Índice de Observaciones sobre los Tratados de Guadalupe Hidalgo de Manuel Crescencio RejónAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

TRECE.

Utilidad de haber consultado previamente al congreso sobre el restablecimiento de la paz.

Pero arreglado lo que llevo expuesto, tanto al derecho público exterior, como el constitucional de nuestro país, su observancia estricta hubiera además dado lugar al examen de otras cuestiones importantes, que nos hubieran conducido quizá a más ventajosas resoluciones, o por lo menos a adoptar temperamentos, en que no fuesen tan crueles los sacrificios de la nación. Tal por ejemplo habría sido la de si nos convenía ceder por tan bajo precio los terrenos cuantiosos que se nos exigen, o comprometernos, dando una buena garantía, a pagar las indemnizaciones que sirven de base, para despojarnos de más de la mitad de nuestro inmenso territorio. Sin derecho los Estados Unidos para pedir las de los gastos de la guerra, por haber sido agresores injustos en la presente contienda, como se deduce de lo que tengo ampliamente demostrado, sólo pueden tener alguno esa demanda de los seis millones de pesos, deuda todavía no liquidada sino en la tercera parte de su monto. Pero suponiendo, cosa en que jamás debemos consentir, que lo tuviesen también a una reparación, por lo que les ha costado la sangrienta lucha en que nos han comprometido con escándalo del mundo civilizado, ¿cuál es el que pueden alegar a que precisamente se les indemnice con nuestros mejores terrenos, tomándolos por el valor que les han querido dar? La insolvencia nuestra, de que habla con tanta seriedad el presidente PoIk en su mensaje anual del último Diciembre, poniendo ya en evidencia el verdadero objeto de la política invasora de su República, ¿puede acaso ser una razón plausible, para privarnos del derecho que nos asiste, de negociar por otro lado con esos mismos terrenos, colocándolos mejor, y haciéndonos por ese medio de las sumas necesarias para poderle pagar? ¿Duda acaso que tuviésemos quien quisiese mejorar la postura que nos hace, trayéndonos acaso la ventaja imponderable de una vecindad, que no nos fuese tan perjudicial como la suya? Recuerde que nos pide una joya inestimable, y falta eminentemente a la verdad, y no siente lo que dice, el que nos califica de insolventes siendo dueños del tan deseado tesoro de nuestra Alta Califomia; Con títulos, pues, para empeñarla y cubrir esas indemnizaciones por la guerra, parecidas a las que reclamase un bandido a un inerme caminante, por los gastos que hubiese hecho para asaltarlo y cogerle su propiedad; con derecho para venderla a quien nos parezca conveniente, ya que se nos ha querido traer a esta triste situación, ¿cuál sería el que pudiese oponer al que incontestablemente tenemos para disponer de las cosas que nos pertenecen? ¿Su propia seguridad? Pero, y la nuestra ¿no es todavía más atendible, porque a la circunstancia esencialísima de ser señores de esa provincia, se agrega la otra no menos importante de los repetidos asaltos que ha dado a los terrenos de sus vecinos, el que ahora trata de adjudicarse por la fuerza todas nuestras fronteras septentrionales? Y el derecho de conservar nuestra nacionalidad y nuestra raza tan seriamente amenazada por esa República ambiciosa, ¿debe acaso ceder a temores no tan fundados como los nuestros, y a peligros no tan serios, como los que corremos otorgando las demasías que se nos piden? Especioso este argumento, propio para justificar el espíritu de conquista, es igualmente subversivo de la justicia universal el otro relativo a que nosotros no podemos conservar por mucho tiempo la mencionada provincia. Un pretexto de esta clase, si pudiese alegarse como título para hacer una justa adquisición, autorizaría al hombre fuerte para despojar al débil de sus propiedades, pues que para eso le diría que corría riesgo de perderlas, y que era preciso que él, que tenía arbitrios suficientes para hacerlas respetar, se las adjudicase desde luego, antes que otro se alzase con ellas, poniéndose en disposición de poderle perjudicar. Tal es, señores, la sólida argumentación del presidente PoIk en su citado mensaje; argumentación que aplicada al interior de la sociedad civil, la haría abominable, la destruiría, así como usada en las relaciones exteriores de pueblo a pueblo, de nación a nación, turbaría la paz del mundo, haciendo de la guerra el estado normal de la especie humana.

Palpable por consiguiente nuestra justicia, ya sea que se examine esta cuestión, desde que el gobierno y pueblo meridional de los Estados Unidos empezaron a fundar sus títulos bastardos al departamento de Tejas, pasando después a apoderarse de otras provincias que no estaban comprendidas en aquélla; ya que se la considere en lo que ahora se pretende para poderla terminar; hemos debido apurar hasta el último extremo nuestro buen derecho, negociando con nuestro enémigo sobre la base que nos quiere hacer reconocer, de indemnizarle por los indicados seis millones de pesos, y además por los gastos de la guerra. Sometidos en este caso al imperio de la fuerza, ya que así lo quería nuestro gobierno nacional, pudimos haber ofrecido para el pago de esas sumas una sólida garantía, que debiese tranquilizar a nuestro injusto agresor, ofreciéndole la de una nación poderosa, o la de los mismos terrenos que nos piden, mientras sobre ellos negociábamos por otro lado, empeñándolos o enajenándolos, previos los requisitos establecidos en nuestra constitución, a quien nos diese más por ellos, o de preferencia a aquel, cuya vecindad nos fuese menos perjudicial.

Reservándonos en esta hipótesis el derecho de arreglar en la enajenación bases propias para consultar a nuestra misma seguridad? conciliábamos la conservación de la nacionalidad de nuestro país con las injustas pretensiones del enemigo de nuestra raza. Equitativo además el acomodamiento indicado, ¿podía este entonces resistir a aceptarlo, sin acabar de poner fuera de toda duda o cuestión, que su proyecto era el de apoderarse a todo trance, no ya sólo de la provincia deTejas con sus limites hasta el Bravo, sino también del tesoro inapreciable de nuestra Alta California? Sin título ninguno para semejante temeridad, se harían en ese caso enmudecer hasta esos miserables pretextos, con que ha querido excluir a los compradores que se nos pudiesen presentar, para así forzarnos a venderle, por un cortísimo precio, lo que vale infinitamente más, teniendo nosotros libertad para poderlo enajenar. En fin, obrando de esta manera, y haciendo los esfuerzos que por más que se diga, se hallan en la posibilidad de la nación, nos habríamos acaso proporcionado poderosas simpatías, que nos auxiliasen a sostener la justicia de nuestra causa.

Mas, así como esta importante cuestión se hubiera propuesto y discutido con el detenimiento que merece, habría podido también ventilarse otra, si hubiese el gobierno arreglándose a nuestro derecho constitucional y al de gentes, presentándose antes en el seno de la representación nacional a proponerle la necesidad de la paz, si la creía indispensable, y pedirle bases para entrar en esas malhadadas negociaciones. Esa otra cuestión era la relativa a someter nuestras diferencias con la República vecina, no a un arbitraje, porque tenemos toda la justicia de nuestra parte, y nuestro derecho no es dudoso, sino a la amistosa transacción de una potencia extranjera que las arreglara en todas sus relaciones. Conveniente este arbitrio para manifestar al mundo nuestro deseo de hacer cesar la presente lucha de una manera equitativa y racional, buscando el juicio imparcial de una nación igualmente amiga de ambas partes, no tendríamos por otro lado que temer ningún arreglo que ésta hiciese, porque no podía sernos tan perjudicial, como lo es el funesto desenlace que nos ofrecen esos tratados vergonzosos. Ya un señor gobernador y de un Estado respetable ha indicado este recurso, que se debió haber antes tocado, pero empeñado nuestro gobierno general en terminar por sí la guerra, sacrificando para ello el honor y territorio de la nación, tiene tan adelantados sus proyectos, y tomadas de tal manera sus providencias para llevar a cabo sus perniciosos designios, que casi será imposible tomar en consideración en lo sucesivo este arbitrio, ni ninguno de los otros en que han podido mitigarse los sacrificios de la nación.

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