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Unidad religiosa. Libre examen.

¿La unidad religiosa compendia y contiene a las demás unidades? Creemos que la Humanidad está destinada a realizar todas las unidades políticas, sociales, industriales, científicas, etc. Pero es evidente que no se podría alcanzar la unidad religiosa, síntesis de las otras, sino en la proporción y en la medida del desenvolvimiento y de la realización de éstas.

Si hay un dominio libre por naturaleza éste es, seguramente, el de la conciencia. La humanidad debe, pues, llegar a la unidad religiosa por medio de la libertad de conciencia y del libre examen. Una fe no esclarecida, ciega, que descanse sobre la obediencia pasiva del espíritu, que no penetre el sentimiento ni la razón, no es una fe religiosa: es una grosera y brutal creencia fetichista. La verdad religiosa no podría hallarse en contradicción con las restantes verdades y con la razón, que es el Verbo natural de Dios en el hombre, la luz que ilumina a todo ser que ha venido al mundo. La unidad religiosa se formará, pues, por el libre examen y por los trabajos filosóficos y religiosos cuya finalidad es conciliar la religión con la ciencia.

Por lo demás, la unidad establece su primer peldaño, e instituye directamente su imperio en el sentimiento del amor por la humanidad y en la adoración de Dios. Se realiza también ya en los hombres verdaderamente religiosos de la época. La interpretación, los dogmas y las particularidades de las creencias constituyen el dominio de la libertad y de la variedad, sea que se considere a las religiones en su conjunto, o a cada una en particular. Ello es tan cierto, que el catolicismo, la más rígida de las comuniones religiosas que jamás haya existido, permite modificar libremente las opiniones de sus fieles sobre millares de puntos.

Como quiera que sea, la Verdad es una, y el hombre está hecho para ella; llegará, por consiguiente, a una unidad religiosa progresivamente más completa y universal por medio de la investigación y del examen. El Protestantismo, guardián del sagrado principio de la libertad, el Catolicismo, guardián del sacrosanto precepto de la jerarquía y de la unidad, y la Filosofía, que procede sobre el terreno de la razón pura, están destinados, según nuestra íntima opinión, a unirse y a conciliarse algún día.

La Democracia pacífica dedicará artículos a tan elevadas cuestiones en la medida que lo juzgue conveniente, y en el dominio político, sostendrá con energía el principio de la libertad absoluta de conciencia y el amparo de los diversos cultos. Si el gobierno se halla empeñado actualmente a este respecto, como en otros muchos, en una posición coercitiva y retrógrada, afortunadamente la opinión pública y las cámaras están mejor dispuestas. Esa libertad se halla consagrada; la queremos para todos, amplia y equitativamente, y no a la manera de los falsos liberales que la reclaman con el fin de tener el derecho de no creer en nada -lo que les está permitido- y que desean contemporáneamente que la autoridad civil obligue a los clérigos a ejercer las ceremonias del culto contrariando los preceptos eclesiásticos y colocando de ese modo al sacerdocio al nivel de la policía.

En el dominio de la conciencia, todo debe salir de la conciencia libre, y nada de la fuerza, aunque fuese la legal.

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