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La sociedad moribunda y la anarquía

Jean Grave

CAPÍTULO TERCERO

Demasiado abstractos


¡Sois demasiado abstractos!

Esa es una objeción dirigida a menudo a los anarquistas por muchas personas; dicen que, dirigiéndonos preferentemente a los trabajadores, sería más fructífera nuestra propaganda si no nos remontáramos tanto.

En el capítulo anterior hemos visto que el mismo desarrollo de las ideas nos llevaba a tratar problemas que no siempre están al alcance de aquellos a quienes nos dirigimos; es una fatalidad qne hay que sufrir, contra la cual nada podemos.

A los que empiezan a estudiar el problema social les parecerán a veces nuestros escritos de una aridez que no discutiremos. Pero no podemos hacer que los problemas que tratamos y que hay que tratar no sean áridos de suyo. No podemos evitar que las ideas que defendemos, encadenándose unas con otras, identificándose con todas las ramas del saber humano, arrastran a quienes quieren dilucidarlas a estudiar cosas que no les parecían necesarias.

Además, todo ese trabajo preparatorio al cual quisieran condenarnos, ¿no lo han hecho nuestros antecesores socialistas? ¿No trabajan los mismos burgueses para remover su sociedad? Todos los ambiciosos, radicales y socialistas más o menos sinceros, ¿no se empeñan en demostrar a los trabajadores que la sociedad actual nada puede hacer por ellos y que hay que transformarla?

Los anarquistas no tienen que hacer más que analizar ese enorme trabajo, coordinarlo y extraer su esencia.

Su papel se limita a demostrar que no se curarán los males que padecemos cambiando de gobierno, que contentándonos con modificar las ruedas del organismo social, no evitaremos que produzcan los malos efectos que los burgueses ansiosos de llegar al poder demuestran tan acertadamente. Pero nuestra misión es cumplirla, precisamente porque las ideas que removemos son abstractas.

Si quisiéramos contentarnos con declamaciones y afirmaciones, fácil sería nuestra tarea y la de quienes nos atacan. Ya no habría problemas arduos que resolver, ni necesidad de buscar argumentos y lógica; es muy fácil decir y escribir: ¡Compañeros, los patronos nos roban! ¡Los burgueses son unos granujas! ¡Los gobernantes unos canallas! ¡Rebelémonos, matemos a los capitalistas, prendamos fuego a las fábricas!

Además, antes de que se escribiera, a veces han matado los explotados a los explotadores, los gobernados han hecho revoluciones, los pobres se han rebelado contra los ricos, sin que las situaciones hayan cambiado; cambiaron los gobiernos; cambió de dueños la propiedad en 1789; luego se han hecho revoluciones esperando que proporcionaran medios para que cambiara de manos otra vez, los gobernantes siguen oprimiendo a los gobernados, los ricos siguen viviendo a costa de los explotados. Todo sigue lo mismo.

Desde que se escribe, también se han hecho revoluciones, y tampoco cambia nada. Y es que no se trata de decir y escribir que al trabajador se le explota; hay que explicarle, sobre todo, que al cambiar de amos no deja de ser explotado, y que si ocupara el lugar de los dueños se convertiría en explotador, dejando tras de sí explotados que formularían contra su dominio las mismas quejas que formula él ahora contra aquellos a quienes quiere desposeer. Lo que tienen que comprender también es que los burgueses los han interesado en su sociedad llevándolos a defender les privilegios de los explotadores, cuando creen defender su propio interés, en una organización que para ellos no tiene más que promesas nunca realizadas.

La sociedad burguesa se encarga, por su organización basada en el antagonismo de los intereses, de llevar a los trabajadores a la revolución, y los trabajadores siempre han hecho revoluciones, pero se han dejado escamotear las ventajas porque no sabían. La misión de los propagandistas, por consiguiente, es enseñar a los trabajadores, y para enseñarles, hay que demostrar. La afirmación crea creyentes, pero no conscientes.

Cuando hasta para los socialistas más avanzados era la autoridad la base de toda organización, no era malo que no hubiera más que creyentes; al contrario, así se facilitaba el trabajo a quienes se erigían en directores; podía procederse por afirmaciones; a cada cual le creían según el poder de autoridad que había sabido adquirir, y como los directores no pedían a sus prosélitos que supieran por qué los hacían obrar, sin que creyeran lo bastante para obedecer ciegamente a las órdenes récibidas, no necesitaban matarse mucho para exponer argumentos.

Creyendo en los hombres providenciales que debían pensar y obrar por ellos, la masa de los prosélítos no necesitaba aprender tantas cosas; ¿no tenían los jefes preparado ya en su cerebro un plan de reorganización social que se apresurarían a aplicar, llegados al poder? Saber batirse y dejarse matar era todo cuanto se pedía al vulgo que aprendiera y ejecutara. Coreados los jefes, el bueno del pueblo no tenía más que aguardar, todo se le daría sin que tuviera que molestarse.

Pero las ideas anarquistas han venido a trastornar todo eso. Negando la necesidad a los hombres providenciales, declarando la guerra a la autoridad y reclamando para cada individuo el derecho y el deber a no obrar más que por propio impulso, a no sufrir ninguna coacción ni restricción de su autonomía, proclamando la iniciativa individual como baee de todo progreso y asociación realmente libertaria, la idea anarquista no puede contentarse con formar creyentes, tiene que tratar de formar convencidos que sepan por qué creen, dándose cuenta al calor de los argumentos que han oído; por qué los discuten y pesan; por eso es la propaganda más difícil, más ardua, más abstracta, pero también más eficaz.

Dado que los individuos no dependen más que de su propia iniciativa, deben tener los medios de ejercitarla eficazmente. Para que la iniciativa del individuo pueda adaptarse libremente a la acción de otros individuos, tiene que ser consciente, razonada, basada en la lógica del orden natural de los hechos; para que todos estos actos separados convengan a un objeto común, tienen que ser suscitados por una idea común bien comprendida, claramente elaborada, y sólo una discusión apretada, lógica y precisa de las ideas puede penetrar en el cerebro de quienes las adopten y llevarlos a reflexionar por sí mismos.

De eso se deduce nuestra manera de proceder, para que, cuando tengamos una idea, en lugar de sacar de ella un fuego artificial de frases efectistas, le demos mil y mil vueltas, la disequemos hasta sus últimos átomos, para extraerle toda la argumentación posible.

No es cosa de poco momento echar abajo una sociedad, como hablamos de hacerlo, sobre todo, cuando ese derrumbamiento social ha de ser universal, según deseamos. Es evidente que los individuos que componen esta sociedad, por mala que sea para ellos, no están inclinados a considerar, como nosotros, la necesidad de ese derrumbamiento, puesto que están acostumbrados a ver en tal sociedad el paladín de su conservación, de la posibilidad de su bienestar. Comprenden que esta sociedad no les da lo que les ha prometido, pero no pueden comprender la necesidad de su destrucción total. Cada cual tiene su reformita pensada para engrasar las ruedas y que ande la máquina a gusto de todos.

Por eso quieren saber si el derrumbamiento les será provechoso o nocivo, y de ahí proceden muchos problemas que llevan a discutir todos los conocimientos humanos para ver si sobrenadarán en el cataclismo que queremos provocar.

Por eso se apura el trabajador que ve desfilar ante su entendimiento una multitud de problemas que nadie le ha enseñado en la escuela, problemas que le es difícil comprender, y cuya mayor parte oye tratar por primera vez. Pero son problemas que tiene que estudiar, profundizar y resolver si quiere ser apto para aprovecharse de esa autonomía que reclama, si no quiere malgastar su iniciativa en detrimento suyo y, sobre todo, si quiere preicindir de los hombres providenciales.

Cuando un problema, por abstracto que sea, se presenta a las investigaciones del propagandista ácrata, éste no puede evitar que sea abstracto por su esencia y omitirlo so pretexto de que aquellos a quienes se dirige no han oído hablar de ello ni pueden comprenderlo.

Exponerlo en lenguaje claro, limpio, exacto y conciso; evitar las palabras que sólo comprenden los iniciadores; no enterrar el pensamiento en una fraseología retumbante y redundante; no buscar las frases de efecto, eso es lo que pueden hacer quienes anhelen propagar la idea, hacerla entender y penetrar en la masa, pero no podemos mutilarla diciendo que la masa no puede entenderla.

Si hubiera que eludir todos los problemas que la masa de lectores no puede comprender, nos condenaríamos a volver a la declamación, al arte de enhebrar las frases para no decir nada. Bastante bien represéntase los retóricos burgueses para que pensemos en desposeerlos de él.

Si los trabajadores quieren emanciparse, deben comprender que su emancipación no ha de hacerse sola, que tienen que adquirirla, que la instrucción es una de las formas de la lucha social.

La duración y posibilidad de su explotación por la burguesía, proceden de su ignorancia; han de emanciparse intelectualmente si quieren lograr la emancipación material. Si ya retrocedían ante las dificultades de esa emancipación que no depende más que de su voluntad, ¿qué harán ante las dificultades de una lucha más activa en que habrá que gastar una fuerza de carácter y una suma de voluntades incomensurable?

Por inútil y nociva que sea, la burguesía no ha dejado de concentrar en los cerebros de algunos de los suyos todos los conocimientos científicos necesarios para el desarrollo de la humanidad; si no queremos que la revolución sea un retroceso, el trabajador ha de ser apto para sustituir intelectualmente a la burguesía que quiere derribar; es necesario que su ignorancia no constituya un obstáculo para el desarrollo de los conocimientos ya adquiridos. Si no los conoce a fondo, ha de tener aptitud para comprenderlos cuando se encuentre en su presencia.

Ya comprendemos todas las impaciencias, ya nos figuramos que quienes tienen hambre querrían que viniera a escape el día de saciarla; nos damos cuenta de los que padecen, tascando el freno, el yugo de la autoridad; tienen ansias de sacudirlo y desean oir palabras conformes con la situación de su espíritu, y que les recuerden sus odios, sus deseos, sus aspiraciones, su sed de justicia.

Pero sean cuales fueren las impaciencias, por legítimas que sean las reivindicaciones y la necesidad de realizarlas, la idea sigue su camino poco a poco, no penetra en los cerebros y no se aloja en ellos hasta que está madura y elaborada.

Cuando se piensa que la burguesía que queremos derribar ha tardado siglos en prepararse para echar abajo la monarquía, debemos reflexionar sobre el trabajo de elaboración que hemos de verificar.

En el siglo XIV, cuando Esteban Marcel intentó apoderarse del poder en beneficio de la burguesía, organizada ya en corporaciones, ya se sentía fuerte aquella clase; hacía tiempo que aspiraba a la autoridad y se había organizado con tal objeto, se había instruído y desarrollado, trabajaba para emanciparse, persiguiendo contra el feudalismo la emancipación de los municipios. Sin embargo, tardó cuatro siglos en conseguir el codiciado objeto.

Desde luego, esperamos no tener que aguardar tanto tiempo nuestra emancipación y la caída de la explotación burguesa. Está tan completamente estropeada, al cabo de tan poco tiempo de poderío, que es rápida su decadencia, pero si la burguesía pudo sustituir en 1789 al derecho divino, fue porque estaba preparada intelectualmente a aquella sustitución, y cuanto más rápida sea su caída, más debemos apresurarnos los trabajadores a prepararnos intelectualmente, no a sustituirla en el poder que debemos destruir, sino a organizarnos para impedir que otra aristocracia sustituya a la que se hunda.

Sentada ya la idea de la libre iniciativa de los individuos, éstos deben disponer de los medios para saber razonar y combinar su iniciativa. Si no tienen la voluntad de deshacerse de su propia ignorancia, ¿cómo han de ser aptos para dar a entender a los demás lo que ellos no hayan aprendido? No temamos, pues, discutir los problemas más abstractos, que cada solución adquirida es un paso dado en el camino de la emancipación.

Rechazando a los jefes, es necesario que los conocimientos que encerraban en sus cerebros, se esparzan por los de la masa, y no hay más que un medio para alcanzarlos, sin dejar de ir hacia ade1ante y es interesar a esa masa en los problemas que nos afectan. Repetiré que debemos ser todo lo claros que sea posible, pero sin mutilarnos, porque en ese caso, en vez de atraer la masa hacia nosotros, nos acercaríamos a ella; en lugar de andar hacia adelante, retrocederíamos, lo cual sería una manera muy extraña de entender el progreso.

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