Índice de El espíritu de la revolución de Saint Just Presentación de Omar CortésLibro primeroBiblioteca Virtual Antorcha

EL ESPÍRITU DE LA REVOLUCIÓN

Saint Just

PREFACIO



Europa marcha a pasos agigantados hacia su revolución y ni aun todos los esfuerzos aunados del despotismo podrán detenerla.

El destino, que es el espíritu de la locura y de la cordura, se abre camino a través de los hombres y todo lo conduce hasta su fin. La revolución francesa no es la consecuencia de un momento determinado, sino que tiene sus causas, su desarrollo y su término; ésta es la tesis que he tratado de desarrollar.

Nada tengo qUe decir respecto a este intento de ensayo y les ruego que lo juzguen como si no procediera de un francés o un europeo, y que quienquiera sea el lector, pueda al leerlo apreciar los sentimientos de su autor. Nada más que eso les pido, y no tengo más orgullo que el de mi propia libertad.

La idea me la dio un inglés, el señor de Cugnieres, miembro de la Sociedad Filantrópica de Londres, en una erudita carta que escribiera al señor Thuiller, secretario de la municipalidad de Blérancourt, cuando dicha municipalidad quemó la declaración del clero.

Infinidad de hombres hablaron de dicha revolución, pero la mayoría de ellos nada dijeron de importancia. Hasta ahora no sé de ninguno que se haya tomado la molestia de buscar en el fondo de su corazón lo que había en él de virtud para averigur que parte de libertad merecía para sí. No pretendo hacer el proceso de nadie, pues todo ser humano tiene derecho a pensar lo que guste, pero aquel que hable o escriba debe cuenta de sus propias virtudes a sus conciudadanos.

Durante la revolución hubo continuamente en Francia dos partidos obstinados: el del pueblo, que queriendo colmar de poder a sus legisladores amaba las cadenas que forjaba para sí mismo, y el del príncipe soberano, que queriendo elevarse por encima de todos, se preocupaba menos de su propia gloria que de su fortuna. En medio de tales intereses, me busqué a mí mismo; miembro del pueblo soberano, quise saber si era libre y si la legislación merecía mi obediencia. Con ese propósito busqué el principio y la armonía de nuestras leyes, y no diría como Montesquieu que encontraba sin cesar nuevas razones para obedecer, sino que yo sólo las hallaba para obedecer exclusivamente a mi propia virtud.

¡Quienesquiera que seáis, legisladores, si yo hubiese descubierto que pensabais aherrojarme, habría huído de una patria tan desdichada y os hubiese colmado de maldiciones!

De mí no esperéis adulación o sátira. He dicho lo que he pensado con absoluta buena fe; soy muy joven y he podido pecar contra la política de los tiranos y censurar famosas leyes o costumbres generalmente aceptadas, pero precisamente por ser joven, me pareció estar más cerca de la naturaleza.

Como en ningún momento tuve el propósito de escribir un ensayo histórico, no he entrado en ciertos detalles referentes a los pueblos vecinos; tampoco hablé del derecho público europeo, excepto cuando ese derecho público interesaba al de mi patria. Sin embargo señalaré que los pueblos sólo han encarado la revolupón francesa en sus relaciones con los gravámenes que sobre ellos pesaban y su comercio, y que nunca calcularon las nuevas fuerzas que podrían tomar de su virtud.
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