Índice de Manifiesto político y social de la democracia pacífica de Victor ConsiderantAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Motivos de la opción del título Democracia Pacífica.

El espíritu humano se ha puesto en marcha en los días que corren en nombre de los derechos generales, bajo la inspiración de los preceptos indiscutidos del cristianismo y de la filosofía, con el fin de conquistar gradualmente la emancipación de los débiles y oprimidos y la Paz y la Asociación de los pueblos, y para fundar, en fin, el reino de Dios y de su justicia, anunciado por Cristo hace diez y ocho siglos.

El carácter de este magno movimiento del espíritu moderno adquiere diariamente conciencia más clara de sí mismo y se traduce en el lenguaje contemporáneo por la palabra Democracia.

En su elevada amplitud, en el sentido pacífico, amplio y organizador que asume desde hace algunos años, sobre todo, en el parlamento nacional, donde las diversas opiniones la adoptan, y en los escritos de los publicistas más sabios y avanzados que le prestan su adhesión, tal vocablo está destinado a transformarse en la palabra de orden de la época, en la bandera del grandioso movimiento de regeneración del espíritu y de las sociedades modernas. Ahora bien, creemos que nuestros principios están destinados a servir de guía a ese movimiento; nos corresponde, pues, llevar la bandera.

La palabra Democracia es, a la vez, la más profunda, general y poderosa que hoy existe en el curso de la actualidad y la única que tiene un porvenir de intensa vida en la publicidad activa. Cuán necesario es que no oculte su poderío para que sea respetada por los oradores y los órganos más recalcitrantes del Partido Conservador, a pesar del uso que de ella han hecho y hacen todavía los Partidos Revolucionarios. Esta observación es decisiva.

Tal vocablo, pues, ha sido y es aún interpretado por los partidos en sentidos muy diferentes, falsos con frecuencia y dañosos. El enigma político y social está planteado en iguales términos para todos pero no todos saben resolverlo y las soluciones falsas arrastran consigo consecuencias fatales.

Cuanto más poderoso es el efecto que esa palabra ejerce sobre el espíritu de las masas y cuanto más está destinada a realizarse, más soberanamente interesa a la sociedad el que no se haga aceptar a las masas interpretaciones desastrosas.

Los Partidos Revolucionarios hacen hoy de la palabra Democracia una bandera de revolución y de guerra, un arma formidable; unos, contra el orden político y el gobierno; otros, contra la propiedad y la base del orden social.

Es necesario arrebatárles de las manos esta arma, es necesario quitarles audazmente esta bandera. El arma y la bandera de guerra deben ser trocados en un instrumento y en una bandera de paz, de organización y de trabajo. Ahora bien, el asalto que es necesario librar contra la democracia revolucionaria es un combate meramente intelectual. No place a Dios que aprobemos jamás contra una determinada doctrina la coacción ciega y las armas materiales del poder. Es preciso vencer por medio de la inteligencia. Es necesario que el pueblo sea juez, y juez libre; es menester demostrarle y convencerle que los que hoy lo agitan para una vana conquista de los derechos políticos, lo extravían o lo explotan; que los verdaderos demócratas, los verdaderos amigos del pueblo no lo arrastran a la revuelta y a la guerra, sino que le enseñan sus derechos sociales, reclamando enérgicamente su reconocimiento y persiguiendo pacíficamente la organización.

Únicamente nosotros estamos en la actualidad en condiciones de ofrecer al pueblo tal demostración y convicción; porque para hacerlo hay que poseer una idea y un sentimiento de los derechos y del porvenir del pueblo superiores a los que tienen sus pretendidos amigos y sus adversarios políticos.

En suma, nos apoderamos a viva fuerza de la palabra Democracia, arrancándosela a los que abusan de ella, porque nos sentimos fuertes.

Es una maniobra atrevida y, al mismo tiempo, hábil; porque rendiremos un gran servicio a la sociedad con la interpretación pacífica y organizadora, que con altura expondremos diariamente, de una palabra que conmueve a las masas y apasiona a todos los corazones cálidos y generosos y reúne a los que aman entrañablemente al pueblo. La sociedad íntegra nos lo agradecerá. Seguirán nuestro estandarte los hombres libres y emancipados, la juventud progresista y los espíritus sinceramente democráticos, para quienes la democracia no consiste en odios.

En lo que respecta a los conservadores, los apremiaríamos también a tal reconocimiento, rindiendo así a la causa general de la estabilidad del organismo social y del orden un servicio que por sí no son capaces de realizar.

Agreguemos, en fin, para concluir con nuestro título, que no pudiendo el pueblo participar jerárquicamente y por entero en el gobierno de la sociedad, sino cuando ésta haya universalizado el bienestar, desarrollado las capacidades y asociado los intereses, la palabra Democracia cobija nuestras amplísimas ideas y caracteriza al estado social más avanzado que sea posible alcanzar a la humanidad, aun en el sentido directo de su etimología, es decir, en el gobierno de todos para todos. En efecto, gobernarse a sí misma es ciertamente la función más elevada de la humanidad llegada a su más alto estado de armonía futura.

Esa palabra plantea, por consiguiente, el problema de la época, la emancipación de las clases laboriosas, al mismo tiempo que incuba los más amplios progresos del porvenir. Vanamente habríamos buscado otro rótulo mejor y más apropiado.

Para concluir con la exposición general de las doctrinas políticas y económicas de la Democracia pacífica, nos queda por resumir en pocas palabras los principios que han inspirado este escrito. Es lo que haremos, tomando por texto esta divisa del diario:

Fraternidad y Unidad

Vos omnes fratres estis

Ut omnes unum sint.

En el lugar más elevado hemos escrito esas dos palabras, esas dos revelaciones de Cristo, la Fraternidad y la Unidad, que son el alfa y omega de la ciencia social, la base y la cima de toda gran política humana.

Sois todos hermanos, criaturas del mismo Dios y miembros de una misma familia. Debéis formar un solo cuerpo, un alma, un espíritu, y constituir un todo con Dios. En esas palabras están compendiadas la ley, la religión, la revelación de la política social y el Destino de la Humanidad.

Las hemos tomado del Evangelio, porque él ha revelado al mundo las luminosas y supremas afirmaciones que encierran y hemos querido hacer acto de fe de sus verdades sociales y religiosas, que constituyen la base y la cúspide misma del cristianismo.

La magna religión de la Humanidad es el cristianismo. Podrá, por cierto, desarrollarse y desenvolverse aún más y continuamente. Es ilusorio creer en la existencia de cualquier otra religión que aquella que ha revelado a la Humanidad su propia existencia y su unidad en ella y en Dios. Jamás existirá para los hombres precepto religioso más elevado ni otro que éste: la unión individual y colectiva de los hombres y su unión individual y colectiva con Dios. Ahora bien, este principio es el del cristianismo, De modo que desde el punto de vista científico y de la pura razón humana, es indudable que el cristianismo, cuya fuente remonta a la creación, quedará como la religión final y la única y universal de la Humanidad, con los cambios infinitos que comporta su principio.

Pretendióse erigir en estos tiempos religiones nuevas. Se creyó que el Cristianismo había terminado, muerto y soterrado y se pretendió reemplazarlo con el objeto de que la Sociedad no careciera de religión. La idea era errónea, aunque involucraba un noble sentimiento.

El cristianismo no ha muerto; lejos de ello, su espíritu jamás estuvo tan vivo, tan extendido y tan ampliamente encarnado en las inteligencias.

El espíritu político y social moderno, en lo que tiene de más elevado, es el puro espíritu de Cristo. Y Voltaire, el mismo Voltaire, cuando perseguía con santa y perseverante cólera al genio de la guerra y de las masacres, cuando agobiaba con tremendos sarcasmos a los opresores de toda índole, a los falsos e injustos valores; cuando reclamaba con la máxima energía de su ingenio los derechos de la Humanidad, ¿qué era él, sino un discípulo de Cristo, penetrado y vencido por el espíritu de Cristo, que ridiculizaba?

Vése a la vieja encina despojarse de las hojas marchitadas por el invierno y a sus ramas desecadas caer; creyóse por ello que el árbol secular estaba herido en el corazón, y que moría. Mas sólo las hojas amarillentas desprendíanse empujadas por los nuevos retoños. A cada estación da sus flores y sus frutos. Las formas temporarias y envejecidas pasan y caen; el fondo es imperecedero. El cristianismo, que rompió las cadenas de la esclavitud y consiguió para las mujeres y los niños la primera etapa de la iniciación hacia la libertad, sólo ha esbozado su tarea.

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