Índice de El comunismo libertario y el regimen de transición de Christian CornelissenPrólogo de Christian CornelissenCapítulo primeroBiblioteca Virtual Antorcha

INTRODUCCIÓN

Generalidades

El ideal de una sociedad comunista libertaria es la realización de una vida social, que se ha caracterizado mediante la fórmula: A cada cual según sus necesidades y para cada cual según sus capacidades.

Podemos ver la prueba de que la Humanidad puede acercarse, y cada vez más, en el transcurso de los siglos venideros, a este ideal, en la institución de la Familia actual. Una familia feliz, una familia modelo de nuestros días -ya sea rica o pobre- es estrictamente comunista en el sentido indicado por la fórmula citada anteriormente. El régimen bajo el cual se vive y se trabaja es éste: uno para todos y todos para uno. Los más fuertes y los más inteligentes sostienen a los niños y a los ancianos, libres para ser sostenidos a su vez cuando caen enfermos o cuando envejecen.

Con todo, no podríamos aceptar el principio formulado anteriormente sino para un porvenir muy lejano, si quiere aplicarse a toda la sociedad.

Digamos a un cristiano sincero -que los hay- que la aplicación estricta del principio del Evangelio: Si alguno te golpea en la mejilla derecha, presentale también la otra mejilla, sería un absurdo y tendría también, con los hombres tal como los conocemos, resultados diametralmente opuestos al efecto presumido. El creyente responderá -si es inteligente-: Lo sé muy bien, pero considero mi principio como un ideal lejano de un amor perfecto, ideal que sería ciertamente imposible de alcanzar con la inmensa mayoría de los hombres de nuestra época, mas al cual es preciso tratar de acercarnos, sin embargo, lo más posible y en cuya dirección debemos perfeccionarnos.

De análoga manera es como comprendemos el ideal del estricto comunismo. Bien sabemos que, actualmente, un régimen social que no exigiese que el trabajo de todo hombre culto y en buen estado de salud pudiera contrabalancear la extensión de su consumo, hallaría dificultades prácticas insuperables. Y esto también en tanto que la naturaleza humana no sea transformada profundamente en el sentido altruísta.

Es precisamente en los medios obreros de diversos países donde hemos hallado los partidarios más fervientes y hasta fanáticos del régimen: El que no trabaje, no comerá.

Esto se explica por el hecho de que los obreros saben mejor que otros que la vida es difícil, que la Naturaleza no da nada si no se suministran esfuerzos, y que el perezoso que deja que otros trabajen para él, comete un abuso.

Un solo hecho de nuestra larga experiencia de la vida: Durante la primera revolución rusa, en 1904-1906, éramos el propietario (de nombre) de un steamer que había transportado fusiles y municiones a los revolucionarios rusos. Estando el buque de regreso en el puerto de Amsterdam, el propietario de los fusiles y yo tuvimos la intención de dar una gratificación de cincuenta florines a todos los hombres de la tripulación y una suma mayor a los cuatro oficiales. Pero habiendo dejado el barco en Italia algunos tripulantes -para regresar más pronto por ferrocarril, el capitán había tenido que contratar a cinco árabes en la costa norte de África. Ahora bien, en Amsterdam, tomando la palabra el boatsman (patrón) en nombre de la tripulación, nos dió gracias por la gratificación prometida, pero añadiendo que sus camaradas y él rehusaban todos el aceptar los cincuenta florines, si se daba también a los árabes la misma gratificación. En efecto, estos hombres habían dejado trabajar a sus camaradas casi solos, incluso en plena tempestad, cuando el pequeño navío había tenido que buscar la protección de la costa inglesa. Es este un ejemplo en que los trabajadores no aceptarían una dádiva, bien merecida sin embargo, y se perjudicarían a sí mismos, antes que tolerar que esa misma dádiva fuese concedida a personas que no la habían merecido.

Al cabo de más de treinta años de estudios económicos especiales y de más de cuarenta años de experiencias prácticas en el movimiento obrero internacional, no vemos personalmente ningún porvenir próximo para el estricto comunismo más que en algunas esferas muy especiales de la producción y del consumo y para artículos de primerísima necesidad: pan, ropas de trabajo y viviendas de lo más sencillo.

Estos artículos de primera necesidad podrán ser producidos siempre, por la comunidad de los trabajadores, en cantidad suficiente para que se hallen disponibles incluso para los que no quieren trabajar.

¿Es que, ya actualmente, el agua potable de las fuentes comunales no está a la disposición de todos y la entrada a los jardines públicos no es libre para todos?

En cuanto a lo que exceda de lo estricto necesario, habrá que contentarse -en un porvenir próximo, lo mismo que en la actualidad- con obtener que la comunidad preste sus cuidados, por espíritu de solidaridad, a los enfermos y a los inválidos, a los niños y a los ancianos. Este espíritu de solidaridad no exime de la filantropía, sino que es la expresión de un deber social de la colectividad con respecto a los individuos.

En resumidas cuentas, estimamos que la realización progresiva del régimen comunista será obra de una larga educación de los hombres de generación en generación. Lo mismo que los hombres en general, la inmensa mayoría de los obreros -salvo algunas raras excepciones- deberán aprender también a trabajar unos para otros, como deben aprender asimismo a sustituir, poco a poco, a los capitalistas particulares en la dirección de la producción.

Todas estas observaciones atañen al comunismo. Pero nosotros no somos solamente comunistas, pues somos también libertarios. Es decir, que pedimos la mayor libertad posible para todo individuo y para toda agrupación de individuos; la mayor autonomía posible para cada comuna y para cada región en el seno de la nación, así como la independencia de todo pueblo, pequeño como grande, de toda nación que pueda pretender representar a una civilización de carácter particular, en la medida en que no es indispensable en el interés internacional el limitarla.

Si supiéramos que un gobierno tiránico, una dictadura semejante a la que impera actualmente en la Rusia de los Soviets se hallara en disposición de crear, en el transcurso de medio siglo, una forma de comunismo altamente desarrollada, pero a condición de que la libertad individual estuviera totalmente sacrificada, preferiríamos el mal régimen social actual que garantiza al menos algunas libertades, a un régimen de cuartel y de trabajos forzados, como el que existe actualmente en Rusia -regimen inadmisible en principio y peligroso aun pasajeramente, pues corre el riesgo de provocar en las masas sometidas a la experiencia el odio al comunismo y de hacerlas pasar para mucho tiempo a las filas de los reaccionarios.

Sería mejor, ciertamente, para dicha de todos, que la Humanidad pudiera evolucionar lentamente en ambas direcciones a la vez -del comunismo y de la libertad-, que realizar, por medio de la violencia de una dictadura, un orden social de esclavitud, aun cuando esta esclavitud debiera acercarnos al comunismo.

En la definición de la palabra libertario dada anteriormente, hemos subrayado expresamente dos veces el vocablo posible. Es que reconocemos todas las dificultades que se presentan, en la vida práctica cotidiana, a la realización de la libertad y de la autonomía, en el sentido estricto de la palabra, como reconocemos todas las dificultades prácticas que se presentan en la realización del comunismo.

Tanto en una como en otra dirección, será menester una evolución de varias generaciones antes de que puedan realizarse, sobre poco más o menos, nuestros mejores sueños sociales; es decir, antes de que los Hombres, en su conjunto, hayan aprendido a tolerarse unos a otros, a amarse suficientemente entre sí y a trabajar unos para otros y no por su único interés personal.

Debemos precisar también un tanto las palabras principales aquí empleadas:

Admitimos, como definición del principio de la libertad, la dada por Spinoza: Será llamado libre aquello que existe solamente por la necesidad de su naturaleza y se halla determinado a obrar por sí solo; será llamado necesario o más bien opresión aquello que es determinado por otra cosa a existir y a producir algún efecto en una condición cierta y determinada (Etica, Primera parte, Definición VII).

Según esta definición, el Hombre es libre en sus actos cuando es él mismo el solo y único promotor de ellos; es, por el contrario, no libre o se halla en dependencia cuando otras personas le deciden a obrar a su manera, de suerte que no es sino parcialmente el promotor de sus propios actos.

Ahora bien, la Etica moderna admite que todo individuo debe de permanecer libre y hallarse en disposición de desarrollar su entera personalidad, hasta el punto en que comience a entorpecer la libertad de los demás: ya sea la libertad de otros individuos o la de una colectividad.

Este es el principio formulado ya en agosto de 1789 por la Asamblea Constituyente (Revolución Francesa), en el artículo 4º de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano: La libertad consiste en poder hacer todo lo que no perjudique a los demás. Así, el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no tiene otros límites que los que aseguran a los demás miembros de la sociedad el goce de estos mismos derechos ...

Que todo individuo duerma o vele, que coma y beba, que se dedique a los juegos, a los deportes, al paseo, a los conciertos o a los viajes, como bien le parezca -tanto tiempo como el sueño o la vigilia, la comida, los juegos o los deportes, los paseos, los conciertos o los viajes no lesionen los intereses de su familia o de su medio, pues se halla en la naturaleza de las cosas que el que quiere que se respete su libertad, debe respetar también, por su parte, la libertad de los demás.

Desde el momento en que la realización de los deseos personales y el desenvolvimiento de la libertad individual comienzan a lesionar la libertad y los intereses ajenos, se hace necesario entenderse: son precisas concesiones de parte y parte, entre el individuo que lesiona y las colectividades o los individuos que se ven lesionados.

Concesiones hechas directa y amistosamente entre las partes, tanto como sea posible; la intervención de una autoridad competente, como árbitro, si es necesario.

El hombre que ha unido su vida a la de una mujer, viviendo ambos como esposo y esposa, ha abandonado ya, de hecho, una parte de su propia libertad en todas las circunstancias y en todos los acontecimientos que atañen a la vida común.

Menester es que en las agrupaciones de comunistas libertarios reine el mismo espíritu de tolerancia, de libertad y el derecho igual para todos que exigimos fuera de estos grupos en la vida social de todos los días. Nuestros grupos no deben ser dirigidos por cualquier dictador individualista que no se atenga a las decisiones de la mayoría de sus camaradas y que se apropie las obras creadas por los esfuerzos de todos. Nuestros grupos deben ser regidos por los principios de la democracia y tener una dirección en que los secretarios, los presidentes, etcétera, de los grupos no sean, en definitiva, más que los mandatarios del conjunto de sus camaradas. Deben ser, al menos, los representantes de la mayoría en caso de divergencia de opiniones y cuando se hallen ante el dilema práctico: que una puerta deba estar abierta o cerrada.

Contra toda dictadura individualista, lo mismo que contra todo gobierno centralizado, los comunistas libertarios deben defender los principios de la libertad individual de todos los individuos y de la autonomía local y regional.

El principio de la autonomía debe de ser defendido por nosotros bajo una forma futura de la sociedad actual con respecto a todas las organizaciones e instituciones sociales: cooperativas, sindicatos obreros, ligas de productores o de consumidores, de inquilinos o de padres de familia, asociaciones de la juventud, etc.

Bajo el término de autonomía, comprendemos la libertad y el derecho de las organizaciones e instituciones de los municipios, de las regiones y de las naciones a administrar sus asuntos interiores según sus mismos principios, permaneciendo sumisas a las prescripciones generales en vigor para todos los ciudadanos o reglamentando las relaciones entre las organizaciones, comunas, regiones o naciones.

Por lo que atañe a la vida económica en la sociedad, debemos insistir en que se basa más y más sobre la comuna como célula fundamental.

A nuestro entender, las comunas deberán, en lo porvenir, aprovisionar y utillar a las regiones, provincias, departamentos o naciones. Estas últimas deberán constituir una verdadera Sociedad de las Naciones, de las cuales la de Ginebra no es más que una caricatura o, mejor dicho, un modestísimo e hipócrita comienzo.

La Sociedad del porvenir debe ser organizada de abajo a arriba en lugar de ser gobernada, como hoy, de arriba a abajo.

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