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SEXTO.

Méjico esquiva la guerra.

Sin embargo, bastándonos en nuestro caso sólo las apariencias de que aquella República se quisiese coger nuestro territorio, para haberle declarado mucho antes la guerra con justicia, porque era culpa suya haber dejado entrever diversos indicios de ambición, en el corto periodo de su existencia po!ítica, en que tanto ha ensanchado sus posesiones, ni se la declaramos cuando violaron su gobierno y pueblo meridional nuestros derechos territoriales, protegiendo de todos modos y de una manera abierta la sublevación de sus compatriotas establecidos en Tejas, ni se la aceptamos después, cuando nos la declararon, anunciándonos que trataban de adjudicarse los terrenos de esta dilatada provincia, ni menos cuando se consumó la agregación por decreto de su. congreso general. Públicos y notorios estos hechos, los veremos no obstante decir todo lo contrario y apelar; para presentarnos como agresores, a un miserable artificio, digno de la buena fe de los que hicieron la independencia de la citada provincia, y la reconocieron para dar de este riiodo, a sus conciudadanos sublevados en ella, derecho al territorio de aquel país, y cogérselo subsecuentemente ellos mismos.

Declarada la guerra a la República mejicana en la citada nota de 14 de Octubre de 44, en que se dijo a ésta, que se negociaba, no con ella, sino con los colonbs de Tejas, la adquisición de aquel territorio que no les pertenecía, nuestro Ministerio de Relaciones se limitó a contestar en 31 del mismo, que su gobierno no había querido, ni quería cambiar las relaciones de amistad que deseaba de buena fe cultivar con el de los Estados-Unidos, no obstante de habérsele faltado tan gravemente en el punto de que se trata; que si prescindía por entonces de todo, no podría en lo sucesivo prescindir de someter a la unión nacional un territorio que era evidentemente suyo, y que si al usar de este derecho en que a nadie ofendía, el gobierno de Washington trataba de llevar adelante el amago que le hacía, cambiando las relaciones existentes entre ambos países, la responsabilidad de los males consiguientes sería de éste y no del gobierno mejicano, que se limitaba a rechazar una injusta agresión que no había de ninguna manera provocado. Dígase ahora, si se encuentra en esa contestación especie alguna que indique amenaza ni declaración de guerra, y si hay algo enunciado en ella, que exceda de los límites del derecho que todo pueblo tiene para defender su territorio, cuando se le avisa que se le trata de usurpar, fundándose para esto en ficciones creadas de intento, para dar una apariencia de justicia a lo que evidentemente no la tiene. ¿Habria sido ésta la respuesta de otra nación, que herida tan gravemente como lo había sido la mejicana, no hubiese tenido precisión de esquivar toda contienda con un enemigo, que después de haber agotado el medio de las más insultantes provocaciones, se presentaba por fin solicitando que se le dejase consumar el despojo meditado sin oposición ni resistencia?

Agresor desde entonces desembozado, el gobierno de los Estados-Unidos, Méjico quiso dejar a su enemigo la odiosidad de ulteriores agresiones, y para no dar lugar al perjuicio del comercio de las potencias neutrales, de una manera que se les pudiese imputar, anunció que sólo procuraría volver a la unión nacional al departamento sublevado, pretendiendo con esto limitar la lid a esa parte de nuestras fronteras septentrionales, si los Estados-Unidos se presentaban en ella a impedirle el ejercicio de sus incuestionables derechos.

Pero no hizo ni aun lo poco que entonces indicó, porque cuando se tuvo noticia, en Marzo de 45, del decreto de agregación expedido por el Congreso General de aquella República, Méjico que proyectaba bajo la influencia de la administración de 1844 recobrar la citada provincia, se había visto envuelto en una revolución que le impidió destinar sus fuerzas a aquel punto. Dispersados por tanto los elementos acoplados para este objeto, se contentó con retirar a su Ministro de Washington, como lo había hecho sin resultado ninguno en 36, cuando por órdenes expresas del gobierno de los Estados-Unidos, se violó nuestro territorio para alentar a los denominados tejanos, y provocarnos a lanzar un manifiesto de declaración de guerra. Más adoptóse esta provincia, cuando la legación norteamericana cerca de nuestro gobierno, hacía algunos meses que se había negado a seguir con éste sus relaciones diplomáticas, pretextando no poderlas continuar con una administración, que no guardaba los debidos miramientos a la suya. Sin embargo, el motivo verdadero fue, el de haberse equivocado el gabinete de Washington, al suponer que la nota de su legación en que nos declaraba la guerra, se contestaría con un manifiesto en que ésta se aceptase por nuestra parte. No resultó lo que debía esperarse, según la naturaleza de aquella comunicación, en que a la faz del mundo se nos decía, que nos dejásemos despojar de nuestras propiedades, sin siquiera tomarnos la licencia de defenderlas, y el Ministro anglo-americano se halló sin saber qué hacer; porque al extenderse las instrucciones que se le dieron, no se había previsto hasta dónde había de llegar nuestra paciencia, y tuvo que buscar un sesgo que no le comprometiese, mientras le llegaban otras que arreglasen en lo sucesivo su conducta. No conseguido, pues, ni entonces ni después el objeto de tantas provocaciones, y cuando Méjico no hacía esfuerzo ninguno, ni daba indicios de querer emprender la reincorporación del territorio de Tejas, el presidente de los Estados-Unidos anunció en su mensaje de 1° de Diciembre del mismo año de 1845, el decidido designio de alzarse, no ya sólo con la citada provincia, sino con todos los terrenos que tenemos al este del río Bravo del norte, hasta donde jamás se habían extendido los límites del departamento de Tejas, ni en tiempo del gobierno español, ni en el de la administración de esta República. En conformidad con esta declaración, el 13 de Enero de 1846, el mismo gobierno expidió sus órdenes al general en jefe de las fuerzas norteamericanas, para que ocupasen la orilla izquierda del mencionado río, cuando ya desde mucho antes se nos había mandado una escuadra a provocarnos al puerto de Veracruz.

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