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CAPÍTULO CUARTO

REGLAS RELATIVAS A LA CONSTITUCIÓN DE LOS TIPOS SOCIALES

Puesto que un hecho social sólo puede ser calificado de normal o de anormal en relación con una especie social determinada, lo que hemos dicho anteriormente implica que una rama de la sociología está consagrada a la constitución y clasificación de estas especies.

Esta noción de especie social tiene además la gran ventaja de facilitarnos un término medio entre las dos concepciones contrarias de la vida colectiva que durante largo tiempo se han repartido entre sí los teóricos; me refiero al nominalismo de los historiadores (1) y al realismo de los filósofos. Para el historiador, las sociedades constituyen otras tantas individualidades heterogéneas que no se pueden comparar entre sí. Cada pueblo tiene su fisonomía, su constitución especial, su derecho, su moral, su organización económica, que le son peculiares y, por ello, toda generalización es casi imposible. Para el filósofo, por el contrario, todos estos agrupamientos particulares llamados tribus, ciudades, naciones, no son otra cosa que combinaciones contingentes y provisionales sin realidad propia. No hay nada real más que la humanidad, y toda evolución social dimana de los atributos generales de la naturaleza humana. Para los primeros, por consiguiente, la historia no es más que una serie de acontecimientos que se encadenan sin reproducirse; para los últimos, estos mismos acontecimientos sólo tienen valor e interés como ilustración de las leyes generales que se hallan inscritas en la constitución del hombre y que dominan todo el desarrollo histórico. Para aquéllos, no se podría aplicar a las demás sociedades lo que es bueno para una de ellas. Las condiciones del estado de salud varían de un pueblo a otro y no son determinables teóricamente; es una cuestión dé práctica, de experiencia, de tanteos. Para los otros, pueden ser calculadas de una vez para siempre y para todo el género humano. Parecería entonces que la realidad social no podría ser objeto más que de una filosofía abstracta y vaga o de monografías puramente descriptivas. Pero se elude esta alternativa una vez que se ha reconocido que entre la confusa multitud de las sociedades históricas y el concepto único, pero ideal, de la humanidad, hay términos medios: son las especies sociales. En la idea de especie, en efecto, se encuentran ellas reunidas y también la unidad que exige toda investigación verdaderamente científica y la diversidad que ofrecen los hechos, puesto que la especie es la misma en todos los individuos que forman parte de ella y, por otra parte, las especies difieren entre sí. Es cierto que las instituciones morales, jurídicas, económicas, etc., son infinitamente variables, pero estas variaciones no son de tal naturaleza que no ofrezcan algún punto de apoyo al pensamiento científico.

Es por haber desconocido la existencia de especies sociales por lo que Comte ha creído poder presentar el progreso de las sociedades humanas como idéntico al de un pueblo único con el cual serían idealmente relacionadas todas las modificaciones consecutivas observadas en las poblaciones diferentes (2). Es que, en efecto, si sólo existe una especie social, las sociedades particulares no pueden diferir entre sí más que en el grado, según presenten de un modo más o menos completo los rasgos constitutivos de esta especie única, o que reflejen más o menos perfectamente a la humanidad. Si, por el contrario, existen tipos sociales cualitativamente distintos entre sí, será inútil aproximarlos, no se podrá hacer que se unan exactamente como las secciones homogéneas de una figura geométrica. El desarrollo histórico pierde así la unidad ideal y simplista que se le atribuía; se fragmenta, por así decirlo, en una multitud de trozos que, como difieren entre sí específicamente, no podrían unirse de una manera continua. La famosa metáfora de Pascal, adoptada después por Comte, carece en adelante de verdad.

Pero, ¿cómo hay que obrar para constituir estas especies?


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Acaso parezca, a primera vista, que no hay otra manera de proceder que estudiar cada sociedad en particular, hacer de ella una monografía tan exacta y completa como sea posible, luego comparar todas estas monografías, ver en qué concuerdan y en qué divergen y después, según la importancia relativa de estas semejanzas y de estas divergencias, clasificar los pueblos en grupos semejantes o diferentes. En apoyo de este método, debe observarse que sólo es admisible en una ciencia basada en la observación. La especie, en efecto, no es más que el compendio de los individuos; entonces, ¿cómo constituirla si no se comienza por describir cada uno de ellos y por describirlo de un modo completo? ¿No constituye una regla no remontarse a lo general más que después de haber observado lo particular y todo lo particular? Es por esta razón por lo que se ha querido a veces diferir la sociología hasta la época indefinidamente alejada en que la historia, en el estudio que hace de las sociedades particulares, haya llegado a resultados bastante objetivos y definidos para poderlos comparar útilmente.

Pero, en realidad, esta circunspección no tiene de científica más que la apariencia. En efecto, es inexacto que la ciencia sólo pueda instituir leyes después de haber pasado revista a todos los hechos que ellas expresan, ni formar géneros más que después de haber descrito en su integridad los individuos que ellos comprenden. El verdadero método experimental tiende más bien a sustituir los hechos vulgares, que no son demostrativos más que a condición de ser numerosos y que por consiguiente no permiten obtener más que conclusiones siempre dudosas, por hechos decisivos y cruciales, como decía Bacon (3), que por sí mismos y con independencia de su número tienen un valor y un interés científicos. Sobre todo es necesario proceder así cuando se trata de constituir géneros y especies. Porque hacer el inventario de todos los caracteres que pertenecen a un individuo es un problema insoluble. Todo individuo es un infinito y el infinito no puede ser agotado. ¿Nos atendremos entonces a las propiedades más esenciales? Pero, ¿de acuerdo con qué principio se hará la selección? Es preciso para ello un criterio que vaya más allá del individuo, criterio que las monografías mejor hechas no podrían facilitarnos. Incluso sin llevar las cosas a tal extremo, es posible prever que cuanto más numerosos sean los caracteres que sirvan para la clasificación, más difícil será también que las diversas materias de que se forman en los casos particulares presenten semejanzas bastante claras y diferencias bastante netas para permitirnos la constitución de grupos y de subgrupos definidos.

Pero aunque fuese posible una clasificación según este método, tendría el gran defecto de no rendir los servicios que son su razón de ser. En efecto, debe ante todo tener por objeto abreviar el trabajo científico, sustituyendo la multiplicidad indefinida de los individuos por un número restringido de tipos. Pero pierde esta ventaja si estos tipos no han sido constituidos más que después de que se haya pasado revista a todos los individuos y se les haya analizado por completo. Apenas puede facilitar la investigación, si se limita a resumir las investigaciones ya realizadas. Sólo será verdaderamente útil si nos permite clasificar otros caracteres aparte de los que le sirven de fundamento, si nos facilita cuadros para los hechos futuros. Su papel es ponernos en contacto con puntos de referencia con los que podamos relacionar otras observaciones que no sean las que nos han suministrado estos puntos de referencia. Pero para esto es preciso que la clasificación se haga, no a modo de un inventario completo de todos los caracteres individuales, sino de acuerdo con un pequeño número escogido cuidadosamente entre ellos. En estas condiciones, no servirá solamente para poner un poco de orden en los conocimientos completamente elaborados, sino para elaborarlos. Ahorrará al observador mucho trabajo inútil, porque ella le guiará. Así, una vez que se halle establecida la clasificación sobre este principio, no será necesario haber observado todas las sociedades de una especie para saber si un hecho es general en esta especie, serán suficientes algunas. Incluso en muchos casos bastará una observación bien hecha o una experimentación bien dirigida para establecer una ley.

Debemos entonces elegir para nuestra clasificación caracteres muy esenciales. Es cierto que no pueden ser conocidos más que si la explicación de los hechos está bastante avanzada. Estas dos partes de la ciencia son solidarias y progresan paralelamente. Sin embargo, sin adentrarnos demasiado en el estudio de los hechos, no es difícil conjeturar en qué parte es preciso buscar las propiedades características de los tipos sociales. Sabemos, en efecto, que las sociedades están compuestas de partes añadidas entre sí. Puesto que la naturaleza de toda resultante depende necesariamente de la naturaleza de los elementos componentes, de su número y de la forma en que se combinan, son evidentemente estos caracteres los que debemos tomar como base y se verá, en efecto, que es de ellos de los que dependen los hechos generales de la vida social. Por otra parte, como son de orden morfológico, se podría llamar Morfología social la parte de la sociología que tiene por fin constituir y clasificar los tipos sociales.

Incluso se puede precisar más el principio de esta clasificación. Se sabe, en efecto, que estas partes constitutivas de que está formada toda sociedad son sociedades más sencillas que ella. Un pueblo está constituido por la reunión de dos o más pueblos que le han precedido. Entonces, si conociésemos la sociedad más sencilla que haya existido jamás, para hacer nuestra clasificación no tendríamos más que estudiar cómo se compone esta sociedad y cómo se componen entre sí sus elementos.


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Spencer ha comprendido bien que la clasificación metódica de los tipos sociales no podía tener otro fundamento.

Hemos visto -dice- que la evolución social comienza por pequeños agregados sencillos; que progresa por la unión de algunos de estos agregados, estos grupos se unen con otros semejantes a ellos para formar agregados todavía mayores. Por ello nuestra clasificación debe comenzar por las sociedades del primer orden, es decir, del orden más sencillo (4).

Desgraciadamente, para poner en práctica este principio, haría falta comenzar por definir con precisión lo que se entiende por sociedad simple. Ahora bien, Spencer no sólo no da esta definición, sino que la juzga casi imposible (5). Es que, en efecto, la sencillez, tal como él la entiende, consiste esencialmente en una cierta tosquedad de organización. Pero no es fácil decir con exactitud en qué momento la organización social es lo bastante rudimentaria para que pueda calificarse de simple; es una cuestión de apreciación. También la fórmula que da respecto de ella es tan indefinida que conviene a toda clase de sociedades. Lo mejor que podemos hacer -dice- es considerar como sociedad simple la que forma un todo que no está sujeto a otro y cuyas partes cooperan con un centro regulador o sin él para obtener ciertos fines de interés público (6). Pero hay muchos pueblos que satisfacen esta condición. Y así resulta que confunde, un poco al azar, bajo esta misma rúbrica a todas las sociedades menos civilizadas. Nos podemos imaginar lo que puede ser, con semejante punto de partida, el resto de su clasificación. Se ven en ella unidas en la más extraña confusión las sociedades más dispares, los griegos homéricos puestos al lado de los feudos del siglo X y por debajo de los bechuanas, de los zulús y de los habitantes de las islas Fidji, la confederación ateniense al lado de los feudos de Francia en el siglo XIII y por debajo de los iroqueses y los araucanos.

La palabra sencillez no tiene sentido definido más que si significa ausencia completa de partes. Por tanto, se entenderá por sociedad simple toda sociedad que no encierre otras más sencillas que ella; que no sólo esté realmente reducida a un sector único, sino que además no presente ningún rastro de divisiones anteriores. La horda, tal como la hemos definido en otra parte (7), responde exactamente a esta definición. Es un agregado social que no comprende ni ha comprendido jamás en su seno ningún otro agregado social más elemental, sino que se resuelve o convierte inmediatamente en individuos. Éstos no forman en el interior del grupo total grupos especiales diferentes del precedente, están yuxtapuestos atómicamente. Se concibe que no pueda haber sociedad más simple; es el protoplasma del reino social y, por consiguiente, la base natural de toda clasificación.

Es cierto que acaso no haya sociedad que responda exactamente a estas condiciones, pero como hemos demostrado en el libro anteriormente citado, conocemos una multitud de sociedades que están formadas inmediatamente y sin otro intermediario por una serie de hordas. Cuando la horda se convierte de esta manera en un sector social, en lugar de ser la sociedad entera, cambia de nombre y se llama clan, pero conserva los rasgos constitutivos. El clan es, en efecto, un agregado social que no se resuelve en ningún otro más restringido. Acaso se haga observar que generalmente allí donde nosotros lo observamos hoy día, encierra una pluralidad de familias particulares. Pero en principio, por razones que no podemos exponer aquí, creemos que la formación de estos pequeños grupos familiares es posterior al clan; pues no constituyen, propiamente hablando, sectores sociales, ya que no son divisiones políticas. En todas partes donde se le encuentra el clan constituye la última división de este género. Por consiguiente, aun cuando no tuviésemos otros hechos para postular la existencia de la horda -y hay algunos que expondremos en otra ocasión- la existencia del clan, es decir, de sociedades formadas por una reunión de hordas, nos autoriza a suponer que ha habido sociedades más simples que se reducían a la horda propiamente dicha, y a hacer de ésta el tronco o matriz de donde han salido todas las especies sociales.

Una vez planteada esta noción de la horda o sociedad de sector único -bien sea concebida como realidad histórica o como postulado de la ciencia~ se tiene el punto de apoyo necesario para construir la escala completa de los tipos sociales. Se distinguirán tantos tipos fundamentales como maneras haya para la horda de combinarse consigo misma dando nacimiento a sociedades nuevas y dando lugar a que éstas se combinen entre sí. Se encontrarán al principio agregados formados por una simple repetición de hordas o de clanes (por darles su nuevo nombre), sin que estos clanes estén asociados entre sí de manera que formen grupos intermedios entre el grupo total que los comprende a todos y cada uno de ellos. Están simplemente yuxtapuestos como los individuos de la horda. Se encuentran ejemplos de estas sociedades que se podrían llamar polisegmentarias simples en ciertas tribus iroquesas y australianas. La llamada arch o tribu kábila tiene el mismo carácter; es una reunión de clanes establecidos fijamente bajo la forma de aldeas. Muy probablemente hubo un momento en la historia en que la curia romana y la fratria ateniense eran una sociedad de este género. Por encima, vendrían las sociedades formadas por una reunión de sociedades de la especie anterior, es decir, las sociedades polisegmentarias compuestas simplemente. Tal es el carácter de la confederación iroquesa y de la formada por la reunión de tribus kábilas; ocurrió lo mismo en su origen con cada una de las tribus primitivas cuya asociación dio lugar más tarde al nacimiento de la ciudad romana. Se encontrarían a continuación las sociedades polisegmentarias compuestas doblemente que resultan de la yuxtaposición o fusión de varias sociedades polisegmentarias compuestas simplemente. Tales son la ciudad, agregado de tribus, que a su vez son agregados de curias, que a su vez se resuelven en gentes o clanes, y la tribu germánica, con sus condados, que se subdividen en centurias, las cuales, por su parte, tienen por última unidad el clan convertido ya en aldea.

No vamos a desarrollar más ni a prolongar estas indicaciones, puesto que no se trata aquí de hacer una clasificación de las sociedades. Es un problema demasiado complejo para ser tratado de esa manera, como de pasada; exige, por el contrario, una serie de investigaciones largas y especiales. Hemos querido solamente precisar, con algunos ejemplos, las ideas y mostrar cómo se debe aplicar el principio del método. Incluso no sería necesario considerar lo que precede como una clasificación completa de las sociedades inferiores. Hemos simplificado un poco las cosas para mayor claridad. Suponemos, en efecto, que cada tipo superior estaba formado por la repetición de sociedades de igual característica, a saber, del tipo inmediato inferior. Ahora bien, nada se opone a que sociedades de especies diversas, situadas a diferente altura en el árbol genealógico de los tipos sociales, se reúnan a fin de formar una especie nueva. De ello se conoce por lo menos un caso; es el Imperio romano, que comprendía en su seno pueblos de las más diversas naturalezas (8).

Pero una vez constituidos estos tipos, habrá lugar a distinguir en cada uno de ellos variedades diferentes según que las sociedades segmentarias, que sirven para formar la sociedad resultante, conserven una cierta individualidad, o que, por el contrario, sean absorbidas en la masa total. Se comprende, en efecto, que los fenómenos sociales deben variar, no solamente según la naturaleza de los elementos componentes, sino según la forma de su composición; deben sobre todo ser diferentes según que cada uno de los grupos parciales conserve su vida local o que todos sean arrastrados a la vida general, es decir, según que estén más o menos estrechamente concentrados. Por consiguiente, se deberá investigar si, en un momento cualquiera, se produce una fusión completa de estos sectores. Se reconocerá que existe ésta por el hecho de que esta composición original de la sociedad no afecta a su organización administrativa y política. Desde este punto de vista se distingue la ciudad netamente de las tribus germánicas. En estas últimas se mantiene la organización a base de clanes, aunque esfumada, hasta el final de su historia, mientras que en Roma y en Atenas las gens y las (Vocablo griego que no podemos reproducir Nota de Chantal López y Omar Cortés) cesaron muy pronto de ser divisiones políticas para convertirse en agrupaciones privadas.

En el interior de los cuadros así constituidos, se podrá intentar introducir nuevas distinciones de acuerdo con caracteres morfológicos secundarios. Sin embargo, por razones que daremos más adelante, no creemos apenas posible ir útilmente más allá de las divisiones generales que acaban de indicarse. No vamos a entrar en estos detalles, nos basta con haber enunciado el principio de clasificación que se puede expresar así: Se comenzará por clasificar las sociedades de acuerdo con el grado de composición que presenten, tomando como base la sociedad perfectamente simple o un sector único; en el interior de estas clases se distinguirán diferentes variedades según que se produzca o no una fusión completa de los sectores iniciales.


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Estas reglas responden implícitamente a una pregunta que el lector acaso se haya hecho viéndonos hablar de especies sociales como si las hubiese, sin haber establecido directamente su existencia. Esta prueba está contenida en el principio mismo del método que acabamos de exponer.

Hemos visto, en efecto, que las sociedades no eran más que combinaciones diferentes de una misma y única sociedad original. Ahora bien, un mismo elemento no se puede componer consigo mismo y los componentes que resulten de ello no pueden, a su vez, componerse entre sí más que siguiendo un número de modos limitado, sobre todo cuando los elementos componentes son poco numerosos; éste es el caso de los sectores sociales. La gama de combinaciones posibles es entonces finita y, en consecuencia, la mayor parte de ellas deben, por lo menos, repetirse. Se ve así que hay especies sociales. Además es posible que algunas de estas combinaciones no se produzcan más que una sola vez. Esto no impide que haya especies. Lo único que se dirá en tal caso es que la especie no cuenta más que con un individuo (9).

Hay entonces especies sociales por la misma razón que hace que haya especies en biología. Éstas, en efecto, se deben al hecho de que los organismos no son más que combinaciones variadas de una misma y única unidad anatómica. Sin embargo, desde este punto de vista hay una gran diferencia entre los dos reinos. En efecto, en los animales un factor especial viene a dar a los caracteres específicos una fuerza de resistencia que no tienen los otros; es la generación. Los primeros, porque son comunes a toda la línea de ascendientes, están arraigados mucho más fuertemente en el organismo. Debido a ello no se dejan fácilmente dominar por la acción de los medios ambientes individuales, sino que se mantienen idénticos a sí mismos, a pesar de la diversidad de las circunstancias exteriores. Hay una fuerza interna que los fija a pesar de las excitaciones para variar que puedan venir del exterior; es la fuerza de los hábitos hereditarios. Por este motivo se hallan netamente definidos y se pueden determinar con precisión. En el reino social está ausente esta causa interna. Los caracteres no se pueden reforzar por la generación, porque no duran más que una generación. Es normal, en efecto, que las sociedades engendradas sean de otra especie que las sociedades generatrices, porque estas últimas, al combinarse, dan nacimiento a estructuras completamente nuevas. Únicamente la colonización se podría comparar con una generación por germinación; además, para que la asimilación sea exacta, es preciso que el grupo de colonos no vaya a mezclarse con alguna sociedad de otra especie o de otra variedad. Los atributos distintivos de la especie no reciben entonces por la herencia un aumento de fuerza que la permita resistir a las variaciones individuales. Pero ellos se modifican y matizan hasta el infinito bajo la acción de las circunstancias; además, cuando se quiere lograrlos, una vez descartadas todas las variantes que los ocultan, no se obtiene muchas veces más que un residuo indeterminado. Esta indeterminación crece tanto más cuanto mayor sea la complejidad de los caracteres; porque cuanto más compleja es una cosa, más combinaciones diferentes pueden formar las partes que la componen. De ello se desprende que el tipo específico, más allá de los caracteres más generales y más simples, no presenta contornos tan definidos como en biología (10).



Notas

(1) Lo llamo así porque ha sido frecuente en los historiadores, pero no quiero decir que se halle en todos este nominalismo.

(2) Cours de philos. pos., IV, 263.

(3) Novum Organum, 11, § 36.

(4) Sociologie, II, 135.

(5) No podemos decir siempre con precisión lo que constituye una sociedad simple. (Ibíd., 135-136)

(6) Ibíd., 136.

(7) Division du travail social, pág. 189.

(8) Sin embargo. es probable que. en general. la distancia entre las sociedades componentes no fuese grande; de lo contrario. no podría haber ninguna comunidad moral entre ellas.

(9) ¿No es éste el caso del imperio romano, que al parecer no tiene paralelo en la historia?

(10) Al redactar este capítulo para la primera edición de esta obra. no hemos dicho nada del método que consiste en clasificar las sociedades según su estado de civilización. En aquel momento, en efecto, no existían clasificaciones de este género que estuviesen propuestas por los sociólogos autorizados, salvo acaso la clasificación arcaica de Comte. Desde entonces, se han escrito varios ensayos en este sentido, especialmente por Vierkandt (Die Kufturtypen der Menschheit, en Archiv. f Anthropologie, 1898), por Sutherland (The Origin and Growth of the Moral Instinct) y por Steinmetz (Classification des types sociaux en Année sociologique, III, págs. 43-147). Sin embargo, no nos detendremos a estudiarlos, porque no responden al problema planteado en este capítulo. Se encuentran en ellos clasificadas no especies sociales sino, lo que es muy distinto, fases históricas. Francia, desde sus orígenes, ha pasado por formas de civilización muy diferentes; ha empezado por ser agrícola para pasar luego a la industria de los oficios y al pequeño comercio y después a la manufactura de la gran industria. Ahora bien, es imposible admitir que una misma individualidad colectiva pueda cambiar de especie tres o cuatro veces. Una especie se debe definir por caracteres más constantes. El estado económico, tecnológico, etc., presenta fenómenos demasiado inestables y demasiado complejos para suministrar la base de una clasificación. Incluso es muy posible que una misma civilización industrial, científica, artística puede encontrarse en sociedades cuya constitución congénita es muy diferente. El Japón podrá tomar prestadas nuestras artes, nuestra industria, incluso nuestra organización política; mas no por ello dejará de pertenecer a otra especie social distinta de la de Francia y Alemania. Añadamos que estas tentativas, aunque dirigidas por sociólogos valiosos, no han dado más que resultados vagos, discutibles y poco útiles.

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