Índice de Manifiesto político y social de la democracia pacífica de Victor ConsiderantAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Unidad social. Derecho al trabajo.

La unidad social no puede ser libremente autorizada y sostenida por las poblaciones sino en un sistema social que satisfaga los intereses de las diversas clases. Las clases propietarias se interesan en defender el orden porque la sociedad protege su derecho y con el desorden tienen todo que perder. Hágase, pues, por el derecho al trabajo, único patrimonio de las masas, lo que se hace por el derecho de propiedad de la minoría: reconózcasele, garantícesele, protéjasele y organícesele. Bajo esa sola condición se echarán las bases de la unidad de las clases dentro de la nación.

En cuanto a la unidad social exterior, debe ser dirigida por una política de Asociación que considere a los Estados y a los pueblos como personalidades vivientes, usufructuando cada cual su lugar bajo el sol y su derecho de libre existencia en la sociedad de las naciones. A los ojos de esta política, la guerra es un residuo de barbarie, una deplorable herencia que el progreso del derecho común y del sentimiento religioso no dejarán subsistir por largo tiempo en el seno de una Europa civilizada, sabia, industrial y cristiana, merced a la multiplicación y la regularización de las relaciones científicas, industriales y comerciales y a la rapidez y extensión de las comunicaciones.

Los pueblos comienzan a comprender que nada ganan con las guerras que ensangrientan al mundo, su Patria común. El elemento representativo es pacífico por naturaleza; quienes deben cargar con los gastos de guerra, cavilan mucho antes de desencadenarla.

El desarrollo de la industria y de las relaciones comerciales no pueden entrelazarse tan rápidamente como lo efectúan los intereses de los pueblos, sin a su vez paralizar a la guerra enérgicamente. Los Gabinetes en nuestros tiempos muéstranse, por otra parte, muy preocupados por el amor hacia la paz. Desde hace veinticinco años, hemos visto resolver cientos de veces, por conferencias generales, congresos y convenciones diplomáticas, dificultades que hubiesen provocado, en los últimos siglos, conflagraciones europeas.

La guerra quedará aniquilada definitivamente el día en que las potencias al desenvolver el procedimiento diplomático actual de las grandes conferencias y de los congresos, hayan realizado el sistema del concierto europeo, haciendo del congreso de las potencias una institución permanente, encargada de establecer el derecho común, reglar las relaciones generales, propugnar la asociación de los grandes intereses o determinar entre éstos transacciones, en todos los casos que, en épocas anteriores, hubiesen sido de tal naturaleza como para provocar guerras.

Esta institución soberana será la creación suprema del siglo XIX. Existe, ya, de hecho. Se trata sólo de regularizarla: tiene a su favor el curso de los intereses y de las ideas.

Francia posee mucho interés en colocarse a la cabeza de este movimiento y de tomar la iniciativa en la obra de la organización de la paz del mundo. Tal es el fin que determina la verdadera tarea europea de Francia, es decir, su política exterior. Esta función liberadora y social se la imponen sus gloriosos antecedentes y su noble carácter. Francia debe marchar a la cabeza de las huestes en la senda de la emancipación de los pueblos y de los destinos de la Humanidad. Francia debe establecer y organizar la paz en Europa y no recibirla. Sus humillaciones y debilidad pasajeras no tienen otra causa que el abandono momentáneo de esta política pujante y grandiosa.

La Democracia pacífica representará esa poderosa y gloriosa política de paz, de justicia y de humanidad, acogida con beneplácito en Francia y en las diversas naciones en que se desarrolla el espíritu nuevo. Es de desear que reemplace, pues, bien pronto en el extranjero a las hojas borroneadas y huérfanas de inteligencia que continuamente buscan pendencias a toda Europa y cuyo chauvinismo es tan dañoso a los intereses exteriores de nuestro país como la política pasiva y bochornosa que en la actualidad desprestigia y humilla a Francia. Esas hojas perniciosas no hacen sino crear o mantener en nuestros vecinos sentimientos de hostilidad o de odio hacia nosotros, al margen de nuestro siglo y que son la causa mayor de nuestra debilidad actual. Francia, todopoderosa en Europa para el bien, tiene las manos atadas para el mal. Si marcha en la senda pacífica y generosa de su destino verdaderamente humanitario, será grande y gloriosa en el concierto de las naciones. Si se deja arrastrar por pensamientos idiotas, con miras a la conquista, o si permanece durante largo tiempo en una inactividad vergonzosa, hallará rápidamente la pendiente fatal de su decadencia.

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