Índice de Observaciones sobre los Tratados de Guadalupe Hidalgo de Manuel Crescencio RejónAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

SÉPTIMO.

Limítase nuestra defensa a las provincias inmediatas a Tejas.

Alarmado entonces nuestro gobierno, al ver que se renovaban las pretensiones entabladas por los Estados-Unidos desde el año de 1803, sobre los límites de la Luisiana, y que terminaron con el tratado de 22 de Febrero de 1819, tuvo que tomar sus providencias para salvar las provincias inmediatas a Tejas, que consideraba gravemente amenazadas. El general Paredes se hallaba ya al frente de nuestros negocios, y por más que hubiese querido cavilar el presidente Polk, fundándose hasta en una carta particular, según su mensaje anual de 46, para hacernos aparecer con el carácter de agresores, el manifiesto del citado general, publicado en 12 de Marzo del mismo año, contradice abiertamente lo que aquél aseguraba para cohonestar su reprobada conducta. No es mío, decía, el derecho de declararles la guerra, y el congreso augusto de la nación, luego que se haya reunido, tomará en consideración cuanto pertenezca al conflicto en que nos hallamos; y que en nada ha provocado este magnánimo y sufrido pueblo. Mas como entretanto puede improvisarse por los Estados-Unidos algún ataque contra nuestros departamentos, sean los marítimos o los vecinos de Tejas, será necesario repeler la fuerza, y tomada la iniciativa por los invasores, arrojar sobre ellos la inmensa responsabilidad de turbar la paz del mundo. Seré aún más explícito, como tanto importa serlo Méjico no cometerá una sola agresión, como no la ha cometido nunca, contra, el pueblo y gobierno de los Estados-Unidos.

Bastante expreso en ese público y solemne documento, el pensamiento de limitar la defensa de nuestro territorio a las provincias comarcanas a Tejas, sin meternos para nada con ésta, nuestro gobierno no se salió ni una línea de su protesta. Obró en esto con una fidelidad no parecida a la de aquellos, que avergonzándose de que siquiera se sospechase, que aspiraban a establecer los derechos de los denominados tejanos al territorio del departamento tantas veces citado, para cojérselo subsecuentemente ellos mismos, han tenido después valor para alzarse no solamente con aquello, sino también con otra porción más considerable de nuestros terrenos, viniendo por último a pedirnos, para terminar la guerra injusta que por tres veces nos han declarado, el sacrificio de la mitad de nuestro inmenso territorio. Permítaseme, señores, expresarme en estos términos, porque no puedo menos, al tocar este punto, que recordar los actos repetidos en que ha inculcado nuestra mala fe el gobierno de aquella República, y quiero con tal motivo excitar, a que se haga una comparación de los hechos que nos censura, con los escandalosos de que con tanta justicia nos quejamos.

Situadas nuestras tropas a las inmediaciones del Bravo, para cuidar desde allí nuestros terrenos existentes entre las aguas de este río y el de las Nueces, que jamás han pertenecido a la provincia de Tejas, los norteamericanos avanzaron para tomar posesión de ellos, según las órdenes que a su general en jefe había comunicado desde Enero el presidente de la República indicada. Mas aproximadas éstas hasta la orilla izquierda del primero de los dos referidos ríos, después de haber hecho sus partidas varias incursiones en ese terreno intermedio, derramando sin ser provocadas la sangre de nuestros compatriotas en los puntos de las Biznagas y Barranca-alta de nuestro estado de Tamaulipas, nuestro ejército colocado a la sazón en Matamoros, hizo un movimiento atravesando el Bravo para detener a aquéllas. Trababa entonces la lucha en nuestro propio suelo, a que los anglo-americanos no podían alegar ni el título bastardo de la independencia de Tejas, porque jamás se habían extendido hasta allá los límites de esta provincia, fundóse en esto el gobierno de los Estados-Unidos para declarar la guerra, que supuso arbitrariamente existente por hechos de Méjico, porque nuestras tropas, según decía, habían vertido la sangre americana en su propio territorio, invadiéndolo antes con haber pasado el Bravo.

Así es que, habiendo puesto de esta manera aquel gobierno el sello a una serie no interrumpida de injusticias, con que quiso provocarnos para hacernos aparecer agresores, ¿qué extraño es que al presentarse con ese odioso carácter, queriendo no obstante alejarlo de si con un artificio, que ha acabado de poner en evidencia su notoria mala fe, se hubiese sublevado contra él la opinión de todos los pueblos civilizados, incluyendo en éstos a la gente sensata y pensadora de su misma República? El mismo presidente PoIk ¿no lo ha confesado así en su mensaje de Diciembre de 1846, cuando dijo en él, que la guerra había sido considerada como injusta e innecesaria, y como un acto de agresión por parte de los Estados-Unidos contra un enemigo débil y quejoso? ¿No agregó en seguida, tan errónea opinión aunque sostenida por muy pocos, ha circulado prodigiosamente, no sólo en nuestra nación, sino en Méjico y en el mundo todo?

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