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CAPÍTULO II

La organización de las industrias bajo la dirección de los sindicatos obreros

Para convencerse de que el régimen capitalista en su conjunto sufre actualmente una crisis formidable y que se halla en vías de hundirse poco a poco, no hay más que: estudiar la situación económica actual: mientras que en el Canadá se queman los trigos para los cuales no hay compradores, y en el Brasil se calientan las locomotoras en una red de ferrocarriles con briquetas de cafés no vendibles, existen, en estos momentos, en el mundo llamado civilizado, veinticinco millones de huelguistas involuntarios y una miseria tan intensa que desde hace mucho tiempo no ha conocido el mundo otra semejante.

Las sociedades humanas han creado medios de producción siempre creciente y masas de productos, riquezas de todas clases, pero cuya circulación se halla obstaculizada y malversada por el régimen capitalista actual. Y, gracias a este régimen, las masas laboriosas no tienen derecho a consumir lo que han producido. En gran parte, las poblaciones laboriosas carecen de todo.

La clase capitalista no ha sabido adaptar la producción al consumo y, enriqueciéndose por sí misma, no ha sabido enriquecer suficientemente a las masas populares, para que éstas puedan adquirir las mercandas producidas.

La clase capitalista perecerá por su egoísmo y por su ávida sed de ganancias.

¿A quién pertenecerá, por tanto, el porvenir?

Los trusts y carteles, los consorcios de los empresarios particulares, se han mostrado incapaces de poner el orden necesario en el caos de la producción. Con ocasión de las crisis anteriores de nuestro siglo -las de 1901-1902 y de 1907-1909-, ya pudo comprobarse que la crisis hacía estragos de modo muy particular en los Estados Unidos y en Alemania, es decir, precisamente en los países en donde las combinaciones capitalistas eran las más fuertes.

Y la larga y cruel crisis actual ha probado mejor aún que esas combinaciones no se hallan en situación de adaptar, en su rama, la producción al consumo social y de evitar pavorosos conflictos.

Sin embargo -digan lo que dijeren los socialdemócratas marxistas-, el Estado no es capaz tampoco de prestar a la Humanidad los servicios que ésta exige y que deben de dar un poco más de bienestar y un poco más de libertad a todos. El Estado es impotente para intervenir en la producción, excepto tal vez en algunas industrias especiales de utilidad pública como los Correos, Telégrafos y Teléfonos, los ferrocarriles y los servicios municipales de las comunicaciones por tranvías y autobuses, o como la electricidad, el agua y el gas, etc.

El Estado actual es una institución demasiado política y se ocupa muy poco de la vida económica de los pueblos. Es un observador muy superficial de la vida real y, sobre todo, es dirigido por las clases capitalistas y agrarias: financieros, industriales, grandes comerciantes y propietarios territoriales.

Tan poco capaces como los trusts y carteles capitalistas, o como el Estado, son los partidos políticos o las agrupaciones anarquistas para dirigir felizmente la producción social.

Puede tenerse la opinión política que se quiera, ser conservador, radical, republicano, socialista o anarquista, pero hay que confesar que esto tiene muy poca relación con la técnica de la producción. Todo partido político, toda organización de afinidades que permanezca fuera de la producción real, tiene que fracasar necesariamente en la dirección de la vida económica. Si los políticos, o las agrupaciones anarquistas como tales, intervienen eficazmente en la producción, sólo conducirán a una dictadura y a una tiranía social, de las cuales el régimen bolchevista en Rusia y el régimen fascista en Italia ofrecen dos tristes ejemplos.

Las únicas organizaciones que serán competentes, en el porvenir, para dirigir, de abajo a arriba, la producción social, son los sindicatos de los trabajadores manuales e intelectuales. Tan sólo ellos se hallan en contacto directo e inmediato con los trabajos en los establecimientos industriales y comerciales, con los grandes medios de transporte y de comunicación, con las oficinas de administración y con las empresas agrícolas. De acuerdo con las cooperativas y otras organizaciones de consumidores y con los utilizadores de los medios de transporte, podrán los sindicatos organizar definitivamente la vida económica del porvenir.

La comprobación de estos hechos implica para las masas laboriosas y para todas las corrientes proletarias, la necesidad de organizarse fuertemente, y esto, local, nacional e internacionalmente. Esto es una necesidad para los sindicatos obreros cuando se trate de apoderarse de las fábricas y talleres y de dirigir la producción en las altas esferas; pero es también una necesidad para los comunistas libertarios y anarquistas en lo que concierne a todos los problemas de naturaleza general y que no afecte a la técnica de la producción social.

Si los anarquistas no se emancipan de la aversión que muchos de nosotros sustentamos aún contra toda forma de organización seria, no podrán tener ninguna influencia sensible en la formación futura de la Sociedad, cuando de aquí a poco tiempo -esperémoslo así- haya probado suficientemente el régimen capitalista su impotencia para regir la vida social moderna.

En cambio, desde el momento en que los comunistas libertarios y los anarquistas comprendan toda la importancia de una fuerte organización, y que hagan en todas partes causa común con los sindicatos obreros revolucionarios -sin pretender dominar, sin embargo, a los sindicatos-, desde el momento en que sepan obrar, juntamente con los sindicatos, sobre las bases de un programa común de tendencias internacionales, desde ese momento cambiará para ellos la situación al ser realizadas las primeras condiciones de un futuro éxito.

En la que atañe a la acción especial de los sindicatos obreros con ocasión de una revolución social, estaba convenido desde hace cuarenta años, en el movimiento obrero internacional, que entonces los sindicatos se transformarán de organizaciones de combate para el mejoramiento o el mantenimiento de las condiciones de trabajo, en organizaciones de producción, tomando por sí mismas la iniciativa de la alta dirección de las empresas.

Para poder cumplir dignamente su misión social a este respecto, los sindicatos de trabajadores manuales e intelectuales deberán por de pronto -y según nuestro parecer desde ahora- organizarse por industrias y, sólo en un caso excepcional, por profesiones.

Los Trabajadores Industriales del Mundo (Industrial Workers of the World, I. W. W.), de América han dado el primer ejemplo de esta organización por industrias.

El núcleo de toda gran producción, la célula económica de toda vida moderna, es el establecimiento y no la profesión. Ahora bien, en un establecimiento moderno de mediana o de gran industria, pueden trabajar hoy juntamente los obreros y empleados de cinco, diez o veinte profesiones o especialidades: peones de albañil, herreros, carpinteros, tapiceros, pintores, tenedores de libros, stenodactilógrafos, ingenieros y químicos, etc., etc.

En conjunto, los diversos trabajadores de una fábrica pueden conocer su establecimiento, y las federaciones conocer todas las fábricas similares del país a fin de preparar la organización local, nacional o internacional de todos los establecimientos en cada rama de industria.

Trabajadores manuales e intelectuales reunidos son capaces de organizar la producción social en interés de todos.

¿Cuál es ahora la situación si, dentro de poco tiempo, estalla una revolución social, la cual tendría actualmente grandes probabilidades de ser internacional?

Al plantear esta cuestión, no pensamos en una revolución puramente política, como las que en España, en Alemania y en otros países han sustituído la monarquía por el régimen republicano. Hablamos de una revolución que ataque las bases del orden social: la propiedad individual.

Si de aquí a algunos meses o años estalla una revolución social, deberemos esperar que la joven generación de industriales y un número considerable de técnicos-ingenieros, arquitectos, químicos, etc., se unirán al movimiento obrero, prefiriendo ayudarnos a organizar la producción en beneficio de todos antes que trabajar para algunas decenas, centenares o millares de accionistas-rentistas que, a decir verdad, apenas ofrecen interés.

Hay que esperar que obtendremos ese apoyo pues tenemos que confesar que en ninguna parte, ni aun en los Estados Unidos, en lnglaterra o en Alemania -para no hablar del resto de Europa-, se hallan los obreros lo suficientemente preparados para tomar desde ahora, con sus organizaciones, la alta dirección técnica de las industrias, fábricas y talleres y del conjunto de la vida económica. La experiencia realizada en Italia, con la ocupación de las fábricas por los obreros, ha sido una dura lección y trajo con su fracaso la reacción del fascismo.

Nuestra opinión general acerca de estos puntos se halla basada en largos estudios económicos y prácticos. Y, para no ser mal comprendidos, debemos plantear claramente el problema desde el punto de visto técnico.

Entre cien ingenieros, salidos todos de una de las mejores instituciones técnicas (de la Escuela Central de París, por ejemplo), no se hallarán seguramente veinte que fueran capaces -ni aun después de algunos años de aprendizaje práctico- de dirigir una fábrica con 200 obreros y empleados sin arruinar a esta fábrica en el espacio de poco tiempo.

Sabido es, en efecto, que más fácil es arruinar un establecimiento industrial o comercial floreciente en algunos meses, que el llevar a la prosperidad en el espacio de diez años a un establecimiento nuevamente creado.

Continuemos: de veinte ingenieros capaces de dirigir un establecimiento industrial o comercial de mediana envergadura, no se encontrarán tres que sepan dirigir por su parte, y después de varios años de aprendizaje, una gran industria con diez o veinte mil obreros.

Y , para concluir, no se hallará tal vez uno solo entre ellos que pudiera dirigir un cartel o un trust que reúna veinte o cien establecimientos.

No obstante, hay que contar con la necesidad de tener cierto número de técnicos de primerísimo orden, de esta última categoría, porque en el porvenir y en una sociedad comunista, la producción, la distribución y los transportes tendrán aún mucho más que hoy un carácter nacional e internacional que exige grandes talentos y verdaderos genios entre los organizadores y los administradores.

La responsabilidad de la situación actual y de la insuficiencia absoluta de organizadores técnicos de talento, radica en gran parte sobre los directores de las industrias y de los comercios capitalistas, así como sobre sus gobiernos, que, de manera sistemática, todos han tenido separados de toda influencia, a los trabajadores manuales e intelectuales, sobre la dirección de las empresas.

Al estallar una revolución dentro de poco tiempo, todos los pequeños y grandes potentados industriales no tendrán más que acusarse a sí propios si las organizaciones proletarias deciden el militarizar a todos los jefes de empresas actuales -mantenidos todos en sus puestos bajo la vigilancia del personal- y el hacerles comparecer ante un tribunal especial en caso de sabatoje o de negligencia en la ejecución de sus cometidos.

Aquí, la libertad individual debe ceder su puesto ante el interés general.

Sin embargo, si la revolución social e internacional tarda aún, a pesar de la aguda crisis económica mundial que hostiga actualmente, los comunistas libertarios deben ayudar a los sindicalistas revolucionarios a reivindicar, en todos los países, la institución de delegados del personal-trabajadores manuales e intelectuales reunidos- que participen en la dirección de todas las empresas industriales, comerciales, financieras o agricolas (todos los talleres, fábricas, etc., que trabajen con un personal asalariado de más de cinco personas).

En este caso, los delegados de las diversas secciones de una gran empresa, habiendo tenido la ocasión de ponerse al corriente poco a poco de la marcha general de un establecimiento industrial, comercial, etc., podrán constituir quizá, en el momento en que sea necesaria su intervención, un núcleo suficientemente importante de expertos para hacer realizable la puesta en marcha de la producción social mediante la fuerza de los trabajadores solamente.

En tanto que las clases laboriosas -asalariados manuales e intelectuales reunidos- no lleguen a producir, por sus propios medios, las competencias técnicas necesarias, permanecerán infaliblemente bajo el dominio de una casta especial de capitalistas particulares o de funcionarios de Estado. La diferencia entre estos dos regímenes de dominación (particular o estatista) no será considerable.

¿De qué manera organizarán las organizaciones obreras la producción y la distribución de todas las riquezas sociales en una sociedad comunista?

Aquí, principalmente, será preciso repetir las palabras de nuestro prefacio: las condiciones de realización se diferenciarán ciertamente según las regiones, los usos y costumbres y, sobre todo, según el desarrollo intelectual de las poblaciones y también según las industrias.

Pero una cosa nos parece cierta, si conocemos bien la situación en la Europa occidental y en los países democráticos modernos de ultramar, y es que una de las primeras medidas que tomará una revolución social victoriosa será la de poner mano en todos los bancos e instituciones de crédito, que serán todos nacionalizados. El Banco de España, los de Francia, de Inglaterra, de Alemania, etc., reunirán todas esas instituciones y constituirán los centros de toda producción local o nacional.

En vez de hallar en un gran bulevard de París un establecimiento del Crédit Lyonnais o del Banco de Francia frente a una sucursal de la Sociedad General del Crédito Territorial se evitará todo despilfarro no conservando más que un solo y único Banco Nacional, del cual pronto se hallará una sucursal al lado de cada oficina de Correos y Telégrafos e incluso en las más pequeñas comunas.

Otro punto interesante: cada comuna será propietaria de todas las tierras y de todas las casas que existan o que sean construídas en su territorio, con el deber de conservarlas en buen estado y de hacer construir todas las casas nuevas que necesite la población.

No tenemos que examinar aquí de qué modo podría realizarse por medio de una revolución social la transformación profunda del orden social ni tratar la cuestión de saber si los antiguos propietarios serán indemnizados o no, en forma de una renta vitalicia o en cualquier otra forma. Todas estas cuestiones dependen, en efecto, estrictamente de los acontecimientos y de los diversos factores locales, regionales, nacionales e internacionales.

La más pequeña comuna, bajo un orden social comunista, sería varias veces millonaria y obtendría fuertes sumas de los alquileres de las casas y de las tierras. Las grandes ciudades serían tantas veces multimillonarias como fueran millonarios los pueblos o las pequeñas ciudades. Hacemos observar a este propósito que, cuando la apertura del Bulevard Haussmann en París, en otoño de 1926, los solares en este bulevard fueron vendidos al precio de 23,000 francos el metro cuadrado, valiendo en aquella época la libra esterlina 172 francos. ¿Qué riquezas fantásticas poseería, por tanto, una sola gran ciudad como París, Madrid, Valencia o Barcelona? Ahora bien, aquellas son riquezas ganadas todas por el conjunto de los habitantes, pues no es el trabajo de los propietarios el que hizo subir el precio del metro cuadrado en el Bulevard Haussmann hasta la suma de 23, 000 francos.

Volvamos ahora a la organización de la producción: en una sociedad comunista, las industrias locales serían fomentadas y comprobadas por las sucursales locales del Banco Nacional, lo mismo que las industrias regionales dependerían de las sucursales regionales y las industrias nacionales del Banco Central Nacional. Para trabajos internacionales se impondrían inteligencias entre diversos Bancos Nacionales.

No serían mantenidos en todas partes más que los establecimientos de la industria, de los transportes, etc., cuya vitalidad hubieran reconocido los expertos financieros de la comunidad. Admitida esta vitalidad, los representantes locales, regionales o nacionales del Banco Nacional tendrían una especie de vigilancia sobre todos los establecimientos, vigilancia financiera comparable a la que los inspectores de fabricas ejercen, en nuestros días, sobre la higiene y sobre todas las condiciones del trabajo.

Cada establecimiento importante de industria, de finanza, de transportes y de comunicaciones, así como todo servicio de administración, sería dirigido por un Consejo de administración compuesto de delegados del personal, contando el Consejo, por lo menos, tantos miembros como acciones posea el establecimiento en cuestión: administración general, diversas secciones técnicas de fabricación, pedidos, expedición, etc.

El Comité de dirección, responsable ante el Consejo de administración, sería elegido por el Consejo, teniendo necesidad de ser aprobado el nombramiento del director general por las autoridades financieras de la Comunidad.

Tenemos por cierto que, durante un largo período transitorio, la remuneración de todo trabajo tendría lugar de manera análoga a la que se halla en vigor actualmente, con la única diferencia que los salarios o emolumentos corresponderían mejor que hoy a los resultados del trabajo suministrado. Pero serían tomadas amplias medidas de Justicia en favor de los ancianos y de los inválidos del trabajo, por encima del mínimum de existencia al cual tendría derecho todo individuo en una sociedad comunista libertaria.

Las organizaciones sindicales de los trabajadores manuales e intelectuales cuidarían de la elaboración y del mantenimiento de las tarifas de salarios, tarifas locales y nacionales.

Cámaras de compensación (Clearing Houses, dicen los anglo-sajones) regularían el aflujo de la mano de obra de una región con otra y de un país con respecto a otro, con abolición de todas las trabas aduaneras en los diversos países afiliados a la nueva Sociedad de las Naciones.

Para la defensa de los intereses del consumo local, regional, nacional y mundial, existirían instituciones análogas a las existentes para la producción y la distribución de las riquezas : cámaras de compensación domiciliadas en la Alcaldía de cada comuna o en las proximidades de cada ciudad grande; cámaras provinciales y centrales para las diversas regiones y para los diversos países. Todas estas instituciones serían renovadas periódicamente por los consumidores.

Las instituciones comunistas de la producción y del consumo regularían entre sí todos los intercambios necesarios de las riquezas por intermedio del Banco Nacional directamente o de sus sucursales.

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