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La democracia estática o el partido de los conservadores anquilosados.

7.- Escuela doctrinaria o el estatismo sistemático.

El partido de los conservadores anquilosados es el que ha ocupado el poder en Francia después de la Revolución de Julio.

Este partido luchó en favor del principio democrático y contribuyó para incluir y mantener en la constitución la igualdad ante la ley. Aun hoy teóricamente rinde homenaje al espíritu moderno.

Pero la nueva constitución no es sino una transición entre la vieja sociedad aristocrática basada sobre el derecho exclusivo del nacimiento y las formas democráticas del porvenir. Sin embargo, como la consagración del principio de la igualdad ante la ley ha bastado para darle el poder político y el dominio social, ese partido juzga que ha cumplido con su misión. Los liberales de la oposición de hace quince años hoy son ministros; es irracional, pues, exigir más.

Bien es verdad que por formulismo de lenguaje y para no hacer el gesto de repudiar la herencia y los principios del 89, los titulares actuales del poder difieren a la generosidad de un porvenir indefinido el cuidado de cumplir con los deberes del presente. Mas esta concesión teórica es, por parte suya, sólo una tramoya para enmascarar su egoísmo.

La escuela doctrinaria ha sido el pivote del partido de los anquilosados, formado por una fracción de los jefes del viejo liberalismo, a la cual han adherido ex-revolucionarios repudiados, algunas altas cumbres de la burguesía y de la banca y los ricos carentes de inteligencia que oyen siempre el 93 cuando se dice Progreso. Tales gentes consideraron perfectamente legítimo armar al pueblo contra la antigua Nobleza y aprovechar la victoria de las masas para acaparar las diversas posiciones sociales asignadas en otros tiempos a los privilegiados del nacimiento; y desaprueban como revolucionaria y anárquica toda doctrina que tienda a la modificación del statu quo. Las clases populares y la masa de la burguesía deben considerarse satisfechas de haber cambiado de dueños, y haber sustituído la aristocracia del honor nobiliario por una aristocracia burguesa: la del dinero. Escuchemos al pontífice máximo de la doctrina. M. Guizot, en uno de aquellos ocios ministeriales que le conquistan de vez en cuando las antipatías de la Cámara, ha escrito:

Hoy, gracias a la victoria de la buena causa y a Dios, que nos la brindó, las situaciones y los intereses han cambiado. Basta de guerra de los de abajo contra los de arriba; basta de motivos para levantar la bandera de los más contra los menos.

(...)

No es que no haya mucho que hacer aún, mucho más de lo que creen los más ambiciosos, para el mejoramiento social y material de la condición de la mayoría; pero la situación recíproca de los pequeños y de los grandes, de los pobres y de los ricos, está regida en la actualidad con justicia y liberalidad. Cada cual tiene su derecho, su lugar y su porvenir. (Véase, Guizot, De la Democracia moderna).

Y en otro escrito (Estado de las almas):

¿Qué significa, pues, esta misma libertad actualmente mucho más amplia y asegurada, tal como el hombre no la ha conocido jamás? ¿Qué significa este progreso general de justicia y de bienestar en el mundo? ¿No existe, pues, recompensa conveniente a los trabajos y a los sufrimientos de la época? ¿Nada hay, luego de tantas faltas, con qué contentar a los más exigentes y refrescar a los más fatigados?

Sí; merced a la victoria del pueblo algunas posiciones han cambiado: la vuestra, por ejemplo, y la de vuestros amigos; pero al pueblo, a las necesidades e intereses de la masa, decidnos, ¿qué satisfacción les aportó la victoria? Cada uno, manifestáis, tiene su derecho, su lugar y su porvenir. ¿Es que, estudiando de cerca la suerte de los proletarios, no habéis querido convenceros que cada uno de ellos, lejos de tener su derecho, su lugar y su porvenir, ni siquiera dispone de una plaza en el hospital?

Es decir, que, frente a semejantes afirmaciones horrorosas, se está obligado a creer que sobre los gobiernos de Francia pesaría una fatalidad de vértigo y de enceguecimiento.

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