, incluso sin extender las investigaciones más allá de un solo país, a establecer verdaderas leyes, aunque sea siempre preferible confirmar estos resultados por medio de otras observaciones realizadas sobre otros pueblos de la misma especie. Pero uno no puede contentarse con comparaciones tan limitadas más que cuando se estudia alguna de estas corrientes sociales que están esparcidas por toda la sociedad, a la vez que varían de un punto a otro. Cuando, por el contrario, se trata de una institución, de una regla jurídica, o moral, de una costumbre organizada, que es la misma y funciona de la misma manera en toda la extensión del país y no cambia más que en el tiempo, no podemos encerrarnos en el estudio de un solo pueblo; porque entonces no se tendría como objeto de la prueba más que un solo par de curvas paralelas, a saber, las que expresan la marcha histórica del fenómeno considerado y de la causa supuesta, pero en esta sola y única sociedad. Sin duda, este paralelismo único, si es constante, es ya un hecho considerable, pero por sí solo no podría constituir una demostración.

Incluyendo en el estudio varios pueblos de la misma especie, se dispone de un campo comparativo más amplio. En primer lugar, puede confrontarse la historia de uno con la de los demás y ver si en cada uno de ellos, tomado aparte, evoluciona el mismo fenómeno a lo largo del tiempo en función de las mismas condiciones. Después se pueden establecer comparaciones entre estos diversos desarrollos. Se determinará, p. ej., la forma que toma el hecho estudiado en las diferentes sociedades en el momento en que llega a su apogeo. Como, aun perteneciendo al mismo tipo, son ellas individualidades distintas, esta forma no es en todas partes la misma; es más o menos acusada según los casos. Se tendrá así una serie de variaciones que se compararán con las que presenta en el mismo momento y en cada uno de estos países la condición supuesta. Así, después de haber seguido la evolución de la familia patriarcal a través de la historia de Roma, Atenas y Esparta, se clasificarán estas mismas ciudades de acuerdo con el desarrollo máximo alcanzado en cada una de ellas por este tipo familiar y se verá en seguida si, con relación al estado del medio social del que parece depender según la primera experiencia, se clasifican todavía las sociedades de la misma manera.

Pero este método no basta. Sólo se aplica, en efecto, a los fenómenos que se han producido durante la vida de los pueblos comparados. Ahora bien, una sociedad no crea todas las piezas de su organización; la recibe en parte completamente hecha de las sociedades que le han precedido. Lo que le es transmitido así no es, en el curso de su historia, el producto de ningún desarrollo; por consiguiente, no puede explicarse si no se sale de los límites de la especie de que forma parte. Sólo las adiciones que se acumulan a este fondo primitivo y le transforman se pueden tratar de esta manera. Pero cuanto más se eleva uno en la escala social, menos representan los caracteres adquiridos por cada pueblo al lado de los caracteres transmitidos. Es ésta, por otra parte, la condición de todo progreso. Así, los elementos nuevos que hemos introducido en el derecho de familia, en el derecho de propiedad y en la moral desde el comienzo de nuestra historia son poco numerosos y poco importantes relativamente, comparados con los que nos ha legado el pasado. Las novedades que se producen así no se pueden comprender si no se han estudiado primero estos fenómenos más fundamentales que son sus raíces y no se pueden estudiar más que con la ayuda de comparaciones mucho más amplias. Para poder explicar el estado actual de la familia, el matrimonio, la propiedad, etcétera, sería necesario conocer cuáles son sus orígenes, cuáles son los elementos simples de que están constituidas estas instituciones; la historia comparada de las grandes sociedades europeas no podría arrojar mucha luz sobre estos puntos. Hay que remontarse más alto.

Por consiguiente, para dar cuenta de una institución social que pertenezca a una especie determinada, se compararán las formas diferentes que ella presenta no sólo en los pueblos de esta especie, sino en todas las especies anteriores. ¿Se trata, por ejemplo, de la organización familiar? Se constituirá primero el tipo más rudimentario que jamás haya existido, para seguir a continuación paso a paso la forma en que se ha complicado progresivamente. Este método, que podría llamarse genético, nos daría a la vez el análisis y la síntesis del fenómeno. Porque, por una parte, nos mostraría en el estado disociado los elementos que lo componen por el solo hecho de que nos los haría ver superponiéndose sucesivamente los unos a los otros y, al mismo tiempo, gracias a este amplio campo de comparaciones, se encontraría mejor en estado de determinar las condiciones de que dependen su formación y su asociación. Por consiguiente, no puede explicarse un hecho social de alguna complejidad más que a condición de seguir su desarrollo integral a través de todas las especies sociales. La sociología comparada no es una rama especial de la sociología; es la sociología misma, en tanto en cuanto deja de ser puramente descriptiva y aspira a dar cuenta de los hechos.

En el curso de estas comparaciones ampliadas, se comete con frecuencia un error que falsea sus resultados. Ha ocurrido a veces que para juzgar el sentido en que se desarrollan los acontecimientos sociales se ha comparado simplemente lo que pasa en la decadencia de cada especie con lo que se produce al principio de la especie siguiente. Procediendo así, se ha creído poder decir, por ejemplo, que el debilitamiento de las creencias religiosas y de todo tradicionalismo no podía ser más que un fenómeno pasajero de la vida de los pueblos, porque no aparece más que durante el último período de su existencia para cesar a partir del momento en que vuelve a empezar una evolución nueva. Pero con este método nos exponemos a tomar como marcha regular y necesaria del progreso lo que sólo es el efecto de una causa completamente distinta. En efecto, el estado en que se encuentra una sociedad joven no es la simple prolongación del estado a que habían llegado al fin de su carrera las sociedades a las que ella reemplaza, sino que proviene en parte de esta misma juventud que impide que los productos de las experiencias hechas por los pueblos anteriores sean utilizables y asimilables inmediatamente. Es así como recibe el niño de sus padres facultades y predisposiciones que no entran en juego más que tardíamente en su vida. Por tanto es posible, tomando el mismo ejemplo, que esta vuelta del tradicionalismo que se observa al principio de cada historia se deba no al hecho de que un retroceso del mismo fenómeno no puede ser nunca más que transitorio, sino a las condiciones especiales en que se halla colocada toda sociedad que comienza. La comparación no puede ser demostrativa más que si se le elimina este factor de la edad que la perturba; para conseguirlo, bastará con considerar a las sociedades que se comparan en el mismo período de su desarrollo. Así, para saber en qué sentido evoluciona un fenómeno social, se comparará lo que este fenómeno es durante la juventud de cada especie con lo que llega a ser durante la juventud de la especie siguiente, y según que de una de estas etapas a la otra presente más, menos o tanta intensidad, se dirá que progresa, retrocede o se mantiene.



Notas

(1) Cours de philosophie positive, IV. 328.

(2) Systeme de Logique, II. 478.

(3) Division du travail social, pág. 87.

(4) En el caso del método de diferencias, la ausencia de la causa excluye la presencia del efecto.

(5) Ver Poldinger, W.: Op. cit.

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