Índice de Las reglas del método sociológico de Émile DurkheimCapítulo sextoBiblioteca Virtual Antorcha

CONCLUSIÓN

En resumen, los caracteres de este método son los siguientes.

En primer lugar, es independiente de toda filosofía. Debido a que la sociología ha nacido de las grandes doctrinas filosóficas, ha conservado la costumbre de apoyarse en algún sistema con el que se siente solidaria. Es así como ha sido sucesivamente positivista, evolucionista, espiritualista, mientras que debe contentarse con ser sencillamente sociología. Incluso dudaríamos de calificarla de naturalista a menos que se quiera indicar con esta palabra sólo que considera los hechos sociales como naturalmente explicables y, en este caso, el epíteto es inútil, puesto que no significa sino que el sociólogo hace una labor científica y no es un místico. Pero nosotros rechazamos la palabra, si se le da un sentido doctrinal sobre la esencia de las cosas sociales; si, por ejemplo, se dice que son reducibles a las demás fuerzas cósmicas. La sociología no tiene que tomar partido entre las grandes hipótesis que dividen a los metafísicos. No tiene por qué inclinarse más por la libertad que por el determinismo. Lo que pide que se le conceda es que se aplique a los fenómenos sociales el principio de causalidad. Además este principio es expuesto por ella no como una necesidad racional, sino sólo como un postulado empírico, producto de una inducción legítima. Puesto que la ley de causalidad ha sido comprobada en los demás reinos de la naturaleza, extendiendo su imperio del mundo físicoquímico al mundo biológico y de éste al mundo psicológico, es lícito admitir que ella es también verdad en lo que se refiere al mundo social; y es posible añadir ahora que las investigaciones emprendidas basándose en este postulado tienden a confirmarlo. Pero no queda por esto zanjada la cuestión de si la naturaleza del vínculo causal excluye cualquier otra contingencia.

Por lo demás, la misma filosofía tiene interés en esta emancipación de la sociología: Porque mientras que el sociólogo no haya olvidado lo suficiente al filósofo, no considerará las cosas sociales más que por su lado más general, aquel en que más se parecen a las demás cosas del universo. Ahora bien, si la sociología así concebida puede servir para ilustrar la filosofía como hechos curiosos, no podría enriquecerla con opiniones nuevas, puesto que no aporta nada nuevo en el objeto que ella estudia. Pero si, en realidad, los hechos fundamentales de los demás reinos se encuentran de nuevo en el reino social, ello es bajo formas especiales que hacen comprender mejor su naturaleza porque son su expresión más elevada. Sólo que para percibirlos bajo este aspecto hay que salir de las generalidades y entrar en el detalle de los hechos. Es así como la sociología, a medida que se especialice, suministrará a la reflexión filosófica materiales más originales. Lo que precede ha podido hacer entrever ya cómo nociones esenciales, tales como especie, órgano, función, salud y enfermedad, causa y fin se presentan en ella bajo aspectos completamente nuevos. Por otra parte, ¿no es la sociología la destinada a poner de relieve una idea que podría ser la base, no sólo de una psicología, sino de toda una filosofía, la idea de asociación?

Frente a las doctrinas prácticas, nuestro método permite y requiere la misma independencia. La sociología así entendida no será ni individualista, ni comunista, ni socialista, en el sentido que se da vulgarmente a estas palabras. Por principio, ignorará estas teorías a las que no podría reconocer un valor científico puesto que no tienden directamente a expresar los hechos, sino a reformarlos. En todo caso, si se interesa en ellos es en la medida en que ve en los mismos hechos sociales que pueden ayudarla a comprender la realidad social poniendo de manifiesto las necesidades que influyen en la sociedad. Pero ello no significa que deba desinteresarse de las cuestiones prácticas. Por el contrario, se ha podido ver que nuestra preocupación constante era orientarla de forma que pudiera conseguir su fin prácticamente. La sociología vuelve a encontrar necesariamente estos problemas al final de sus investigaciones. Pero por el mismo hecho de que éstos no se presentan a ella más que en ese momento, y que en consecuencia se separan de los hechos pero no de las pasiones, puede preverse que deben plantearse para el sociólogo en términos completamente distintos que para la muchedumbre, y las soluciones, desde luego parciales, que él aporte no podrían coincidir exactamente con ninguna de aquellas a las que se adhieren los partidos. Pero el papel de la sociología desde este punto de vista debe consistir cabalmente en liberarnos de todos los partidos, no tanto oponiendo una doctrina a las doctrinas, como haciendo a los espíritus adoptar una actitud especial que sólo la ciencia puede dar debido al contacto directo con las cosas. En efecto, sólo ella puede enseñar a tratar con respeto, pero sin fetichismo, las instituciones históricas, cualesquiera que sean, haciéndonos sentir, a la vez, lo que tienen de necesario y de contingente, su fuerza de resistencia y su infinita variabilidad.

En segundo lugar, nuestro método es objetivo. Está completamente dominado por la idea de que los hechos sociales son cosas y deben ser tratados como tales. No hay duda de que este principio se encuentra, bajo una forma algo diferente, en la base de las doctrinas de Comte y Spencer. Pero estos grandes pensadores han dado su fórmula teórica, mas no lo han puesto en práctica. Para que el método no fuese letra muerta, no bastaba con promulgarlo; era preciso hacer de él la base de toda una disciplina que cogiese al sabio en el momento en que aborda el objeto de sus investigaciones y que lo acompañase paso a paso en todos sus trabajos. Nosotros nos hemos consagrado precisamente a instituir esta disciplina. Hemos mostrado cómo debía descartar el sociólogo las nociones anticipadas que tenía de los hechos para enfrentarse con los propios hechos; cómo debía tratarlos basándose en sus caracteres más objetivos; cómo debía pedirles el medio de clasificarlos en sanos y enfermos; cómo, en fin, debía inspirarse en el mismo principio tanto en las explicaciones que diera como en la forma de probar estas explicaciones. Porque una vez que se tiene el sentimiento de encontrarse en presencia de cosas, no se piensa ya en explicarlas por medio de cálculos utilitarios ni por razonamientos de ninguna clase. Se comprende muy bien la separación que hay entre tales causas y tales efectos. Una cosa es una fuerza que no puede crearse más que por otra fuerza. Se investiga entonces para explicar los hechos sociales, las energías capaces de producirlos. No sólo son otras las explicaciones, sino que se demuestran de otra manera, o más bien es entonces solamente cuando se siente la necesidad de demostrarlas. Si los fenómenos sociológicos no son más que sistemas de ideas objetivadas, explicarlos es volverlos a pensar en su orden lógico y esta explicación es por sí misma su propia prueba; todo lo más, acaso haya lugar a confirmarla mediante algunos ejemplos. Por el contrario, tan sólo las experiencias metódicas pueden arrancar su secreto a las cosas.

Consideramos los hechos sociales como cosas, pero como cosas sociales. El tercer rasgo característico de nuestro método es el de ser exclusivamente sociológico. Con frecuencia ha parecido que estos fenómenos, a causa de su gran complejidad, o bien eran refractarios a la ciencia, o bien no podían entrar en ella más que reducidos a sus condiciones elementales, sean físicas, sean orgánicas, es decir, despojados de su naturaleza propia. Nos hemos dedicado, por el contrario, a establecer que era posible tratarlos científicamente sin quitarles nada de sus caracteres específicos. Incluso nos hemos negado a identificar esta inmaterialidad sui generis que los caracteriza con la ya compleja de los fenómenos psicológicos; con mayor razón nos hemos prohibido subsumirla, como la escuela italiana, en las propiedades generales de la materia organizada (1). Hemos hecho ver que un hecho social sólo se puede explicar por otro hecho social y al mismo tiempo hemos mostrado cómo es posible este tipo de explicación, señalando al medio social interno como el motor principal de la evolución colectiva. Por lo tanto, la sociología no es la aneja de ninguna otra ciencia; es ella en sí misma una ciencia distinta y autónoma; el sentimiento de lo que tiene de especial la realidad social es incluso tan necesario al sociólogo que sólo una cultura especialmente sociológica puede preparar para la comprensión de los hechos sociales.

Estimamos que éste es el progreso más importante de los que aún le quedan por hacer a la sociología. Sin duda, cuando una ciencia está a punto de nacer, nos vemos obligados, para elaborarla, a referimos a los únicos modelos existentes, es decir, a las ciencias ya formadas. Hay en ellas un tesoro de experiencias completamente hechas que sería insensato no aprovecharlas. Sin embargo, una ciencia sólo puede considerarse definitivamente constituida cuando tiene por objeto un orden de hechos que no estudian las demás ciencias. Ahora bien, es imposible que las mismas nociones puedan convenir de la misma manera a cosas de diferente naturaleza.

Creemos que éstos son los principios del método sociológico.

Acaso parezca este conjunto de reglas complicado sin motivo alguno, si se le compara con los procedimientos empleados corrientemente. Todo este aparato de precauciones quizá semeja ser muy laborioso para una ciencia que hasta ahora no reclamaba apenas, de los que se consagraban a ella, sino una cultura general y filosófica; y es cierto, en efecto, que la puesta en práctica de tal método no podría producir el resultado de divulgar la curiosidad por las cosas sociológicas. Cuando, como condición previa, se pide a la gente que se deshaga de los conceptos que acostumbra aplicar a un orden de cosas, no puede esperarse que se reclute una clientela numerosa. Pero no es éste el fin a que aspiramos. Creemos, por el contrario, que ha llegado para la sociología el momento de renunciar a los éxitos mundanos, por así decirlo, y de tomar el carácter esotérico que conviene a toda ciencia. Con ello ganará en dignidad y autoridad lo que pierde en popularidad. Porque mientras continúe mezclada en las luchas de partidos, mientras quede satisfecha con elaborar, con más lógica que el vulgo, las ideas comunes, y carezca, en consecuencia, de una competencia especial, no tendrá derecho a hablar lo suficientemente alto para acallar pasiones y prejuicios. Seguramente está todavía lejano el tiempo en que pueda desempeñar con eficacia este papel; por tanto, nos es preciso trabajar para ponerla en condiciones de desempeñarlo algún día en el futuro.



Notas

(1) Por consiguiente, es improcedente calificar nuestro método de materialista.

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