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La conferencia imperialista del dólar

Después de una exhibición de reverenciales y melosos discursos diplomáticos, la Sexta Conferencia Internacional Panamericana tenida en La Habana, ha terminado, como era de esperarse, en una farsa ridícula.

Los millonarios norteamericanos trataban de afirmar descaradamente su vieja política dominadora sobre los pueblos débiles, y nada más a propósito para los nuevos conquistadores que aprovechan tan bella oportunidad.

Y para que no se presentara ninguna nota discordante durante las sesiones de la proyectada asamblea, ya el tristemente célebre Presidente Machado tenía bien amordazada a la prensa y bien amonestados a todos los delegados con el fin de que nadie se atreviera a introducir notas discordantes en la asamblea, en la que no se iba a tratar de discutir el derecho del fuerte para implantar su voluntad sobre el débil, ni a discutir tampoco el ridículo derecho del débil para imponer su voluntad sobre el fuerte, sino a escuchar la futura suerte de los pueblos débiles al atreverse a presentar la menor resistencia a la política dominadora llevada a cabo por el colegio del norte.

El papel de los delegados a la referida conferencia era bien sencillo: agachar las orejas y doblar sumisos la flexible espina dorsal para prestarse atentos a oír, ver y callar.

Ese era el verdadero papel que debían desempeñar los llamados representantes de los gobiernos latinoamericanos ante la Sexta Conferencia Internacional Panamericana. Esa es la verdad. Todas las demás declaraciones que hagan los delegados salen sobrando, porque casi todos (si no todos) los Presidentes de las Repúblicas de este continente americano deben su permanencia en el poder a los prestamistas de Wall Street. Por eso es hasta ridícula la declaración del gobierno mexicano al afirmar que todas las proposiciones presentadas por México, sin ninguna excepción, fueron aceptadas.

Tenían que ser aceptadas, porque estas ridículas proposiciones se ceñían estrictamente a la política devoradora de los billetes de banco encerrados en las cajas fuertes de los millonarios de Wall Street.

Nosotros, enemigos de todo dominio y enemigos de toda intervención no sólo sobre los pueblos, sino sobre los individuos también, rechazamos con todas las fuerzas de nuestras convicciones la farsa intervencionista formada por lacayos instrumentos del capitalismo internacional, con el único propósito de sancionar y legalizar hechos consumados, como los asesinatos de niños, ancianos, hombres y mujeres que en las montañas de Nicaragua se llevan a cabo por los asesinos norteamericanos enviados por los nuevos conquistadores adoradores del dólar.

Dios estuvo conmigo, dijo Hughes, representante de los millonarios de Wall Street. Se considera satisfecho y feliz en su papel de lacayo de los tiburones norteamericanos.

Ese Dios que acompaña a los mercenarios de hoy, es el mismo que patrocinó a los bandidos conquistadores de antaño. A nombre de ese Dios protector de asesinos se cometieron y se continúan cometiendo crímenes infinitos sobre inocentes víctimas humanas. A nombre de esa hipotética divinidad sanguinaria se llevaron a la hoguera y a la guillotina millones y millones de gentes sencillas e inocentes durante aquellos negros tiempos de la Edad Media.

El hipócrita Coolidge, después de santiguarse y levantar las manos al cielo con devota unción, invoca el espíritu de Colón descubridor del nuevo continente como para justificar la política expansionista de los mercenarios tiburones de Norteamérica. En el espíritu de Cristóbal Colón todas las Américas tienen un lazo eterno de unión, una herencia común legada únicamente a nosotros, dijo el Presidente de la Casa Blanca.

Y al igual que un sacerdote en el púlpito y frente a las gradas del altar mayor, se limpia el rostro y exclama: las artes y las ciencias han florecido con esplendor... y la devoción religiosa se caracteriza por su sinceridad. Una actitud de paz y buenos deseos prevalece entre nuestras naciones. Una firme determinación de ajustar nuestras diferencias entre nosotros mismos, sin recurrir a la fuerza, sino aplicando los principios de justicia y de equidad, es una de nuestras características mejor definidas. La soberanía de las naciones pequeñas es respetada.

¡El espectro de Loyola se ha de haber reído a carcajadas y los de las víctimas sacrificadas en Veracruz, Haití y Nicaragua se han de haber elevado de sus sepulcros con sus puños levantados en son de venganza!

Y como para cerrar el sermón, Coolidge continúa diciendo:

Ahora, Cuba es una nación libre y soberana. Su pueblo es independiente, es libre, es próspero. ¡Cuándo por las calles de La Habana pululan los esclavos y los hambrientos!

¡Raras veces se ven estos ejemplos de cinismo y desvergüenza!

Ahí están para justificarlo todos los despojos de México en más de la mitad de su antiguo territorio; la tiranía del machete impuesta sobre los pueblos de las islas Filipinas, Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo y Panamá, coronando tan cínica afirmación con la última invasión al pueblo de Nicaragua, en donde con el pretexto de proteger las vidas y propiedades de norteamericanos, han llegado la desolación y la muerte.

Del periódico Avante, 8 de marzo de 1928.


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