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La sociedad futura

Jean Grave

La revolución es hija de la evolución


Hemos visto en lo anteriormente expuesto, que la revolución sigue a la evolución. En efecto, no hay hiato entre ayer y hoy; el mañana es hiio de la vispera; por tanto, la sociedad que nosotros deseamos no podrá establecerse de golpe. Sólo podrá ser lo que los acontecimientos anteriores hayan prepárado. Por eso no debemos aguardar a la revolución para vivir segÚn nuestro ideal; y por eso, según nuestros medios, tratamos de adaptar nuestros actos a nuestra manera de pensar.

Es hecho bien probado para nosotros que las reformas otorgadas por la burguesía no pueden conducir a la emancipación de los trabajadores. Como ya hemos desarrollado este modo de pensar en otro trabajo (La sociedad moribunda y la anarquía), es inútil repetirlo ahora. Mientras no se haya hecho tabla rasa con las instituciones que estorban para el libre desarrollo humano, las reformas no serán más que un burdo cebo para engañar a los trabajadores o un perfeccionamiento en favor del capital para que éste siga explotándonos. La abolición de la autoridad y de la moneda, la transformación de la propiedad, es lo único que puede asegurar la emancipación de los trabajadores. Seria absurdo contar con obtenerlo, no solamente mientras esté en el poder la burguesía, sino ni aun de un poder obrero.

Pero por engañosas e ilusorias que sean las reformas, hay individuos que de buena fe creen realizar con ellas una mejora en la suerte de los trabajadores. Imaginan sinceramente conseguir de los Parlamentos transformaciones en el orden social que tengan el poder de aportar al seno de las familias de los trabajadores, ya que no la riqueza, cuando menos el bienestar. Teniendo por nulas las experiencias del pasado y del presente, se empeñan en convencer a los electores de la excelencia de sus panaceas, induciéndoles a votar sólo en pro de los candidatos que les prometan trabajar en la realización de las antedichas reformas.

Por supuesto, aqui hablamos de las personas convencidas que no tienen por oficio la política ni afirman sino lo que creen ser verdadero.

Mientras se entretienen en propagar sus reformas, esos evolucionistas convencidos hacen inconscientemente el juego a los politiquillos y desorientan a los trabajadores, haciéndoles esperar progresos que se volverán contra ellos; ayudan a mantenerlos dentro de ese circulo vicioso del parlamentarismo que les hace consolarse de cada desengaño con la esperanza de otra cosa mejor en lo venidero.

Pero cada medalla tiene su reverso; si trabajan inconscientemente en despistar a los trabajadores, los promovedores de reformas trabajan también con igual inconsciencia y bajo la forma negativa, en arruinar el crédito del parlamentarismo. Si las grandes masas no se hartan de desengaños, y después de cada traición siguen llevando sus papeletas a las urnas electorales, los que reflexionan se hacen cargo de la impotencia del parlamentarismo y buscan su emancipación por otro camino.

Y entonces acontece a quienes de buena fe buscan remedios legales contra la explotación y la miseria, que a veces acometen reformas que minan los cimientos de la sociedad burguesa y se hacen tratar por ésta como vulgares revolucionarios. Todo el movimiento de ideas que engendran sirve para preparar el ánimo de los trabaja,dores, para la revolución social. Los movimientos políticos engendrados por esos reformistas, por la fuerza misma de las cosas pueden convertirse en movimientos económicos más caracterizados.

Los qué han comprendido que la fuerza solamente puede emanaiparles, no tienen que preocuparse por este movimiento de reformas; sean sinceros o estén guiados por motivos de ambición personal, los que pregonan las excelencias de la vía parlamentaria no dejan de extraviar al trabajador, y por eso debe combatirse ese movimiento.

Siempre que se discute con un contradictor, debe suponérsele que lo es de bueua fe; no se discute su convencimiento, sino las deducciones que saca de sus ideas, los resultados que de ellas espera. Con malísimas intenciones pueden emitirse excelentes ideas, y de muy buena fe las ideas más absurdas; por eso debemos combatir las ideas de nuestros adversarios y no su sinceridad.

Porque nosotros hemos visto que la agitación legal no podía conducir a ninguna solución, y hemos intentado demostrar a los trabajadores que no debían perder el tiempo en esos entretenimientos infantiles, de ahí se ha deducido que éramos opuestos a toda mejora temporal en la suerte de los trabajadores y que teníamos el propósito de hacerlas fracasar. Eso es otro error.

Al pretender demostrar a los trabajadores que no deben esperar nada en beneficio suyo de la clase que los explota, y que toda reforma incompleta sólo es un señuelo, no les decimos que la rechacen si se la conceden; combatimos tan sólo el razonamiento que tiende a hacerles considerar esa reforma como el fin donde ha de llegarse y como capaz por sí misma de emanciparlos. Tratamos de evitarles un desengaño y de romper el círculo vicioso que consistiría en hacerles correr siempre detrás de alguna nueva reforma.

Si fuese posible llevar de frente ambas campañas a la vez (obtención de las reformas y demostración de su impotencia), lo haríamos de muy buena gana, pues la aplicación de las reformaS sería la mejor prueba de su inutilidad; pero la sencillez de razonamiento de la muchedumbre no se acomodaría a esta manera de proceder, y quizá no fuese descaminada. Por eso nos vemos obligados a profetizar la impotencia de las reformas, combatir a quienes quisieran afiliarnos en esa campaña, y esperar a que los sucesos nos proporcionen la demostración de nuestro razonamiento, cosa que hacen todos los dias, por de contado.

Si las distinciones fuesen precisas, si la sociedad estuviese dividida en dos clases, explotadores y explotados, quizá valiera más eso para la difusión de la verdad. Si los trabajadores no tuvieran entre ellos y sus explotadores todos esos intermediarios que les impiden ver claro y les hacen dudar con sus múltiples argumentaciones, ahorrariase mucha tarea a la humanidad. Pero nos vemos forzados a aceptar lo que existe para combatirlo.

En la sociedad y en la naturaleza no hay tipos de una sola pieza. El veneno más violento puede servir de antidoto, si se toma en dosis conveniente, y si los partidarios de las reformas siembran el error, también contribuyen a desacreditar la organización actual.

Para experimentar la necesidad de nuevas reformas, es preciso que los reformistas hayan evidenciado irregularidades en la organización social que quieren mejorar. Para preconizar esas reformas, es menester que critiquen las irregularidades que están encargadas de impedir. He aqui cómo la literatura y la ciencia contribuyen con su parte alicuota de hechos y de argumentos contra el estado social existente.

De este conflicto de ideas nace por evolución otra corriente, que quizá no ha sido ganada aÚn por la idea revolucionaria; pero que ya no pertenece al partido de la expectativa. La mayoría de los individuos propende siempre a tomar el término medio de las ideas; esta es una nueva razón para que los partidarios del progreso no vacilen en ir demasiado lejos y para que pidan siempre mucho, pues la mayor parte de las gentes están harto predispuestas a contentarse con menos.

Esta tendencia de la multitud a reducir las ideas a su nivel, sería capaz de hacernos dudar del progreso definitivo, si el pasado no nos demostrase que tan retrógrada como es en tiempos tranquilos, otro tanto tiene de arrebatada en tiempos revolucionarios; y cuán fácil es entonces a una pequeña minoría de individuos conscíentes y resueltos hacer que la mayoría acepte las ideas más amplias, si ha sido preparada de antemano por una propaganda clara y precisa.

De esta incesante predicación de las ideas resulta también que los individuos bien empapados en ellas llegan a querer realizarlas dentro de los limites de posibilidad que para ello les dejen las leyes existentes. Asi consiguen ciertas ideas pasar á la práctica, transformar las costumbres y abrir camino a otras ideas.

Así, a pesar de su horror al amor libre, la sociedad ha llegado a aceptar y respetar ciertas uniones libres, que no han sido sancionadas de ninguna manera por la autoridad ni la religión. La voluntad de los contrayentes ha llegado a imponerlas a quienes les rodean, y hacerlas tan válidas como si la autoridad las hubiese sancionado. Por influjo de las ideas de libertad en las relaciones sexuales, ha tenido que modificar las leyes restrictivas del matrimonio y votar el divorcio.

Todos los dias pierde algo de su poder la idea de autoridad, a cada instante pierden los individuos el respeto a las instituciones existentes y tratan de eximirse de su acción. De continuo se ve organizarse los individuos para suplir la acción del Estado, la ayuda del cual creíase tan eficaz, no ha mucho tiempo aún, que nadie se atrevía a emprender nada sin su concurso.

Poco a poco se transforman las ideas, y éstas a su vez transforman las costumbres: la intensidad del convencimiento conduce a los individuos a adaptar el medio a sus concepciones. Estas tentativas se logran o se malogran, pero no pasan sin dejar rastro.

Tales Son las emigraciones hechas con el propósito de realizar en paises virgenes diferentes planes socialistas. La mayor parte fracasan porque las condiciones que exigirian esos ensayos para su buen éxito no siempre son respetadas por los asociados, por falta de tiempo, de medios o de conocimiento.

Y además, por lejos que se esté de la civilización antigua, allí está su influencia aguardando a la menor debilidad de los individuos para ejercer su nefasta acción. Por fuerza tienen que conservar ciertas relaciones con el mundo, siendo tributarios suyos a causa de una multitud de cosas sin las cuales no es posible pasarse, y que la falta de medios impide crear; de ahí la imposibilidad absoluta de vivir con arreglo a su ideal, de suerte que, no pudiendo eliminarse por completo los malos gérmenes sembrados por el estado actual, despiértanse a veces de su letargo y reviven con actividad por nuevos contactos.

Pero esos fracasos no invalidan de ningún modo la lógica de las ideas nuevas; sólo prueban su incompatibilidad con el régimen actual y la necesidad de que desaparezca éste para que las nuevas ideas puedan evolucionar libremente.

Cada vez que los innovadores han puesto en peligro con sus ideas los privilegios burgueses, se han encontrado con imbéciles capaces de proponer que se coja a los descontentos, se les embarque con rumbo a una isla cualquiera, con unas cuantas herramientas, y se les ponga así en el caso de experimentar sus proyectos de sociedad.

Los que han encontrado esta solución son muy amables; pero, permítanos decirles, si no lo sospechan, que su proposición es pura broma.

Imaginese a varios individuos ante una herencia compuesta de vastos terrenos cultivados de los más productivos, una casa para habitar provista de todas las comodidades más nuevas, con todo cuanto el genio humano ha podido inventar, con una biblioteca formada por todas las obras maestras de la literatura y todos los descubrimientos de la ciencia; y que, cuando se tratase del disfrute común de esa herencia, algunos de los herederos hablasén así a sus colegas:

Juntos hemos heredado, es cierto; pero nOsotros nos criamos en esta casa y siempre hemos gozado del lujo en ella reunido, sin hacer nunca nada: vosotros estabais ocupados solamente en hacer que anduviesen las máquinas, en cultivar las tierras, en construir esta finca que heredamos, y no podéis tener la pretensión de vivir como nosotros. Se necesita gente que cultive esas tierras, que compongan esas máquinas, que conserve esta casa; si pudierais disfrutar de ella como nosotros, ya no querríais trabajar, cosa que nosotros estamos resueltos a no hacer tampoco. Sois los más numerosos, y si nos viniésemos a las manos, pudiera muy bien acontecernos no ser los más fuertes; pero somos unos buenos muchachos, y ved lo que podia hacerse. Vamos a costearos el viaje: en la Tierra del Fuego hay territorios que no pertenecen a nadie; os regalaremos herramientas y un pequeño equipaje que os permita comerciar con los patagones; a lo menos, seréis libres para hacer lo que os viniere en gana, sin molestar a nadie. Nosotros, por nuestra parte, podremos seguir haciendo valer nuestra corta herencia, ¡y todos contentos!

Tal viene a ser, despojado de retórica, el razonamiento de los burgueses cuando inducen a emigrar a los trabajadores descontentos de su suerte.

Ellos poseen toda la riqueza, todos los medios para producir, todos los conocimientos humanos, todos los frutos de la civilización, todos los medios de desarrollo que debemos al trabajo de las generaciones pasadas. Y cuando les reclamamos nuestra parte en esa herencia, pretendep mandarnos a paseo a la Groenlandia o al pais de los Botocudos, que nada nos deben. No queremos ir tan lejos, ni buscar lo que allí no existe, cuando lo tenemos aquí a mano. Por nuestro trabajo, tenemos derecho a lo que existe; y esos derechos sabremos hacerlos valer.

Juntamente con los individuos que van a lejanas tierras para realizar su ideal de sociedad, cuyos ensayos son interesantes a pesar de todo, y hasta cuyos fracasos son lecciones para tentativas mejor combinadas, hay otros individuos que tratan de realizarlo dentro de lo posible en medio de la sociedad actual.

Unos, en los actos de su vida privada, en sus relaciones con quienes les rodean; otros, agrupándose para dar a la tentativa mayor extensión y un alcance más significativo.

Asi fue cómo antes de la reacción del 93 se había formado un grupo de individuos con el fin de organizar un taller donde cada uno acudiría a trabajar, en las horas de que pudiera disponer, con el propósito de producir objetos para ponerlos a disposición, no sólo de los asociados, sino también de los vecinos y amigos, no exigiéndoles en cambio nada más que el sincero estudio de las ideaS que servían de móviles al grupo.

Lejos de conducirse como las sociedades cooperativas de producción o de consumo, en que cada cual resulta pagado a prorrata de lo que en ellas pone o produce, sólo se hacía un llamamiento a la actividad de los individuos.

Fabricados ya los objetos, hubiérase preguntado quién era el que más los necesitaba; o, antes de fabricarlos, se hubiera pasado revista de cuánto podía fabricar el grupo y cuáles eran las necesidades de los individuos, para producir los objetos requeridos.

El grupo se hubiera abstenido de toda operación mercantil o que se le pareciese. Al extender sus relaciones dentro del mayor círculo posible y a las comarcas más remotas, de imposible vigilancia, para conservar al grupo el carácter de mutuo auxilio por medio de cambio de servicios y no de productos, sólo hubieran exigido buena fé a quienes a él acudiesen. Cada cual hubiera tomado en el stock de las producciones cuanto le hiciese falta, sin más límite contra el abuso que su propia discreción, y sin contribuir más que con lo que le dictase su misma espontaneidad. Una suscripción voluntaria en metálico hubiera formado los fondos necesarios para la compra de las primeras materias que hubiesen hecho falta al grupo.

Este grupo (La comunidad anarquista de Montreuil, fue el título que tomó del nombre de la localidad donde tenía su residencia o domicilio) llegó a alquilar un taller y comenzó a fabricar y componer muebles de quienes a él se dirigían. Arrendó un campo, donde los asociados se proponían cultivar las legumbres y hortalizas suficientes para las necesidades de sus casas; y hasta se calculaba recolectarlas en exceso, el cual se distribuiría a los individuos a quienes se supusiera capaces de comprender la idea.

Más adelante, si el desarrollo del grupo se hubiese prestado a ello, pensábase fundar una biblioteca, donde se reunirían los mejores libros de ciencia, de literatura y de historia, para instrucción de quienes quisieran consultarlos. De continuar los progresos, también se hubiera añadido una escuela de niños.

Como cada uno hubiera podido tomar del acervo común sin verse obligado a aportar a él nada -nos dirán los burgueses- la asociación no hubiese durado mucho tiempo, pues todo el mundo habría querido sacar siempre del fondo y no poner nada en él.

El grupo no vivió lo suficiente para que pueda saberse lo que hubiera podido producir. La burguesía no quiso aguardar; se las compuso de modo que apareciesen complicados algunos miembros del grupo en su famosa asociación de malhechores, y mató así la tentativa por medio de la persecución.

En todas partes hay parásitos, y muy bien hubiera podido acontecer que alguno se colase entre ellos, lo cual no habría probado nada en contra; pero si esa experiencia hubiese podido proseguir, hubiera acostumbrado a los individuos a practicar la solidaridad, a prescindir del uso de la moneda entre ellos, prestándose servicios mutuos y sin valorarlos. Uno hubiera aportado alli su fuerza para trabajar, otro su ingenio o su saber, otro las primeras materias. ¿Qué mejor ensayo podría hacerse en la sociedad actual? ¿Qué mejor táctica para probar a los individuos que puede organizarse una sociedad sin valores de cambio, sin autoridad, sin evaluación de las fuerzas gastadas, que poniéndolos en el caso de verlo practicar ante sus ojos?

El método de poner a los individuos a quienes hubieran juzgado capaces de comprender su ideal, en el caso de aprovecharse de los trabajos del grupo, de seguro que a muchos les hubiese inclinado a tomar participación en él. Algunos hubieran podido abusar y burlarse de los promovedores de buena fe; pero los que no están completamente podridos por la sociedad burguesa nada hubiesen querido tomar del fondo común sin aportar a él algo; y aun sin aceptar la idea, por no comprenderla, habrían tratado de utilizar su buena voluntad en la producción. La práctica les hubiera hecho así comprender la teoría.

Las asociaciones cooperativas de producción y de consumo pueden proporcionar una relativa mejora en la suerte de quienes forman parte de ellas; pero están lejos de ser la solución del problema, pues convierten a los socios en unos capitalistas y unos explotadores tan reaccionarios como los burgueses, si no más.

Poniendo acciones de participadión en los beneficios en manos de los trabajadores, les hacen esperar una acumulación de capitales que les convertirá en otros tantos rentistas; dándoles posibilidad de explotar a los demás, les hacen esperar una emancipación personal que persiguen a toda costa, con perjuicio de sus hermanos en miseria. Las sociedades de socorros mutuos y de seguros sobre la vida, lejos de ser una práctica de solidaridad, no hacen más que poner en juego el egoísmo más estrecho, pues el que enferma a menudo queda fuera de la asociación, la cual sólo puede prosperar si tiene pocos enfermos. En cuanto a las sociedades que se proponen dar a sus socios rentas al cabo de cierto tiempo, tienen mucha más gracia todavia: cada uno desea ver morir a sus consocios antes de que lleguen a la edad de cobrar las rentas, pues éstas no pueden pagarse sino cuando ha fallecido cierto número de derecho-habientes.

Una asociación que evolucionara sobre las bases que acabamos de decir, sería la realización práctica de la solidaridad, del auxilio mutuo, tal como nosotros lo comprendemos; los individuos hubieran podido encontrar en ella un lenitivo para su suerte, sin adquirir ese amor al lucro que dan las organizaciones capitalistas; hubieran aprendido allí a tratarge como hermanos, a esperar su satisfacción individual de la felicidad colectiva, en vez de ver en cada asociado un enemigo, que, por la parte que toma en las producciones, aminora en otro tanto la parte de los demás.

Si esa tentativa hubiese tenido buen éxito y se hubiese desarrolládo en cierta extensión, es imposible prever las perturbaciones que tal modo de obrar hubiera causado en la sociedad burguesa, sin estar por eso en antagonismo con ninguna de las leyes existentes.

Si en diversos lugares hubiesen logrado formarse grupos y entrar en relación unos con otros, hubieran podido abarcar en gran parte los diferentes ramos de la actividad de los individuos, lo cual les hubiera permitido ensanchar su campo de acción. Siendo numerosos los afiliados, unos habrían podido aportar primeras materias, que ya no sería preciso adquirir por compra; otros, géneros alimenticios y objetos de consumo. Un primer núcleo de individuos hubiera podido encontrar allí ocupación y medios de existencia, sin tener ya necesidad de alquilar su fuerza de actividad a los explotadores. Así hubiera podido comenzar el grupo a librarse de las horcas caudinas del capital en una multitud de cosas.

Es evidente que no habría podido librarse de ellas por cómpleto: mientras exista la sociedad actual, será imposible a los individuos emanciparse enteramente de su yugo. El suelo, las minas, los medios de transporte están monopolizados por el capital; no podemos pasarnos sin ellos, y no pueden reconstituirse aparte. Pero ¡cuántas cosas habrían podido hacerse dentro del pequeño radio de acción que se hubiera podido establecer; y qué radicales mudanzas habrían podido producirse, si en el transcurso de los tiempos los trabajadores hubiesen sabido eximirse en parte de la explotación mercantil y del industrialismo capitalista!

Una organización análoga que consiguiera desarrollarse dentro de la sociedad actual, prepararia su ruina. Tarde o temprano, los burgueses tomarían medidas contra ella para contener su extensión. En el presente caso no se dieron a aguardar mucho; pero tras de una tentativa sofocada en su cuna, pueden renacer otras diez y proseguir la evolución a despecho de las medidas reaccionarias.

Las medidas reaccionarias pueden poner obstáculos al desarrollo de una idea, pero no paralizarlo del todo. A menudo no hacen más que acelerarlo; por eso no desesperamos de ver análogas tentativas repetirse bajo diferentes formas quizá, según el influjo de las circunstancias que les den origen, pero con idénticas tendencias finales. Una fuerza interior impele a los individuos a adaptar sus actos a su propia manera de pensar. De grado o por fuerza, cuando el convencimiento llega a cierto limite de intensidad suficiente, es necesario que esa adaptación se efectúe, ya eludiendo los obstáculos, ya pasando por encima de ellos con violencia.

Llega un momento en que esos ensayos se multiplican hasta el punto de no ser ya posible al poder existente el impedirlos; cuando las ideas nuevas hayan llegado a ese punto empezará la decadencia del imperio burgués. Eso será el comienzo de la sociedad futura; será menester que abusos y privilegios desaparezcan ante el espíritu de autonomía y de solidaridad, que se habrá abierto paso y reclamará su libre desarrollo.

La revolución será inevitable, porque lbs privilegiados jamás abdican de buena voluntad; teniendo de su mano el poder, lo emplean en prolongar su dominación. Como el espíritu nuevo se ha desarrollado, pero existe aún el antiguo orden de cosas y tiene de su parte la fuerza social para combatir a su enemigo, es inevitable la lucha. La evolución está hecha, pero envuelta en una red de leyes y restricciones que tienden a sofocarla y que aquella debe romper a toda costa si no quiere perecer: aquí la evolución se transforma en revolución.

Esta última es necesaria para barrer el terreno de los privilegios y abusos que se oponen al desarrollo de la humanidad; pero la sociedad futura puede comenzar antes de la revolución (podemos esperarlo en parte), desde el día en que formemos un gran núcleo los convencidos de nuestro ideal.

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