Índice de Ensayo político sobre el reino de la Nueva España de Alejandro de HumboldtCapítulo undécimoCapítulo décimo terceroBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO DUODÉCIMO

Industria manufacturera.- Telas de algodón.- Lanas.- Cigarros.- Sosa y jabón.- Pólvora.- Moneda.- Intercambio de productos.- Comercio interior.- Caminos.- Comercio exterior por Veracruz y Acapulco.- Trabas que tiene este comercio.- Fiebre amarilla.


Si se considera el pequeño progreso que las manufacturas han hecho en España, a pesar de la protección de que han disfrutado desde el ministerio del marqués de Ensenada, no se extrañará que todo lo que atañe a la fabricación y a la industria manufacturera esté todavía más atrasado en México.

La política inquieta y suspicaz de los pueblos de Europa, la legislación y el sistema colonial de los modernos, han puesto estorbos insuperables a los establecimientos que podrían asegurar una gran prosperidad a las posesiones lejanas y una existencia independiente de la metrópoli. Por muchos siglos no se ha considerado una colonia como útil a la metrópoli, sino en cuanto le suministraba gran cantidad de materias primas y consumía muchos géneros y mercancías que se le llevaban desde la Madre Patria.

Los monarcas de España, al tomar el título de reyes de las Indias, han considerado estas provincias lejanas más bien como partes integrantes de su monarquía y como provincias dependientes de la corona de Castilla, que como colonias, en el sentido que desde el siglo XVI han dado a esta palabra los pueblos comerciales de Europa.

Pronto se conoció que estas vastas regiones no podían gobernarse como los islotes esparcidos en el mar de las Antillas. Estas circunstancias obligaron a la corte de Madrid a adoptar un sistema menos prohibitivo y a tolerar lo que se vió en la imposibilidad de impedir por la fuerza. De ahí ha resultado una legislación más equitativa que la que gobierna la mayor parte de las demás colonias del Nuevo Continente. En estas últimas, por ejemplo, no es permitido refinar el azúcar: el propietario de una plantación se ve en la dura precisión de volver a comprar los productos de su propio terreno al industrial de la metrópoli. En las posesiones de la América española no hay ley que prohiba el establecimiento de refinerías de azúcar. Si el Gobierno no estimula las manufacturas, si hasta emplea medios directos para impedir el establecimiento de las de seda, papel y cristal, en cambio, ninguna providencia de la Audiencia, ninguna cédula del rey, declara que tales manufacturas no deben existir en ultramar. En estas colonias, como en todas partes, no se debe confundir el espíritu de las leyes con la política de los que las ejecutan. No puede negarse que de veinte años a esta parte, las colonias españolas han sido gobernadas según principios más equitativos. De cuando en cuando han levantado algunos hombres virtuosos su voz para ilustrar al Gobierno acerca de sus verdaderos intereses y hacer sentir que sería más útil a la metrópoli hacer florecer la industria manufacturera de las colonias que permitir el despilfarro de los tesoros del Perú y de México en la adquisición de mercancías extranjeras. Hubieran sido escuchados estos consejos si el ministerio no hubiese sacrificado demasiadas veces los intereses de los pueblos de un gran continente a los de algunas ciudades marítimas de España; pues no son los industriales de la península, hombres laboriosos y poco intrigantes, los que han impedido los progresos de las manufacturas en las colonias; más bien son los negociantes monopolistas, cuyo influjo político se halla protegido por una gran riqueza y sostenido por el conocimiento íntimo que tienen de las intrigas y necesidades momentáneas de la corte.

A pesar de tantas trabas, las industrias no han dejado de recibir algún impulso de tres siglos a esta parte, durante los cuales los vizcaínos, catalanes, asturianos y valencianos se han establecido en el Nuevo Mundo y llevado consigo la industria de sus provincias.

Por otra parte, en tiempo de guerra, la falta de comunicaciones con la metrópoli y los reglamentos prohibitivos del comercio con los neutrales han favorecido el establecimiento de fábricas de telas pintadas, de paños finos y de todo lo que corresponde ya a cierto lujo más refinado.

El valor del producto de la industria manufacturera de la Nueva España se estima de siete a ocho millones de pesos al año.

Hasta 1765, el algodón y las lanas de la intendencia de Guadalajara se habían exportado para mantener la actividad de las fábricas de Puebla, Querétaro y San Miguel el Grande; a partir de aquella fecha se han establecido algunas en Guadalajara, en Lagos y en las ciudades vecinas.

La intendencia entera, que cuenta más de 630,000 habitantes, produjo en 1802, en telas de algodón y tejidos de lana, 1.601,200 pesos; en cueros curtidos, 418,.900; Y en jabón, 268,400.

Las manufacturas indígenas de algodón podrían ser para México de gran importancia. Las de la intendencia de Puebla, en tiempo de paz, suministran al comercio interior un producto anual de 1.500,000 pesos; pero este producto no se debe a fábricas reunidas, sino a gran número de telares de algodón dispersos en las ciudades de Puebla, Cholula, Huejocingo y Tlaxcala.

En Querétaro se consumen anualmente, en la fabricación de mantas y rebozos, 200,000 libras de algodón.

En 1802 se contaban en Puebla más de 1,200 tejedores de telas de algodón y cotonados rayados.

Las más antiguas fábricas de paño en México son las de Texcoco. La mayor parte fueron establecidas en 1592 por el virrey don Luis de Velasco II. Este ramo de la industria nacional fue pasando poco a poco a manos de los indios y de los mestizos de Querétaro y de Puebla.

En agosto de 1803 visité las fábricas de Querétaro. Estas se distinguen en grandes, llamadas obrajes, y pequeñas, llamadas trapiches. Se contaban entonces veinte obrajes y más de trescientos trapiches. Sorprende desagradablemente al viajero que las visita no sólo la extremada imperfección de sus operaciones técnicas en la preparación de los tintes, sino aun más la insalubridad de los locales y el mal trato que se da a los trabajadores. Hombres libres están confundidos con presidiarios que la justicia distribuye en las fábricas para hacerles trabajar a jornal.

En el día es casi nula en México la fabricación de géneros de seda. En tiempos del viaje del Padre José de Acosta, hacia fines del siglo XVI, cerca de Pánuco y en la Mixteca se criaban gusanos de seda que se habían llevado de Europa, y entonces se fabricaban también excelentes tafetanes con la seda mexicana.

Tampoco tiene la Nueva España manufacturas de lino, ni de cáñamo, ni de papel.

La del tabaco es un derecho de regalía, y las fábricas más importantes son las de México y de Querétaro. En esta última ciudad, visité la gran fábrica de puros y cigarros, que da ocupación a 3,000 obreros, de ellos 1,900 mujeres. Las salas están limpias, pero mal ventiladas, y son muy pequeñas, y, por tanto, muy calientes.

En Puebla, México y Guadalajara, la fabricación de jabón sólido es materia de un comercio considerable. Favorece mucho esta fabricación la abundancia de sosa que se encuentra casi en todas partes de la mesa central a 2,000 o 2,500 metros de altura.

Puebla fue en otro tiempo célebre por sus fábricas de loza y de sombreros. Hasta principios del siglo XVIII, estos dos ramos de la industria vivificaban el comercio entre Acapulco y el Perú. Hoy las comunicaciones entre Puebla y Lima son casi nulas, y las fábricas de loza han disminuído de tal manera, que de cuarenta y seis que se encontraban todavía en 1693, no quedaban en 1802 más que dieciséis de loza y dos de vidrio.

En Nueva España, como en la mayor parte de los países de Europa, la fabricación de la pólvora es un derecho de regalía; pero se vende mucha de contrabando: la que se fabrica a expensas del rey está en proporción de uno a cuatro con la vendida de contrabando. La fábrica real de pólvora, única que existe, está cerca de Santa Fe, a tres leguas de la capital. Los edificios son muy bellos, y están situados en un valle estrecho que suministra el agua para el movimiento de las ruedas hidráulicas. Todas las partes de las máquinas, principalmente las ruedas cuyos ejes descansan en poleas de frotamiento, lo mismo que los epicicloides de bronce que sirven para el juego de las baterías de pilón, están dispuestas con mucha inteligencia. Sería de desear que los cedazos destinados a tamizar el grano fuesen igualmente movidos por agua o caballos, en vez de los ochenta muchachos mestizos que trabajan en esa maniobra por dos reales y medio de jornal.

La orfebrería mexicana está muy desarrollada. Hay pocos países en donde se fabrique anualmente mayor número de grandes piezas de platería, vasos y ornamentos de iglesia. En las villas más pequeñas hay plateros que ocupan en sus talleres a oficiales blancos, mestizos e indios. La Academia de Bellas Artes y las escuelas de dibujo de México y Jalapa han contribuído mucho a difundir el gusto de las bellas formas antiguas. En estos últimos tiempos se han fabricado en México vajillas de plata de valor de 30 a 40,000 pesos, que en elegancia y perfección del trabajo pueden competir con todo lo que se ha hecho de este género en las partes más civilizadas de Europa.

La Casa de Moneda de México, la más grande y rica de todo el mundo, es un edificio de arquitectura muy sencilla, contiguo al palacio de los virreyes. El establecimiento apenas ofrece cosa notable en cuanto a la perfección de las máquinas o de los procedimientos químicos; pero es muy digno de la atención de los viajeros por el orden, actividad y economía que reina en todas las operaciones de la amonedación. La Casa de Moneda se estableció, bajo el primer virrey, don Antonio de Mendoza, por real cédula de 11 de mayo de 1535. La amonedación se hizo al principio por asiento, a expensas de algunos particulares a quienes el Gobierno la había arrendado; pero en 1733 no se renovó la escritura de asiento, y desde esa época todas las operaciones han corrido bajo la dirección de oficiales reales y por cuenta del rey.

La Casa del Apartado, en la cual se hace la separación del oro y de la plata provenientes de las barras de plata aurífera, fue en otro tiempo propiedad de la familia del marqués de Fagoaga. Este importante establecimiento se incorporó a la corona en 1779, y tiene tres especies de oficinas, destinadas: la primera, para fabricar vidrio; la segunda, para preparar el ácido nítrico; y la tercera, para apartar el oro y la plata. Los procedimientos que están en práctica en estos diversos talleres son tan imperfectos como la construcción de los hornos de vidrio y de los hornillos que se emplean para la confección de las retortas y para la destilación del aguafuerte. El apartado del oro y la plata reducidos a granalla para multiplicar los puntos de contacto, se hace con retortas de vidrio, colocadas en largas hileras sobre cercos de hornillos de cinco a seis metros de largo. Estos hornillos no se calientan con un mismo fuego, sino que cada dos o tres matraces forman, digámoslo así, un horno separado.

Parece muy extraño el ver que no se da ocupación en la Casa de Moneda ni en la del Apartado a los alumnos de la Escuela de Minas; sin embargo, estos dos grandes establecimientos deben esperar reformas útiles aprovechándose de los adelantos de la mecánica y de la química. Todas las máquinas están muy distantes de la perfección que recientemente han adquirido en Inglaterra y Francia.

En México no sólo se han perfeccionado las obras de orfebrería, sino también se han hecho progresos visibles en otros ramos de la industria que dependen del lujo y de la riqueza.

Modernamente se han fabricado candelabros y otros adornos de bronce dorado, de mucho valor, para la nueva catedral de Puebla. Aunque los coches más elegantes que se ven en México y en Santa Fe de Bogotá se mandan llevar de Londres, también se construyen bastante buenos en Nueva España. Los ebanistas hacen muebles bellos por su forma y por el valor y pulido de las maderas que extraen principalmente de los bosques de Orizaba, San Blas y Colima.

En Durango se fabrican clavicordios y pianos. Los indígenas tienen una paciencia infatigable para hacer chucherías de madera, hueso y cera, que algún día podrían ser un artículo muy útil de exportación para Europa.

Veamos ahora los cambios comerciales que se hacen ya en el interior, ya con la metrópoli, ya con otras partes del Nuevo Mundo.

No renovaré mis justas quejas sobre las trabas del comercio y el sistema prohibitivo que sirven de base a la legislación colonial de los europeos. Me limitaré a exponer hechos y a probar de cuánta importancia serán las relaciones comerciales de México con Europa cuando se vean libres de un monopolio odioso y perjudicial a la misma metrópoli.

El comercio interior comprende el transporte de las producciones y géneros hacia el interior del país, y el cabotaje a lo largo de las costas del mar de las Antillas y del océano Pacífico. Este comercio no se halla vivificado por una navegación interior de ríos o canales, porque la mayor parte de la Nueva España no tiene ríos navegables. El río del Norte, que casi no cede al Misisipí en anchura, riega terrenos susceptibles de hermoso cultivo, pero que en la actualidad son un vasto desierto.

En la parte del territorio donde la población es más densa, sólo existe el río de Santiago que pudiera hacerse navegable a poco costo: fertiliza las llanuras de Lerma, Salamanca y Celaya, y podría ser útil para llevar las harinas de la intendencia de México y Guanajuato hacia las costas occidentales.

Como las comunicaciones con Europa y Asia no se efectúan más que por los puertos de Veracruz y Acapulco, todos los artículos de importación pasan necesariamente por la capital, que por esta razón se ha convertido en el punto central del comercio interior.

De la céntrica posición de la capital, resulta que los caminos más frecuentados y más importantes para el comercio son:
1°, el de México a Veracruz, por Puebla y Jalapa;
2°, el de México a Acapulco, por Chilpancingo;
3°, el de México a Guatemala, por Oaxaca;
4°, el de México a Durango y a Santa Fe de Nuevo México: los caminos de México a San Luis Potosí y Monterrey y a Valladolid y Guadalajara, pueden considerarse como ramificaciones del camino real de las Provincias Internas.

Los caminos de México, o están trazados en la mesa central desde Oaxaca hasta Santa Fe, o se dirigen desde la altiplanicie hacia las costas. Los primeros podrían ser llamados longitudinales, y son de muy fácil conservación. Desde México hasta Santa Fe pueden circular carruajes. En efecto, sobre la mesa central se viaja en coches de cuatro ruedas en todas direcciones, desde la capital hasta Guanajuato, Durango, Chihuahua, Valladolid, Guadalajara y Perote; mas, a causa del mal estado actual de los caminos, no se ha establecido carreteo para el transporte de los géneros, y se prefiere el uso de acémilas, de modo que millares de caballos y mulos, en largas recuas, cubren los caminos.

Un número considerable de mestizos y de indios se emplean en conducir estas caravanas. Los caminos que desde la mesa interior se dirigen a las costas, y que yo llamo transversales, son los más penosos y merecen principalmente la atención del Gobierno.

De esta clase son los de México a Veracruz y a Acapulco, de Zacatecas al Nuevo Santander, de Guadalajara a San Blas, de Valladolid al puerto de Colima, y de Durango a Mazatlán pasando por la cordillera occidental de la Sierra Madre.

Los que van de la capital a los puertos de Veracruz y Acapulco son, naturalmente, los más frecuentados. Desde el pueblo de las Vigas hasta El Encero, el camino de Veracruz no es muchas veces sino una senda angosta y tortuosa.

Los productos de Filipinas y del Perú llegan a México por el camino de Acapulco, el cual va por una falda de las cordilleras de pendiente menos rápida que el que existe desde la capital a Veracruz. Las dificultades que más entorpecen las comunicaciones entre la capital y Acapulco nacen de las rápidas avenidas de dos ríos: el Papagayo y el Mexcala. En la época de las grandes avenidas, muchas veces permanecen las cargas paradas durante siete u ocho días en las orillas del Papagayo, sin que los arrieros se atrevan a vadearlo. En 1803 se proyectó hacer un nuevo ensayo para construir un gran puente de piedra sobre este río.

La construcción de un nuevo camino desde México hasta Veracruz ha sido en estos últimos tiempos objeto de la solicitud del Gobierno. Los comerciantes de México han querido que el camino pasase por Orizaba; los de Veracruz han insistido en que pasase por Perote y Jalapa. Después de discusiones qÜe han durado muchos años, el virrey don José de Iturrigaray ha decidido construirlo por Jalapa, y las obras comenzaron en febrero de 1804.

El antiguo camino de Jalapa se dirige desde La Rinconada, al E., por la Veracruz Vieja, llamada vulgarmente la Antigua, y después sigue la playa por Punta Gorda y Vergara, o bien, si la marea es alta, se toma el camino de Manga de Clavo, que no se acerca a la costa sino hasta el mismo puerto de Veracruz.

El camino por Orizaba es menos frecuentado: pasa por Nopaluca, San Andrés, Orizaba, Córdoba y Cotastla.

Los principales objetivos del comercio interior son:
1°, los productos y géneros importados o exportados por los puertos de Veracruz y Acapulco;
2°, los trueques que las provincias hacen entre sí;
3°, algunos productos del Perú, Quito y Guatemala, que atraviesan el país para ser exportados, por Veracruz, a Europa.

Sin el gran consumo de géneros que se hace en las minas, el comercio interior no podría ser muy activo entre provincias que gozan en gran parte del mismo clima y que tienen, por consiguiente, las mismas producciones.

Por fortuna, el cultivo del maíz anima el comercio interior mucho más que el de los cereales de Europa. El comercio del maíz es muy importante para las provincias de Guadalajara, Valladolid, Guanajuato, México, San Luis Potosí, Veracruz, Puebla y Oaxaca.

Los millares de mulos que todas las semanas llegan de Chihuahua y de Durango a México, transportan, además de barras de plata, cuero y sebo, un poco de vino del Paso del Norte y harinas, tomando en retorno lanas de las fábricas de Puebla y de Querétaro, géneros de Europa y de las Filipinas, hierro, acero y mercurio.

En tiempos de guerra, cuando es peligrosa la navegación doblando el Cabo de Hornos, una gran parte de las 800,000 cargas de cacao, de ochenta y una libras cada carga, que anualmente se exportan del puerto de Guayaquil, pasa por el istmo de Panamá y por México, y muchas veces sigue el mismo camino el cobre de Guasco, conocido con el nombre de cobre de Coquimbo.

Los comerciantes de Guatemala también envían sus añiles, que exceden en riqueza de color a todos los añiles conocidos, por la vía de Tehuantepec y del río Coatzacoalcos, a Veracruz.

Recordaremos aquí lo que ya hemos dicho acerca del proyecto de un canal que debe unir los dos océanos, y que merece llamar la atención del Gobierno; pero si nuevas indagaciones demostrasen la ninguna utilidad de construir un canal en el istmo de Tehuantepec, a lo menos el Gobierno debería estimular a los habitantes de esta provincia a mejorar el camino por el Portillo de Petapa al nuevo puerto de la Cruz. Una parte de los productos de Guatemala y los de Oaxaca y Tehuantepec podrían en todo tiempo ir a Veracruz por este camino.

El comercío exterior de la Nueva España se compone del comercio por el Pacífico y del comercio por el Atlántico.

Los puertos del Atlántico son Campeche, Coatzacoalcos, Veracruz, Tampico y Nuevo Santander, si se pueden llamar puertos unas radas rodeadas de arrecifes o los embocaderos de ríos cerrados por barras, y que ofrecen un pobre abrigo contra los vientos del N.

Casi todo el comercio marítimo hace siglos que está reducido a Veracruz. La isla de Sacrificios, cérca de la cual los buques hacen la cuarentena, y los bajíos del Arrecife del Medio, Isla Verde, Anegada de Dentro, Blanquilla y Gallega, forman con la tierra firme, entre Punta Gorda y el pequeño cabo Mocambo, una especie de ensenada que está abierta al N. O.; así, cuando soplan los norte s con toda su fuerza, los buques fondeados al pie del castillo de San Juan de Ulúa pierden sus áncoras y derivan al E, y saliendo por el canal que separa la isla de Sacrificios de la Isla Verde, los arrojan los vientos en veinticuatro horas al puerto de Campeche.

El buen fondeadero, en el puerto de Veracruz, está entre el castillo de Ulúa, la ciudad y los arrecifes de la Lavandera. Cerca del castillo hay hasta seis brazas de fondo; pero el canal por donde se entra al puerto apenas tiene cuatro brazas de fondo y 380 metros de ancho.

Los principales artículos de exportación por Veracruz, según las declaraciones hechas en la aduana, y ordenados de más a menos según su valor en pesos, son: oro y plata, en barras, amonedado y en objetos de platería; cochinilla, azúcar, harinas, añil mexicano, carnes saladas y legumbres secas u otros comestibles, zarzaparrilla, cueros curtidos, vainilla, jabón, palo de Campeche y pimienta de Tabasco.

La importación comprende los artículos siguientes: ropas, telas de hilo y de algodón, paños y sederías; papel, aguardiente, cacao, vino, mercurio, hierro, cera, acero. En globo estimamos, un año con otro, en pesos:
La exportación por Veracruz en: $22 millones.
La importación por Veracruz en: $15 millones.
Total del comercio: $37 millones.

En 1802 entraron en Veracruz 291 buques; de ellos, procedentes de España 148, y de otros puntos de América 143; Y salieron 267; de ellos, 112 para España y 153 para otros puntos de América. En 1803 entraron 214; de España 103, y de América 111, y salieron 205; para España 82, y para América 123.

El consulado de Veracruz cuenta entre sus miembros hombres tan distinguidos por sus luces como por su celo patriótico. A la actividad del consulado se debe la empresa del camino de Perote, la mejora de los hospitales y la erección en el castillo de Ulúa de un hermoso faro giratorio, hecho en Londres según los planos del célebre astrónomo Mendoza y Ríos. A mi salida de Veracruz (7 de marzo de 1804), el consulado se ocupaba en dos nuevos proyectos igualmente útiles: proveer a la ciudad de agua potable y la construcción de un nuevo muelle que, avanzando en forma de parapeto, pueda resistir al choque de las olas.

En toda la América española existe una antipatía manifiesta entre los habitantes de los llanos o regiones calientes y los de la mesa de la cordillera. Esta antipatía la advierte el viajero europeo, ya sea que suba el río Magdalena, para ir desde Cartagena de Indias a Santa Fe de Bogotá, ya sea que suba la cordillera de los Andes, para ir de Guayaquil a Quito, de Piura y de Trujillo a Cajamarca, o de Veracruz a la ciudad de México.

Los habitantes de las costas acusan a los de la mesa de fríos y poco vivaces, y los últimos acusan a los de la costa de ligeros e inconstantes. Podría decirse que en una misma provincia se han establecido dos pueblos distintos; porque en una corta extensión de terreno se reúnen, además del clima y de las producciones, todas las preocupaciones del norte y del mediodía de Europa.

Un virrey que llega a la Nueva España, se halla colocado entre los diversos partidos de los togados, el clero, los propietarios de minas, los comerciantes de México y los de Veracruz; cada partido trata de inducirlo a desconfiar de sus adversarios, acusándoles de un espíritu inquieto e innovador, de un secreto deseo de independencia y de liberalismo político. Por desgracia, la metrópoli ha creído hallar su seguridad en las disensiones internas de las colonias, y por eso, lejos de calmar los odios individuales, ha visto con satisfacción nacer esta rivalidad entre los indígenas y los españoles, y entre los blancos que habitan las costas y los que se han establecido en la mesa del interior.

Si el puerto de Veracruz, aunque no es sino un mal fondeadero entre arrecifes, recibe y despacha al año 400 o 500 buques, el de Acapulco, que es uno de los puertos más hermosos del mundo, apenas recibe diez. La actividad mercantil de Acapulco está reducida al galeón de Manila, conocido con el nombre impropio de nao de la China, al cabotaje de las costas de Guatemala, de Zacatula y de San Blas, y al arribo de cuatro o cinco barcos que anualmente se expiden en Guayaquil y Lima.

La mucha distancia de las costas de China, el monopolio de la compañía de Filipinas y la gran dificultad de remontar contra la corriente y los vientos hacia las costas del Perú, son las causas que entorpecen el comercio de la parte occidental del reino de México.

El puerto de Acapulco forma una inmensa concha cortada entre rocas graníticas, abierta al S. S. O., que tiene de E. a O. más de seis kilómetros de anchura. La islita de la Roqueta o del Grifo está situada de manera que se puede entrar en el puerto por dos canalizos; el primero, que se llama Boca Chica, forma un canal que se dirige de O. a E. y no tiene más de 240 metros de anchura desde la punta del Pilar hasta la del Grifo. El segundo, o Boca Grande, comprendido entre la isla de la Roqueta y la punta de la Bruja, tiene milla y media de abertura. En el interior de la ensenada por todas partes se encuentran de veinticuatro a treinta brazas de fondo. Se distingue vulgarmente el puerto así llamado, y la gran ensenada llamada bahía, en donde el mar del S. O. se deja sentir con violencia a causa de la anchura de la Boca Grande. El puerto comprende la parte occidental de la bahía, entre la playa grande y la ensenada de Santa Lucía.

La bahía de Acapulco, en su vasta extensión, no presenta más que un solo arrecife, que no tiene sino cuarenta metros de ancho, y se llama de Santa Ana porque se conoció en 1781 por la pérdida inesperada del navío Santa Ana, perteneciente al comercio de Lima. Las Bajas, el Farallón del Obispo y la isla de San Lorenzo, cerca de la punta de Icacos, no presentan ningún riesgo, porque son escollos visibles.

El surgidero de los puertos de Realejo, Sonsonate, Acapulco y San Blas es muy peligroso en invierno, es decir, durante la estación de las lluvias, que en todas las costas occidentales de América, entre la isla de Chiloé y la California, duran de mayo a diciembre; el principio y el fin del invierno son los más temibles.

En los meses de junio y de septiembre se experimentan violentos huracanes, y entonces en las costas de Acapulco y de San Blas se encuentra mar de leva tan embravecido, como lo está en invierno cerca de la isla de Chiloé y en las costas de Galicia y Asturias.

Entre los 5° de latitud N. Y el estrecho de Behring, de mayo a octubre reina el viento S. O., y aun S. E., que se designan todos con el nombre general de vendavales; desde noviembre hasta fines de abril soplan las brisas o vientos del N. y N. E.

Los vendavales son tempestuosos, duros, acompañados de espesas nubes que cerca de tierra, particularmente de agosto a octubre, se descargan con aguaceros que duran de veinte a veinticinco días. Estas lluvias destruyen las cosechas, al paso que el viento S. O. arranca de raíz los árboles más grandes. Las brisas son flojas, y muchas veces interrumpidas por calmas muertas. Cerca de Acapulco, los monzones del N. inclinan constantemente al N. O.; el viento N. E., que se encuentra más hacia el mar adentro y en latitudes más australes, es muy raro, y el verdadero O. se hace temer allí por su extremada violencia.

El comercio de Acapulco con Guayaquil y Lima es muy poco activo. Los principales artículos son cobre, aceite y un poco de vino de Chile, pequeña cantidad de azúcar y quina del Perú, y cacao de Guayaquil. El cargamento de retorno es casi nulo, y se reduce a algunos géneros de lana de las fábricas de Querétaro, un poco de grana y mercancías de las Grandes Indias, que se exportan de contrabando.

Lo largo y extremadamente difícil de la navegación desde Acapulco a Lima y viceversa es lo que opone mayores dificultades al comercio entre México y el Perú.

La travesía desde las costas del Perú a las de Nueva España tiene tres enemigos: las calmas muertas, los furiosos vientos llamados papagayos, y el peligro de aterrar al E. de Acapulco.

La travesía de Acapulco a Lima es, muchas veces, más penosa y larga que una navegación desde Lima a Europa. Hace pocos años que el navío Neptuno, del comercio de Guayaquil, empleó siete meses para ir desde las costas de México al Callao.

El ramo de comercio más antiguo e importante de Acapulco es el trueque de las mercancías de las Grandes Indias y de China con los metales preciosos de México. Este comercio, limitado a un solo galeón, es sumamente sencillo. Un oficial de la marina real tiene el mando del galeón, que generalmente es de 1,200 a 1,500 toneladas, y se hace a la vela en Manila a mediados de julio o principios de agosto. Su cargamento consiste en muselinas, telas pintadas, camisas de algodón ordinarias, seda cruda, medias de seda de China, obras de platería labradas por los chinos en Cantón o en Manila, especias y aromas. El viaje se hace por el estrecho de San Bernardino o por el cabo Bojador, que es la punta más septentrional de la isla de Luzón; en otro tiempo duraba cinco o seis meses, pero actualmente se hace en tres o cuatro. Según las leyes actuales, el valor de las mercancías que transporta el galeón no debería exceder de 500,000 pesos, pero generalmente asciende a millón y medio o dos millones. Luego que llega a México la noticia de haberse avistado el galeón en las costas, se cubren de gente los caminos de Chilpancingo y Acapulco; los comerciantes se dan prisa para ser los primeros en tratar con los sobrecargos que llegan de Manila. Ordinariamente se reúnen algunas casas poderosas de México para comprar todos los géneros juntos. La compra se hace casi sin abrir los bultos, y aunque en Acapulco acusan a los comerciantes de Manila de lo que llaman trampas de la China, es menester confesar que este comercio entre dos países, 3,000 leguas distantes uno de otro, se hace con bastante buena fe y tal vez con más honradez que el comercio entre algunas naciones de la Europa civilizada, que nunca ha tenido la menor relación con los comerciantes chinos.

Mientras las mercancías se transportan a México, para distribuirse en todo el reino, se hacen descender del interior hacia la costa las barras de plata y los pesos que han de formar el cargamento de retorno. También suele ser considerable el número de pasajeros, y de cuando en cuando es aún mayor por las colonias de frailes que España y México envían a Filipinas. El galeón de 1804 llevó setenta y cinco; y por eso los mexicanos dicen que la nao de China carga de retorno plata y frailes.

La navegación de Acapulco a Manila se hace a favor de los vientos alisios; es la más larga que se puede efectuar en la región equinoccial de los mares, y casi triple de la de las costas de Africa a las Antillas; pero es agradable y de poca duración: comúnmente se hace en cincuenta o sesenta días. De algunos años a esta parte, el galeón toca de cuando en cuando en las islas Sandwich para tomar víveres y hacer agua, y como los jefes de esas islas no siempre se hallan en disposiciones amistosas con los blancos, la arribada suele ser peligrosa.

Toca regularmente en la isla de Guahan o Guam, en la cual, en la ciudad de Agana, reside el gobernador de las islas Marianas. Este delicioso país, que la naturaleza ha enriquecido con las producciones más variadas, es una de las muchísimas posesiones de que la corte de España nunca ha sabido sacar ningún partido. El fanatismo de los frailes y la sórdida avaricia de los gobernadores conspiraron en otro tiempo para despoblar este archipiélago. El comandante del fuerte de Agana es uno de los empleados del rey de España que más impunemente puede ejercer un poder arbitrario, pues no tiene relaciones con Europa y las Filipinas más que una sola vez al año. Si la nao es interceptada, o si se pierde en una tempestad, vive años enteros completamente abandonado a sí mismo.

Aunque de Madrid a Agana hay 4,000 leguas en línea recta por el E., se cuenta como cosa cierta que un gobernador de Guahan, viendo llegar el galeón dos años seguidos, manifestó el deseo de residir en una isla menos inmediata a España, para no estar tan expuesto a la vigilancia de los ministros.

El galeón lleva a la colonia de las islas Marianas (islas de los Ladrones), a más del situado para pagar el sueldo de las tropas y empleados, paños, telas y sombreros para vestuario del corto número de blancos que habitan aquel archipiélago. El gobernador suministra al galeón provisiones frescas, principalmente tocino y carne de vaca. El ganado vacuno se ha multiplicado notablemente en aquellas islas. Además del galeón de Acapulco, de cuando en cuando también se expide un navío de Manila a Lima. Esta navegación, que es una de las más largas y difíciles, comúnmente se hace por el mismo camino del Norte que la travesía de las Filipinas a las costas de California.

Se ha preguntado: ¿Cómo desde el siglo XVI los buques españoles han podido atravesar el Pacífico, desde las costas occidentales del Nuevo Continente hasta las islas Filipinas, sin descubrir los islotes de que está sembrada aquella vasta olla marítima? Este problema es fácil de resolver si se considera que de Lima a Manila se han hecho pocas navegaciones, y que los archipiélagos cuyo conocimiento debemos a Wallis, Bougainville y Cook, casi todos se hallan entre el ecuador y el trópico de Capricornio.

Desde hace cerca de trescientos años, los pilotos del galeón de Acapulco han tenido la prudencia de seguir constantemente el mismo paralelo, para ir desde las costas de México a las islas Filipinas, y les parecía tanto más indispensable el seguir esta derrota cuanto que se figuraban encontrar bajos y escollos en el instante en que se desviasen hacia el N. o el S. Además, no debemos extrañar que unos galeones cuyo cargamento valía cerca de millón y medio de pesos, no se hayan querido exponer a separarse del camino que se les había señalado. Las verdaderas expediciones de descubrimiento no pueden hacerse sino a expensas de un Gobierno; y no puede negarse que en los reinados de Carlos V, Felipe II y Felipe III, los virreyes de México y del Perú promovieron gran número de empresas capaces de ilustrar el nombre español.

Cabrillo visitó, en 1542, las costas de la Nueva California o Nueva Albión, hasta los 37° de latitud. Gali descubrió en 1582 las montañas de la Nueva Cornuailles, situadas hacia los 57°30' N. Sebastián Vizcaíno reconoció las costas entre el cabo de San Sebastián y el cabo Mendocino. Y en 1542, Gaetano había encontrado algunas islas esparcidas inmediatas al grupo de las Sandwich; y es indudable que aun este último grupo fue conocido de los españoles más de un siglo antes de los viajes de Cook, pues la isla de la Mesa, indicada en un antiguo mapa del galeón de Acapulco, es idéntica a la isla Owhyhée, en la que sobresale la alta montaña de la Mesa o Mowna-Roa. Alvaro Mendaña, acompañado de Pedro Fernández de Quirós, descubrió en 1595 el grupo de islas conocidas con el nombre de las Marquesas de Mendoza o islas de Mendaña. A estos mismos intrépidos navegantes debemos el conocimiento de las islas de Santacruz de Mendaña, que Cateret ha llamado islas de la Reina Carlota; el archipiélago del Espíritu Santo, de Quirós, que son las Nuevas Hébridas de Cook; el archipiélago de las islas de Salomón, de Mendaña, que Surville llamó las Arsácides; las islas Dezena (Maitea), Pelegrino (Scylly Island de Wallis), y probablemente también O-Taiti (la Sagitaria de Quirós), que todas tres forman parte del archipiélago de la Sociedad. A los anteriores hay que añadir los descubrimientos de García Jofre de Loaisa, de Grijalva, Gallego, Juan Fernández, Luis Váez de Torres y Seyavedra Cedrón, que fueron los primeros que reconocieron la costa septentrional de la Nueva Guinea. ¿Será, pues, justo decir que los españoles han atravesado el océano Pacífico sin reconocer ninguna tierra, si tenemos presente el gran número de descubrimientos que acabamos de citar y que fueron hechos en una época en que el arte de la navegación y de la astronomía náutica estaban muy distantes del grado de perfección que han adquirido en nuestros días? Vizcaíno, Mendaña, Quirós y Sarmiento merecen sin duda ser colocados al lado de los más ilustres navegantes del siglo XVIII.

Ya hemos dicho que las islas de Sandwich ofrecen un punto de arribada a los barcos que van de Acapulco a Filipinas o China. A pesar de esta ventaja, los habitantes de México, que tienen interés en el comercio de Asia, desearían que esas islas no se encontrasen en esa ruta, porque temen que alguna potencia europea se establezca allí, o que los isleños empiecen a ejercer la piratería en aquellos mares. Una escuadra apostada en la bahía de Karakakooa y que dirigiese sus actividades hacia el S. y el E., se haría temible para las embarcaciones que van a las Filipinas o a China desde América.

El cabotaje en las costas occidentales de la Nueva España es menos importante que el que se hace en el Golfo de México. Siguiendo las costas del S. E. al N. O. se encuentran los puertos siguientes: Tehuantepec, los Angeles, Acapulco, Zihuatanejo, Zacatula, Colima, Guatlan, Navidad, Puerto Escondido, Jalisco, Chiametla, Mazatlán, Santa María Ahome, Santa Cruz del Mayo, Guaymas, Puerto de la Paz (o del Marqués del Valle), Monterrey, San Francisco y Puerto de Bodega. La mayor parte de ellos ofrecen excelentes fondeaderos; pero la fuerza de las corrientes, la constancia de los monzones y las tempestades de invierno dificultan muchísimo el cabotaje.

La posición de Acapulco, San Blas, Monterrey y San Francisco es la más ventajosa para la pesca del cachalote y el comercio de pieles de nutria. Exceptuando los colonos de la América rusa, ninguna otra nación tiene una posición tan ventajosa para este comercio como los españoles mexicanos. Cuando, por la relación del tercer viaje de Cook, se tuvo conocimiento en Europa de las utilidades que ofrece el comercio de las pieles de nutria marina, también los españoles hicieron algunas débiles tentativas para participar de ese comercio. En 1786 se mandó un comisario a Monterrey para juntar todas las pieles de nutria de los presidios y misiones de Nueva California, y se consideró que se podrían reunir hasta 20,000. El Gobierno comenzó por reservarse exclusivamente este comercio, pero viendo que esta disposición era muy odiosa, se dió permiso a varios comerciantes de México para que enviasen algunos cargamentos a Filipinas. La ganancia de los armadores fue casi nula, porque el gobierno sobrecargó con derechos extraordinarios este ramo naciente de la industria, porque las pieles pasaron por las manos de los comerciantes de Manila, y porque no se dedicaron a esta especulación sino hasta que el precio de las pieles había ya bajado considerablemente.

¿Qué inmensa utilidad hubieran tenido los mexicanos con este comercio si en tiempo de las expediciones de Pérez, Heceta y Cuadra, en 1774, 1775 y 1779, la corte de Madrid hubiese establecido factorías en la rada de Noutka (Puerto de San Lorenzo), en el puerto de Bucareli o en la isla Hinchinbrook, regiones en que la nutria tiene el pelo más fino, más lustroso y espeso que al S. del paralelo de 48°?

Al evaluar el comercio de Acapulco y Veracruz, he tenido que limitarme a los artículos de exportación e importación que a su entrada y salida han satisfecho los derechos reales fijados en los aranceles de 1778 y 1782, en los cuales se ha procedido con bastante arbitrariedad en cuanto al precio de todos los artículos que pueden introducirse en las colonias.

En todos los puertos se distinguen los derechos reales de los municipales. Los puertos mayores cobran ambos derechos, y los menores sólo los municipales. Además, el sistema de aduanas varía en todos los puntos de América. El mal estado de las costas orientales, la falta de puertos, la dificultad de aterrar y el temor de las averías, hacen que el comercio fraudulento sea más difícil en México que en las costas de la Tierra Firme. El contrabando que se hace es casi exclusivamente por los puertos de Veracruz y Campeche, de donde salen barcos pequeños para ir a buscar géneros a Jamaica, y mantener lo que en Veracruz llaman vías telegráficas. Si en tiempo de paz el contrabando asciende probablemente a cuatro o cinco millones de pesos al año, en tiempo de guerra es indudable que aumenta hasta seis o siete.

Veamos ahora el aumento anual de la riqueza nacional.

Reflexionando sobre el estado de las colonias antes del reinado de Carlos III, soberano que en gran parte desembarazó al comercio de América de las trabas que lo entorpecían, no se puede extrañar que el reglamento de 12 de octubre de 1778 se haya señalado con el nombre de pragmática del comercio libre. La metrópoli y las colonias hubieran ganado mucho si al mismo tiempo se hubiese anulado un arancel de aduanas diametralmente opuesto a los progresos de la agricultura y la industria de los americanos; pero no era de esperar que España diera el primer ejemplo de desprenderse de un sistema colonial que, a pesar de las más crueles experiencias para la felicidad individual y la tranquilidad pública, han seguido durante largo tiempo las naciones cultas de Europa. En la época en que todo el comercio de la Nueva España se hacía por navíos de registro reunidos en una flota que cada tres o cuatro años iba de Cádiz a Veracruz, las compras y las ventas se hallaban monopolizadas por ocho o diez casas comerciales de México. Entonces había una feria en Jalapa, y el abastecimiento de un dilatado imperio se efeCtuaba como si se tratase de una plaza bloqueada. La última flota que llegó a Vetacruz en enero de 1778 la mandó el célebre viajero don Antonio Ulloa.

Pero, en realidad, la Nueva España no ha gozado plenamente del comercio libre hasta 1786, en que se establecieron en Veracruz muchas casas de comercio que han prosperado. Esta variación ha sido contraria a los intereses de los comerciantes de la capital; pero el aumento que se nota desde 1778 en todos los ramos de la hacienda pública, prueba suficientemente que lo que era perjudicial a algunos particulares ha sido útil a la prosperidad nacional.

En efecto, de 1765 a 1777, o sea en los trece años que precedieron a la declaración del comercio libre, las rentas públicas ascendieron a 131.135,286 pesos; de 1778 a 1790, o sea en los trece años que siguieron a dicha declaración, las rentas públicas subieron a 233.302,557 pesos, y por tanto experimentaron un aumento de 102.167,271 pesos.

Reuniendo los datos que he podido recoger sobre el comercio de Acapulco y Veracruz, resulta que a principios del siglo XIX, la importación de productos y géneros extranjeros en Nueva España, incluído el contrabando de las costas orientales y occidentales, es de 20.000,000 de pesos; la exportación en productos agrícolas e industriales es de 6.000,000. Y como las minas producen anualmente 23.000,000 de pesos en oro y plata, de los cuales ocho o nueve se exportan por cuenta del rey, tanto para España como para las demás colonias de América, es consiguiente que si de los 15,000,000 restantes se deducen 14.000,000 para saldar el exceso de la importación sobré la exportación, queda un millón de pesos. Luego, la riqueza nacional, o por mejor decir, el numerario de México, aumenta todos los años.

Este cálculo, fundado en datos exactos, explica por qué el país cuyas minas son las más ricas y las que dan un producto más constante, no posee una gran masa de numerario, y por qué el jornal siempre se sostiene bajo.

Sumas inmensas se acumulan en manos de algunos particulares, pero la indigencia del pueblo da en rostro a los europeos que visitan los campos y las ciudades del interior del reino.

Casi me inclinaría a creer que de los 91.000,000 de pesos que calculo existen en numerario entre los trece o catorce millones de habitantes de las colonias españolas de la América continental, cincuenta y cinco o sesenta se encuentran en México. Aunque la población de este reino no esté exactamente en la proporción de uno a dos con la de las demás colonias continentales, su riqueza nacional, comparada con la de estas últimas, casi está en la de dos a tres. La valuación de 60.000,000 de pesos no da más que diez pesos por habitante; pero esta suma ya debe parecer bastante fuerte cuando se considera que en España es de siete pesos y en Francia de catorce pesos por habitante.

Es menester convenir que desde la guerra que estalló entre España y Francia en 1793, México ha padecido grandes pérdidas en numerario. Además de los situados, de la renta líquida del rey y de los fondos de los particulares, han pasado anualmente muchos millones a Europa en dones gratuitos destinados a subvenir los gastos de una contienda que el común del pueblo miraba como una guerra de religión.

Estas liberalidades no siempre tenían por causa el entusiasmo fomentado con los sermones de los frailes y las proclamas de los virreyes; muchas veces intervino la autoridad de los magistrados para obligar a los ayuntamientos a ofrecer sus dones gratuitos y aun para prescribir su cuantía.

Si clasificamos los puertos de la América española según la importancia de su comercio, Veracruz y La Habana deben ocupar el prlmer lugar. Los demás pueden colocarse en el orden siguiente: Lima, Cartagena de Indias, Buenos Aires, la Guayra, Guayaquil, Puerto Rico, Cumaná, Santa Marta, Panamá y Portobelo. Por lo que se refiere al monto de la importación y la exportación de las colonias españolas del Nuevo Continente, he creído poder atenerme, después de detenidas investigaciones, a las cantidades siguientes, que parecen las más aproximadas:
Importación de Europa y Asia, incluído el contrabando: 59.200,000 pesos.
Exportación de las colonias: 68.500,000 pesos, de ellos 30.000,000 en productos de la agricultura, y 38.500,000 en producto de las minas de oro y plata.

De las anteriores cantidades, corresponden a la Nueva España y a la Capitanía General de Guatemala:
importación, 22.000,.000;
exportación, 31.500,000, de ellos 9.000,000 en productos de la agricultura, y 22.500,000 en productos de las minas.

Estos datos demuestran que si Asia no tomase parte en el comercio de América, las naciones manufactureras de Europa hallarían anualmente un mercado en las colonias españolas por valor de 59.200,000 pesos. Esta enorme importación no se equilibra sino con 30.000,000 de pesos, valor de los productos de la agricultura colonial; el resto de la importación, que asciende a 29.200,000 pesos, se salda con oro y plata de las minas americanas. El valor de los metales preciosos que anualmente refluyen de América a Europa es de 38.500,000; si de esta suma se deducen los 29.200,000 destinados a pagar el excedente de las importaciones sobre las exportaciones, quedan 9.300,000, que equivalen sobre poco más o menos a las rentas de los propietarios americanos domiciliados en la península, y a la cantidad de oro y plata que anualmente entra en la tesorería general de España como renta líquida de las colonias.

Nos queda por tratar de la epidemia que reina en las costas orientales de la Nueva España, y que durante una gran parte del año no sólo entorpece el comercio con Europa, sino también las comunicaciones entre el litoral y la mesa de Anáhuac.

El puerto de Veracruz se considera como el foco principal de la fiebre amarilla o vómito prieto o negro. Millares de europeos de los que tocan las costas de México en la época de los grandes calores perecen víctimas de esta cruel epidemia. Algunos barcos quieren más bien llegar a Veracruz a la entrada del invierno, cuando empiezan a arreciar los temporales de los nortes, que exponerse en el verano a perder la mayor parte de la tripulación por los efectos del vómito, y sufrir, a su regreso a Europa, una larga cuarentena.

Estas circunstancias influyen muchas veces y muy notablemente en el abastecimiento de México y en los precios de ias mercancías. El azote de la fiebre amarilla todavía tiene consecuencias más graves para el comercio interior: cuando las comunicaciones entre Jalapa y Veracruz están interrumpidas, faltan el hierro, el acero y el azogue para las minas.

Ya hemos dicho que el tráfico entre las provincias se hace por medio de recuas, y tanto los arrieros como los comerciantes que habitan las regiones frías y templadas de la Nueva España, no se atreven a bajar hacia las costas mientras el vómito reina en Veracruz.

En la Nueva España, como en los Estados Unidos, la fiebre amarilla no sólo ataca la salud de los habitantes, sino que también mina su fortuna, tanto por la paralización que causa en el comercio interior, como por las trabas que resultan para el tráfico con los países extranjeros. La insalubridad de las costas, que entorpece el comercio, facilita por otra parte la defensa militar del país contra la invasión de cualquier enemigo europeo.

La más antigua descripción de la fiebre amarilla es la del médico portugués Juan Ferreyra da Rosa, quien observó la epidemia que reinó en Olinda, en el Brasil, de 1687 a 1694, poco tiempo después de que un ejército portugués conquistó Pernambuco. Sabemos también que en 1691 esta enfermedad se manifestó en la isla Barbada, sin que se haya probado que algún barco procedente de Pernambuco la hubiese llevado allá. Francisco de Ulloa, hablando de las chapetonadas o fiebres a que están expuestos los europeos al llegar a las Indias Occidentales, cuenta que, según la opinión de los habitantes de aquellas tierras, no se conocía el vómito prieto en Santa Marta y Cartagena antes de 1729 y 1730, Y en Guayaquil antes de 1740. Desde aquella época, la fiebre amarilla ha reinado repetidas veces, fuera de las Antillas y de la América española continental, en el Senegal, los Estados Unidos, Málaga, Cádiz, Liorna y hasta en la isla de Menorca.

Por desgracia para los habitantes de Veracruz no acostumbrados al clima, los llanos arenosos que rodean la ciudad, lejos de ser enteramente secos, están interrumpidos por terrenos pantanosos en donde se reúnen las aguas de lluvia que se filtran a través de las dunas. Muchos médicos consideran esos depósitos de aguas estancadas y fangosas como otros tantos focos de infección. Pero si en el terreno que circuye Veracruz existen causas incontestables de la insalubridad del aire, no se puede negar que también se hallan otras en el centro de la misma ciudad. La población de ésta es demasiado crecida en proporción a la reducida extensión de terreno que ocupa: 16,000 habitantes están encerrados en un espacio de 500,OOO metros cuadrados. Como la mayor parte de las casas no tienen más que la planta baja y un piso, resulta que entre la gente común vive crecido número de personas en una misma habitación.

Los extranjeros que visitan la ciudad han exagerado mucho su poco aseo. De algún tiempo a esta parte, la policía ha tomado medidas para mantener la salubridad del aire, y Veracruz está ya más limpia que muchas ciudades de la Europa meridional. La hacienda del Encero, que encontré estar a 928 metros de altura sobre el mar, es el límite superior del vómito.

Índice de Ensayo político sobre el reino de la Nueva España de Alejandro de HumboldtCapítulo undécimoCapítulo décimo terceroBiblioteca Virtual Antorcha