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La sociedad moribunda y la anarquía

Jean Grave

CAPÍTULO SEGUNDO

Individualismo. Solidaridad


Anarquía y comunismo rabian de verse juntos, dicen algunos adversarios de mala fe, poco deseosos de aclarar el problema. El comunismo es una organización que impide desenvolverse a la individualidad y no lo queremos; somos individualistas, anarquistas, nada más. Han reclamado después algunos individuos sinceros en el sentido de que, experimentando la necesidad de parecer más avanzados que sus compañeros de propaganda y no teniendo originalidad propia, se desquitan exagerando las ideas y llevándolas hasta lo absurdo; a su lado se han agrupado aquellos que los gobiernos tienen interés en colar entre sus adversarios para dividirlos o extraviarlos.

Y ved a los anarquistas metidos a discutir sobre anarquía, comunismo, iniciativa, organización, influencia dañosa o vana de la agrupación, egoísmo y altruísmo y una porción de cosas tan absurdas unas oomo otras, porque después de haberse discutIdo entre contrincantes de buena fe, acababa por resultar que todos querían lo mismo, llamándolo de diferente modo.

Efectivamente, los anarquistas que invocan el comunismo reconocen que el individuo no ha sido creado para la sociedad, sino que ésta se ha formado para proporcionar a aquél mayor facilidad de evolución. Es evidente que cuando cierto número de individuos se agrupan y unen sus fuerzas, lo hacen para obtener mayor suma de goces, menos gasto de fuerza. No tienen ninguna intención de sacrificar su iniciativa, su voluntad, su individualismo propio en beneficio de una entidad que no existía antes que ellos se reunieran y que desaparecería con su dispersión.

Ahorrar fuerzas y seguir arrancando a la naturaleza lo necesario para la existencia, que no se podía alcanzar más que concentrando esfuerzos, es lo que se proponían los primeros hombres cuando empezaron a agruparse, o a lo menos debió de entenderse tácitamente, si no se razonó en sus asociaciones primeras, que quizá fueran temporales y se limitaran a la duración del esfuerzo, rompiéndose cuando se obtuvo el resultado.

Por lo tanto, ningún anarquista piensa en subordinar la existencia del individuo a la marcha de la sociedad.

El individuo libre, completamente libre en sus modos de actividad es lo que pedimos todos, y cuando hay algunos que rechazan la organización, que no piensan más que en el individuo, que se burlan de la comunidad, afirmando que el egoísmo del individuo debe ser su única regla de conducta; que la adoración de un Yo debe sobreponerse a toda consideración humanitaria (creyéndose así más avanzados que los demás), esos nunca han estudiado su organización psicológica y fisiológica del hombre, no se han dado cuenta de sus propios sentimientos; no tienen la misma idea de lo que es la vida del hombre actual; sean cuales fueren sus necesidades físicas, morales e intelectuales.

La sociedad actual nos presenta algunos de esos perfectos egoístas: abundan los Delobelle, los Hialmar Eikdal en la vida como en la novela. Sin encontrar muchos podemos ver alguna vez entre nuestras relaciones, esos tipos que sólo piensan en sí mismos, que no ven en la vida más que su persona. Si en la mesa hay un buen bocado, se lo adjudican sin ningún escrúpulo. Viven desahogadamente fuera de su casa, aunque la familia se muera de hambre. Aceptan los sacrificios de cuantos les rodean como cosa debida, mientras gastan y triunfan sin vergüenza. Los padecimientos de los demás no les importan, con tal que su propia existencia sea cómoda, ni se enteran de que por ellos y para ellos se padece. Cuando están hartos y c0ntentos, la humanidad debe estar satisfecha y regocijada. Ese es el tipo del perfecto egoísta, en el sentido absoluto de la palabra, pero también puede decirse que es el tipo de un individuo repulsivo. El burgués más repugnante no se aproxima siquiera a ese tipo, a veces siente amor a los suyos, o a lo menos algo parecido. No creemos que los partidarios sinceros del individualismo más exagerado intenten presentarnos ese tipo como ideal de la humanidad futura. Tampoco los comunlstas anarquistas han pensado predicar la abnegación a los individuos en la sociedad que defienden. Rechazando su entidad Sociedad rechazan también la entidad individuo, que se quería crear llevando la teoría hasta lo absurdo.

El individuo tiene derecho a toda libertad, a la satisfacción de todas sus necesidades, pero como hay muchos millones de individuos en la tierra con derechos (ya que no necesidades) iguales, se infiere que todos esos individuos han de obtener satisfacción sin mermarse unos a otros porque entonces habría opresión, lo cual haría inútil la revolución.

Lo que contribuye mucho a embrollar las ideas es que la inmunda sociedad que nos rige, basada en el antagonismo de los intereses, hace combatir a los individuos unos contra otros, y los obliga a desgarrarse mutuamente para poder vivir. En la sociedad actual hay que ser ladrón o robado, opresor u oprimido: no hay término medio. Hoy el que quiere ayudar al porvenir, se expone a ser su víctima¡ por eso, el que no razona, cree que los hombres no pueden vivir sin combatir.

Los anarquistas dicen que la sociedad ha de fundarse en la más estrecha solidaridad. En esa sociedad que quieren formar, no se ha de realizar la dicha individual, ni siquiera la ínfima parte, en detrimento de otro individuo; el bienestar particular ha de derivarse del general; cuando un individuo padezca lesión en su autonomía, en sus goces, todos los demás habrán de sentirse igualmente lesionados para que lo remedien.

Mientras no se realice ese ideal, mientras no se logre ese objeto, las sociedades serán organizaciones arbitrarias, contra las cuales tendrán derecho a rebelarse los individuos lesionados.

Si pudiera vivir el hombre aislado, si pudiera volver al estado natural, no se discutiría cómo ha de vivir; cada cual viviría a su gusto, La tierra es bastante grande para albergue de toda la humanidad, pero entregada a sí misma, ¿daría bastantes víveres para todos? Menos seguro es eso, probablemente se suscitaría una guerra feroz entre individuos, la lucha por la existencia de las primeras edades, en todo su furor. Habría que volver a empezar todo el ciclo de la evolución, oprimiendo los fuertes a los débiles, hasta que los sustituyeran los más intrigantes, y el valor dinero sustituyera al valor fuerza, Si hemos tenido que atravesar todo ese período de sangre, miseria y explotación que se llama historia de la Humanidad, es por que el hombre ha sido egoísta en el sentido absoluto de la palabra, sin ningún correctivo, sin ninguna atenuación. Desde el principio de su asociación no ha tendido más que a la satisfacción del goce inmediato, Cuando ha podido esclavizar al débil lo ha hecho sin el menor escrúpulo, sin ver más que la suma de trabajo que le sacaba, sin pensar que la necesidad de vigilarle y las rebeliones que tendría que reprimir, acabarían a la larga por obligarle a un trabajo no menos valioso, y que había valido más que trabajaran ambos juntos, prestándose mutuo auxilio. Asi han podido establecerse la Autoridad y la Propiedad; si queremos derribarlas, no será para repetir la evolución pasada.

Si se admitiese esa teoría de que los móviles del individuo deben ser el egoísmo liso y llano, la adoración y el cultivo del Yo, llegaríamos a decir que debe lanzarse a la pelea y trabajar para adquirir sus satisfacciones, sin ocuparse en averiguar si perjudican a los demás. Afirmar tal cosa, sería declarar que la revolución futura ha de hacerse por y para los fuertes, que la sociedad nueva ha de ser un conflicto perpetuo entre los individuos. Si así fuese, no invocaríamos una idea de emancipación general. No nos habríamos rebelado contra la sociedad actual más que porque su organización capitalista no nos permite gozar también.

Puede que alguno de los llamados anarquistas haya considerado el problema deade ese punto de vista, lo cual explicaría las defecciones y palinodias de individuos que, después de haber sido ardentísimos libertarios, han abjurado de sus ideas para formar entre los defensores de la sociedad actual, porque ésta les ofrecía compensaciones.

Claro que combatimos a esta sociedad porque no nos proporciona la satisfacción de nuestras aspiraciones pero también hemos comprendido que nuestro interés bien entendido necesitaba que esa satisfacción de necesidades se extendiera a todos los miembros de la sociedad.

El hombre es siempre egoísta y tiende a hacer de su Yo el centro del universo, pero al desarrollarse su inteligencia ha llegado a comprender que si su Yo exigía satisfacciones, habría otros yo que las querrían también. Los que no estaban satisfechos han dado a entender que tenían derecho a estarlo, por lo cual los sentimentalistas y los místicos han predicado la renuncia, el sacrificio, la abnegación al prójimo.

Lo arbitrario de las sociedades, que sigue predicando la opresión de la individualidad en beneficio de la colectividad (puesto que este dogma ha contribuído a su sostén tanto como la fuerza) ha tenido que suavizarse y dar mayor parte a la individualidad.

Si el egoísmo mezquino y mal entendido es contrario al funcionamiento de una sociedad, la renuncia y el espíritu de sacrificio son funestos a la individualidad. Sacrificarse por los demás, sobretodo cuando son personas indiferentes, no entra en todos los espíritus. Además, sería, a la larga, perjudicial para la misma humanidad; dejando dominar a los espíritus mezquinos, egoístas, en el mal sentido de la palabra, el tipo menos perfecto de la humanidad llegaría a absorver los demás. Tampoco por lo tanto podía el altruísmo, propiamente dicho, llegar a implantarse.

Pero si el egoísmo y el altruísmo separados y llevados al extremo son perniciosos para el individuo y la sociedad, asociándolos se resuelven en un tercer término, que es la ley de las sociedades del porvenir. Esa ley es la solidaridad.

Nos unimos muchos para obtener la satisfacción de una de nuestras aspiraciones. Como esa asociación nada tiene de forzado ni de arbitrario, motivada sólo por una necesidad de nuestro sér, es evidente que llevaremos a esa asociación tanta más fuerza y actividad, cuanto más intensas sean nuestras necesidades.

Habiendo cooperado todos a la producción, tenemos todos derecho al consumo; eso es evidente, pero como se habrá calculado la suma de las necesidades (incluyendo las que haya que prever) para llegar a producir para la satisfacción de todos, poco trabajo le costará a la solidaridad establecerse, para que cada cual tenga su parte.

Cuanto más intenso sea el deseo, mayor será la suma de actividades que emplee para realizarlo. Así llegará a producir, no sólo para satisfacer a los copartícipes, sino también a aquellos en quienes no se despertaría el deseo hasta ver lo producido. Siendo infinitas las necesidades del hombre, infinitos serán sus modos de actividad, infinitos sus medios de satisfacción, y esa variedad de necesidades concurrirá a establecer la armonía general.

En nuestra sociedad, donde la costumbre es descansar con el trabajo ajeno para alcanzar las cosas necesarias a la existencia, no se tiene más que un objeto: procurarse el suficiente dinero para poder comprar lo que más agrade, y como el trabajo manual ni siquiera alcanza para evitar el morirse de hambre, el que no tiene más que este recurso, trata de buscar dinero por todos los medios, excepto por el trabajo, sean cuales fueren; el que dispone de algo, se dedica al comercio y aumenta sus ganancias robando a sus contemporáneos; se dedica al agio y a la especulación, o hace trabajar a los demás. Se hace todo género de cosas más o menos sucias, excepto lo que sería necesario para que se beneficiaran todos: producción útil; de modo que cada cual arrima el ascua a su sardina, sin que le importe despojar a los demás, y de ahí ese egoísmo irracional que parece haberse convertido en el único móvil de laa acciones humanas.

Al afinarse, llega el hombre a no vivir sólo por sí y para sí; el tipo del perfecto egoísta humanamente desarrollado, es llegar a sufrir con el padecimiento de quienes le rodean o que amargue sus goces el pensar que otros, por la organización social viciosa en que vivimos, pueden padecer. La burguesía tiene en su seno individuos en los cuales la sensitividad está seguramente muy desarrollada; cuando las influencias del medio, la educación y la herencia le dejan tiempo para pensar en las miserias y torpezas sociales, cuando pueden darse cuenta de que éstas existen, tratan de remediar en lo posible la miseria con la caridad, lo cual origina las obras filantrópicas, Pero la co!tumbre de considerar a la sociedad normalmente constituída, de creer la miseria eterno producto de la mala conducta del trabajador, engendra el carácter seco, inquisitorial de la filantropía.

Y es que para el hombre nacido, creado, desarrollado en los invernaderos del bienestar y del lujo, es dificilísimo y hasta imposible, excepto en circunstancias excepcionales, llegar a dudar de lo legítimo de la situación de que goza. Para el advenedizo la dificultad es mayor, porque cree que debe su situación a su talento o trabajo. La religión y los economistas han afirmado tanto que el trabajo era un castigo, que la miseria era efecto de la imprevisión de quienes la padecen, que es difícil que quien nunca ha tenido que luchar contra la adversidad, no se crea de una esencia superior. El día que empiece a dudarlo y se ponga a estudiar la organ!zación social, se le amargarán los goces, si está bIen dotado para comprender los vicios sociales. Padecerá pensando que su lujo necesita la miserla de una muchedumbre de trabajadores, que cada goce suyo cuesta muchos padecimientos a quienes se han sacrificado para producirlo. Si la combatividad se ha desarrollado en ese hombre tanto como la sensibilidad, será un rebelde más contra el orden social, que ni siquiera le garantiza el goce moral e intelectual.

No olvidemos que el problema social no se limita a una cuestión material. Ciertamente, luchamos, ante todo, para que todos puedan saciar el hambre, pero no se limitan a eso nuestras reivindicaciones. Luchamos también para que cada cual pueda desarrollarse según sus facultades y se proporcione las satisfacciones intelectuales que le crean las necesidades de su cerebro.

Realmente, para muchos anarquistas no hay más problema que ese, y de ahí nacen las diversas interpretaciones y discusiones sobre el egoísmo, el altruísmo, etc. Nada hay menos desarrollado que el problema del estómago, pero sería un peligro para el buen éxito de la revolución detenerse ahí, porque entonces también se podría aceptar el Estado socialista que debe y podría asegurar a todos la satisfacción de sus necesidades físicas.

Si la próxima revolución limitara su desideratum al problema de la vida material, se expondría a quedarse a mitad del camino, a degenerar en una vasta borrachera que no tardaría en entregar, acabada la orgía, a los insurgentes a los golpes de la reacción burguesa. Afortunadamente, ese problema, primordial hoy desde luego para el mundo obrero, para el cual los paros cada vez más prolongados hacen muy incierto el porvenir, no es el único que habrá de resolver la próxima revolución. Desde luego, la primera labor de los anarquistas, para que se logre la revolución, consistirá en apoderarse de la riqueza social, en llamar a los desheredados para que conquisten los almacenes, las herramientas y el terreno; en instalarse en lugares saludables, destruyendo las madrigueras donde se les obliga a pudrirse hoy; los rebeldes habrán de destruir los papelotes que aseguran el funcionamiento de la propiedad; los despachos de notarios y registradores del catastro y del registro civil, deberán ser visitados y destruídos. Pero para verificar todo ese trabajo se necesitan algo más que hambrientos, hacen falta individuos conscientes de su individualidad, celosos de sus derechos, que quieran conquistarlos con firmeza y sean capaces de defenderlos después de adquiridos; por eso sería insuficiente para llevar a cabo esa transformación un problema de subsistencia.

Por eso, al lado del derecho a la existencia, reclamado por todos los anarquistas, surgen otros problemas de arte, ciencia y filosofía que los anarquistas han de estudiar, profundizar y dilucidar, y hacen que las ideas anarquistas tengan que abarcar todos los conocimientos humanos. Donde han encontrado argumentos en su favor, se han levantado defensores que llevaban su contingente de reclamaciones y reforzaban las ideas con su saber. La suma de los conocimientos humanos es tan grande, que los cerebros más privilegiados no pueden apropiarse más que una parte de ella; así es que la idea anarquista no puede condensarse en algunos cerebros que deslindan sus fases y trazan su programa, no puede dilucidarse más que con auxilio de todos, con ayuda de los conocimientos de cada cual, y eso constituye su fuerza, porque ese auxilio de todos le permitirá resumir todas las aspiraciones humanas.

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