Índice de La sociedad moribunda y la anarquíade Jean GraveLa patria El militarismoBiblioteca Virtual Antorcha

La sociedad moribunda y la anarquía

Jean Grave

CAPÍTULO DUODÉCIMO

El patriotismo de las clases directoras


Hemos demostrado que la patria no es más que una palabra sonora destinada a guiar a los trabajadores a defender un orden de cosas que los oprime; ahora veremos si el amor a la patria, ese sentimiento sagrado, ese cariño al suelo que todo individuo lleva en sí al nacer, está tan profundamente arraigado en los que la proclaman, si depende de causas puramente subjetivas como en los trabajadores, o a causas puramente materiales, a vulgares preocupaciones de interés mercantil. Iremos a buscar en los escritos publicados por ellos y para ellos el fondo de su pensamiento, que es edificante.

Si les oímos, cuando se dirigen a los trabajadores, nada hay tan sagrado como la patria; todo ciudadano ha de sacrificar su existencia y su libertad para defender el territorio; según ellos, la patria representa el interés general en grado superlativo; sacrificarse por ella es sacrificarse por los suyos y por sí mismo.

No tenemos más que estudiar sus tratados de economía política para demostrar que mienten, para ver que todas esas frases retumbantes y esos sentimientos de que alardean, no son más que engañifas para los tontos que se dejan alucinar, caretas que se quitan en la intimidad.

Ved lo que dice uno de sus doctores políticos cuya autoridad se reconoce oficialmente.

Lo que sostiene artificialmente el estado de guerra entre los pueblos civilizados, es el interés de las clases gobernantes, es la preponderancia que conservan y que precisamente deben a la continuación del estado de guerra. (G. Molinari, La evolución política en el siglo XIX, Journal des economistes, pág. 71).

Según se ve, la cosa está clara y nuestros buenos burgueses, que tanto declaman contra esos odiosos anarquistas (que tienen la audacia de demostrar a los trabajadores que su interés es antagónico al de la clase burguesa), no dejan de definir ese antagonismo a fin de garantizar su sistema gubernamental.

Frase más típica todavía:

No faltan motivos o pretextos con el nuevo régimen, como no faltaban con el antiguo, pero con uno o con otro, el verdadero móvil de toda guerra es siempre el interés de la clase o partido que posee el gobierno, interés que no debe confundirse con el de la nación, o la masa de consumidores políticos; porque la nación gobernada estará tan interesada en conservar la paz, como la clase o el partido gobernante en que continúe el estado de guerra. (Idem, pág. 70).

El mismo nos dirá lo siguiente, respecto a las ventajas que encuentra la clase gobernante en que continúe el estado de guerra.

«La guerra exterior implica la paz interior, es decir, un período de gobierno fácil durante el cual la oposición está reducida al silencio so pena de ser acusada de complicidad con el enemigo. Nada es más de desear, sobre todo cuando la oposición es molesta y sus fuerzas se equilibran casi con las del gobierno. Verdaderamente, si la guerra es adversa, implica necesariamente la caída del partido que la emprendió. En cambio si es afortunada, y no se la emprende más que cuando hay probabilidades favorables, el partido que la cometió adquiere durante algún tiempo una asombrosa superioridad. Muchos motivos son estos, sin hablar de las ga1ancias menudas proporcionadas por la guerra, para que no se deje escapar ninguna ocasión favorable para declararla. (Idem, pág. 63).

Veamos ahora la enumeración do las ganancias menudas:

Hasta ahora, las clases inferiores, aquellas, cuya influencia es menor, han solido proporcionar los soldados rasos. Las clases acomodadas se libraban de ello con un sacrificio metálico y ese sacrificio metálico, muy módico generalmente, se compensaba sobradamente por la ventaja que el estado de guerra ofrecía a sus miembros, a los cuales confería el monopolio de los empleos retribuídos del ejército, la obligación de pasar por las escuelas militares, cuya entrada era imposible de hecho para las clases pobres. Por último, si la guerra es cruel para los quintos, que son, según la enérgica expresión popular, carne de cañón, la salida de esos, arrebatados a los trabajos del campo o del taller, disminuyendo la oferta de brazos, eleva los salarios y atenúa así los horrores de la guerra para loa que se libran del servicio militar. (Idem, pág. 68).

¿Es categórico lo copiado? Ya se ve que el amor sagrado a la entidad Patria no es más que el amor a la explotación o a las ganancias menudas, pero la confusión es completa; responde victoriosamente a los que pudieran objetar que los gobernantes tienen que contar con la opinión pública, que una guerra puede ser justa y obtener el asentimiento general; que se hace mal en reclamar contra la guerra, porque puede haber casos en que los gobernantes se vean arrastrados a ella contra su voluntad; que además la guerra es un resultado del actual orden social; que se puede deplorar su necesidad, pero hay que tolerarla. Sigamos citando:

Sean cuales fueren el poderío de los hombres que deciden la paz o la guerra, y la influencia de la clase a la cual pertenece el Estado Mayor de la política, administradora o militar, están obligados a contar, como queda dicho, hasta cierto punto, con la masa mucho más numerosa cuyos intereses están empleados en las distintas ramas de producción, para las cuales la guerra es nociva; demuestra, sin embargo, la experiencia, que la fuerza de resistencia de ese elemento pacífico nunca es proporcional a su masa. La inmensa mayoría de los hombres que la componen es completamente ignorante, y lo más fácil del mundo es excitar sus pasiones y extraviarla respecto a sus intereses. La minoría ilustrada es poco numerosa y además no tiene medios para hacer prevalecer su opinión frente a la potente organización del Estado centralizado. (Idem, pág. 68).

Así pues, nuestros burgueses no ocultan que no ven en la guerra más que un medio de seguir explotando a los trabajadores; las matanzas que organizan les sirven para deshacerse de lo que sobra en los mercados; para ellos, los ejércitos no se han organizado más que con objeto de dar empleos y grados a aquellos que no les dejan parar con solicitudes; para ellos, esas guerras que llaman pomposamente nacionales, haciendo vibrar al oído de los cándidos las grandes frases huecas de patria, patriotismo, honor nacional, etc., no son más que pretextos para ganancias menudas.

Guerras de ganancias menudas son esas que se emprenden en nombre de la patria y de la civilización, porque ahora que el patriotismo empieza a decrecer, esta moda apela a esa palabra nueva para arrojar a los trabajadores contra las poblaciones inofensivas que se quieren explotar y cuyo único delito es haber llegado demasiado tarde al grado de desarrollo de lo que se ha convenido en llamar civilización actual.

Diciendo que es para castigar un grupo de saqueadores imaginarios y afirmar la preponderancia nacional se emprenden guerras como la expedición de Tunez, cuando su objeto verdadero es abrir un país nuevo a sucias operaciones financieras de algunos agiotistas sospechosos. Si para dejar el campo libre a esos piratas de la alta banca se gasta en armamentos el dinero que el impuesto arranca al trabajador; para realizar ganancias menudas con las plazas que se citan en los países conquistados, se abren a cañonazos esas salidas nuevas que permiten a la burguesía colocar a unas cuantas inutilidades, se esteriliza toda una juventud robusta, se envía a una muchedumbre de jóvenes a perecer en un clima mortífero o a combatir con gente que al fin y al cabo están en su casa y defienden lo que les pertenece.

Guerras de ganancias menudas son esas expediciones al Senegal, al Tonkin, al Congo o Madagascar, siempre entendidas en nombre de una civilización que nada tiene que ver con tales expediciones, las cuales no son más que bandolerismo liso y llano. Se ensalza el patriotismo propio y se fusila y degüella, llamándoles bandidos y piratas, a quienes no cometen más delito que defender el terreno en que viven, o rebelarse contra los que se han hecho dueños de un país para explotarlos y esclavizarlos.

Volveremos sobre este punto, cuando tratemos de la colonización; limitémonos por ahora al patriotismo de los directores. Los últimos acontecimientos se han presentado en toda su asquerosa desnudez. Nuestros secretos de armamento y defensa entregados con la complicidad de empleados en las oficinas de guerra; los chanchullos más descarados descubiertos en esa sima de millones, en perjuicio del bolsillo de los contribuyentes y de la seguridad del país. El gobierno, en vez de perseguir a los culpables, tratando de taparlos, y echando tierra encima de tan vergonzosa suciedad. Vemos a los grandes industriales, metalurgistas, -diputados en su mayoría, que dan los mejores empleos de sus casas a exmilitares- convertirse en proveedores de armas, cañones, buques blindados, pólvora y otros explosivos, de las naciones extranjeras, y entregándoles artefactos nuevos, sin que les importe que sirvan algún día contra nuestro ejército y para destruir a nuestros compatriotas, a qUienes enviarán a exponer el pellejo en la frontera. La elevada gavilla internacional de banqueros judíos y cristianos es la que posee nuestros ferrocarriles, la llave de nuestros arsenales y el monopolio de los aprovisionamientos. No nos habléis de vuestros patriotismos burgueses. Si pudiérais hacer pedazos el país y venderlo por acciones, no tardaríais en hacerlo.

¿Qué hicísteis el año 1871 en la guerra franco-alemana que nos costó, como es sabido, 5.000.000.000 de francos? ¿Quién tenía interés en pagar aquella contribución más que la burguesía para seguir explotando ella sola al país? Y para pagar aquella contribución, ¿contra quienes se giró? Contra los trabajadores. Se hizo un empréstito cuyo reembolso se garantizó con los impuestos que se habían de establecer y que los trabajadores son los únicos que pagan, puesto que son los únicos que trabajan, y sólo el trabajo produce riqueza.

Admiremos la jugada; como la burguesía tenía que pagar el rescate de guerra para separar del poder a los prusianos y embolsarse los impuestos, tuvo que pedir el dinero para pagar el rescate, pero como no había tal dinero en el bolsillo del trabajador famélico, los burgueses se suscribieron al empréstito, prestándose a sí mismos el dinero que les hacía falta. Pero ahora los trabajadores solos tendrán que penar 99 años para reembolsar el capital e intereses de ese empréstito que jamáS entró en sus bolsillos. Ese es el patriotismo burgués en todo su esplendor. ¡Niéguese ahora que la virtud encuentra siempre su recompensa!

Índice de La sociedad moribunda y la anarquíade Jean GraveLa patria El militarismoBiblioteca Virtual Antorcha