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La sociedad futura

Jean Grave

Egoismo y altruismo


Después de la necesidad de una clase escogida, la mayor parte de los defensores del orden burgués atrinchérase en el egoísmo individual para justificar el mantenimiento de la propiedad prívada y lo necesario de un poder encargado de poner en orden todos los egoísmos.

Según ellos, el hombre es egoísta y sólo obra movido por sentimientos exclusivamente de interés individual. Si la sociedad no le permite guardar para sí lo que pueda proporcionarse con su trabajo, acumularlo y transmitirlo a quien quiera, rómpese el resorte motor de todas las iniciativas y de todo trabajo. El día en que los individuos no tuviesen la posibilidad de atesorar, no trabajarían ya; no habría entonces sociedad, progreso, nada.

Pero nuestros burgueses son harto sabedores de su interés propio, para llevar esa teoría hasta sus últimas consecuencias. ¡Esto pudiera volverse contra su sistema social! Por tanto, añaden:

El hombre es egoísta; está en su naturaleza, y no hay medio de remediarlo. Por otra parte, la sociedad (de la cual somos el más bello adorno) exige a los individuos mucha abnegación y muchos sacrificios para funcionar bien. Si os parece, partiremos las peras en duras y maduras; los que gobiernen y exploten a los demás, podrán desarrollar su egoismo con plena seguridad, teniendo medios para hacerlo; los gobernados y explotados tendrán el deber de dar pruebas de la más perfecta abnegación para plegarse a cuanto se les exija. Sólo a este precio es posible la sociedad.

Por eso el primer trabajo que se toman las religiones consiste en predicar el respeto a los amos y señores, la humildad del individuo, la abnegación y el renunciamiento de sí mismo: el sacrificio en pro de sus semejantes, por la patria y por la sociedad al establecerse la burguesía.

Los moralistas han venido después a demostrar que la sociedad sólo era posible y perdurable a condición de que el individuo se sacrificase por la felicidad de todos, renunciando a su autonomía y consintiendo en dejarse cohibir en cada uno de sus movimientos espontáneos.

Como es natural, los ignorantes y los miserables han creído esto a pies juntillas, y llevan miles de años dejándose esquilar, creyendo que trabajan en beneficio de la especie humana. Los poseyentes, menos cándidós, limítanse a gozar y a explotar esos buenos sentimientos.

Pero cada acción produce su reacción. Otros han querido demostrar que, siendo el egoísmo el fondo de la naturaleza humana, el hombre no será feliz sino cuando la sociedad le permita no pensar más que en sí propio y referir todos sus actos, todos sus razonamientos al culto del yo, divinidad en aras de la cual debe sacrificarlo todo.

Practica esta teoría una juventud literaria que desprecia con toda la inteligencia de que se cree dotada a la vil masa común a quien tiene por inferior a ella; y ha llegado a proclamar una especie de anarquismo aristocrático, que con unos cuantos miles de francos de renta haría muy buenas migas con la sociedad actual. Por odio a la abnegación y a la sumisión predicadas por el cristianismo y por la moral burguesa, cierto número de anarquistas han creido encontrar en esta nueva fórmula la expresión de la verdad, resultando de ahí una polémica entre los partidarios de lo que se ha llamado el egoismo y los partidarios de lo que se ha llamado el altruismo.

Mares de tinta se han vertido para explicar estos dos vocablos, amontonándose sofismas sobre sofismas y diciéndose muchos disparates por una y otra parte para probar que cada uno de esos dos conceptos debia ser exclusivamente el motor del individuo.

Y según la opinión particular de cada uno, se ha echado en cara sucesivamente al comunismo anarquista, por parte de los secuaces del egoísmo: que la idea anarquista exigia demasiado altruismo a los individuos para poder subsistir; que la posibilidad de una sociedad semejante presuponia unos hombres perfectos como no existen; que el hombre no se inclina por naturaleza a sacrificarse por los demás; y que sólo debe hacer lo que juzgue útil para su desarrollo.

Por parte del altruísmo se ha dicho a los anarquistas: al reclamar la completa autonomía del individuo, al exaltar el espíritu individualista, dais alientos al egoísmo absoluto de los individuos; vuestra sociedad no sería viable, pues olvidáis que para subsistir exige sacrificios mutuos, y la iniciativa individual a menudo tiene que ceder y desvanecerse ante el interés común; vuestra sociedad sería el reinado de la fuerza bruta, la dominación de los más débiles por los más fuertes, sería un conflicto perpetuo.

Esto demuestra cuán expuesto está uno a decir necedades, cuando sólo se miran las cosas desde un punto de vista exclusivo. El hombre es un ser complejo que no se mueve por influjo de un sentimiento solo, sino que puede verse impulsado por toda clase de sensaciones, de circunstancias, de influencias fisiológicas, fisicas y químicas, a la vez; sin que le sea posible discernír bajo qué impulso ha obrado.

Si el hombre sólo obrase por la presión del egoísmo, la sociedad actual no subsistiría ni un minuto; pues exigiendo los mayores sacrificios a los desposeidos de todas las cosas y de su propia persona, cuando ante su vista se despliega el lujo de los ricos, estos últimos han tenido que hacer vibrar otros sentimientos para conseguir de aquellos la fuerza que sostiene su sistema, el cual hubieran sido impotentes para defender si se hubiesen visto reducidos a sus propias fuerzas nada más. Por otra parte, engáñanse quienes nos predican el sacrificio y la abnegación; porque se puede acontecer que el hombre se olvide de sí mismo para acudir en auxilio de sus semejantes, eso sólo puede ser con intermitencias y no una práctica continua.

Esa funesta teoria, ensalzada por el cristianismo, es quien asegura el imperio de la autoridad, rebajando los caracteres para que se sometan dóciles a la explotación de amos a quienes se pretende enviarlos por Dios, acostumbrando a los individuos a padecer en la tierra para conquistar la bienaventuranza en el cielo.

El hombre no es el bruto descrito por los teóricos del egoismo; tampoco es el ángel predicado por el altruismo, cualidad que sólo funesta pudiera serle, porque seria el sacrificio de los óptimos en beneficio de los pésimos. Si los individuos debieran sacrificarse unos en pro de otros, en último término, los que sólo pensasen en sí propios serian los únicos beneficiados por ese estado de cosas y los únicos también que sobrevivirían. El individuo no tiene el deber de sacrificarse por nadie, ni el derecho de exigir que nadie se sacrifique por él. Eso es lo que se pone en olvido y lo que aclara la cuestión.

El indíviduo, por el hecho de su existencia, tiene el derecho de vivir, desarrollarse y evolucionar. Los privilegiados pueden limitarle y hasta negarle este derecho; pero cuanto más consciente de si mismo llega a ser el individuo, más entiende estar en el uso de su derecho y más se revuelve tascando el freno que le ponen.

Si el individuo estuviese solo en el universo, tendría el poder de usar y abusar de todos sus derechos, de disfrutar sin cortapisas ni limitaciones de todos los productos de la naturaleza, no teniendo que ocuparse sino de las consecuencias posibles para él de ese abuso.

Pero el individuo no es una entidad, no existe solo: hay en la tierra unos frente a otros mil millones de ejemplares, con aptitudes equivalentes, si no semejantes, y con la firme voluntad de usar de su derecho de vivir. Los individualistas que predican el culto del yo, erigen al individuo en una entidad y profesan una metafísica trascendental tan absurda como los sacerdotes que han imaginado a Dios.

El individuo tiene derecho a satisfacer todas sus necesidades, a la plena expansión de su personalidad: pero como no está solo en la tierra, y el derecho del último que llega es tan imprescriptible como el del primero que vino al mundo, es evidente que sólo había dos soluciones para que se ejercitasen esos diversos derechos, la guerra o la asociación.

Pero el espíritu humano rara vez opta por las decisiones categóricas. Además, las circunstancias arrastran a los individuos antes de que tengan tiempo de explicarse ellos mismos sus propios actos, y sólo después de realizados es cuando se trata de inquirir y extraer su filosofía.

Estalló el conflicto entre esos derechos diversos, conflictos mezclados con tentativas de solidarIdad. Los hombres han entrevisto que les sería provechoso hacerse solidarios entre si; pero el feroz egoísmo de algunos que sólo ven su beneficio presente sin calcular el mal que en lo futuro causan a los demás, ha impedido a la humanidad evolucionar francamente con tendencia a una solidaridad completa. Mantúvose el estado de lucha en las sociedades que eran un comienzo de prácticas solidarias. Y (para no hablar sino del período histórico) centenares de siglos ha que perdura ese estado mixto de lucha y de solidaridad; miles de años en que, por voluntad de una minoría, única en aprovecharse de tal estado de cosas y que quisiera perpetuarlo, luchamos unos contra otros mientras se forjan hermosos sueños de fraternidad; cientos de siglos, millares de años en que las clases poseedoras explotan a las clases por ellas desposeídas, a la vez que predican la solidaridad, la abnegación y la caridad.

Pero los que sufren han llegado a preguntarse por qué han de seguir manteniendo a parásitos, por qué han de pedir como límosna lo que es producto de su trabajo. Se les ha desarrollado el cerebro, han reflexionado acerca de las causas de su miseria y han comprendido que para salir de ella debían solidarizar sus esfuerzos, y que la dicha de cada uno sólo era realizable por la dicha de todos, mediante una completa práctica de la solidaridad.

También han comprendido que esa autorídad que se les había representado como una salvaguardia tutelar entre los intereses antagónicos para impedir una lucha más feroz, por el contrario, sólo era un medio para los parásitos de eternizar el conflicto y perpetuar así su parasitismo; por eso, al mismo tiempo que proclaman el derecho a la vida para cada individuo, proclaman también su más completa autonomía, no concibiendo lo uno sin lo otro, pues la existencia no puede ser completa sin su corolario, la libertad.

Ciertos defensores del orden burgués, vénse obligados a confesarlo: su goce en la actual sociedad no es tranquilo y absoluto, sino que se ve turbado en su propio origen por el pensamiento de que junto a ellos hay seres que se fatigan y sufren para producirles el bienestar de que disfrutan. Todo burgués inteligente se ve obligado a convenir en que la sociedad está mal constituida; y los argumentos que emplean en pro de ésta no son una justificación abierta y precisa, sino un comienzo de justificación, con el pretexto de que no se ha encontrado aún nada mejor, por miedo a lo desconocido que traería consigo un cambio brusco. Sistema reducido a eso, está juzgado: tiene conciencia de su propia ignominia.

No: el individuo no debe aceptar restriccíones a su desarrollo, no debe sufrir el yugo de ninguna autoridad, sea cual fuere el pretexto en que se apoye. Sólo él está en circunstancias para juzgar qué necesita, de qué es capaz, qué puede serle nocivo. Cuando haya comprendido bién cuánto vale él mismo, comprenderá que cada individuo tiene su valía personal, y derecho a uno libertad, a una expansión iguales a las de los otros. Sabiendo hacer respetar su individualidad, aprenderá a respetar la de los demás.

Los hombres tienen que aprender que, así como no deben sufrir la autoridad de nadie, tampoco tienen derecho a imponer la suya; que el daño hecho a otro, puede volverse contra el agresor. El razonamiento debe hacer comprender a los individuos que la fuerza gastada en quitar a otro individuo una parte de sus goces, resulta perdida para los dos competidores.

Hase acusado a los anarquistas de formarse un ideal falso de la especie humana, de imaginar un ser esencialmente bueno, sin defecto ninguno, capaz de todos los sacrificios por abnegación; y de haber forjado con esa deleznable base una sociedad imposible, que sólo subsistiese renunciando cada uno a su felicidad personal en beneficio de la de todos.

¡Profundo error! Los burgueses y los autoritarios son quienes desconocen la naturaleza humana, pues declaran que sólo puede mantenerse en sociedad por medio de una rígida disciplina, bajo la presión de una fuerza armada, siempre vigilante. Para ejercer esa autoridad, para reclutar esa fuerza armada, necesitarian ser impecables en absoluto, ¡los ángeles, con quienes acusan a los anarquistas de soñar! Según ellos, la naturaleza humana es abyecta, necesítanse varas de hierro para disciplinarla: ¡y quieren encargar a seres humanos el empleo de esas varas! ¡Oh completa falta de lógica!

El hombre no es el ángel que sin razón se acusa a los anarquistas haber imaginado; pero tampoco es la bestia feroz que los partidarios de la autoridad quieren describir. El hombre es un animal perfectible, que tiene defectos, y también buenas cualidades; organícese un estado social que le permita aprovechar estas cualidades y suprimir esos defectos, o haga que la acción de los últimos acarree su propio castigo. Sobre todo, haced que ese estado social no permita instituciones en las cuales puedan esos defectos encontrar armas para oprimir a los demás, y veréis a los hombres saber ayudarse unos a otros sin fuerza coercitiva.

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