Índice de Ensayo político sobre el reino de la Nueva España de Alejandro de HumboldtCapítulo terceroCapítulo quintoBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO CUARTO

Censo general hecho en 1793.- Progresos de la población en los diez años siguientes.- Relación entre los nacidos y los muertos.


En los Estados Unidos, la población está concentrada en la parte atlántica, entre el mar y los montes Alleghanys. En la capitanía general de Caracas no existen terrenos habitados y bien cultivados sino en las regiones marítimas. Por el contrario, en México el cultivo y la civilización están relegados al interior del país. Los conquistadores españoles no han hecho en esto sino seguir las huellas de los pueblos conquistados, pues los aztecas, en su migración hacia el S., prefirieron las regiones altas y frias a los calores excesivos de la costa. La superficie de la parte de Anáhuac que componía el reino de Moctezuma II a la llegada de Cortés, no llegaba a la octava parte de la Nueva España actual. Los reyes de Acolhuacán, de Tlacopan y de Michoacán eran independientes. Las grandes ciudades de los aztecas y los terrenos mejor cultivados se hallaban en las inmediaciones de la capital, y principalmente en el valle de Tenochtitlán. Esta razón hubiera bastado para que los españoles estableciesen alli el centro de su nuevo imperio; pero además les agradaba habitar unas mesetas cuyo clima, análogo al de su patria, era propicio al cultivo del trigo y los árboles frutales de Europa. El añil, el algodón, el azúcar y el café interesaban poco a los conquistadores: sólo mostraban avidez por los metales preciosos, y su busca los fijaba en el lomo de las montañas centrales de la Nueva España.

No es menos difícil calcular con alguna certidumbre el número de habitantes del reino de Moctezuma que el de la antigua población de Persia, Egipto, Grecia o el Lacio. Probablemente, las inmediaciones de la capital de México, y acaso todos los países sujetos a la dominación de Moctezuma, estuvieron en lo antiguo mucho más poblados que hoy; pero aquella gran población se hallaba concentrada en muy pequeño espacio. Se sabe que no sólo de un siglo a esta parte va creciendo el número de indios, sino que también toda la extensa región que designamos con el nombre general de Nueva España está hoy más habitada que antes del arribo de los europeos. Las investigaciones de economía política, fundadas en números exactos, han sido poco comunes en la misma España antes de los trabajos del ilustre Campomanes y del ministerio del conde de Floridablanca; no es de extrañar, pues, que los archivos del virreinato de México no contengan ningún censo hecho antes del año 1794, en que el conde de Revillagigedo dictó órdenes para que se llevase a cabo. Su resultado aproximado fue 4.483,569 habitantes. Este resultado ofrece el minimum de la población que se podía admitir en aquella fecha. Yo adopto como más probable el número de 5.837,000 habitantes en el año 1804.

Es una lástima que los virreyes que sucedieron al conde de Revillagigedo no hayan renovado el censo total. No puede dudarse que la población aumenta rápidamente. El aumento que han tenido los diezmos y la capitación de los indios, el de todos los derechos de consumos, los progresos de la agricultura y de la civilización, el campo cubierto de casas recién construídas, anuncian un crecimiento considerable en casi todas las partes del reino. He podido fijar con alguna exactitud ese crecimiento desde 1793 hasta la fecha de mi estancia en México, gracias a los datos que me han proporcionado el arzobispo de México y muchos párrocos. Según esos datos, la proporción en que están los nacidos con los muertos es poco más o menos como 170 : 100. Parece que sobre el lomo de la cordillera, el excedente de los nacimientos es mayor que en las costas o en las regiones muy cálidas. En éstas es tan grande la mortalidad, que apenas se percibe el aumento de la población, al paso que en las regiones frías la proporción de los nacidos a los muertos es como 183 : 100, y aun como 200 : 100.

Es más difícil valuar la relación de nacimientos y muertes con la población, que la de los nacimientos con las muertes. Si se pudiera admitir que en la Nueva España la relación de los nacimientos con la población es como 1 a 17, y la de los fallecimientos con la población es como 1 a 30, se tendrían unos 350,000 nacimientos por año, y unos 200,000 fallecimientos. El exceso de los nacimientos, en años en que no hay hambre, ni epidemia de viruelas, ni matlazahuatl que es la enfermedad más mortal de los indios, sería de cerca de 150,000. Según esto, la población de Nueva España debería duplicarse cada diecinueve años, pues en diez aumenta el 44 por 100. En los Estados Unidos se ha visto duplicarse la población, desde 1784, cada veintidós o veintitrés años. El único signo verdadero de aumento real y permanente de población es el aumento de los medios de subsistencia, y el aumento de productos de la agricultura es evidente en México. En un país católico, los diezmos eclesiásticos son el termómetro por el cual se puede formar juicio del estado de la agricultura, y estos diezmos se doblan en menos de veinticuatro años.

Estas consideraciones bastan para probar que admitiendo 5.800,000 habitantes al fin del año 1803, señalo un número que, lejos de ser exagerado, es probablemente inferior a la población existente. Ninguna calamidad pública ha afligido al país desde 1793. Añadiendo una décima parte por los individuos no comprendidos en el censo, y dos décimas por el progreso de la población en diez años, se supone un exceso de nacimientos que es la mitad menor que el que presentan los registros parroquiales. En este supuesto, el número de los habitantes no se doblaría sino en un período de treinta y seis a cuarenta años. Sin embargo, personas instruídas se inclinan a creer que la población ha hecho progresos mucho más rápidos. Tengo por muy probable que en 1808 la población de México fue superior a 6.500,000 almas.

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