Índice de Ensayo político sobre el reino de la Nueva España de Alejandro de HumboldtCapítulo segundoCapítulo cuartoBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO TERCERO

Aspecto físico del reino de la Nueva España comparado con el de Europa y el de la América Meridional.- Desigualdades del terreno.- Influjo de estas desigualdades en el clima, la agricultura y la defensa militar del país.- Estado de las costas.


Abarcando con una ojeada general toda la superficie de México, vemos que sus dos terceras partes están situadas en la zona templada, y la restante, en la tórrida.

La primera parte tiene 82,000 leguas cuadradas, y comprende las Provincias Internas, de las cuales unas dependen inmediatamente del virrey de México (como Nuevo León y Nuevo Santander), y las demás de un comandante general especial, que ejerce su autoridad en las intendencias de Durango y de Sonora y en las provincias de Coahuila, Texas y Nuevo México, regiones poco pobladas y cuyo conjunto se denomina Provincias Internas de la Comandancia General, para distinguirlas de las Provincias Internas del Virreinato.

El clima físico de un país no depende sólo de su distancia al polo, sino también de su elevación sobre el nivel del mar, de su proximidad al Océano, de la configuración del terreno y de otras muchas circunstancias locales.

Todo el interior del reino de México forma una meseta inmensa con una altitud de 2,000 a 2,500 metros. Difícilmente podrá encontrarse un punto en el globo donde las montañas presenten una estructura tan extraordinaria como las de Nueva España. En Europa se consideran como países muy altos Suiza, Saboya y el Tirol; pero mientras las cimas de los Alpes se elevan a 3,900 y aun a 4,700 metros, las llanuras inmediatas en el cantón de Berna no pasan de 400 a 600. Esta es la altura media de las mesetas de Suabia, Baviera y la Nueva Silesia. En España, las dos Castillas tienen poco más de 580 metros de altura. En Francia, la planicie más alta, que es la de la Auvernia, tiene 720 metros.

La cadena de montañas que forman la meseta de México, es la misma que con el nombre de los Andes atraviesa toda la América meridional; pero el armazón de esta cadena se diferencia mucho al S. y N. del ecuador. En el S.la cordillera está interrumpida por grietas, y si existen algunas mesetas que se elevan a 2,700 Y 3,000 metros, son más bien valles altos longitudinales, limitados por dos ramales de la cordillera. En México, por el contrario, el lomo mismo de las montañas es el que forma la meseta. El Perú y el reino de Nueva Granada presentan valles transversales, cuya profundidad es a veces de 1,400 metros. En general, la meseta mexicana está tan poco interrumpida por valles, y su pendiente es tan uniforme y tan suave, que hasta la ciudad de Durango, a 140 leguas de México, el terreno se mantiene constantemente a una altura de 1,700 a 2,700 metros.

La fisonomía de un país, el modo en que están agrupadas las montañas, la extensión de las mesetas, la elevación que determina la temperatura de éstas y su sequedad, tienen las relaciones más esenciales con los progresos de la población y el bienestar de los habitantes. Esa estructura es la que influye en la agricultura, y la dirección de las líneas isotermas, en la facilidad del comercio interior, en las comunicaciones más o menos favorecidas por la naturaleza del terreno, y, por fin, en la defensa militar de que depende la seguridad exterior de la colonia.

En la América meridional, los Andes presentan, a alturas inmensas, terrenos enteramente planos. Tales son las llanuras de Santa Fe de Bogotá, de Cajamarca y de Antisana; pero todas ellas no tienen arriba de cuarenta leguas cuadradas. Su difícil acceso, y la separación en que están unas de otras por profundos valles, favorecen muy poco la conducción de los productos y el comercio interior. Al contrario, en México, llanuras más extensas y tan uniformes como las del Perú, están tan inmediatas unas a otras, que no forman sino una sola meseta. La capital aparece rodeada por cuatro llanos o mesas.

El primero, que comprende el valle de Toluca, tiene 2,600 metros de altitud;
el segundo, que es el valle de México, 2,274;
el tercero, el valle de Actopan, 1,966;
y el cuarto, el valle de Ixtla, 981.

Cada uno de estos llanos es acomodado para diferentes especies de cultivos:

el 1°, para plantíos de maguey, que se pueden considerar como las viñas de los indios aztecas;
el 2°, para el trigo de Europa;
el 3°, para el algodón;
y el 4°, para la caña de azúcar.

La nivelación barométrica que ejecuté desde México a Guanajuato, prueba cuán favorable es la configuración del suelo en el interior de Nueva España para el transporte de los frutos, para la navegación y aun para la construcción de canales.

Al contrario, los cortes transversales, trazados del Pacífico al Atlántico, ponen de manifiesto las dificultades que opone la naturaleza a la comunicación entre el interior y las costas.

Desde México, el descenso es más rápido y corto hacia Veracruz que hacia Acapulco. La pendiente oriental es tan rápida, que al iniciar el descenso desde la gran mesa central, se sigue bajando continuamente hasta llegar a la costa, que corresponde a Alvarado y a Veracruz.

La falda occidental está interrumpida por cuatro valles longitudinales muy notables y cada vez más profundos, a medida que se acercan al Océano: son los valles de Ixtla, de Mescala, del Papagayo y del Peregrino.

En la parte de la mesa de Anáhuac que se extiende entre las ciudades de México, Córdoba y Jalapa, se destaca un grupo de montañas volcánicas que rivalizan con las cumbres más altas del nuevo continente. Baste nombrar cuatro, cuya altura no se conocía antes de mi expedición: el Popocatépetl, 5,400 metros; el Iztaccíhuatl, 4,786; el Citlaltépetl, o Pico de Orizaba, 5,295; y el Nauhcampatépetl, o Cofre de Perote, 4,089.

Al N. del paralelo de 19°, cerca de las minas de Zimapán y del Doctor, la cordillera toma el nombre de Sierra Madre. Después de Guanajuato, cubre una anchura enorme, y en seguida se divide en tres ramales. El occidental ocupa una parte de la intendencia de Guadalajara y llega, por la intendencia de Sonora, -hasta las márgenes del río Gila. El oriental se dirige hacia Charcas y el Real de Catorce, para perderse en Nuevo León. El ramal central ocupa toda la extensión de la intendencia de Zacatecas, y se extiende hasta la Sierra de los Mimbres, al O. del Río Grande del Norte, atraviesa después el Nuevo México y se junta con las montañas de la Grulla y con la Sierra Verde. La cresta de este ramal central es la que divide las aguas que se vierten en el Pacífico y en el Mar de las Antillas. En su prolongación por la América del Norte, los Andes de Anáhuac toman el nombre de Montañas Rocallosas, se ensanchan prodigiosamente y llegan hacia la embocadura del río Mackenzie (latitud 69° N.), después de haber recorrido desde la Tierra de Fuego, o más bien desde el arrecife de Diego Ramírez (latitud 56 ° 33' S.), 3,700 leguas de 25 al grado.

Hemos observado que casi sólo las costas de la Nueva España gozan de un clima cálido y propio para producir los frutos que forman el objeto del comercio de las Antillas. Estas regiones fértiles que los indígenas llaman tierras calientes, producen azúcar, añil, algodón y bananas en abundancia.

En la falda de la cordillera, a la altura de 1,200 a 1,500 metros, reina una agradable temperatura de primavera. Esta es la región que los indígenas llaman tierras templadas, en la cual la temperatura media anual es de 18° a 20°: tal es el hermoso clima de Jalapa, Tasco y Chilpancingo, tres ciudades célebres por la salubridad de su clima y por la abundancia de árboles frutales que se cultivan en sus inmediaciones.

La zona designada con el nombre de tierras frías comprende las llanuras de más de 2,200 metros de altura, y cuya temperatura media es inferior a 17°.

En la ciudad de México se ha visto algunas veces bajar el termómetro centígrado algunos grados bajo cero; pero este fenómeno es raro. Las planicies más altas que el valle de México, cuya altura excede de 2,500, tienen en los trópicos un clima duro y desagradable. Tales son las llanuras de Toluca y las alturas de Huitzilac, en donde la mayor parte del día la temperatura no excede de 6° a 8°.

Estas consideraciones generales sobre la división física de la Nueva España tienen un grande interés político.

En la mayor parte de Europa, el destino que se da al terreno y las divisiones agrícolas, dependen casi enteramente de la latitud geográfica; pero en Nueva Granada y en México, las modificaciones del clima, de la naturaleza de las producciones y de la fisonomía del país, dependen únicamente de la elevación del suelo, y casi desaparece el influjo de la latitud geográfica. Entre los 19° y los 22° de latitud, el azúcar, el algodón y, sobre todo, el cacao y el añil, no se dan con abundancia sino hasta 600 u 800 metros de altura.

El trigo de Europa ocupa una zona en la falda de las montañas, que comienza generalmente a los 1,400 metros y termina a los 3,000. El bananero (Musa paradisiaca) apenas da fruto arriba de 1,550 metros. Las encinas de México no vegetan sino entre los 800 y los 3,100; los pinos, en la bajada hacia las costas de Veracruz, no se hallan a menor altura de 1,850, ni los hay tampoco cerca del límite de las nieves perpetuas, a 4,000 metros.

Las Provincias Internas, especialmente las comprendidas entre los 30° y 38° de latitud, ofrecen, como todo el resto de la América septentrional, un clima que se diferencia esencialmente del del antiguo continente comprendido entre los mismos paralelos. En América es muy notable la desigualdad de temperatura en las diferentes estaciones: a. veranos de Nápoles o de Sicilia, suceden inviernos de Alemania.

Notable ventaja para los progresos de la industria nacional ofrece la altura a que se hallan en Nueva España las riquezas metálicas.

En el Perú, las minas de plata más importantes (Potosí, Paseo, Chota) se encuentran a inmensas alturas, y para beneficiarlas es menester llevar de lejos hombres, víveres y bestias. Al contrario, en México, los más ricos filones (Guanajuato, Tasco, Zacatecas, Real del Monte) se hallan a la altura media de 1,700 a 2,000 metros, y están rodeados de campos de labor y de pueblos grandes y pequeños, las cumbres inmediatas están coronadas de bosques, y todo facilita la explotación de aquellas riquezas.

En medio de tantas ventajas, la Nueva España padece de escasez de agua y de ríos navegables. Los únicos considerables por su longitud y su caudal son el Bravo del Norte (512 leguas) y el Colorado (250), pero están situados en la parte menos cultivada del reino. En toda la parte equinoccial de México no se encuentran sino ríos pequeños cuyos embocaderos son muy anchos. Los únicos que con el tiempo pueden ofrecer interés para el comercio interior son el Coatzacoalcos, el de Moctezuma, el Zacatula y el de Santiago, que nace de la unión de los ríos de Lerma y de las Lajas. Los lagos de que abunda México, y cuya mayoría parece disminuir de año en año, no son sino los restos de los inmensos depósitos de agua que al parecer existieron en otro tiempo en las grandes y altas llanuras de la cordillera. Me contentaré con nombrar el de Chapala, que mide cerca de 160 leguas cuadradas, el doble que el de Constanza;los del valle de México, que no ocupan hoy sino la décima parte de la superficie del valle; el de Pátzcuaro, uno de los sitios más pintorescos que conozco en ambos continentes; el de Meztitlán y el de Parras.

El interior de la Nueva España, y señaladamente una gran parte de la mesa de Anáhuac, está desnuda de vegetación, y su aspecto árido recuerda en muchos lugares las llanuras de las dos Castillas. Al N. de los 200, especialmente desde los 220 hasta los 300 de latitud, las lluvias no duran sino de junio a septiembre, y son poco frecuentes en el interior del país. El agua se filtra, en vez de reunirse en pequeños depósitos subterráneos, y no sale sino al pie de la cordillera, cerca de las costas, donde forma gran número de ríos de curso muy corto. La aridez de la mesa central ha aumentado después de la llegada de los europeos, a causa de las talas y de la desecación artificial de grandes extensiones de terreno. Por el contrario, las faldas de la cordillera pueden contarse entre las regiones más fértiles de la tierra, pues están expuestas a vientos húmedos y frecuentes nieblas, y la vegetación, constantemente nutrida con esos vapores acuosos, adquiere una lozanía y una fuerza imponente.

La tranquilidad de los habitantes de México es menos turbada por temblores de tierra y explosiones volcánicas que la de los habitantes del reino de Quito y de las provincias de Guatemala y de Cumaná. En toda la Nueva España sólo hay cinco volcanes en actividad: el Orizaba, el Popocatépetl y las montañas de Tuxtla, de Jorullo y de Colima. Una horrible catástrofe hizo brotar de la tierra, el 14 de septiembre de 1759, el volcán de Jorullo, rodeado de innumerables conos pequeños todavía humeantes.

La situación física de la ciudad de México ofrece inestimables ventajas, en lo que atañe a sus comunicaciones con el resto del mundo civilizado. Colocada entre Europa y Asia, en un istmo bañado por el Pacífico y el Atlántico, parece destinada a ejercer un grande influjo en los sucesos políticos que agitan a los dos continentes. El reino de la Nueva España, bien cultivado, produciría por sí solo todo lo que el comercio va a buscar en el resto del globo: azúcar, cochinilla, cacao, algodón, café, trigo, cáñamo, lino, seda, aceites y vino. Suministraría todos los metales, sin excluir el mercurio. Sus maderas de construcción y la abundancia de hierro y de cobre favorecerían los progresos de la navegación, bien que el estado de las costas y la falta de puertos en el Golfo oponen obstáculos difíciles de vencer. Es cierto que tales obstáculos no existen del lado del Pacífico. San Francisco, San Blas, y sobre todo Acapulco son magníficos puertos. El último, que probablemente se formó de resultas de un temblor de tierra, es uno de los fondeaderos más admirables del mundo. Los habitantes de México, descontentos del puerto de Veracruz (si se puede llamar pUerto el más peligroso de los fondeaderos) abrigan la esperanza de poder abrir vías más seguras para su comercio con la metrópoli. Sólo nombraré, al S. de Veracruz, las bocas de los ríos de Alvarado y Coatzacoalcos; y al N., el río Tampico y mejor aún el pueblecillo de Soto la Marina, cerca de la barra de Santander. Pero las dos costas tienen un inconveniente común: por espacio de varios meses son inaccesibles a causa de violentas tempestades. En el Golfo, las bocanadas de viento del norte suelen durar de tres a cuatro días y a veces de diez a doce. En las costas del Pacífico, la navegación suele ser peligrosa en los meses de julio y agosto, durante los cuales soplan terribles huracanes del S. O. Desde octubre hasta marzo soplan vientos impetuosos del N. E. y del N. N. E., llamados de Papagayo y de Tehuantepec. Los nortes de verano en el Golfo reciben el nombre de nortes de hueso colorado.

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