Índice de Manifiesto político y social de la democracia pacífica de Victor ConsiderantAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

8.- Carácter provocador del estatismo sistemático.

De modo que la miseria, el embrutecimiento, la desnudez intelectual y material y la servidumbre política y social de las masas se legan por herencia de generación en generación. A diario un agiotista o un especulador parásito amontona de una sola redada más oro que el economizado en un año por cien mil trabajadores, cuyos sudores nutren una provincia. Cotidianamente los grandes capitales, actuando como máquinas de guerra, destruyen a los pequeños productores e incluso a las clases medias; y, contemporáneamente, ante el espectáculo irritante de tales iniquidades y de nuestros desastres industriales, el corifeo del estatismo, jefe de ese partido enceguecido que ha triunfado sobre la vieja aristocracia invocando la justicia y los derechos de todos, osa decir: en la actualidad cada cual ocupa su lugar, su derecho y su porvenir, y las relaciones recíprocas entre los pequeños y los grandes, entre los pobres y los ricos están regladas con justicia y liberalidad.

He aquí concretamente lo que ha querido afirmarse: el pueblo, que en el transcurso de veinticinco años vertió su sangre en mil campos de batalla y realizó dos revoluciones para reconquistar sus derechos de pueblo libre, nada tiene que pedir en el porvenir ni a la Sociedad ni al Cielo.

Las masas se hallan hundidas en una miseria creciente por la constante depreciación del salario: las bancarrotas y las crisis comerciales trastornan incesantemente el campo de la industria; el dinero domina, adquiere y aplasta todo; las cifras de la estadística criminal se amplían en columnas amenazantes de año en año. ¿Qué importan tales miserias? M. Guizot y los suyos son ministros. ¿No existe acaso con qué contentar a los más exigentes y refrescar a los más fatigados?

Empero debe pensarse que esos políticos fríos y egoístas han tomado la tarea de desesperar a los que sufren y empujarlos hacia nuevas revoluciones. Pretender hablar de justicia y de libertad, gran Dios, cuando la fatalidad de la miseria agobia a 25 millones de hombres cuyo trabajo produce casi toda la riqueza de Francia. Y luego de haber admitido que ese magnífico estado de cosas deja para el porvenir mucho más que hacer que lo que imaginan los más ambiciosos, venir a declararnos que el statu quo ofrece con qué contentar a los más exigentes y refrescar a los más fatigados . . .

¿Quién lleva en este mundo el orgullo, la crueldad o la sinrazón? Es un problema que no resolveremos; pero no podemos menos que admirar y bendecir la sabiduría y sangre fría de las masas desheredadas, en presencia de tamañas provocaciones incendiarias de los ciegos que las guían.

Sí; si hoy las ideas no cundiesen rápidamente, si desde las filas de la burguesía no se elevasen por doquiera voces generosas de protesta contra las impías doctrinas del egoísmo y reivindicasen en nombre de las clases inferiores el derecho a la existencia y al trabajo que han pagado tan caro; si el pueblo como el poder, en fin, deben desesperar del progreso, desde mañana la guerra civil resurgiría y no tendríamos otra cosa que hacer que preparar las armas.

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