León Tolstoi

LA GUERRA RUSO-JAPONESA




El conflicto bélico generado entre Rusia y Japón entre los años de 1904 y 1905, constituyó, amén de uno de los motivos de la denominada Revolución de 1905 en territorio ruso, un auténtico terremoto político internacional al haber sido la primera vez que un país, tenido como semi-bárbaro, le tundía bien y bonito a una de las principales potencias de Europa.

La Rusia del zar Nicolás II quedaba prácticamente en el ridículo más espantoso de cara a la crema y nata de las potencias europeas, las que, horrorizadas, no alcanzaban a entender como los bárbaros amarillos le habían tronado la maraca a las fuerzas militares zaristas. Algo estaba ocurriendo, y ese algo ponía sumamente nerviosos a los supremacistas europeos, quienes sentíanse ofendidos por la soberana pambiza que los bárbaros nipones le habian puesto a las fuerzas militares rusas.

Tristemente este asunto ventilábase bajo los falsos y absurdos criterios del supremacismo europeo, dejando de lado lo realmente importante, lo verdaderamente trascendente: la muerte de miles de seres humanos y la destrucción de innumerables posibilidades de progreso. Poco importaba si los muertos eran blancos o amarillos; lo triste, lo grave, lo imperdonable, era que miles de vidas humanas habían sido destruidas por una estúpida guerra. Y es sobre esto que Tolstoi enfatiza alzando su voz para condenar la estupidez humana.

¿Cómo mostrarse indiferente ante semejante conflicto? -Se pregunta Tolstoi- ¿Cómo no sentir interés ante esta guerra y no importa cual otra guerra que pueda estallar? ... No hay un motivo mayor de aflicción como estas batallas entre los hombres.

Háblase de luchas de pueblos, de conflictos entre razas, de consecuencias que pueda traer la victoria de una u otra ... ¿Pero qué importa todo esto? Yo no distingo de razas. Yo estoy siempre por el hombre, bien sea ruso, bien sea japonés. Yo estoy por el obrero, por el oprimido, por el desgraciado, que pertenece a todas las razas. Y ocurra lo que ocurra, ¿qué es lo que sacará él como ganancia de este choque de los pueblos?


Las causas de este conflicto, se centran en el intento, por parte de ambas naciones, de controlar una específica región de China -Manchuria-, parte de la península de Corea, y, sobre todo, el estratégico Port Arthur.

Dícese que el objetivo buscado por Rusia no era otro que el consolidar su presencia en un puerto que no se congelara durante el invierno, lo que le facilitaría el control de ciertas zonas marítimas, pero tal explicación abarca tan solo parte del asunto, ya que, definitivamente, desde mi punto de vista, la razón del conflicto con Japón en mucho rebasaba la simple necesidad del dominio de un puerto, y más bien ubicábase en el complejo panorama geoestratégico en una zona en la que el avance de control japonés, después de su triunfo militar en la guerra con China (finales del siglo XIX), requería, forzosamente, tratar de poner un alto al indiscutible avance nipón. En este conflicto, ni Japón ni Rusia se encontraban solos, sino más bien sus acciones eran alentadas por manos ocultas que evidentemente, mecían la cuna de la barbarie. Ni Londres, ni Berlín, eran ajenos a ese conflicto. Curiosamente, el avance nipón en mucho debíase a la venta de barcos de guerra que generosamente Inglaterra le realizaba. Y las ambiciones de Nicolás II, muy buen respaldo o acogida tenían entre los germanos.

Así las cosas, Rusia y Japón tan sólo eran piezas de un ajedrez hipócritamente manejado por los trusts y grupos políticos de diversas naciones. No se puede pasar por alto que la Rusia zarista era también vista con mucho recelo por algunas potencias europeas que aparentaban neutralidad, por lo que el buscar sobajar la pedanteria del zar y su real familia, no lo veían tan fuera de tono.


Creyéndose la mamá de los pollitos, la armada naval rusa no tuvo empacho en aventarse como el Borras buscando controlar Port Arthur, la Manchuria, y agandallarse Corea. Acción está bastante atrevida que, por supuesto, los súbditos del sol naciente no estaban dispuestos a tolerar. Sin embargo, y muy prudente es el señalarlo, buscaron, por la vía diplomática frenar los intentos expansionistas rusos, incluso claramente advirtieron a Moscú su inconformidad, comunicando el rompimiento de relaciones diplomáticas, el 5 de febrero de aquel 1904. Pero, Nicolás II en un despliegue de increible soberbia, prácticamente les pinto violines obligando, con tan infantil como estúpida actitud, a que las huestes del emperador Matsu-hito, hartas de sufrir ese tipo de humillaciones, no lo pensaran mucho y se lanzaran a hundir cuanto barco ruso encontraron en Port Arthur, acontecimiento que ocurrió el 8 de febrero de 1904.


Si yo fuera emperador -enfatiza Tolstoi-, ministro, periodista, soldado, yo me diría: ¿Tienes tú el derecho de ordenar la guerra, o de seguirla, o de aconsejarla, o de impulsarla, o de aceptarla y servirla? ... No; ocurra lo que ocurra, bajo ningún pretexto y por la causa que sea, tú no tienes ese derecho, pues no existe una guerra, una tan sola, que valga el sacrificio de una sola vida humana ni el gasto de un solo kopek. Emperador, ministro, periodista, soldado, tú eres un hombre; nada más que un hombre. Tú has sido arrojado sobre la tierra para un fin superior y para cumplir una misión que no llenarás por entero, ya que eres débil, pero hacia el cumplimiento de la cual debes marchar sin reposo. Tú faltas a esta misión y reniegas de tu destino si ordenas la violencia, si la provocas, o la preparas, o la excusas, o te prestas a su cumplimiento. No hay en la vida una ley superior a la repugnancia que inspira el asesinato.

Cuando los navíos japoneses, comandados por el almirante Heihachiro Togo, sorprendió a los buques rusos anclados en Port Arthur, hundiéndolos e infringiendo una terrible reprimenda a las ambiciones zaristas, el mundo europeo se cimbró hasta sus cimientos. Ciertamente no habia habido ninguna declaración previa de guerra, sin embargo, notorio era que lo que sucedió no podía sorprender a nadie, porque la soberbia actitud de Nicolás II, quien prácticamente ninguneó el cúmulo de acciones diplomáticas emprendidas por Japón, daba plena base para que la flota del sol naciente actuara de la manera en como lo hizo.

Sin embargo, y no obstante lo ocurrido, los rusos continuaron con su práctica supremacista, pensando, creyendo o suponiendo, que lo ocurrido tan sólo representaba una especie de suerte de principiante, ya que, menospreciando por completo la clara fuerza militar nipona, suponían que cuando los cocolazos comenzaran en serio, ni a melón les sabrían las fuerzas japonesas.

Pero, como bien señala la canción: se equivoco la paloma, se equivocaba ... El asunto fue que el plan de Japón no se concretaba tan sólo a hundir los barcos rusos en Port Arthur, sino, de plano, a desbaratar completamente las pretensiones zaristas de control en Manchuria y Corea. Por lo que, a tan sólo unos cuantos días del ataque de Port Arthur, fuerzas japonesas desembarcaban en Corea, ocupando buena parte del territorio. Los rusos, realmente sorprendidos, son derrotados en dos batallas cruciales: la de Siui Ju y Kinchao. Y por si esas derrotas fueran poca cosa, los japoneses, ya encarrerados, vuelven a imponerse al oso ruso en las batallas de Wafang y Liao Yang. Total que las huestes de Nicolás II ya no sentían lo duro sino lo tupido.

Si bien en tierra las fuerzas rusas eran prácticamente arrasadas por sus similares japonesas; en lo referente a las batallas navales, las cosas no mejoraban para las fuerzas militares zaristas. El almirante Aléxiev, a cuyo mando se encontraban las fuerzas navales de Port Arthur y Vladivostok, prácticamente no sabía qué hacer, después del madruguete nipón del 8 de febrero. Así, incapaz de frenar el avance de las huestes del sol naciente, igual incapaz fue de defender el punto estratégico de Port Arthur, y aunque mucho se luchó buscando contener los impetuosos ataques nipones, finalmente, en la batalla del Mar Amarillo, la armada naval rusa fue despiadamente despedazada.

El descrédito ruso de cara a sus pares europeos fue increible. Los supremacistas blancos de Europa estaban pasmados. Nunca, se decían, en la historia, un pueblo semibárbaro -que así era considerado Japón-, de población no blanca, había sido capaz de infringir una derrota de tal talante a un pueblo culto de raza blanca. ¡Eso era inconcebible! ¿Qué ejemplo iban a dar al mundo? Y de inmediato, diéronse cuenta del peligro que para sus intereses representaba aquella derrota. Al rato, se decían, cualquier pueblo de bárbaros o semi-bárbaros se nos van a querer subir a las barbas. Dios no lo quiera, pero hasta los negros van a querer tronarnos la maraca.

¡Otra vez la guerra, otra vez los sufrimientos inútiles para todos -se lamentaba Tolstoi-, provocados por nada! ¡Otra vez la mentira, otra vez el embrutecimiento, la bestialidad de los seres humanos!

Hombres, cientos de miles de hombres, separados por diez mil verstas de distancia, y que son por una parte budistas, cuya ley prohibe, no tan sólo el asesinato de los hombres, sino también el de los criminales, y por otro lado cristianos, que profesan la fe de la fraternidad y el amor. Estos hombres, lo mismo que las fieras, se persiguen unos a otros por tierra y por mar para matarse, para mutilarse del modo más cruel.

¿Qué es esto? ¿Es sueño o realidad?

En presencia de esto se quiere creer que es un sueño y se desea despertar. Pero no, no es un sueño, es la realidad terrible.

Háblese a un japonés pobre, ignorante, engañado, a quien se haya hecho creer que el budismo no consiste en la compasión por todo ser vivo, sino que consiste en hacer sacrificios a los ídolos, o a un pobre muchacho de Nijni-Novgorod, sin ilustración, a quien se haya enseñado que el cristianismo consiste en la adoración del Cristo, de la madre de Dios; de los santos y de sus imágenes, y en rigor, podrá comprenderse que esos desgraciados, conducidos por una violencia secular y por el engaño a considerar bueno el mayor crimen del mundo, o sea el asesinato de sus semejantes, puedan cometer ese acto afrentoso sin creerse culpables.

Después de las derrotas sufridas, la victoriosa armada japonesa puso en jaque al oso ruso. Ya Rusia no quería queso, sino salir de la ratonera, puesto que ahora era su territorio el que se encontraba en peligro de ser invadido por los nipones.

Ante tan comprometida situación, la intervención de los Estados Unidos de Norteamérica, en cuanto mediador para poner fin al conflicto, constituyó un alivio para un zar totalmente disminuido que enfrentaba, aparte de la oprobiosa vergüenza de haber sido derrotado por los considerados semi-bárbaros japoneses, un movimiento opositor en Rusia que amenazaba con destituirle.

Y así, para septiembre de 1905, la conferencia de paz celebrada con la mediación del presidente norteamericano Theodore Roosevelt, en Portsmouth, Inglaterra, pone fin a ese conflicto en el que decenas de miles de seres humanos, de ambos bandos, perdieron la vida.

Los reclamos de Tolstoi ante tal bestialidad son inmensos. Y así escribe:

Por una tierra extranjera, a la cual los rusos no tienen ningún derecho, que se arrebató de mala manera a sus verdaderos propietarios, y que, en realidad, no es necesaria a los rusos, y además por los dudosos negocios de algunos vividores que quieren ganar dinero especulando con los bosques de la Corea, se gastan ahora millones de rublos; es decir, la mayor parte del trabajo de todo el pueblo ruso, llénase de deudas a las futuras generaciones de este pueblo, sus mejores obreros son arrancados al trabajo y decenas de millares de sus hijos son sin piedad llevados a la muerte.

La pérdida de estos desgraciados comienza ya. Mas todo esto es poco aún. La guerra es tan mal conducida por los que la han organizado, se está tan mal preparado para ella, que como dice un periódico, la principal probabilidad de la salvación de la Rusia está en que tiene un material humano inagotable.

Con esto cuentan los que envían a la muerte decenas de millares de rusos. Dícese claramente: Los fracasos de nuestra marina, serán compensados en tierra.

En buen ruso, esto significa que si los jefes han conducido mal los asuntos por mar y han perdido por negligencia, no solamente los miles de rublos del pueblo, sino también miles de vidas, nos desquitaremos de eso conduciendo a la muerte, por tierra, algunos miles de hombres más.


Pero todos los razonamientos de Tolstoi absolutamente de nada servirían para que la maquinaria bélica zarista se detuviera. La guerra siguió su desarrollo hasta que las fuerzas zaristas prácticamente fueron deshechas. Sin embargo, los atinados comentarios de Tolstoi quedarían como clara constancia de que ante aquella barbarie, hubo voces, desde la misma Rusia, que alzáronse, condenando, aquellas desacertadas acciones, y en ello radica la importancia de la obra que ahora coloco en los estantes de la Biblioteca Virtual Antorcha.

Es de esperar que la lectura de este escrito de León Tolstoi, reafirme el sentido humanitario que busca trasmitir, provocando el humano rechazo a la destrucción y sin razón que generan las acciones bélicas, no obstante que las mismas busquen ocultarse o dulcificarse con una serie de argumentaciones banales, cuando no camufladas tras la retórica patriotera. La guerra es destrucción, es sin razón, es crimen, es un acto tan abominable que no es posible justificar. Tal es el mensaje que Tolstoi ha legado a las generaciones actuales y futuras.

Octubre de 2015
Omar Cortés

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Indice

La guerra Ruso-Japonesa.

¡Hombres, despertad!

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

X

XI

XII

XIII