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La sociedad futura

Jean Grave

La lucha contra la naturaleza y el auxilio mutuo


Como se ve, no tenemos que buscar otros argumentos en favor del derecho a la revolución que los que emplea la ciencia burguesa oficial para defender sus privilegios y justificar la explotación que nos hace sufrir. Con las teorías burguesas nada más fácil que minar las bases del orden social que ellas pretenden consolidar.

Pero nosotros tenemos miras más amplias y una concepción más clara de las relaciones sociales. Sabemos que aun en medio de la abundancia, el hombre no puede ser feliz si está obligado a defender su situación contra las reclamaciones de los hambrientos; sabemos que, cualquiera que sea su inconsciencia, el privilegiado puede, algunas veces, ser atenazado por los remordimientos cuando reflexiona que su lujo es el producto de la miseria de centenares de desgraciados; sabemos que la violencia no es una resolución, y pretendemos justificar nuestras teorías con argumentos racionales, positivos y con la ayuda de falsas concepciones de las leyes naturales.

También, lejos de considerar las sociedades humanas como un vasto campo de batalla en que la victoria pertenece a los apetitos más desarrollados, pensamos, al contrario, que todos los esfuerzos del hombre deben unirse y dirigirse únicamente contra la naturaleza que le presenta hartas dificultades que vencer, innumerables obstáculos que derribar, no poca resistencia en producir lo que es necesario a su existencia, bastantes misterios que poner en claro para emplear de este modo sus instintos de lucha y encontrar los elementos de un combate mucho más provechoso que despedazarse mutuamente.

¡Cuántas fuerzas perdidas, cuántas existencias sacrificadas, ya en el dúro combate por la vida en el seno de las sociedades, ya en esas guerras estúpidas conocidas con el nombre de guerras nacionales! ¡Cuántas inteligencias malogradas, que en otro medio trabajarían en provecho de la evolucíón humana, mientras que ahora perecen miserablemente sin haber podido producir nada!

Los economistas dicen que cada hombre representa un capital, y tratan de justificar un orden de cosas que -no pueden menos de confesarlo- causa, por su mala organización, la desaparición de miles de desgraciados que mueren antes de haber llegado a la mitad de su carrera. ¡Qué ilogismo!

Y todos estos hombres que se enervan y se embrutecen en la vida de los campos y de los cuarteles, si se empleasen en trabajos de saneamiento y de desmonte, o construyesen diques y canales, desecasen pantanos y perforasen montanas, ¿no serían más útiles a la humanidad que haciendo de centinelas delante de un muro por donde no pasa nadie, o a la puerta de un patio para impedir que entren los perros? ¿Cuándo se comprenderá que en lugar de emplear sus fuerzas en destruir, sería más útil a la humanidad emplearlas en un trabajo productivo? ¿Cuándo se comprenderá que todo organismo que se deja invadir por el parasitismo, no sólo perece él mismo, sino que ocásiona también la muerte de los parásitos, incapaces de acomodarse a nuevas condiciones?

Si todas las fuerzas que se gastan para producir esas armas de guerra, esas máquinas explosivas, todo ese material útil solamente para la destrucción, se empleasen en producir las máquinas y los útiles perfeccionados necesarios a la producción, cuánto se reduciria la parte de esfuerzos reclamada a cada uno para la cooperación o a la producción general, cuán poco tiempo sería preciso a cada uno para poder satisfacer sus primeras necesidades. Se comprende en seguida que entonces ya no habría necesidad de la coersión social que los economistas juzgan útil para asegurar la subsistencia de todos.

Si todos los esfuerzos de los inventores que se dedican a perfeccionar corazas y blindajes para los navíos que hoy, efecto de su enorme peso, apenas pueden marchar, y que manan a la invención de un nuevo cañón o de un nuevo sistema de torpedos hará inútiles; si todos sus cálculos, todas sus ecuaciones, todas sus facultades inventoras hubiesen sido dirigidas a encontrar las fórmulas para aumentar la potencia productiva del hombre, instrumentos nuevos de producción, ¡cuántos proyectos que hoy todavía no nos parecen más que sueños se hubieran podido haber realizado ya! Siendo en el inventor una necesidad incoercible la acción de buscar y calcular, en la sociedad que nosotros queremos, donde no se haría sentir la necesidad de ejércitos tan poderosos, todos esos gastos de fuerzas se dirigirían hacia el descubrimiento de fuerzas útiles y estos descubrimientos redundarían en provecho de todos; pues habiendo sido destruida la especulación, no podría aprovecharse de ellos y convertirlos en medios de explotación en provecho de una minoría y con detrimento del mayor número, como pasa ahora que los descubrimientos más útiles no proporcionan más que un acrecentamiento de cargas y de miserias a los productores, mientras que duplican los capitales de los ociosos.

Es inútil, en fin, continuar luchando individuo contra indivíduo, nación contra nación, raza contra raza. ¿No es la tierra bastante grande para alimentar a todo el mundo y satisfacer todas nuestras necesidades? Ciertos burgueses lo níegan. ¿Qué vale su aserción?

No hay bastantes víveres para que cada individuo quede completamente satisfecho, afirman los economistas burgueses, y para justificar esta penuria de víveres nuestros sabios han establecído en sus libros, no sabemos sobre qué bases, cálculos de los cuales se deduce que los objetos de consumo aumentarían en una proporción aritmética de 2, 4, 6, 8, etc., mientras que la población aumentaría en una proporción geométrica de 2, 4, 8, 16, etc.

Nada prueba esto. Las estadísticas mejor hechas se ven obligadas a dejar tantos puntos en la obscuridad que es imposible, sobre todo en lo que concierne a la producción, apoyar en ellas nada positivo, y sucede que, en esto como en todo, cada uno ve en las cifras lo que quiere ver.

Pero hinchando las palabras: proporción aritmética, proporción geométrica y mezclándolas con algunas fórmulas algebraicas que no todos entienden, estas fórmulas adquieren cierto valor aparente y sirven para cerrar el pico al vulgo profano que se imagina que la demostración reside en la fórmula que no ha comprendido.

Y los economistas se consideran felices con demostrar que si las cosas continuasen así, los víveres no tardarían en faltar completamente, viéndose los hombres obligados a volver a la antropofagía de donde salieron.

Por fortuna -dicen-, la organización social interviene con todo su cortejo de fraudes, guerras y enfermedades ocasionadas por excesos o privaciones de todas clases, para poner a ración a los hombres, diezmarlos e impedir que se devoren entre sí ... ¡haciéndolos reventar de miseria y de hambre!

Nada hay más erróneo que sus cálculos y afirmaciones; pues, aparte de todas las tierras incultas que pudieran hacerse productivas, está demostrado, que, a pesar de la subdivisión de la propiedad que impide el empleo racional de los sistemas de cultivo intensivo, y por lo cual no produce la tierra todo cuanto podría producir, la especulación y el agio hacen mucho más para encarecer los alimentos que la misma falta absoluta de ellos.

¿Es preciso ir a buscar en medio de las poblaciones primitivas tierras incultas y faltas de cuidados, cuando esos terrenos abundan en medio de las poblaciones civilizadas? ¿Es preciso citar la Escocia transformándose poco a poco en territorio de caza, la Irlanda dedicada al carnero cuando pulula en Australia donde sólo se explota por la lana? ¿Y los innumerables rebaños de la América del Sur, sacrificados por el cuero nada más, perdiéndose la carne, no a causa de la falta de mercados, puesto que todo el mundo se queja de la carencia de carnes en Europa, sino simplemente porque la baja de precios que su importación causaría en los rebaños indígenas sería perjudicial para los ganaderos y tratantes, que tienen suficiente poderío para hacer que sus intereses particulares sean primero que los del público, haciendo votar derechos protectores por medio de sus lacayoS del poder legislativo?

¿Es la escasez de trigo lo que sostiene altos los precios? No; la Rusia meridional, la América de vastas llanuras labradas en todos sentidos por los arados de vapor, donde todo el cultivo se ejecuta con ayuda de aperos perfeccionados, aunque sin métOdo, hubieran arruinado ya a la agricultura francesa suministrándonos granos a muy bajo precio. También aquí han intervenido derechos protectores, y nos hacen pagar el trigo más caro de lo que vale.

No pudiendo producir tan barato como América o Rusia, los agricultores franceses debieran perfeccionar sus máquinas agrícolas y su modo de cultivar, o debieran dedicarse a producir otra cosa. Eso hubiera sido muy sencillo. Pero también hay grandes intereses que proteger en este caso; el pobre es el que paga ...

Por otra parte ¿no nos demuestra el estudio de la Historia natural que el poder prolífico de las especies está en razón inversa de su grado de desarrollo, es decir, que, cuanto más bajas están las especies en la escala social, más se multiplican para llenar los vacíos ocasionados por la guerra que les hacen las especies superiores? Cuanto más numerosas son las causas de destrucción, más intensa es la energía prolífica de la especie que las sufre.

Así es que en ciertos vegetales, cada tallo produce anualmente millares y cientos de miles de semillas. Algunas especies de peces, arenque, esturión, etc., son también muy prolíficas. La fecundidad de los conejos y de las palomas es proverbial.

Ya es más restringida la fecundidad en los mamíferos, clase más elevada, puesto que de ella ha nacido el hombre; pero éste, que ha llegado a domesticar las especies más útiles para alimentarse él y para otras necesidades, ha encontrado el medio de dirigir la producción de ellas conforme conviene mejor a sus intereses, así como la de los vegetales que sirven para alimentarlas y para alimentarse él mismo.

Aun respecto a las especies salvajes que no han podido domesticarse, si todos los hombres supieran hacer solidarios sus esfuerzos en vez de hacerse la guerra, podrian ponerlas en condiciones de existencia que favoreciesen de un modo racional su desarrollo, enteramente conforme con los intereses de la humanidad entera.

Si la tierra no produce lo suficiente para asegurar la subsistencia de la población que contiene (aserto muy discutible, pero que aceptamos porque no invalida en nada la argumentación que sigue), por lo menos está dispuesta a proporcionarnos mucho más de lo que pudiéramos consumir. ¿Qué se necesita para eso? Organizar una sociedad donde la riqueza de unos no engendre la pobreza de otros, una sociedad donde los individuos tengan interés en ayudarse mutuamente en vez de combatir entre sí.

Hemos visto que el auxilio mutuo era una de las leyes naturales que guían la evolución de todas las especies. No siendo nuestro trabajo una obra de Historia natural ni de Antropología, se comprenderá que no citemos todos los hechos demostrativos de esta tesis; remitimos al lector á los diferentes artículos publicados por nuestro amigo Kropotkin en la Société Nouvelle, reproduCIdos en el Supplement de la Révolte con el título genérico de Auxilio mutuo, y al folleto de Lanessan La Asociación en la lucha. La ley de solidaridad es para nosotros un hecho demostrado; nos limitaremos á manifestar lo que podría llevar á cabo si se aplicase y practicase con toda su extensión en las relaciones sociales e individuales.

Otra obra conviene consultar para darse cuenta de los despilfarros que trae consigo la mala organización social, y es el libro del Sr. Novicow: Los despilfarros en las sociedades modernas. El autor se coloca en el punto de mira economista y capitalista: sus cifras dependen más o menos del capricho; y no considera las pérdidas sino bajo un punto de vista burgués, que no es el más a propósito para juzgar toda su extensión. Pero, tal como es, resulta un libro digno de consultarse y con unas confesiones que no deben olvidarse.

El antagonismo individual, regla de las sociedades actuales, y el egoismo de las organizaciones capitalistas, han traído consigo un desconocimiento completo de las verdaderas condiciones de la riqueza. La verdadera riqueza (ciertos economistas lo han dicho, aunque ignoro si son ellos quienes lo han descubierto) es la adaptación cada vez más perfecta del planeta a nuestras necesidades. Pues bien; en lugar de proponerse adaptar el planeta a nuestras necesidades, cada uno ha tratado de monopolizar el trabajo producido por los otros, de granjearse un beneficio momentáneo aun cuando sus consecuencias fuesen perjudiciales para la riqueza social.

La apropiación individual ha hecho que algunos encontrasen un lucro en talar los bosques que coronaban las cimas de ciertas montañas. Así tenían el medío de realizar inmedíatamente un beneficio pecuniario cierto. Pero no estando nadie directamente interesado en conservar las especies arbóreas, las alturas han perdido sus coronas de bosques sin que se tratase de repoblarlos; no estando ya retenidas por las raíces, las tierras se nan derrumbado arrastradas por las lluvias y otras diferentes causas hasta el pie de la montaña que se desmorona sin provecho para la llanura.

Por otra parte, no siendo ya retenidas las lluvias por la tierra vegetal, ni absorbidas por las raíces de los árboles, en vez de verterse gota a gota en la llanura y de regularizar el caudal de los ríos con una corriente media, se han transformado en torrentes cuya violencia activa el desmoronamiento de los cauces, y en ocasiones causa desbordamientos y ruinas en el llano, mientras que el río queda exhausto durante los tiempos de sequía.

De ahí se ha derivado un cambio de clima, haciéndose peor. No estando ya detenidos los vientos por la cortina del bosque, no dejan tampoco gotear las nubes que arrastran consigo. Un clima que era templado se trueca en frío a cálido, según la latitud, por efecto de la sequedad de la atmósfera y del suelo, por la pérdida del abrigo que le prestaban los árboles de la montaña.

Ciertas comarcas de España están hoy transformadas en desiertos, cuando en tiempo de los moros estaban admirablemente cultivadas, porque la expulsión de ellos trajo consigo la pérdida de la red admirable de canales de riego que habían sabido abrir y conservar. Lo mismo sucede en Egipto, donde el desierto de arena invade las tierras cultivadas, desde que desapareció la civilización del tiempo de las Pirámides. Igual acontece en ciertas partes de la antigua Caldea, de la Asiria y de la Mesopotamia, en otro tiempo florecientes y fecundas, transformadas hoy en desiertos arenales.

Eso es lo que han producido las luchas entre individuos y entre sociedades. He aquí un inmenso y magnífico campo abierto a la solidaridad mutua, para la reconquista de esos terrenos perdidos para la producción; y si es verdad que la lucha resulta útil para el hombre, ahi tiene donde ejercitar sus fuerzas. Pero esto no es todo.

Aún hay paises enteros cubiertos de marismas, de dunas, cuyas movedizas arenas corren al asalto de los pueblos y campos del litoral, costas que defender contra los embates del mar. Muchos de estos trabajos acométense allí donde hay probabilidad de rápidos lucros; pero ¡cuántos otros más no serán ejecutados nunca por las sociedades capitalistas, por no encontrar en ellos una remuneración suficiente é inmediata!

Se habla, por ejemplo, del desecamiento del Zuyderzée, para reconquistar las tierras anegadas siglos ha por las furiosas olas del mar. Pero ¿quién sabe cuándo se emprenderá seriamente la obra, y en tantos otros proyectos análogos, que a incalculable número de generaciones darian ocasión para emplear sus fuerzas de combatividad en obras útiles y provechosas para la humanidad entera, mientras ellas mismas tendrían la satísfacción de trabajar en pro de la felicidad general? Más adelante demostraremos que en la sociedad, tal como la deseamos, el gasto de fuerzas no sería una fatiga penosa, sino una gimnasia necesaria para la vitalidad individual. El tiempo y los esfuerzos no se tendrán en cuenta para nada al transformarse por el medio social ambiente los móviles de los actos humanos.

Hay en Europa terrenos inmensos improductivos a causa de la sequedad del suelo; por el contrario, los ríos llevan al mar, no sólo miles de millones de metros cúbicos de agua, sino también los fertilizadores aluviones; bastaría una red de canales bien combinada para aprovechar esos elementos fecundantes que se pierden sin beneficio para nadie, y hacer fértiles los movedizos arenalee improductivos, próximos a las costas. ¿Es preciso citar las medidas sanitarias contra las epidemias, ineficaces hoy por tomarse aisladamente, pero que tomadas en común detendrían en sus comienzos el azote?

Según se ve, basta enunciar los trabajos que faltan por hacer a las generaciones futuras, y los cuales harían habitable toda la superficie de la tierra y productiva allí donde es estéril, para comprender que esa escasez de víveres, de que tanto hablan los economistas, lejos de ser un motívo para que la sociedad capitalista se eternice, es su condenación más formal, puesto que su mala organización es lo que condena a millones de hombres a trabajos negativos, cuando tantas labores productivas solicitan el empleo de nuestra actividad. Bastaría que los hombres se entendiesen y concertasen entre sí, para hallar en estos mismos trabajos la recompensa de sus esfuerzos, la solidaridad en vez de la lucha; y la humanidad se libraría de esa miseria que nos dicen ser inevitable, cuando sólo es fruto de la rapiña de unos y de la imbecílidad de los demás en aguantarla.

Para terminar acerca de lo que acabamos de decir, citaremos este pasaje de un autor nada sospechoso de revolucionario, ni de subversivo; pero que, conmovido por el amor a la verdad, se complace en proclamarla con frases llenas de emoción, tal vez guiado sólo por el sentimentalismo. Pero después de todo, el sentimentalismo es bueno en sí, cuando no se aparta de la verdad y de la lógica:

Hoy el más fuerte, el más rico, el de posición más alta, el más sabio, ejercen un imperio casi absoluto sobre el débil, el ignorante, el hombre de las clases inferiores, y les parece naturalisimo explotar en provecho suyo personal las fuerzas de estos últimos. La sociedad entera debe necesariamente sufrir los malos efectos de tal estado de cosas y comprender que valdría más ver a todos los individuos concertando sus esfuerzos, sosteniéndose uno a otro, tender al mismo fin, que consiste en desprenderse del yugO de las fuerzas naturales, en vez de emplear sus mejores energías en destruirse y explotarse mutuamente. Debe subsistir la rivalidad, tan útil en sí, pero despojándose de la antigua y ruda forma guerrera y exterminadora de la lucha por la vida, adoptando la forma noble y verdaderamente humana de una competencia que tenga por objeto el interés general. En otros términos: en vez de la lucha por la vida individual, la lucha por la vida de todos juntos; en vez del odio general, el amor universal. Conforme progresa el hombre por este camino, más se aleja de su pasado brutal, de su subordinación a las fuerzas naturales y a sus inexorables leyes, para acercarse al desarrollo ideal de la humanidad. Por esta senda volverá el hombre a encontrar aquel paraíso cuyo fantasma flotaba en la imaginación de los más antiguos pueblos, paraíso del cual fue arrojado el hombre a causa del pecado, según la leyenda. Con la diferencia de que el paraíso futuro no es imaginario, sino real; no está en el origen sino al fin de la evolución humana; no es un don de un dios, sino resultado del trabajo, del hombre y de la humanidad.

(Büchner, El Hombre según la Ciencia, págs. 210-211; un tomo, edición Reinwald).

Y nosotros añadiremos:

Paraiso en el que no se permitirá entrar a los trabajadores hasta que no hayan comprendido que no son sus amos los que les han de abrir las puertas; paraíso que no podrán habitar hasta que tengan suficiente energía para conquistarlo y para saltar por encima de los que le impiden la entrada.

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