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La Democracia Pacífica.

Diario de los intereses de los gobiernos y de los pueblos.

De ningún modo participamos de los prejuicios sistemáticos que se difunden contra los gobiernos. Tampoco definimos a los gobiernos como lo hacían los economistas y los publicistas en el curso de los quince años de la restauración: Ulceras que era necesario atender para reducirlas en lo posible. No creemos, de ninguna manera, que necesariamente a priori los gobiernos sean enemigos del pueblo.

Ellos están sujetos a error. Si en la sociedad existen prejuicios absurdos e injustos, ellos mismos propenden en nutrir funestos prejuicios. Se equivocan corrientemente; siguen con frecuencia una falsa ruta; hay que vigilarlos y criticarlos de modo severo cuando se extravían. La apreciación que hemos hecho más arriba de los hombres que mantienen hoy el poder en Francia, muestra suficientemente que nuestra intención no es la de ser infieles a ese deber.

Mas creemos que, en el fondo, los intereses de los pueblos y de los gobiernos son idénticos. Únicamente el error los divide. A continuación tomamos como ejemplo el Zar de Rusia, monarca que levanta entre nosotros los prejuicios más violentos. Dios no quiera que aprobemos la política del autócrata ruso. Dios no quiera no aconsejemos a Francia una alianza íntima y de primer grado con Rusia. Pero ¿puede creerse que en todo el imperio moscovita exista un solo hombre que ame más a Rusia que el Zar? ¿Puede creerse que exista alguien que sienta más fuertemente encarnado que en él, el Espíritu, la Nacionalidad, la Personalidad rusa y la eslava? ¿Que sea más devoto de la gloria, de la potencia, de la prosperidad de esta gran raza y de su destino tal como él la concibe? En lo que a nosotros se refiere, no lo creemos.

¿Existe en Alemania un hombre en quien el sentimiento de la unidad alemana viva más fuertemente que en el Rey de Prusia? No lo creemos. ¿Puede creerse que el príncipe de Metternich no hace lo más conveniente, de acuerdo con sus ideas, a los intereses reales y a la verdadera prosperidad de los pueblos que gobierna desde hace tantos años? En fin, ¿qué hombre de buena fe, tan hostil como pudiera serIo, osaría imaginar que si Luis Felipe tuviese el medio infalible de derramar la felicidad sobre el pueblo francés, y no le quedase otro recurso que abrir la mano para volcar sobre el país la riqueza general, quién osaría imaginar, repetimos, que mantendría la mano cerrada? Luis Felipe no es más que Rey, y el oficio de Rey, en los tiempos que corren, es fecuentemente duro; él sabe algo al respecto. Y bien, en la hipótesis que formulamos, Luis Felipe no sería sólo Rey de los franceses, sino su ídolo y su Dios. ¿Qué fundamento más sólido que el amor de los pueblos para consolidar una nueva dinastía?

En general, un monarca es el hombre más interesado en la prosperidad, en la gloria, en la grandeza y en la felicidad del reino. ¿Es esa una razón para que sepa siempre elaborarlas? Desgracidamente, no. Pero al parecer no se trata ni con mucho de ilustrar y de impulsar al gobierno hacia adelante sino más bien de derribarlo.

En lo que a nosotros respecta, no presumimos de perdonavidas de los gobiernos, ni de los Reyes. Nos presentamos primero como amigos del pueblo y luego de los gobiernos: lo que de ningún modo nos impone la obligación de admirar en conjunto lo que hacen los Gobiernos, ni tampoco lo que puedan hacer los pueblos.

La forma constitucional, con un monarca hereditario y una Cámata electiva, nos parece más avanzada, perfecta y sólida que todas las otras formas de gobierno, comprendida la republicana. Pero por el motivo de que poseamos un gobierno constitucional, de ninguna manera creemos, como cierta escuela política, que no puede haber tregua ni paz en Europa, mientras los otros pueblos no sean llevados a la misma forma que nosotros hemos conquistado. Dejemos a los otros el cuidado de darse por sí mismos la organización que les conviene. Su independencia y su dignidad se hallan interesadas; y, en general, las naciones no ven con buenos ojos que sus vecinos se mezclen mucho en sus asuntos internos.

Pensamos, pues, que es necesario vivir en paz con las monarquías y con las repúblicas, mientras unas y otras no nos busquen querellas y nos traten con justicia. Las monarquías absolutas nos temen más de lo que nosotros les tememos. Debemos corregirnos de nuestro humor conquistador y agresivo -esto, bien entendido, no ha sido dicho, de ningún modo para el Ministerio actual-, y si queremos ser respetados en nuestra libertad y dignidad, aprendamos a respetar algo más la libertad y la dignidad ajenas.

Hemos vencido a Europa; Europa a su turno nos ha vencido; pero estábamos solos contra todos. Con saldo a nuestro favor está entonces todavía el resultado del balance de nuestra gloria militar. Mantengámonos ahi; no tratemos de rehacer el Imperio. Ya no tenemos más al Emperador, ni sus motivos, ni sus excusas. Procuremos ahora vencer a Europa en las luchas gloriosas de la inteligencia, de la industria y de las artes; procuremos marchar aún a la cabeza de Europa, pero en la fecunda senda de la felicidad, de la asociación y de la libertad del mundo.

Por ser tales nuestros sentimientos y principios, hemos dado a la Democracia pacífica el título de Diario de los intereses de los gobiernos y de los pueblos.

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