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La sociedad moribunda y la anarquía

Jean Grave

CAPÍTULO DÉCIMO

Influencia del medio


Hay una verdad que se empieza a reconocer y que adelanta mucho en el mundo científico; la influencia modificadora del medio en los seres organizados, ya no la combaten más que los viejos rezagados de la ciencia oficial.

Se reconoce que el suelo. el clima, los obstáculos o la facilidad para vivir que encuentran los organismos en un continente, tienen en su desarrollo una influencia quizá mayor que las otras leyes con cuyo auxilio se ha querido exclusivamente explicar su adaptación o sus tendencias a la variabilidad.

Respecto al hombre, que se ha considerado como un sér aparte, ha costado más trabajo admitir esa teoría, tanto más cuanto que también él puede transformar el medio en que evoluciona. Pero se ha acabado por reconocer que, semejante a los demás animales, sufría las mismas influencias, y evolucionaba bajo la presión de las mismas causas originales.

Cuando ha sido necesario explicar su evolución moral según las mismas leyes, ha resultado todavía más difícil, y hasta los que niegan el libre albedrío, y reconocen que el hombre no actúa más que impelido por hechos exteriores, ni aun esos aceptan la ley con todas sus consecuencias, ni buscan las causas en la criminalidad del hombre en toda la organización social, ni piden su transformación.

Los más osados, y son pocos, admitirán en un principio que la organización social es mala, que necesita reformas, que algunas de sus instituciones engendran delitos, pero para ellos es la mala naturaleza del hombre la que necesita un freno para sus pasiones, y sólo puede ser reprimida en la sociedad, aunque sea ésta muy defectuosa.

Para llegar a atenuar la responsabilidad de la sociedad entera, recortan el medio social en varias fajas que bautizan también con el nombre de medios y a los cuales achacan el mal efecto de la influencia producida.

La sociedad (dicen) tal vez deja algo que desear, pero tal como es protege a los débiles contra los malos, garantiza a los individuos el libre ejercicio de su trabajo, les proporciona una protección más segura, más eficaz y más barata que si tuvieran que defenderse por sí mismos.

En una palabra, la consideran como un contrato de seguros mutuos establecido entre los individuos, y si se cometen delitos, tiene la culpa la mala índole del hombre y no la organizacion social.

Nos quedaremos muy bien al afirmar que el hombre es un modelo de perfecciones; la verdad es que es un animal bastante antipático que, cuando no aplasta a su semejante con el pie, lame los pies del que le aplasta, pero, en suma, no obra el hombre exclusivamente impulsado por malos intintos, y esos hermosos sentimientos de amor, verdad, fraternidad, abnegación y solidaridad, ensalzados por los poetas, las religiones y los moralistas, nos demuestran que si obra a veces movido por sentimientos malos, tiene un fondo de ideal, una necesidad de perfección, y esa necesidad es la que la sociedad comprime, dificultando su desarrollo.

El hombre no se ha hecho a si mismo, ni física, ni moralmente. Como los demás animales, es el producto de un concurso de circunstancias, de combinaciones y asociación de materia. Ha luchado para desarrollarse y si ha contribuido en gran parte a transformar el medio en que se ha establecido, éste ha influído en sus costumbres, en su manera de vivir, de pensar y de obrar.

El hombre ha establecido la sociedad bajo el imperio de su carácter, de sus pasiones, y, continúa influyendo en su funcionamiento. Pero no olvidemos que el hombre ha seguido evolucionando desde que se establecieron las sociedades, y éstas desde que se organizaron en numerosas agrupaciones, siguen basándose en la autoridad y la propiedad.

Las revoluciones han transformado algo lo accidental; el poder y la propiedad han cambiado de manos, han pasado de una casta a otra; la sociedad no ha dejado de basarse en el antagonismo de los individuos, en la competencia entre sus intereses, y gravita con gran peso sobre el desarrollo de su cerebro.

En el seno de ella vienen al mundo; en el modio que les ofrece adquieren sus primeras nociones, aprenden una porción de preocupaciones y mentiras cuya falsedad tardan siglos de crítica y discusión en conocer; forzoso es, pues, declarar que la influencia del medio social en el individuo es inmensa, que gravita sobre él con todo el peso de sus instituciones, de la fuerza colectiva de sus miembros y la adquirida por la duración de su existencia, mientras el individuo no cuenta más que con sus fuerzas propias para reaccionar.

La sociedad, que es una primera tentativa de un ensayo de solidarización, debería tender a mejorar a los individuos, a enseñarles a practicar esa solidaridad para la cual se han asociado, a hacerles quererse como hermanos, a llevarlos a la comunidad de bienes, de alegrías, de placeres, de penas, de dolores, de sufrimientos, de trabajo y de producción.

Pues a la sociedad le ha parecido mejor dividirlos en una multitud de castas, que pueden resumirse en dos principales: a un lado gobernantes y poseedores, al otro gobernados y no poseedores.

Para los primeros, goces y plétora; para los segundos' miseria, privación y anemia; de lo cual resulta que ambas categorías son enemigas, y entre ellas se perpetúa una guerra feroz, que no acabará más que con la irremediable esclavitud de los segundos, o la destrucción completa de los primeros, por lo menos como clase y privilegios.

Pero la organización defectuosa y mal comprendida de la sociedad en dos clases distintas, no limita a eso sus perniciosos efectos. Basada en el antagonismo de los intereses, opone en cada clase individuo a individuo; siembra la guerra entre ellos con su institución de la propiedad individual, que obliga a los individuos a atesorar para asegurar su futura existencia, que no puede garantizar la sociedad.

La concurrencia individual es el gran resorte de la sociedad actual; sean cuales fueren el comercio, la profesión, la clase de trabajo a que se dediquen, han de temer la concurrencia de los que escogen el mismo ramo de actividad. Para aumentar sus beneficios, sus probabilidades de buen éxito, y a veces para no hundirse, se ven obligados a especular con la ruina de sus rivales.

Hasta cuando se coaligan entre sí, lo hacen en detrimento de una parte de los de su clase, que, son tributarios de su género de producción.

Establecida sobre esa lucha de individuos, la sociedad ha hecho de cada sér el enemigo de todos; provoca la guerra, el crimen, el robo y todos los delitos que se atribuyen a la mala índole del hombre; cuando no son más que la concurrencia del orden social; defectos que la sociedad contribuye a perpetuar, cuando deberían desaparecer, gracias al influjo de las nuevas nociones morales adquiridas por el hombre.

De esa lucha entre los individuos, resulta que los poseedores se hacen la guerra unos a otros, se dividen y no comprenden su interés de casta, que consistiría en trabajar para garantizar la explotación, evitando y precaviendo cuanto pueda hacer ver claro a los explotados. Esa guerra también les hace cometer una porción de faltas que contribuyen a su decadencia.

Si todos los burgueses estuvieran unidos, no tuviesen intereses particulares y sólo los impulsase el interés de clase, dado el poderío que procede de la posesión de la fortuna, de la autoridad y de los mecanismos administrativos, ejecutivos y coercitivos que constituyen la sociedad actual, dado su desarrollo intelectual, forzosamente superior al de los trabajadores (a quienes tasan el alimento cerebral como el corporal), la burguesía podría encadenar definitivamente al explotado con los grillos de miseria y dependencia que hoy lo sujetan.

Afortunadamente, la sed de gozar, brillar y adinerar, hace que los burgueses peleen entre sí no menos cruelmente que contra el trabajador. Deseosos de disfrutar, cometen falta sobre falta, los trabajadores acaban por darse cuenta de ellas, conociendo las causas de su miseria, conscientes de la abyección en que se los conserva.

Pero la misma guerra que hay entre burgueses, existe también entre trabajadores, y si la primera compromete la estabilidad del edificio burgués, la segunda asegura su funcionamiento.

Obligados a luchar entre sí, para disputarse las vacantes que les ofrece la burguesía en sus galeras, los trabajadores se consideran mutuamente como enemigos, inclinándose a mirar como bienhechor al que los explota.

Como la burguesía, en pago de su trabajo, les da lo justito para no perecer de hambre, empiezan por tratar como adversarío al que va a su obrador a disputarles el puesto que tanto trabajo les cuesta obtener.

Lo escaso de esos puestos les obliga a acentuar más la concurrencia, haciéndoles ofrecerse a menos precio que sus concurrentes, de manera que esa lucha por el pan de cada día, les hace olvidar que sus peores enemigos son los amos.

Porque la burguesía, verdaderamente fuerte por la fortuna, la supremacía intelectual y la posesión de las fuerzas gubernativas, es al fin y al cabo una ínfima minoría, comparada con la masa de los trabajadores; no tardaría en capitular ante el número, si no hubiera dado con el medio de dividirlos y hacerles contribuir a la defensa de sus privilegios.

Todo eso nos indica que en realidad el hombre no es un ángel ni mucho menos; ha sido una bestia en la más completa decepción de la palabra. Cuando se organizó como sociedad, basó ésta en sus instintos de lucha y dominación y por eso está tan mal construída.

Pero la Sociedad sigue siendo mala; su autoridad permanece en manos de una minoría, ésta la aprovecha y cuanto más se desarrolla la sociedad, más tiende a acrecentarse esa concentración del poder en algunas manos, y a desarrollar los malos efectos de la institución nefasta.

En cambio, el hombre, según se desarrolla sU cerebro y crece la facilidad de adquirir medios de existencia, ha sentido nacer en él el sentimiento de solidaridad al cual había obedecido al agruparse; ese sentimiento se ha convertido en necesidad tal, que las religiones lo han llevado al extremo inclinándolo al sacrificio, predicando la caridad y la abnegación encontrando en él nuevo medio de explotar.

¡Cuántos sueños de organización social, de planes de vida para la humanidad ha creado la necesidad de vivir armónicamente con los semejantes! Pero la sociedad ha sofocado con todo su peso los buenos instintos del hombre, reavivando su salvaje egoísmo primitivo, obligándole a considerar a los demás individuos como a otros tantos enemigos que tenía que derribar para no ser derribado; acostumbrándole a mirar con los ojos secos a los que desaparecían triturados por los monstruosos engranajes del mecanismo social, sin poder ayudarles, so pena de verse también cogido por esas fauces insaciables que devoran principalmente a los buenos, a los cándidos que no saben resistir a sus sentimientos humanitarios, sin dejar de sobrevivir más que a los astutos que empujan a los demás para no caer ellos.

Se declama contra los holgazanes, contra los ladrones y los asesinos, se invoca la maldad fundamental del hombre y no se ve que esos vicios desaparecerían, sino los conservara y desarrollara la organización social.

¿Cómo se quiere que el hombre sea trabajador, cuando en la organización que nos rige el trabajo se considera degradante y reservado a los parias de la sociedad, y por la codicia de los que lo explotan se ha convertido en esclavitud y suplicio?

Cómo no ha de haber perezosos cuando el ideal, el objetivo para todo individuo que quiere elevarse, consiste en juntar por cualquier medio bastante dinero para vivir sin trabajar y haciendo trabajar al prójimo? Cuanto mayor sea el número de esclavos que el individuo llegue a explotar, más elevada es su situación, más respeto se le tributa, y mayor es la cantidad de goces que disfruta.

Sa ha establecido una jerarquía en la Sociedad haciendo que lo más alto de la escala social, considerado como recompensa al mérito, a la inteligencia y al trabajo, se reserve justamente a quienes nunca han hecho nada por sí mismos.

Los que por una u otra razón se han encaramado hasta esa cima, comen, beben y gozan sin haber trabajado, ofrecen el espectáculo de su holgazanería y de sus goces a los explotados que, al pie de la escalera, sudan, penan y producen para aquéllos, sin recibir, en cambio, más que lo justo para no morirse de hambre, sin esperanza de salir de su situación más que por casualidad. ¡Y asombra que los individuos tengan tendencias a la holganza! Lo que a nosotros nos asombra es que haya gente tan bestia que trabaje.

Ante el ejemplo que les ofrece la Sociedad, el ideal de los individuos no puede ser otro que llegar a hacer trabajar a los demás, explotarlos para no ser explotados. Y cuando faltan los medios para explotar legalmente su trabajo, se buscan otras combinaciones. El Comercio y la banca son medios, también lícitos, aceptados por la ley como muy beneficiosos cuando se especula en grande, pero a los cuales se suman, cuando hay que especular en pequeño, procedimientos que permiten sortear el código. El fraude y el engaño son auxiliares mUy útiles que permiten decuplicar las ganancias.

Para los que no pueden actuar en esas condiciones hay otro recurso: la explotación de la credulidad humana, la estafa y otros medios análogos, o el robo brutal y el asesinato. Según los recursos de que se dispone, el medio en que se ha crecido, se emplea uno de los sistemas que acabamos de ennumerar, o se combinan, para escapar el mayor tiempo posible de las severidades del código, que se supone que defiende a la Sociedad.

Miseria y padecer: eso les ha tocado a los trabajadores; goces y ociosidad a quienes por fuerza, astucia o derecho de nacimiento se han convertido en parásitos de aquéllos.

¿Y la solidaridad? ¿Cómo no se han de destrozar mutuamente los individuos, cuando no saben si comerán al día siguiente ellos y sus hijos, si su concurrente alcanza en el taller el lugar que ellos codician?

¿Cómo queréis que sean solidarios cuando piensan que el bocado de pan que dan a veces a un mendigo podriá hacerles falta alguna vez? ¿Cómo han de pensar en la solidaridad, obligados a luchar para ganar el pan de cada día, si hay una porción de goces que serán siempre inaccesibles para ellos?

Tal vez sea esa necesidad del tacto de codos para la lucha, la que los ha aproximado y poco a poco ha transformado ese sentimiento en necesidad de amar al prójimo; sea de ello lo que fuere, a la sociedad hay que achacar la responsabilidad de la supervivencia de la guerra entre individuos y de las animosidades que de ella se derivan.

¿Cómo queréis que el hombre no desee el mal, Cuando sabe que la desaparición de tal o cual individuo le hará subir un peldaño, y la de otro será una probabilidad de obtener un puesto deseado, a eliminación de un rival peligroso?

¿Cómo ha de resistir el individuo a las excitaciones de su mala índole, cuanto sabe que lo malo para el vecino es lo bueno para él?

Decís que el hombre es malo y nosotros decimos que ha de tener tendencias reales al bien para que la sociedad no ande peor, para que no sean más frecuentes los crimenes y los siniestros.

A pesar de todas esas excitaciones del medio al mal, el hombre ha podido desarrollar aspiraciones de solidaridad, armonía y justicia, y esos buenos sentimientos han sido explotados por los que de él viven. Esos sueños de felicidad, esas tendencias a mejorar han hecho surgir toda una clase de parásitos que han especulado sobre esas aspiraciones de los individuos prometiéndoles realizarlas.

Es más; esos buenos sentimientos han sido castigados como subversivos del orden social, y a pesar de todo, la humanidad tiende a realizarlos. ¡Y aún hay quien habla de la mala índole del hombre!

Los buenos sentimientos humanos, las aspiraciones de libertad, de justicia, han sido perseguidos y castigados, porque los que habían logrado desprenderse del egoísmo feroz y mezquino que contribuye a eternizar la sociedad actual, empezaron a soñar una era de goces y armonía general, preguntándose cómo sería que, constituida la sociedad para ventura de todos, no sirviera más que para garantizar los privilegios de unos pocos.

Hubo que deducir que la sociedad estaba mal organizada, que las instituciones era viciosas, que debían desaparecer para que surgiera otra organización más racional y equitativa. Pero, como los que gozan no quieren abandonar sus privilegios han prohibido por subversivas esas aspiraciones y de ahí han procedido nuevas luchas, nuevas causas para desarrollar los malos instintos.

Sentada la influencia nefasta de la sociedad en la moralidad del individuo, fácil es suprimir los malos instintos y desarrollar los buenos.

Vuestra sociedad, basada en el antagonismo de los intereses, produjo la lucha entre individuos, procreó la bestia dañina llamada hombre civilizado; buscad una organización contraria, basada en la más estrecha solidaridad.

Haced que los intereses individuales no estén en pugna unos con otros, ni sean contrarios al interés general. Haced que el bienestar particular proceda de la prosperidad general o la produzca. Haced que para vivir y gozar los individuos, no tengan que temer la concurrencia de sus semejantes, sino que, asociando sus fuerzas y aspiraciones, ganen todos, y sus asociaciones no puedan causar detrimento a las agrupaciones vecinas.

Si hay perezosos, haced atractivo el trabajo. En lugar de condenar al trabajo a una escasa minoría de la sociedad, para la cual es un suplicio, suprimid todos los mecanismos y empleos inútiles y organizad vuestra sociedad de modo que cada cual se vea guiado por la fuerza de las cosas, y no por una autoridad cualquiera, a cooperar a la producción general. Haced útil y necesario el trabajo, convirtiéndolo de tortura en ejercicio higiénico.

Con la actual organización social cosecháis guerras, crímenes, robos, fraudes y miseria, que son el resultado de la apropiación individual y de la autoridad; se nota en ello la influencia del medio.

Si queréis una sociedad donde reine la confianza, la solidaridad y el bienestar para todos, fundadla en la Libertad, la Reciprocidad y la Igualdad.

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