Índice de Ensayo político sobre el reino de la Nueva España de Alejandro de HumboldtCapítulo octavo (Segunda parte)Capítulo décimoBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO NOVENO

Producciones vegetales del territorio mexicano.- Progresos del cultivo del terreno.- Influencia de las minas en el desmonte de las tierras.- Plantas que sirven de alimento al hombre.


Un imperio que se extiende desde los 16° hasta los 37° de latitud, ofrece desde luego todas las variaciones de clima que se experimentarían al trasladarse desde las orillas de Senegal a España. Auméntase esta variedad de climas todavía más por la constitución geológica del país, por la masa y forma extraordinaria de las montañas mexicanas.

En el lomo y en la falda de las cordilleras, la temperatura de cada meseta es diferente, según que sea mayor o menor su altura. Se concibe, pues, que en el reino de México debe ser inmensa la variedad de producciones indígenas, y que apenas haya en todo el resto del globo una planta que no pueda cultivarse en alguna parte de la Nueva España.

Aquí nos limitaremos a examinar las producciones indígenas que en la actualidad son objetos de exportación y que forman la base principal de la agricultura mexicana.

En Jamaica o en Cuba, la palabra agricultura sugiere la idea de los pobres esclavos africanos que fertilizan los campos con su sudor. En el interior de México, esa palabra sugiere ideas menos penosas y tristes. El cultivador indio es pobre, pero libre. Su estado es muy preferible al de los aldeanos de una gran parte de la Europa septentrional. En la Nueva España no hay contribución de servicios corporales ni esclavitud; el número de esclavos es casi nulo y la mayor parte del azúcar es fruto del trabajo de manos libres. Los principales objetos de la agricultura no son esos productos a los que el lujo de los europeos ha dado un valor arbitrario, sino los cereales, las raíces nutritivas y el maguey, que es la vid de los indígenas.

Los que no conocen el interior de las colonias españolas sino por las inciertas nociones publicadas hasta el día, con dificultad se persuadirán que las principales fuentes de riqueza del reino de México no están en las minas, sino en su agricultura, que ha mejorado muy visiblemente desde fines del siglo XVIII. Porque en los países pobres en minas, como la capitanía general de Caracas, Guatemala y Cuba, la agricultura ha hecho grandes progresos, se cree poder inferir de aquí que el poco cuidado que se ha puesto en el cultivo del terreno en otras partes de las colonias españolas es efecto del laboreo de las minas. Pero este raciocinio no es exacto.

En México, los campos mejor cultivados son los llanos que se extienden desde Salamanca hasta las inmediaciones de Silao, Guanajuato y la villa de León, y en los cuales están las minas más ricas del mundo conocido. En todos los parajes en donde se han descubierto vetas metálicas, el beneficio de las minas, lejos de entorpecer el cultivo de la tierra, lo ha favorecido singularmente. Al descubrimiento de una mina importante sigue inmediatamente la fundación de una ciudad, y en las proximidades de ésta pronto empieza a labrarse el suelo y comienzan a establecerse haciendas. Más aún: la influencia de las minas en el desmonte progresivo del país es más duradera que las minas mismas. Cuando las vetas se agotan, los mineros van a buscar fortuna a otra parte; pero el agricultor está ligado por el apego que ha tomado al suelo que le ha visto nacer y que sus padres han cultivado con sus brazos.

Las plantas que son objeto de cultivo en las regiones elevadas y solitarias difieren esencialmente 'de las que se cultivan en los llanos o mesas menos elevados, en la falda y en el pie de las cordilleras. La altura del terreno que requieren los diversos géneros de cultivo depende, en general, de la latitud de los parajes; pero la flexibilidad de organización de las plantas cultivadas es tal, que ayudadas por la mano del hombre, muchas veces pasan los límites que la naturaleza parece haberles señalado.

No las clasificaremos aquí según la temperatura que necesitan para desarrollarse, sino que, atendiendo a la utilidad que reportan al hombre, trataremos primero de los vegetales que constituyen la base principal del alimento del pueblo mexicano; después, de las plantas que proporcionan materiales a la industria manufacturera; y terminaremos describiendo los productos vegetales que son objeto de un comercio importante con la metrópoli.

El plátano o banano es para los habitantes de la zona tórrida alimento de tanta importancia como los cereales para el Asia occidental y Europa, y el arroz para los países del lejano Oriente. Algunos naturalistas han sostenido que esta planta no existía en América antes de la llegada de los españoles, sino que éstos la llevaron allí de las islas Canarias a principios del siglo XVI. Gonzalo Fernández de Oviedo, en su Historia natural de las Indias, dice que el dominico fray Tomás de Berlangas plantó en 1516 los primeros plátanos en la isla de Santo Domingo.

En las colonias españolas no se conocen todos los musa; pero se distinguen tres especies: el plátano artón (musa paradisiaca Lin?), el camburi (musa sapientium Lin?) y el dominico (musa regia Rumph?). En México y en toda la tierra firme de la América del S. es tradición que el artón y el dominico se cultivaban allí mucho antes de que llegaran los españoles; pero que el guineo, variedad del camburi, fue llevado de las costas de Africa, como su mismo nombre lo prueba.

El inca Garcilaso de la Vega, en sus Comentarios Reales de los Incas, dice expresamente que en tiempos de los incas las patatas y los plátanos formaban la base del alimento de los indígenas, y distingue el dominico del plátano común o artón. El P. Acosta (Historia natural y moral de las Indias) afirma también que los americanos cultivaban el musa antes de la llegada de los españoles. El P. Berlangas no pudo llevar de las islas Canarias a Santo Domingo otra especie de musa que la que allí se cultiva, que es el camburi, pero no el artón o zapalote de los mexicanos. Según estas pruebas, es indudable que el plátano se cultivaba en América antes de la llegada de los españoles, y que éstos no hicieron más que aumentar el número de las especies indígenas.

Dudo que en el globo haya otra planta que, en un pequeño espacio, pueda producir una cantidad tan considerable de substancia nutritiva. A los ocho o nueve meses de plantado el chupón, empieza el plátano a desarrollar su racimo, y puede cogerse el fruto a los diez u once meseS. Cuando se corta el tronco, entre los numerosos tallos que han brotado de las raíces hay constantemente un pimpollo que a los tres meses da fruto. Una superficie de cien metros cuadrados puede contener de treinta a cuarenta pies de plátanos, y en un año da más de 2,000 kilogramos de substancia nutritiva. La misma superficie de trigo no produce más que quince kilogramos de grano. El plátano cogido verde contiene el mismo principio nutritivo que el trigo, el arroz, las raíces tuberosas y el sagú, a saber, la fécula almidonada unida a una pequeña porción de gluten vegetal. Difícil sería describir las muchísimas preparaciones por medio de las cuales los americanos hacen del plátano una comida sana y agradable.

En un país fértil, media hectárea o fanega legal de tierra, plantada de plátano artón, puede alimentar a más de cincuenta individuos; mientras que en Europa, la misma extensión de trigo no basta para el alimento de dos individuos. El fruto maduro del musa, secado al sol, se conserva como nuestros higos; se le llama plátano pasado, y es objeto de comercio en la provincia de Michoacán.

En la misma región en que se cultiva el plátano hay la planta preciosa cuya raíz produce la harina del manioc o mañoc. La planta se llama yuca. Los mexicanos, como los naturales de toda la América equinoccial, cultivan desde la más remota antigüedad dos especies de yuca, que los botánicos han reunido con el nombre de jatrofa manihot. En las colonias españolas se distingue la yuca dulce de la amarga. La primera puede comerse sin riesgo, al paso que la otra contiene un veneno bastante activo. Ambas sirven para hacer pan, llamado cazabi o cazabe. El veneno de la yuca amarga se separa cuidadosamente de la fécula antes de hacer el pan. Según un pasaje de Fernández de Oviedo, parece que la yuca dulce, que él llama boniata, y que es el huacamote de los mexicanos, no se encontraba originariamente en las Antillas, sino que se trasplantó allí del continente vecino. El cazabe o pan de manioc es muy nutritivo, quizá a causa del azúcar que contiene y de una materia viscosa que reúne las moléculas del cazabe. El cultivo del manioc requiere más cuidado que el del plátano; se asemeja al de la patata, y no se coge sino hasta después de siete o nueve meses de haber plantado las estacas. Actualmente hay plantaciones de jatrofa manihot a lo largo de las costas, desde el embocadero del río de Coatzacoalcos hasta el N. de Santander y desde Tehuantepec hasta San Blas y Sinaloa, en las regiones bajas y cálidas de las intendencias de Veracruz, Oaxaca, Puebla, México, Valladolid y Guadalajara.

El maíz se produce en la misma región que el plátano y el manioc, pero su cultivo es aún más importante y extenso. Subiendo hacia la planicie central, se encuentran campos de maíz hasta el valle de Toluca, a 2,800 metros de altitud. El año que falta la cosecha de maíz, es de hambre y miseria para los habitantes de México. No se duda ya entre los botánicos que el maíz o trigo turco es un verdadero trigo americano y que el nuevo continente lo ha dado al antiguo. Cuando los españoles descubrieron América, el Zea maíz (en azteca, tlaolli) ya se cultivaba desde la parte meridional de Chile hasta Pensilvania. Era tradición entre los aztecas que los toltecas introdujeron en México, en el siglo VII d. de C., el cultivo del maíz, el algodón y el pimiento. La fecundidad del tlaolli o maíz mexicano es mayor de cuanto se puede imaginar en Europa. En los llanos que se extienden desde San Juan del Río hasta Querétaro, en las tierras de la gran hacienda de la Esperanza, una fanega de maíz produce a veces ochocientas; algunas tierras fértiles dan unos años con otros de tres a cuatrocientas. Aunque en México se cultiva una gran cantidad de trigo, el maíz debe considerarse como el alimento principal del pueblo, como también lo es de la mayor parte de los animales domésticos. En las regiones cálidas y muy húmedas, puede dar dos o tres cosechas al año, pero en general no se hace más que una: se siembra de mediados de junio a últimos de agosto.

Bien conocida es la utilidad que los americanos obtienen del maíz. Se come la mazorca cocida o asada, y con el grano machacado se hace pan muy nutritivo. Con la harina se hacen cocciones que los mexicanos llaman atole, y las sazonan con azúcar, miel y a veces patatas cocidas. Los indios también extraen de él bebidas espirituosas, ácidas o dulces. Actualmente, cada altitud ofrece al indio bebidas particulares. Los llanos inmediatos a las costas producen el guarapo o aguardiente de caña, y la chicha de manioc; en la falda de la cordillera abunda la chicha de maíz; la altiplanicie central es el país de la agave o maguey, que produce el pulque, bebida favorita de los naturales. De éstos, los más acomodados beben también aguardiente de uva, al que llaman aguardiente de Castilla. He aquí muchísimos recursos para un pueblo que apetece los licores fuertes hasta el exceso.

Antes de la llegada de los españoles, los mexicanos y los peruanos exprimían el jugo de la caña del maíz para hacer azúcar. En el valle de Toluca chafan la caña entre cilindros y con su zumo preparan un licor espirituoso llamado pulque de maíz o tlaolli, que es objeto de un comercio bastante considerable. En años buenos, la Nueva España produce mucho más maíz del que puede consumir.

Como la introducción del trigo europeo ha tenido la influencia más feliz en el bienestar de los mexicanos, es interesante saber cómo empezó su cultivo. Un negro, esclavo de Cortés, encontró tres o cuatro granos entre el arroz con que se alimentaban las tropas: aquellos granos se sembraron, según parece, antes de 1530; por consiguiente, el cultivo del trigo es más antiguo en México que en el Perú. En este último país fue introducido por doña María Escobar, mujer de Diego Chávez.

La región templada, principalmente los climas en que la temperatura media anual no pasa de 18° a 19° centígrados, parece la más a propósito para el cultivo de los cereales, no comprendiendo en esta denominación más que las gramíneas nutritivas conocidas de los antiguos: el trigo, la espelta, la cebada, la avena y el centeno.

Los colonos españoles no han variado bastante sus experiencias para saber cuál es el mínimum de altura en que los cereales pueden producirse en la región equinoccial de México. La falta absoluta de lluvias durante los meses de verano es tanto más contraria al trigo cuanto más caluroso es el clima. Si el suelo de la Nueva España estuviese regado por lluvias más frecuentes, sería una de las tierras más fértiles del globo. En la región equinoccial de México, aún hasta los 28° de latitud N., no se conocen más que dos estaciones: la de las aguas, que empieza en junio o julio y acaba en septiembre u octubre, y la seca, que dura desde octubre hasta fines de mayo. La sequedad a que está expuesta la Nueva España durante la mayor parte del año, obliga a los habitantes de una gran porción del territorio a valerse de riegos artificiales. Las acequias, las presas y las norias son cosas de la mayor importancia para la agricultura mexicana.

En las haciendas de trigo en que el sistema de riego está bien establecido, como cerca de León, Silao e Irapuato, se riega dos veces: la primera en enero, luego que la planta nace, y la segunda a principios de marzo, cuando la espiga está próxima a desarrollarse; y aún algunas veces se inunda todo el campo antes de sembrarlo. La abundancia de las cosechas en los terrenos bien cultivados, es maravillosa. En los llanos que se extienden desde Querétaro hasta León, los trigales dan de 35 a 40 por uno; y varias haciendas grandes pueden contar hasta 50 ó 60. En el valle de México se cuentan 20 granos para el maíz y 18 ó 20 para el trigo.

Al N. del fértil distrito de Celaya, Salamanca y León, el país es árido en extremo, sin ríos ni manantiales, y presenta en vastas extensiones costras de arcilla endurecida, que los labradores llaman tierras duras y frías, y en las que las raíces de las plantas herbáceas difícilmente pueden penetrar.

Ya hemos hablado de los desiertos sin agua que separan la Nueva Vizcaya del Nuevo México. Toda la meseta que se extiende desde Sombrerete hasta Saltillo, y de allí hasta la Punta de Lampazos, es pelada y árida, sin más vegetación que algunos nopales y otras plantas espinosas.

El suelo de la Vieja California es un peñascal sin mantillo ni fuentes. En las costas de la Nueva California, el trigo produce 16 ó 17 granos por uno. La falta de estadísticas no permite saber cuál es la cosecha de granos en toda la Nueva España.

El trigo mexicano es de primera calidad y puede compararse con el mejor de Adalucía; es superior al de Montevideo. En México difícilmente se conserva el grano más de dos o tres años, principalmente en los climas templados. Sería prudente formar almacenes en los parajes más fríos del país.

El centeno y la cebada resisten el frío mejor que el trigo, y se cultivan en las mesetas más elevadas; además pocas veces padecen la enfermedad que los mexicanos llaman chahuiztle, que destruye frecuentemente las más bellas cosechas de trigo.

En México se cultiva muy poco la avena. Una planta de raíz nutritiva originaria de América, la patata (Solanum tuberosum), llamada papa en peruano, parece que se introdujo en México en la misma época, poco más o menos, que los cereales de Europa. Yo no decidiré la cuestión de si llegó a México del Perú, o si los primeros conquistadores la llevaron de las montañas de la Nueva Granada. Lo cierto es que los mexicanos no la conocían en tiempos de Moctezuma. Tampoco es indígena en el Perú; pero se la encuentra en todos los campos de Chile. Quizá su cultivo ha ido avanzando poco a poco desde las montañas de Chile hacia el N. Entre el gran número de producciones útiles que las migraciones de los pueblos y las navegaciones lejanas nos han dado a conocer, ninguna planta ha tenido una influencia tan señalada sobre el bienestar de los hombres como la patata.

América es extraordinariamente rica en vegetales de raíces nutritivas. Después del manioc y de las papas, no hay otras más útiles para la subsistencia del pueblo que el oca (xalis tuberosa), la batata y el igname. La primera de estas producciones sólo se cría en los países fríos y templados, en la cima y la falda de las cordilleras; las otras dos pertenecen a la región cálida del reino de México.

La batata se designa en México con el nombre de camote, que es una corrupción de la palabra azteca cacamotic; se cultivan muchas variedades de raíces blancas y amarillas, y las de Querétaro son las más estimadas.

Todavía debemos contar entre las plantas útiles indígenas de México, el cacomite u oceloxochitl, cuya raíz proporciona una harina nutritiva a los habitantes dd valle de México; las numerosas variedades de tomates o tomatl (solanum lycopersicum); el pistache de tierra o mani (arachis hypogea); y las diferentes especies de pimientos que los mexicanos llaman chilli y los españoles chile.

El chamalitl o girasol de flores grandes pasó del Perú a la Nueva España: antiguamente se sembraba en varias partes de la América española no sólo para sacar aceite del grano, sino también para asarlo y hacer un pan muy nutritivo.

El arroz (oryza sativa) era tan desconocido de los pueblos del Nuevo Continente como de los habitantes de las islas del Pacífico. Su cultivo, que los árabes introdujeron en Europa y los españoles en América, es de poca monta en la Nueva España. En las costas de México, principalmente al S. E. de Veracruz, en los terrenos fértiles y pantanosos que hay entre los embocaderos de los ríos de Alvarado y Coatzacoalcos, el cultivo del arroz podrá ser algún día tan importante como lo es hace ya mucho tiempo en Guatemala, en la Luisiana y en la parte meridional de los Estados Unidos.

Los mexicanos poseen hoy día todas las plantas de hortaliza y árboles frutales de Europa. Sabemos con certeza que los americanos han conocido en todo tiempo las cebollas (en mexicano, jonacatl)y los frijoles (en mexicano, ayacotli), las calabazas y algunas variedades de garbanza.

Parece que en América no se cultivaba ninguna especie de berzas ni de nabos, y que los mexicanos no han conocido originariamente los guisantes, hecho tanto más notable cuanto que se cree que nuestro pisum sativum es silvestre en la costa N. O. de América.

La mesa central de la Nueva España produce en abundancia cerezas, ciruelas, melocotones, albaricoques, higos, uvas, melones, manzanas y peras. El viajero se admira al ver en México, así como en el Perú y Nueva Granada, las mesas de los habitantes acomodados provistas a un mismo tiempo de las frutas de la Europa templada, y de ananás, granadillas, zapotes, mameyes, guayabas, anonas, chirimoyas y otros productos preciosos de la zona tórrida.

Al estudiar la historia de la conquista, admira la actividad extraordinaria con que los españoles del siglo XVI extendieron el cultivo de los vegetales europeos en el lomo de las cordilleras, de uno a otro extremo del continente. Antes de la llegada de los españoles, México y las cordilleras de la América del S. producían varios frutos que tienen una gran analogía con los de los climas templados del antiguo continente. En la parte montañosa de la América equinoccial hay cerezos (capulli), nogales, manzanos, moreras, fresales, rubus y groselleros que son propios del país. En cuanto a los naranjos y limoneros, que en la Europa meridional resisten un frío de 5° bajo cero, se cultivan en el día en toda la Nueva España, hasta en la misma mesa central.

La gran analogía que se advierte entre el clima del altiplano de México y el de Italia, Grecia y la Francia meridional, debería estimular a los mexicanos al cultivo del olivo, que ya ensayaron con buen éxito desde el principio de la conquista; pero el Gobierno, por una política injusta, lejos de favorecerlo ha procurado más bien impedirlo indirectamente. Que yo sepa, no hay ninguna prohibición formal, pero los colonos no han osado dedicarse a un ramo de industria que pronto hubiera excitado los celos de la metrópoli. El olivo es muy raro en toda la Nueva España; no hay más que un solo olivar, pero hermosísimo, que pertenece al arzobispado de México, situado en Tacubaya. También se cultiva el olivo en la hacienda de los Morales, cerca de Tacubaya, en las proximidades de Chapultepec, en Tulyehualco, cerca del lago de Chalco, y en el distrito de Celaya.

Antes de terminar la enumeración de las plantas alimenticias, pasaremos rápidamente la vista por los vegetales que suministran bebidas al pueblo mexicano. El Nuevo Continente nos ofrece el ejemplo de un pueblo que no sólo extraía bebidas de la substancia amilácea y azucarada del maíz, del manioc y de los plátanos, o de la pulpa de algunas especies de mimosa, sino que cultivaba expresamente una planta de la familia de las bromeliáceas, para convertir su jugo en un licor espirituoso. Tal planta es la pita o maguey.

En las colonias españolas hay varias especies de maguey que merecen examinarse atentamente. Los magueyes o metl que se cultivan en México son numerosas variedades de la agave americana. No debe confundirse este metl con la agave cubensis de Jacquin, que Lamarck ha llamado agave mexicana y que algunos botánicos han creído que es el objeto principal de la agricultura de los mexicanos.

Los plantíos de maguey de pulque remontan a tanta antigüedad como la lengua azteca. Los pueblos de raza otomí, totonaca y mixteca son aficionados al octu, que los españoles llaman también pulque. Los más bellos plantíos de maguey que he tenido ocasión de ver están en el valle de Toluca y en los llanos de Cholula.

El cultivo de la agave tiene ventajas reales sobre el del maíz, el trigo y las patatas. Esta planta no teme la sequedad, el granizo ni el frío que en invierno reina en las altas cordilleras de México. El tallo muere después de haber dado las flores, y entonces nacen una infinidad de hijuelos de la raíz misma de la planta que acaba de morir, pues no hay otra que se multiplique con más facilidad. En un buen terreno, la agave entra en florescencia a los cinco años; en terreno ingrato no se puede contar con cosecha hasta los dieciocho. La miel o jugo de la agave tiene un sabor agridulce bastante grato, y fermenta fácilmente a causa del azúcar y el mucílago que contiene. Para acelerar la fermentación, le añaden un poco de pulque viejo y ácido; la operación se hace en tres o cuatro días. Destilando el pulque, se hace un aguardiente llamado mezcal o aguardiente de maguey, que embriaga mucho.

El Gobierno español persigue con todo rigor el mezcal, porque su comercio perjudica al de los aguardientes españoles; pero, sin embargo, se fabrica una cantidad enorme en las intendencias de Valladolid, México y Durango, principalmente en el Nuevo Reino de León. Pero el maguey no sólo es la vid de los pueblos aztecas, sino que también reemplaza al cáñamo de Asia y a la caña de papel (cyperus papyrus) de Egipto. El papel en que los antiguos mexicanos pintaban sus jeroglíficos estaba hecho con las fibras de las hojas de la agave, maceradas en agua y pegadas por capas. Por todo lo que acabamos de referir, puede concluirse que, después del maíz y la patata, el maguey es la más útil de todas las producciones que la naturaleza ha concedido a los pueblos montañeses de la América equinoccial.

Cuando se hayan quitado las trabas que el Gobierno ha puesto hasta el día a varios ramos de la industria, los viñedos substituirán poco a poco a los plantíos de maguey; pero en el estado actual de cosas, la vid casi no puede contarse entre las riquezas de México, tan exigua es su cosecha. La mejor calidad de uva es la de Zapotitlán, en la intendencia de Oaxaca. También hay viñedos cerca de Dolores y San Luis de la Paz, al N. de Guanajuato, y en las Provincias Internas, cerca de Parras y del Paso del Norte. El vino del Paso es muy estimado, y, aunque preparado con poco esmero, se conserva muchos años. En el país se quejan de que el mosto que se coge en la altiplanicie fermenta difícilmente, y acostumbran mezclar arrope con el zumo de la uva. Esta operación da un gustillo de mosto a los vinos mexicanos, que no tendrían si estudiaran más el arte de hacer vino.

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