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LIBRO SEGUNDO

Primera parte

Capítulo cuarto

Por qué los norteamericanos no han sido jamás tan apasionados como los franceses por las ideas generales en materias políticas

He dicho anteriormente que los norteamericanos muestran por las ideas generales un gusto menos vivo que los franceses, y esto es cierto sobre todo respecto a las ideas generales en política.

Aunque los norteamericanos hagan penetrar en su legislación infinitamente más ideas generales que los ingleses y se ocupen más que éstos en acomodar las prácticas a la teoría en los negocios humanos, nunca se han visto en los Estados Unidos cuerpos políticos tan decididos por las ideas generales como lo fueron entre nosotros la Asamblea Constituyente y la Convención; nunca se ha apasionado la nación norteamericana entera por estas ideas, del modo que lo hizo el pueblo francés del siglo XVIII, ni ha mostrado jamás aquella fe tan ciega en la exactitud y verdad de teoría alguna.

Esta diferencia entre nosotros y los norteamericanos proviene de varias causas y principalmente de las que ahora voy a expresar: los norteamericanos forman un pueblo democrático que ha dirigido siempre por sí mismo los negocios públicos, y nosotros un pueblo democrático que por mucho tiempo no ha podido hacer otra cosa que pensar en la mejor manera de conducirlos. Nuestro estado social nos hacia ya concebir ideas muy generales en materia de gobierno, cuando nuestra constitución política nos impedía aún rectificar estas ideas por la práctica y descubrir poco a poco su insuficiencia, mientras que entre los norteamericanos estas dos cosas se equilibran y corrigen naturalmente.

A primera vista parece que se opone a lo que he dicho anteriormente de que los pueblos democráticos adquirían en las agitaciones mismas de su vida práctica el efecto que muestran hacia las teorías. Un examen detenido prueba que no hay tal contradicción.

Los hombres que viven en los países democráticos se sienten ávidos de ideas generales, porque tienen poco tiempo desocupado y estas ideas les evitan perderlo en examinar casos particulares. Esto es verdad, pero debe entenderse sólo en las materias que no son el objeto habitual y necesario de sus pensamientos.

Los comerciantes acogerán pronto y sin gran examen todas las ideas generales que se les presenten relativas a la filosofía, a la política, a las ciencias y a las artes; pero no recibirán sino después de un examen detenido, ni admitirán sin precaución, las relativas del comercio.

Lo mismo sucede a los hombres de Estado, cuando se trata de ideas generales concernientes a la política.

Cuando hay un objeto sobre el cual resulta particularmente peligroso que los pueblos se entreguen ciegamente y fuera de medida a las ideas generales, el mejor correctivo que puede emplearse es hacer que se ocupen todos los días de un modo práctico de ese mismo objeto. Para ello, necesariamente, han de entrar en los detalles, y los detalles les harán conocer los defectos de la teoría.

El remedio es comúnmente doloroso, pero su efecto es seguro.

Así es como las institucionés democráticas obligan a cada ciudadano a ocuparse prácticamente del gobierno y moderan el afán excesivo por las teorías generales que sugieren la igualdad en materias políticas.

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