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CAPÍTULO I

La producción industrial

¿Continuará existiendo la gran industria en una sociedad comunista o podremos hacer revivir el artesanado?

Nos hemos visto obligados con frecuencia a discutir las cuestiones que figuran a la cabeza del primer capítulo, con anarquistas de la antigua escuela, cuando éstos venían a exponernos que en la sociedad comunista del porvenir las agrupaciones libres de productores administrarán entre sí la producción.

Aún recientemente, un viejo camarada educado en las teorías anarquistas de Bakunin y de Kropotkin, de hace cuarenta o sesenta años, nos exponía los propósitos siguientes:

Todas esas industrias modernas y todo ese maquinismo complicado, desaparecerán. Cuando haya llegado la revolución social y haya sido fundada una sociedad socialista libre, cada uno de nosotros reunirá en torno suyo a algunos camaradas para producir en conjunto: los carpinteros y los ebanistas puertas y ventanas, mesas y armarios; los herreros, utencilios de hierro y acero; los sastres, vestidos. Todos llevarán sus productos a los almacenes centrales, donde tendrán entera libertad para adquirir los productos agrícolas que les sean necesarios ...

Pero esa famosa toma del montón en los almacenes no podría durar más que algunos días y después de esto vendría la miseria general -respondimos nosotros-. Después de algunas semanas no habría ya un utopista que nos siguiera, y sería la reacción dura e implacable la que comenzaría.

Y hemos tratado de convencer a nuestro viejo camarada con los hechos de todos los días, con la vida real.

Mira, nosotros vivimos juntos en un arrabal a donde los jóvenes de ambos sexos van a bailar el sábado y el domingo. No lograrías nunca impedirles bailar después de una semana de duro trabajo.

Pues que bailen.

Sí, amigo mio, pero las jóvenes que van al baile quiere llevar medias de seda. Si esas medias de seda tienen que ser fabricadas por tus agrupaciones de productores, su producción costará, por lo menos, 125 francos, quizá 200 francos, el par, mientras que las jóvenes las compran ahora por 12.5 francos el par. Después esas jóvenes piden para el baile vestidos que, desde luego, no son de verdadera seda, pero que tienen al menos su apariencia, como las medias. Ahora bien, la seda artificial no es fabricable más que en la gran industria, y tú, amigo mío, quieres volver a llevarnos al artesanado. Te quedarías completamente solo, felizmente, del resto.

No, -sostuvo mi viejo amigo-, no me quedaré completamente solo, pues las grandes industrias son muy costosas y desgastan mucho la naturaleza.

Hemos respondido: Pero confiesa que es, por el contrario, en los artesanos donde hay que buscar el desgaste de la producción de artículos de uso diario. Mira, todos los días pasan por aquí autocars cargados de puertas y de ventanas para las casas que se construyen en la colina, debajo de los árboles. Esas puertas y ventanas son fabricadas en las fábricas en gran serie, como suele decirse. Esto cuesta una vigésima parte del trabajo y una quinta parte del precio que costarían las puertas y ventanas construídas por tus grupos libres de carpinteros o de ebanistas, los cuales, por encima del mercado, ganarían la mitad de lo que ganan sus camaradas en la fábrica, trabajando con las mejores máquinas. ¿Qué carpintero o qué ebanista querría hacer también lo que tú propones?

Y no olvidemos -hemos añadido- que si quieres aplicar a la gran industria del transporte los mismos principios que a la industria en general, no habría servicios de autocars, ni ferrocarriles, ni buques a vapor. La seda tendría que ser traída de Lyon, como en la época de nuestros antepasados, en carros, y tus grupos libres de carpinteros tendrían que ir probablemnte a los bosques a derribar las encinas y las hayas antes de poder fabricar puertas y ventanas.

¿Es esto desgaste?

No he podido convencer a mi viejo amigo. Pero he reproducido aquí nuestra conversación, porque, en todos los países, se encuentran todavía numerosos camaradas como él que fulminan contra la gran industria, sin reflexionar un momento sobre el hecho de que hoy todos tenemos necesidades tan múltiples y tan intensas en comparación con la vida de miseria que han conocido nuestros antepasados, que ya no podemos existir sin esta industria.

Sin embargo, el artesano puede hallar aún un puesto, en sociedad comunista, en algunas raras industrias, principalmente en industrias de lujo: grabado, escultura en madera, encuadernación de libros preciosos, etc., y, sobre todo, en las industrias de reparación de automóviles, de calzados y vestidos de toda clase, de muebles, etc. En ella, las agrupaciones libres podrán hallar también, en varias direcciones un campo de acción útil. Pueden asimismo ocuparse en algunas partes en la agricultura, principalmente en el cultivo hortelario o en la jardinería.

Pero serían incapaces de hacer cosa alguna en una de las numerosas industrias fundamentales que suministran las materias primas y secundarias de que tenemos necesidad para la vida diaria moderna: carbones, hierro y acero, pavimentos para nuestras calles, petróleo, nafta y bencina, caucho, vidrio, cuero y materiales de construcción, etc. Todas esas industrias son del dominio de las fábricas y grandes talleres provistos de las mejores máquinas y unidos entre sí por contratos de colaboración. Ocurre lo propio con varias industrias de transformación: hilaturas y tejidos de algodón y de lana, fábricas de máquinas, de automóviles, de puentes de acero, astilleros, etc.

Mi viejo amigo nos decía que se hallaba demasiado animado del espíritu de la libertad y de la independencia, para poder trabajar nunca en una de esas fábricas, en uno de esos talleres o astilleros modernos.

Personalmente, nosotros somos tan incapaces de ello como él. Pero, sin embargo, seríamos también hostiles al trabajo en uno de esos grupos anarquistas de tres, cinco o diez personas, las cuales, por lo general, no funcionan bien sino el tiempo en que un hombre enérgico se halle al frente del grupo, un hombre que, por así decirlo, es seguido y obedecido tácitamente por sus camaradas.

Personas como nuestro viejo amigo y nosotros harán mejor en dedicarse, en una sociedad comunista libre, a alguna ocupación aislada, como redactor, médico o dentista o a trabajos de artista.

Pero ¿tendríamos derecho a negar, por estas razones sentimentales y personales, las necesidades de la vida moderna o a tratar de hacer revivir la producción artesana en ramas en que esta producción no tiene ya ningún porvenir ni ninguna utilidad?

Para la inmensa mayoría de las masas laboriosas, no se trata, en una sociedad comunista, de hacer renacer la Edad media, sino, por el contrario, de adueñarse de las fábricas y talleres y de proseguir la producción en una dirección designada por el personal con las máquinas y el utillaje más modernos.

Nuestro comunismo debe tener un ideal moderno y representar un progreso desde el punto de vista técnico en comparación con el régimen capitalista. De lo contrario, no tendría ningún porvenir.

Nuestros camaradas anarquistas que, por amor a la libertad y a la independencia personal, olvidasen esta verdad fundamental, sufrirían en el porvenir la suerte de los anarquistas cuando la Revolución en Rusia: no tendrían ninguna influencia efectiva, pero serían precisamente buenos para ayudar a los socialdemócratas marxistas y estatistas a llegar al poder. Probablemente serían fusilados o enviados al presidio despues de haber dado, un tanto vanamente, sus mejores fuerzas a la Revolución social.

En lugar de combatir las grandes industrias modernas, los anarquistas-comunistas y los sindicalistas revolucionarios deberán, por el contrario, estudiar la alta dirección de esas industrias y adaptarlas al consumo social.

Las masas laboriosas se hallan hoy en disposición de producir artículos alimenticios, tejidos, casas y objetos de lujo de todas clases, etc., en cantidades enormes, cantidades cuyo volumen actual no habrían podido imaginarse nuestros abuelos y bisabuelos.

Ahora bien, el individualismo tiene tanta menos razón de ser cuanto más fácil es de obtener. Tan instintivo como era para defender ferozmente bienes que había costado gran trabajo procurarse y además en cantidad insuficiente para satisfacer todas las necesidades, tan instintivo es para ser liberal, generoso, con los bienes existentes en número excesivo y con los bienes muy fáciles de procurarse. La producción excesiva trabaja, en ese sentido, por el comunismo y facilitará su introducción y generalización.

Pero todos estos productos no pueden llegar actualmente a sus destinatarios, las poblaciones laboriosas de los diversos países, porque una ínfima minoría de cada población, la clase capitalista y los grandes agrarios, dirige la producción en las altas esferas, en su propio y único interés, para realizar beneficios personales y sin tener en cuenta las verdaderas necesidades de toda clase de productos, necesidades que siguen sin satisfacer en las grandes masas de las poblaciones.

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