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6.- Interés común de las tres clases.

No existe, pues, advirtámoslo, antinomia radical en la naturaleza de las cosas; no hay contradicción y guerra inevitables entre los principios y los elementos de la producción. Las luchas encarnizadas de los capitales contra los capitales y del capital contra el trabajo y el talento; de las industrias entre sí; de los patrones contra los obreros, de los obreros contra los patrones, de cada uno contra todos y de todos contra cada uno, no son, de ningún modo, condiciones fatalmente ligadas a la vida o a la humanidad. Dependen sólo del mecanismo actual de la industria, del sistema de la concurrencia anárquica y desordenada, de aquella libertad sin organización que nos han alabado, con resultado tan triste, las escuelas fundadas por los economistas de Inglaterra. Es posible, evidentemente, sin tomar nada a los poseedores, acrecer de modo considerable la riqueza pública por medio de una sabia organización del taller social y de una aplicación progresiva del principio de Asociación, y retribuir abundantemente el trabajo de las masas.

No debe hablarse, pues, de la libertad industrial, tal como ha sido comprendida y realizada en nuestros días, si no es para condenarla y maldecirla. No debe hacerse mención del antagonismo fundamental del trabajo y del talento, sino para comprobar que ese antagonismo es fruto de un mecanismo funesto desde cualquier punto de vista: funesto al desarrollo de la producción por la mengua del consumo; funesto a las clases superiores por las crisis y las reacciones desastrosas que, sin duda alguna, provocaría; funesto, en fin, para las clases inferiores por la miseria creciente en que las sumerge y que arrojaría forzosamente a estas clases en la senda de las protestas sangrientas. Entonces que no se proclame más la abolición de la propiedad, la repartición o la comunidad de bienes, la destrucción de las máquinas y el vandalismo social. Proclámese, sí, empero, organizar los derechos y los intereses de los trabajadores; introducir el orden, la justicia y la verdadera libertad en el taller industrial, en el régimen de la producción, de la distribución y de la repartición de las riquezas; de unir precisamente allí los intereses de los poseedores y de los proletarios, de los soldados y de los jefes; háblese de hacer trabajar a las máquinas para los capitalistas y para el pueblo y no más para los capitalistas contra el pueblo. En fin, háblese de organizar la asociación de las clases en base a la unidad nacional y la asociación de las naciones en la humanidad. Allí radican las sendas de la salud de los Estados y de las Sociedades modernas; esos son los problemas dignos hoy de preocupar a las inteligencias serias, a los espíritus permeables a la luz, a los corazones que albergan todavía los sublimes principios y los nobles sentimientos de patria, de libertad y de fraternidad cristianas, que abrasaban a los corazones de nuestros padres.

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