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La sociedad moribunda y la anarquía

Jean Grave

CAPÍTULO CUARTO

¿Es malo el hombre?


El hombre es demasiado malo para saber guiarse solo. En ese argumento se apoyan los autoritarios para justificar el poder cuyo establecimiento defienden. Habría que fundir de nuevo al hombre, se contesta a los anarquistas, cuando hablan de establecer una sociedad basada en la solidaridad, en la igualdad más completa, en la absoluta autonomía del individuo, sin autoridad, reglas ni coacción.

El hombre es malo, verdad es, pero ¿puede mejorar o empeorar? ¿Es posible un cambio bueno o malo en su estado actual? ¿Puede mejorar o deteriorarse fisiológica y moralmente? Si la evolución en uno ú otro sentido es posible (lo cual nos demuestra la historia), ¿tienden la herencia de las antiguas leyes y el arnés de las instituciones viejas a hacerle mejor o contribuyen a hacerle peor? La contestación a esta pregunta nos indicará si hay que empezar por reformar el hombre moderno o el estado social.

Nadie niega hoy que el medio físico tiene enorme influencia en la constitución fisiológica del hombre, y con mayor razón influye el medio moral e intelectual en su constitución psicológica.

¿En qué se basa la sociedad actual? ¿Tiende a crear la armonía entre los hombres? ¿Hace que el daño que uno padece lo sientan los demás, para que todos traten de amenguarlo o precaverlo? ¿Depende el bienestar particular del general, ni que nadie esté interesado en perturbarlo? ¿Permite la sociedad de amos, reyes, curas y mercaderes que se produzcan ideas generosas, o tiende a sofocarlas? ¿No se sirve para aplastar a los débiles de la fuerza brutal del dinero que pone a los más generosos y menos egoístas a merced de los más ávidos y menos escrupulosos?

Basta con estudiar el mecanismo de la sociedad burguesa para conocer que nada bueno puede producir. Bien arraigadas tienen puestas en la raza humana las aspiraciones hacia lo bueno y hermoso para que no las hayan ahogado el egoísmo ruín e irracional y la rapacidad que la sociedad oficial le inculca desde la cuna.

En el capítulo anterior hemos visto que la tal sociedad está basada en el antagonismo de los intereses y convierte a cada individuo en enemigo del prójimo. El interés del vendedor es opuesto al del comprador, el ganadero y el labrador desean la epidemia o el granizo para sus vecinos a fin de encarecer sus productos, cuando no recurren al Estado, que los protege aplicando elevados derechos a los productos de sus concurrentes; el desarrollo de las herramientas mecánicas tiende cada vez más a dividir a los trabajadores, dejándolos sin trabajo e induciéndolos a disputarse mutuamente los empleos, cuyo número es cada vez más inferior a la demanda; en la sociedad tradicional todo tiende a dividir a los individuos.

¿Por qué hay ahora paros y miseria? Porque los almacenes están llenos de productos. ¿Por qué no se les ha ocurrido a los individuos la idea de incendiarlos o apoderarse de ellos, buscando así el trabajo que se les niega, y creando la salida qUe los explotadores buscan lejos? Se dice qne por miedo a la fuerza pública. Real es el miedo, pero él solo no basta para explicar la apatía de los hambrientos.

¡Cuántas ocasiones se presentan en la vida para hacer daño sin peligro alguno, y en que no se hace porque lo impiden motivos distintos del miedo a la fuerza pública! Además, si los hambrientos quisieran juntarse todos, bastante abundan en París, por ejemplo, para perder ese miedo, resistirse a la fuerza durante un día, vaciar los almacenes y darse un buen atracón. A los que van a la cárcel por vagabundos y mendigos, no les detendrá el temor a la prisión para que mendiguen lo qUe no les costaría más trabajo robar. Es que además de la cobardía, existe el instinto de la sociabilidad que impide a los individuos hacer daño por gusto y les hace aceptar las más pesadas trabas porque entienden que son necesarias para que funcione bien la sociedad.

¿Se cree que sólo la fuerza bastaría para asegurar el respeto a la propiedad, si en el espíritu de los individuos no se mezclara con esto un carácter de legitimidad que la ha hecho aceptar como resultado de un trabajo individual? ¿Han evitado los castigos más duros para los que la hayan atacado los que quieren vivir a costa de los demás, sin pensar en si es o no legítima?

¿Pues qué ocurriría si los individuos, razonando su miseria, descubriendo sus causas en la propiedad, tuvieran el carácter tan inclinado al mal como se afirma? No duraría la sociedad ni un minuto; se armaría la lucha por la existencia en su más feroz expresión, volveríamos a la barbarie pura. Precisamente, porque el hombre tendía al bien se ha dejado dominar, esclavizar, engañar y explotar y le repugnan todavía los medios violentos para emanciparse definitivamente.

La afirmación de que el hombre es malo y de que no se puede esperar su cambio, equivale a decir, si se la analiza: El hombre es malo, la sociedad está mal constituída; nada puede esperarse de aquél ni de ésta. ¿Para qué hemos de perder tiempo en buscar una perfección que el hombre no puede alcanzar? Arreglémonoslas nosotros lo mejor que podamos. Si el total de los goces que adquirimos está formado con la sangre y las lágrimas de las víctimas que siembran nuestro camino, ¿qué nos importa? Hay que aplastar al prójimo para que no le aplasten a uno. Peor para los que caigan.

Bueno, los privilegiados han conseguido apuntalar su dominio, adormecer a los trabajadores, transformarlos en defensores de sus privilegios prometiéndoles, al principio, mejor vida ... en el otro mundo, y luego, cuando se va dejando de crer en Dios, predicándoles moral, patriotismo, utilidad social, etc., haciéndoles esperar hoy con el sufragio universal una multitud de reformas y mejoras imposibles de llevar a cabo; porque nadie puede evitar los males que nacen de la misma esencia de la organización social, mientras no se ataquen más que los efectos sin dar con las causas, mientras no se transforme la propia sociedad. Proclamen ahora los señores explotadores del pobre el derecho puro a la fuerza, y veremos lo que dura su dominación. ¡A la fuerza, contestaremos con la fuerza!

Cuando empezó el hombre a agruparse con sus semejantes, debía ser más bien un animal que un hombre, sin que existieran en él las ideas de moralidad y justicia. Teniendo que luchar contra los demás animales, contra la naturaleza entera, las primeras agrupaciones debieron de formarse por la necesidad misma de una asociación de fuerza y no por necesidad de la solidaridad. Indudablemente, como hemos dicho ya, aquellas asociaciones fueron temporales al principio, limitándose a la captura de la caza perseguida, a derribar los obstáculos que había que vencer, y luego a rechazar o matar a quienes les atacaran.

Después de practicar la asociación llegaron los hombres a comprender su importancia y las sociedades acabaron por ser permanentes.

Por otra parte, aquella existencia de luchas continuas había de desarrollar en los individuos el instinto sanguinario y despótico; los más débiles tuvieron que sufrir el dominio de los fuertes, cuando no les sirvieron de alimento. Más tarde fue cuando la astucia se impuso tanto como la fuerza.

Cuando se estudia el principio de la humanidad, hay que confesar que el hombre era entonces un animal muy malo, pero ya que ha llegado el desarrollo actual y ha podido adquirir nociones de ideas que antes le faltaban, no hay razón para que se detenga y llegue más lejos. Negar que el hombre puede progresar más sería tan falso como afirmar, cuando habitaba las cavernas y no tenía más que un palo o un arma de piedra como defensa, que no sería algún día capaz de construir las opulentas ciudades de hoy, o de utilizar la electricidad y el vapor. ¿Por qué el hombre que ha llegado a dirigir según sus necesidades la selección de los animales domésticos, no ha de llegar a dirigir la suya, según la hermosura y la bondad, de las cuales empieza a tener nociones?

El hombre ha evolucionado poco a poco y evoluciona diariamente. Sus ideas se modifican sin cesar. Aunque se imponga a veces la fuerza física ya no se admira tanto. Sus ideas de moralidad, solidaridad y justicia se han desarrollado, tienen ya bastante fuerza para que los privilegiados, a fin de conservar sus privilegios, necesiten hacer creer a los individuos que se los explota y se los amordaza por su bien.

No puede durar ese engaño. Empezamos a sentirnos muy oprimidos en esta sociedad mal equilibrada; las aspiraciones que van saliendo a luz siglos ha, aisladas antes e incompletas, empiezan a tomar cuerpo; se encuentran hasta en aquellos que podríamos clasificar entre los privilegiados en la organización actual, no existe un individuo a quien no le haya llegado la hora de exhalar alguna vez el grito de rebelión e indignación contra esa sociedad, gobernada todavía por muertos que parecen haberse empeñado en molestar todos nuestros sentimientos, todos nuestros actos, todas nuestras aspiraciones, con padecer que crece a medida de nuestro desarrollo. Precísanse las ideas de justicia y libertad; quienes las proclaman, todavía son minoría, pero minoría bastante fuerte para que los poseedores se alarmen y sientan miedo.

De modo que el hombre, como los demás animales, es el producto de una evolución que se verifica según la influencia del medio en que vive y las condiciones de existencia que ha de sufrir o combatir: pero tiene sobre los demás animales la ventaja de que él solo, o a lo menos en mayor grado que ellos, ha llegado a saber razonar sobre su origen, a formular aspiraciones para lo porvenir; depende de él conjurar aquella fatalidad del mal que se supone inherente a su existencia; llegando a crearse otras condiciones de vida, conseguirá modificar su propia personalidad.

Sin ir más lejos, el problema se resume del siguiente modo: Bueno o malo, ¿tiene cada individuo derecho a vivir a su gusto, rebelándose si se le explota, o si se le quiere constreñir a condiciones de existencia que le repugnen? Los que están en el poder y los privilegiados de la fortuna dicen que son mejores, pero bastaría con que los malos los derribaran y se colocasen en su lugar para invertir los papeles y tener tanta razón como los primeros para llamarse buenos.

El sistema de la propiedad individual, poniendo toda la riqueza social en manos de algunos, ha permitido a éstos vivir como parásitos a costa de la masa esclavizada, cuya producción no sirve más que para enseñar el fausto y holganza de aquéllos, y para defender sus intereses. Esta situación, cuya injusticia reconocen quienes la sufren, no puede durar. Los trabajadores reclamarán el libre disfrute de cuanto producen, y se rebelarán si se les sigue negando. Por más que la burguesía se atrinchere detrás de la argumentación de que el hombre es malo, la revolución vendrá. Y entonces, o el hombre es realmente imperfectible (acabamos de ver lo contrario) y entonces habrá guerra de apetitos, y sean cuales fueren los suyos, serán vencidos los burgueses, porque están en minoría, o el hombre es malo porque las instituciones sociales contribuyen a hacerlo así, y puede elevarse a un estado social que contribuya a un desarrollo moral, intelectual y físico; sabrá transformar la sociedad de modo que todos los intereses sean solidarios. De todos modos, la revolución se hará. La esfinge nos interroga y contestamos sin temor, porque nosotros, los anarquistas, destructores de las leyes y de la propiedad, sabemos la clase del enigma.

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