Índice del libro Constitución política de una República imaginaria de José Joaquín Fernández de LizardiApartado anteriorApartado siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

III

Sacristán.- No solamente hemos de hablar de los vagos, también contra las vagas es menester hacer leyes. Entre las mujeres, especialmente las plebeyas, hay un vagamundaje escandaloso. Todos los días se encuentran por las calles multitud de haraposas que parecen manojos de apio, borrachas a miles y muchachas prostituidas antes de tiempo; y no se encuentra una criada que sirva. Esto quiere decir, que están más bien halladas con la holgazanería miserable, que con el trabajo socorrido. Preciso es ponerlas en cintura. Escriba usted.

Art. 50.- Toda mujer vaga, si fuere soltera y se encontrare en las pulquerías o tabernas, tirada o escandalizando en las calles, será conducida a la cárcel, donde trabajará en moler y guisar para los presos, y allí permanecerá hasta que encuentre donde servir.

Art. 51.- Todo párroco, cuando algunos se le presenten para casarse, recibirá al hombre escrupulosa información de si tiene o no algún oficio o arbitrio honesto para sostener a su familia; y no teniéndolo, no los casará, reputando la inutilidad y holgazanería como impedimento impediente.

Payo.- Este artículo me parece muy bien, porque no se ve otra cosa diariamente sino matrimonios contraídos por satisfacer los estímulos de la naturaleza, de que resulta que estos vagos hacen infelices a sus mujeres y familias, y es mucho mejor que no se casen.

Muy interesante me parece el exterminar la holgazanería y esto debe ocupar muy seriamente la atención de los legisladores; porque mientras más vagos, más viciosos abundarán en la sociedad, y jamás puede progresar una República sobrecargada de viciosos; pero, compadre, no basta conocer el mal, sino que es necesario aplicar el remedio, y ésta es la dificultad que encuentro en nuestro caso.

Es demasiado claro que la industria está muy abatida en nuestra República, las artes se hallan paralizadas y aun los profesores de ellas no encuentran en qué trabajar, especialmente después de la venida de manufacturas inglesas. Pretender estorbarles la entrada, es una impolítica y una injusticia: impolítica, porque seria violar los pactos de comercio, e injusticia porque cada uno es libre para vestirse de lo mejor y más barato, a costa de su dinero; conque vea usted qué difícil encuentro que progresen las artes en nuestra tierra y que se exterminen los vagos y viciosos.

Sacristán.- Por eso hemos de tentar todos los caminos practicables. Para vencer las empresas chicas no se necesita mucho talento; para arrostrar con las grandes dificultades, es menester talento y tenacidad. Yo no presumo de lo primero, mas pues esto no pasa de una mera diversión, escriba usted, que si bien dictare disparates, la patria conocerá que la intención es buena.

Título segundo. De las fuentes de la riqueza nacional y del modo de hacerlas comunicables entre todos los ciudadanos.- Capítulo primero. De la agricultura.

Art. 52.- El gobierno fundará las poblaciones que pueda en el dilatado campo que le ofrece este nuevo mundo, y estas poblaciones se llamarán, por el término de diez años, colonias libres de la Federación mexicana.

Art. 53.- A todo poblador voluntario y casado se le auxiliará por cuenta del gobierno con una yunta de bueyes, un arado, un carnero y dos ovejas, un gallo y tres gallinas, dos cerdos (macho y hembra), una carga de maíz, y los instrumentos necesarios para la labor, con más, cien pesos para su viaje y su casa.

Art. 54.- A los pobladores libres y solteros se les dará la mitad menos.

Art. 55.- Luego que se presenten al juez conservador de la colonia, éste les señalará el lugar donde pueda labrar su casa y las tierras que le toquen de pan llevar, a proporción de las leguas que tenga la colonia.

Art. 56.- En el acto de darle posesión de las tierras, se le darán también sus títulos de perpetua y absoluta propiedad.

Art. 57.- Aun a los presidiarios se les franquearán pedazos de tierras para que los cultiven por sí y para sí.

Art. 58.- La constancia en el trabajo, honrada conducta y verdadera enmienda de los presidiarios, será una eficaz recomendación para que el gobierno les vaya remitiendo o abonando años de condena; para lo cual los jueces políticos y comandantes militares de las colonias pasarán anualmente al gobierno una nota de las mejoras que observen en los reos, y conforme a ellas se les rebajarán los años que se estimen convenientes, pues no siendo el objeto de las leyes penales, ni el exterminio de los ciudadanos, ni la satisfacción de venganza de los jueces, sino la corrección de los extraviados, luego que ésta se verifique, se debe mitigar la pena.

Art. 59.- A los que hayan cumplido su condena con los rebajos dichos, se les pondrá en libertad y se les dará en propiedad el terreno que hayan cultivado: quedarán en el goce de los derechos de ciudadano y nadie será osado a echarles en cara en ningún tiempo la causa porque fueron a las colonias, bajo las penas que impondrán las leyes.

Art. 60.- Durante los primeros diez años de colonización, los vecinos estarán exentos de diezmos y alcabalas.

Art. 61.- Cumplidos los diez años, perderán el nombre de colonias y adquirirán el de pueblo o villa de N. con el título que quieran darle los vecinos, y serán agregados al Estado que corresponda.

Art. 62.- Concluidos los diez años, no se enviarán a esos pueblos ningunos presidiarios; pues los delincuentes deberán destinarse a los trabajos públicos, fronteras, arsenales y minas.

Art. 63.- No siendo justo que cuatro propietarios hacendados se hallen apropiados de casi todo un nuevo mundo con notorio perjuicio del resto de sus conciudadanos, pues es bien sabido que hay ricos que tienen diez, doce o más haciendas, y algunas que no se pueden andar en cuatro días, al mismo tiempo que hay millones de individuos que no tienen un palmo de tierra propio, se decreta la presente ley agraria, circunscrita a los puntos siguientes:

Primero.- Ninguna hacienda por grande que sea podrá tener más de cuatro leguas cuadradas, y las que sobren deberán entrar al gobierno federal.

Segundo.- El gobierno indemnizará a los propietarios pagándoles por sus justos precios el valor de las tierras que dejaren.

Tercero.- Para cubrir estos créditos, venderá estas mismas tierras en pequeñas porciones, prefiriendo en la venta los nacionales a los extranjeros.

Cuarto.- Nadie podrá comprar, ni el gobierno vender, sino una legua cuadrada de terreno de labor, y dos de monte.

Payo.- Esas leyes son demasiado buenas; pero a los ricos no les han de gustar.

Sacristán.- Tampoco a los ladrones les gusta que les quiten lo que se han robado; mas el gobierno no debe consultar con el gusto y avaricia de los ricos, sino con la justicia y el bien general de la nación.

Payo.- En efecto, es una ambición muy punible poseer unos terrenos tan vastos, que muchos no pueden cultivar. Con una hacienda de cuatro leguas cuadradas, cualquier familia se puede sostener con amplitud y con decencia, dejando tierras que produzcan igual beneficio a otras familias pobres, y mediante este plan les debían resultar muchas ventajas considerables. En primer lugar, las haciendas que ahora tienen mucho baldío o poco cultivo estarían bien servidas por los propietarios, pues el arrendador nunca trabaja con el mismo interés que el dueño.

En segundo lugar aumentándose las ventajas y proporciones de la agricultura, se aumentarían los labradores, y resultarían innumerables familias, medianamente acomodadas; porque la hacienda H, supongamos, tiene veinte y cinco leguas cuadradas de las que su dueño el conde N siembra cinco y arrienda veinte, repartidas en miserables pegujales a una multitud de infelices, a quienes sus dependientes tratan con la mayor dureza, y ellos viven con una servidumbre de vasallos; pues en el caso dicho, resultarían veinte propietarios felices, sin perjudicar al principal, pues ya hemos dicho que muchos de éstos, tienen hasta diez y doce haciendas.

En tercer lugar, que es una gran política no permitir una clase de ricos tan opulentos, que lleguen a dar sospechas al gobierno, y en una República como la nuestra, son demasiado temibles; porque ya se sabe cuánto influye el poder del dinero, y el ascendiente que tienen los ricos sobre sus jornaleros y dependientes; es menester no perder de vista la guerra que dieron los morenitos de Cuautla Amilpas y tierra caliente, estimulados por sus amos. Constantes en sus principios, se presentaron en el campo de batalla en el Monte de las Cruces, el año de 10, a pelear contra los patriotas que defendían su libertad; nunca se quitaron las chaquetas, siempre fueron enemigos acérrimos de los americanos; ellos prendieron al benemérito don Leonardo Bravo y a otros, tomaron las armas contra la Independencia, el año de 21; las dejaron a más no poder, y hasta el día yo no me fiara de ellos.

¿Y por qué tanto entusiasmo contra su patria y contra sus mismos derechos? por su ignorancia, atizada por sus amos ricos y poderosos; si hubieran tenido menos poder, si esas haciendas hubieran estado repartidas en pequeñas porciones y entre muchos dueños, yo aseguro que no se hubieran levantado tan fácilmente esas oscuras legiones contra los verdaderos patriotas.

En cuarto y último lugar, que realizado el plan de usted, no quedaría en este vasto continente un palmo de tierra sin cultivarse, cuando ahora tenemos millares de leguas de tierras feracísimas que no producen sino zacatones y maleza.

El único renglón que por desgracia se ve con el mayor interés, es el de las minas; pero es un engaño el creer que el oro y la plata constituyen la riqueza de las naciones. Estos metales puntualmente, cuando son demasiado abundantes, son la causa de la ruina de muchas familias. Si Dongo, si otros ricos no lo hubieran sido, no hubieran muerto asesinados por los ladrones; si esta misma nación no hubiera tenido tanto oro y tanta plata, no se hubiera excitado la codicia de los españoles, ni éstos hubieran venido a inmolar en las aras de Pluto, veinte millones de inocentes, ni la santa liga tuviera tantas ganas en el día de reducimos a la antigua esclavitud de los Borbones. De oro era el becerro que adoraron los israelistas y ¡qué cara no les salió su adoración! Conque no adoremos al oro ni la plata porque estos metales cuanto son más preciosos son más pesados; quizá por esto la naturaleza, siempre sabia, los ocultó de la vista de los hombres, mas éstos, perezosos y egoístas, rompen las entrañas de su madre para sacar estos metales y hacerse ricos de la noche a la mañana sin trabajar. ¡Qué error! La naturaleza benéfica les preparó a todos los mortales las verdaderas riquezas, no en el centro, sino en la superficie de la tierra; y en este sentido ¿qué tierra más rica que la nuestra? El trigo, el maíz, todas las semillas de primera necesidad, la grana, el azúcar, el cacao, el café, el añil, multitud de plantas, palos, leche y gomas medicinales, algodón, lino, maderas exquisitas, regaladas frutas, todo lo produce esta América, en abundancia.

Yo me represento, pues, cultivada toda ella y correspondiendo fielmente a los afanes y sudores del labrador y entonces ... ¡Ah, qué cuadro tan delicioso se me representa! Yo veo unos campos inmensos llenos de las doradas mieses de Ceres; otros advierto pintados con la verde esmeralda de los maíces; unos nevados con millones de copos de algodón; otros enrojecidos con la uva bermeja y deleitable. En unas partes innumerables huertas proporcionan al paladar innumerables gustos, en la diferencia de frutas que sazonan sus abundantes árboles; la vista y el olfato en otras partes se entretienen con los aromas y encantos de mil vistosas y fragantes flores; la humanidad doliente encuentra la botica más selecta en las yerbas y cortezas medicinales; el apetito ... vamos, yo no puedo ni dibujarle a usted el cuadro adulador que me representa la idea de la América, enteramente cultivada. Todo me parece que sería abundancia, todo felicidad, todo riqueza.

Sacristán.- ¡Caramba, compadrel No pensé yo que sabía usted echar sus rasgos poéticos; ello se conoce que es usted aprendicillo, pero su buen deseo disculpa su poca destreza; mas todavía no ha calculado usted el pormenor de esas ventajas, que tanto adulan su esperanza, y consisten en el destierro general de la pobreza, y de consiguiente de los vicios; porque si ahora hay mil ladrones porque no tienen qué comer, entonces se rebajarían novecientos que encontrarían lo primero, y de consiguiente lo segundo; los víveres serían demasiado baratos, porque si ahora dan por ejemplo veinte tortillas por medio, entonces les darían por tlaco; si ahora dan treinta onzas de pan por un real, entonces las darían por cuartilla, y correrían la misma suerte las carnes de res, carnero y cerdo; las gallinas y huevos, el chocolate, el dulce; las velas y verduras, y para no cansarnos, todo bajaría de precio; cualquier pobre podría, con su trabajo, mantener y vestir a su familia. Si a esto agrega usted el necesario aumento de la población, verá que a la vuelta de veinte años, esta nación debería ser tan apreciable a la Europa por sus producciones, como formidable por sus fuerzas.

Payo.- Dios lo haga, compadre, que es quien lo puede hacer. Piense usted lo que me ha de dictar el sábado, porque ya tengo hambre, y es preciso levantar la sesión.

Sacristán.- Pues, adiós, hasta el sábado.

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