Índice de La sociedad futura de Jean GraveEgoismo y altruismo El valorBiblioteca Virtual Antorcha

La sociedad futura

Jean Grave

Autoridad y organización


Algunos anarquistas llegan a confundir estos dos vocablos tan diferentes. Por odio a la autoridad, rechazan toda organización; sólo ven esta última bajo la forma de férula. Otros, para evitar incurrir en este defecto, llegan a proclamar toda una organización autoritaria anarquista.

Sin embargo, debe establecerse una diferencia radical. Lo que los autoritarios han bautizado con el nombre de organización, es sencillamente una jerarquía completa, que legisla y ejecuta en lugar y representación de todos, o hace obrar a los individuos en nombre de un poder representativo cualquiera. Lo que nosotros entendemos por organización es el acuerdo que, en virtud de su interés, llega a formarse entre los individuos agrupados para una obra común; es el conjunto de relaciones mutuas, deducidas del trato diario que todos los miembros de una sociedad se ven obligados a tener unos con otros.

Pero esta organización no debe tener leyes, estatutos ni reglamentos, a los cuales haya de someterse por fuerza cada individuo, por temor a un castigo cualquiera, previamente determinado; esta organización no debe tener una junta que la represente, ni una asamblea deliberante, encargada de formular y decretar la opinión de su mayoría. Los individuos no deben estar ligados a ella a pesar suyo; deben ser libres en su autonomía, con la facultad más absoluta de abandonar dicha organización si con sus actos quisiera sustituir a la iniciativa personal.

Al bosquejar el cuadro de lo que pudiera ser la sociedad futura, sería pretencioso creer que sean estos los limites dentro de los cuales haya de desenvolverse; no tenemos la jactancia de querer dar un plan de organización y de erigirlo en principio. Al proponernos dar forma a nuestro concepto acerca de la sociedad futura, sólo queremos trazar a grandes rasgos las líneas generales que hagan formar clara idea de ese mismo concepto, responder a las objeciones que se presentan contra el ideal anarquista y demostrar que una sociedad puede organizarse muy bien sin jefes, sin delegaciones de poder y sin leyes, si se funda verdaderamente en la justicia y en la igualdad sociales.

Sobre todo, aspiramos a demostrar que los individuos son los únicos aptos para conocer sus propias necesidades, para saber guiarse ellos mismos en su evolución, y no deben confiar este cuidado a nadie; que sólo hay una manera de ser líbres e iguales y consiste en no aceptar amos, en saber respetar la autonomía de cada uno, cuando éste respeta la vuestra.

Sí; los individuos deben ser libres para buscarse unos a otros y agruparse entre sí, según sus tendencias y afinidades. Establecer un modo único de organización, bajo la cual haya de doblegarse todo el mundo, y que se imponga desde el momento del triunfo de la Revolución, es una utopia; eso sería acometer una obra reaccionaria, poner obstáculos a la evolución de la sociedad futura, querer señalar límites al progreso, contenerlo dentro del horizonte que nuestra corta vista puede abarcar. Dada la diversidad de caracteres, temperamentos y conceptos que existe entre los individuos, sólo el doctrinarismo más estrecho puede concebir un circulo dentro del cual haya de moverse de grado o por fuerza la sociedad.

Nada nos hace presumir que el ideal que hoy nos deslumbra responda a nuestras necesidades mañana, y sobre todo a las necesidades de los individuos llamados a componer esa sociedad. Lo que hasta ahora ha hecho impotentes y estériles a todas las escuelas socialistas, sin distinción de matices, consiste en que en sus proyectos acerca de lo venidero todas ellas tenían la pretensión de querer organizar y prever de antemano la evolución de los individuos. En las sociedades que soñaban con establecer, no se dejaba nada a la iniciativa individual. En su profunda sabiduría, los sociólogos habían decretado de antemano lo que era bueno o malo para los individuos: éstos debían inclinarse en senal de asentimiento y no pedir sino lo que a sus bienhechores les pareciese bien ofrecer. De suerte, que lo que respondía a las aspiraciones de unos, contrariaba los deseos de otros; de ahí, disensiones, luchas e imposibilidad de crear nada duradero.

Lo que presentamos aquí sólo puede tener el valor de un concepto individual, que en la práctica deberá adaptarse a otros conceptos individuales. Fórmese cada uno un ídeal de sociedad y trate de propagarlo en torno suyo; esos proyectos se corregirán mutuamente; el día en que se pongan en práctíca llegarán ya discutidos y mejorados, dispuestos a fundirse y amalgamarse, tomando de cada uno lo bueno y eliminando lo que fuese demasiado personal.

Según nuestros adversarios, la anarquía sería un retroceso al estado salvaje, la muerte de toda sociedad. No hay nada más falso. Sólo la asociación puede permitir al hombre empíear la maquinaria que la ciencia y la industria ponen de consuno a su servicio; sólo asociando sus esfuerzos aumentarán los individuos su bienestar y su autonomía. Nosotros no necesitamos, pues, esos graznidos de ganso asustado, propios de los turiferaríos burgueses, para reconócer la utilidad del estado de asociación, Pero ese estado debe servír para el bienestar de cada individuo y no para el de una clase o casta; ese estado es preciso que se deba a la participación voluntaria de cada uno, y no ser impuesto bajo una forma abstracta que haga de él una especie de divinidad panteista, en el seno de la cual deban anonadarse quienes la componen.

Para no incurrir en las mismas faltas y chocar contra los mismos obstáculos donde se han ido a pique todos los sistemas sociales imaginados hasta hoy, debemos abstenernos de creer que todos los hombres están fundidos en el mismo molde, que lo que está en armonia con el temperamento de uno satisfará indiferentemente los instintos de todos. Y eso, lo mismo respecto a la propaganda de la idea, que respecto a la organización de la sociedad futura. Si se quiere preparar una revolución que corresponda al ideal concebido, es preciso propagar sus ideas, obrando conforme a los principios emitidos y ensalzados, acostumbrarse a obrar con arreglo al propio concepto sin aguardar órdenes de nadie (sea quien fuere), eliminar de nuestra manera de conducirnos todo aquello que en la sociedad actual atacamos. Obrar de otra suerte seria preparar en breve plazo la vuelta de los mismos errores que pretendemos destruir.

Más prácticos los anarquistas que aquellos a quienes combaten, deben inspirarse en las faltas cometidas, con el propósito de evitarlas. Apelando a la iniciativa individual, no tienen que perder el tiempo en discutir acerca de la eficacia o utilidad de tal o cual medio. Los que estén de acuerdo en una idea, agrúpense entre si para ponerla en práctica, sin preocuparse de los que no fueren partidarios de ella; de igual modo, los partidarios de otra idea se agruparán para practicarla, y asi trabajará cada cual en pro del objetivo común sin oponerse obstáculos unos a otros.

Lo que ante todo quieren los anarquistas es eliminar las instituciones opresoras y que desaparezcan por completo; la experiencia debe guiarles acerca del modo de combatirlas mejor. Este es el único medio de realizar una tarea práctica, en lugar de perder el tiempo en discusiones inútiles y casi siempre estériles, en las cuales pretende cada uno hacer que prevalezca su manera de pensar sin conseguir convencer a sus contradictores, cuando no sale de ellas él mismo quebrantado en su confianza y por ende menos resuelto a poner en práctica sus ideas; disputas que suelen concluir por crear tantas fracciones desidentes comó pareceres; sectas que enemistadas entre sí por la contradicción, pierden de vista al enemigo común, para hacerse mutuamente la guerra.

Agrupándose los individuos según sus ideas comunes, se habituarán a pensar y obrar por sí mismos, sin autoridad entre ellos, sin esa disciplina que consiste en aniquilar los esfuerzos de un grupo o los de individuos aislados, por ser de diferentes pareceres.

También resultará de ahí esta otra ventaja: que una revolución hecha sobre esa base no podria ser sino anarquista; pues, habiendo aprendido los individuos a moverse sin obstáculo alguno, no cometerían la sandez de ir a darse jefes al día siguiente de la victoria, si habian sabido conseguirla sin ellos.

El ideal, para algunos socialistas, consistiría en agrupar a los trabajadores formando un partido político sin más iniciativa que las órdenes emanadas de un centro directivo, compuesto de los futuros gobernantes. En el día de la revolución subirán al poder los hombres de ese centro directivo, formando así el nuevo gobierno para decretar las nuevas medidas e instituciones que hayan de regir según el nuevo estado de cosas.

Los colectivistas pretenden así que el nuevo poder decretaria la toma de posesión de los instrumentos para el trabajo y de la propiedad territorial, organizaría la producción, reglamentaría el consumo y suprimiría a los que no fuesen de su mismo parecer.

Ya hemos visto que eso es un sueño. Unos decretos de toma de posesión dictados después de la lucha serían ilusorios; no es con decretos como puede realizarse la toma de posesión de la riqueza social.

O la idea de expropiación será la idea dominante de la revolución que haya de efectuarse, y en ese caso los esfuerzos de los revolucionarios se dirigirán a realizarla; o repugnará a la mayoría, y entonces el gobierno (dado que quisiese hacer la expropiación) encontraría después de la lucha una oposición tan seria que exigiría volver a iniciar otra nueva revolución.

Los hechos consumados son quienes deben dar impulso a la revolución. Los mismos trabajadores son quienes deben apoderarse de las casas, de los talleres y almacenes. Los insurrectos deberán hacer causa común con todos los desheredados, explicándoles que todo cuanto es común por naturaleza no pertenece a nadie individualmente, no puede ser una propiedad transmisible a voluntad; siendo las casas, las fábricas, los campos de cultivo y las minas obra de las fuerzas naturales o de las generaciones pasadas, deben por eso estar a disposición de quienes los necesiten, desde el momento en que estén sin ocupar o quien los posea ábusivamente no pueda hacerlos producir él mismo con su propio trabajo personal.

Todo lo que no es de uso inmediato para el individuo, todo lo que no puede trabajarse individualmente, es propiedad colectiva de quienes se vean obligados a asociarse para hacerlo producir; pero sólo por el tiempo que lo utilicen. Los edificios, el suelo, los instrumentos del trabajo, serán de libre disposición para quienes quieran utilizarlos, cuando los anteriores obreros renuncien a utilizarlos por más tiempo.

Más adelante veremos que lo mismo ha de acontecer con respecto a los productos. Nadie tiene derecho a acaparar los que otros necesiten inmediatamente, ni aun so pretexto de previsión; pues el ahorro sólo es bueno con tal de que no perjudique a nadie. Esto lo olvida por completo la economia política burguesa.

Pero esta apropiación personal será tánto más difícil (a lo menos la de la maquinaria y la de la propiedad territorial), cuanto que los individuos no sabrían qué hacer de un suelo y de unas herramientas mecánicas que, reducidos a sus únicas fuerzas propias, no sabrían hacer servir para nada, y por consiguiente serian inútiles para cada uno de ellos. En cuanto a los edificios, sea cualquiera la avidez del individuo, tiene por límite la posibilidad de ocupación. En lo que atañe a los artículos de consumo, su acaparamiento estaría limitado por el tiempo que puedan conservarse y por la posibilidad de acumularlos en un espacio reducido sin llamar la atención de los que pudiesen tener necesidad de ellos. Hoy el derecho de propiedad faculta a un individuo para acumular provisiones capaces de dar alimento a millares de índividuos, y para dejar que se pudran si le da la gana. En una sociedad normalmente constituida sería imposible eso, dado que quienes tuviesen hambre tendrían el derecho de tomar para sí lo que supera a las facultades de consumir propias de un individuo.

Pudiendo cada uno apoderarse de las herramientas y máquinas que por sí solo o asociándose con otros pueda manejar, y siendo cada cual dueno del producto de su trabajo que baste para su consumo, habrá imposibilidad absoluta de que existan asalariados. Abolida la compra y venta, los que tengan una maquinaria y un instrumental cuyo empleo exceda de sus propias fuerzas, veríanse obligados a asociarse bajo el pie de igualdad con quienes puedan ayudarles; o dejar esos instrumentos de trabajo a quienes puedan hacer que produzcan.

Pues bien; como quiera que la mayor parte de la maquinaria y herramienta actual sólo puede funcionar con el auxilio de la asociación de las fuerzas individuales, ya está hallado el terreno que permite a los individuos entenderse entre sí, e intentar un principio de organización. Establecido ese primer grupo, luego vendrán las relaciones entre los demás grupos que los individuos tendrán que formar. De cada necesidad del individuo, de cada modo de obrar de la persona humana, se deducirán una serie de relaciones entre individuos y modos de agruparse; estas variedades de aptitudes y diferencias de actos regirán a las relaciones sociales.

Realizada la toma de posesión, establecido el acuerdo mutuo, no es necesario hacerlos sancionar por ninguna clase de autoridad; ya demostraremos que lo contrario sería peligroso.

No es posible prever todas las consecuencias de la lucha que se entable, ni las circunstancias que de ella puedan dimanar.

Al comienzo de este trabajo hemos demostrado que la evolución precede a la revolución; pero esta evolución sólo será superficial mientras permanezca dentro de los cerebros y no transcienda a las relaciones sociales. Por otra parte, en La Sociedad Moribunda demostramos que la misma organización social nos conduce a la revolución: acontece con frecuencia que los sucesos políticos y las crisis económicas van mucho más deprisa que la evolución de las ideas, y a veces hasta las preceden en el dominio de los hechos. Todo esto deja una parte aleatoria que la previsión humana no puede vislumbrar, y que sólo serán aptos para superarla quienes se vean llamados a intervenir en los acontecimientos revolucionarios.

Por eso no puede formarse idea dé antemano acerca del funcionamiento de la sociedad futura, de una manera tan exacta como se arreglan los engranajes de una de esas cajas de música que tocan así que se les da llave, y en las cuales basta poner el regístro en determinada muesca para conseguir que toquen la pieza musical apetecida.

Todo cuanto pudiéramos imaginar desde el punto de vista teórico de la organización jamás será sino un ensueño más o menos cercano a la realidad, pero que siempre carecerá de base si se trata de ponerlo en práctica; porque el hombre cuenta con sus deseos, sus tendencias, sus aptitudes y hasta con sus defectos, pero no es omnisciente y un individuo solo no puede experimentar en si mismo todos los móviles que impulsan a la humanidad.

Por tanto, no podemos tener la ridícula pretensión de creer que pueda trazarse el verdadero cuadro de la sociedad futura. Pero, también debemos guardarnos de ese otro defecto común en muchos revolucionarios, los cuales dicen: Ocupémonos primero en destruir la sociedad actual, y luego veremos lo que hemos de hacer. Entre estas dos maneras de considerar las cosas cabe, en sentir nuestro, otra mejor. Si no podemos afirmar de seguro lo que será, debemos conocer lo que no debe ser, lo que tendremos que impedir para no caer de nuevo bajo el yugo del capital y de la autoridad.

Ignoramos cual será el modo de organizarse los grupos productores y consumidores, porque solo ellos han de ser jueces de lo que les convenga, y una manera única de proceder no puede convenir a todos; pero muy bien podemos decir qué haríamos nosotros personalmente, si estuviésemos en una sociedad en la cual todos los individuos gozasen de plena libertad para moverse.

También podemos inquirir cómo podría funcionar una sociedad sin poder tuitivo, sin esas famosas comisiones de estadística, llamadas a reemplazar a los gobiernos derrocados y con las cuales quisiera obsequiarnos el colectivismo; cómo y por qué pudiera suprimirse el empleo de la moneda, que los economistas pretenden ser indispensable para la vida de toda sociedad, y por qué seria perjudicial reemplazarla por los bonos de trabajo, otra invención colectivista que resucita con nombres diferentes todo el mecanismo de la sociedad presente, la cual dicen que quieren destruir.

Es necesario formarse idea de todo esto, pues no está en la naturaleza de los individuos el comprometerse a ir juntos sin saber a dónde van. Luego, según ya hemos dicho, la meta donde tenemos que llegar es lo que debe dictar nuestra conducta en la vida y en nuestro modo de conducirnos para la propagación de nuestras ideas.

Además, aportando cada uno sus opiniones, su parte de ideal, es como se forma el ideal colectiyo. Del confuso conjunto de las opiniones individuales se deducirá la sintesis general, que, aparte de las aspiraciones personales, se manifestará cuando llegue la hora de aplicarlas.

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