Indice de Frente al enemigo de Enrique Flores Magón Altas finanzas Conversación callejera del 18 de diciembre de 1915Biblioteca Virtual Antorcha

FRENTE AL ENEMIGO

ENRIQUE FLORES MAGÓN

Recopilación de Chantal López y Omar Cortés

EL TIMO DE LA TIERRA



Al fin, Julián y su familia están ya instalados en la cabaña que acaban de construir sobre la tierra que les tocó en el reparto hecho por Carranza. Chona arregla la mesa, mientras Paquita, la niña mayor, arrima a ella el taburete de su padre y los cajones que sirven de sillas para el resto de la familia. Todos se sientan y Chona sirve la sopa de arroz.

Ahora, ¡a trabajar! -exclama lleno de ánimo Julián. Va a ser dura la faena; pero, en cambio, podemos decir que lo que saquemos de esta tierra ya es nuestro.

- No todo, -replica Chona suspirando-, todavía hay que pagar por veinte años los abonos sobre el valor de la tierra; y lo del Banco Agrícola; y lo ...

- ¿Pues no dicen que el señor Carranza dió la tierra? -observa tímidamente Paquita a la vez que escarva con furia sus naricitas.

¡Qué Paquita! ¡Bien se ve que todavía no sabes tú de negocios! -exclama Julián riendo.

¿Cómo quieres tú que regale la tierra el señor Carranza? Lo único que puede hacer es que el Tesoro Público pague por nosotros al contado su dinero a los dueños de la tierra, para podérnosla fiar en abonos. Ya con eso hace bastante gracia; ¿Verdad, Chona?

- Pues ... yo también creía que las daban, que peleaban por eso y no por comprarla nada más, -contesta la mujer de Julián.

- ¡Otra que mejor cantó! -exclama Julián. Si cogiésemos la tierra sin pagarla, entonces cometerramos un robo, violaríamos la ley, iríamos contra los principios constitu ...

- ¡Una tarántula! -grita Pepin, el más pequeño de los hombrecitos corriendo a refugiarse al regazo de su madre, mientras que Julián hace papilla bajo su zapato al peludo intruso que vino a cortar sus vuelos oratorios.

¡Qué diferencia tan grande hay entre aquella tierra árida, seca y pedregosa, con algunos manchones de escuálidos mezquites, que recibió Julián de manos del gobierno siete meses atrás, y la que ahora vemos tan fértil, cubierta de altas espigas doradas y bellas!

¡Y qué diferencia, también, en el aspecto físico de Julián y su familia!

Desde Julián hasta el pequeño Pepín, todos han resentido la fatiga. Llenos de vida y carnes estaban al colonizar aquellos desiertos áridos entonces, y ahora están pálidos, estropeados y tan flacos que sus huesos semejan afilados puñales que quieren rasgar la piel.

Pero Julián está gozoso. Construye jardines en el aire, pensando en lo que va a hacer con el dinero que gane al vender su trigo. Desde luego, ¡claro!, comprará una vaquita, para tener leche abundante y fresca todos los días, para sus chamaquitos; comprará otro caballo para la labranza; algunas gallinas que le abastezcan de huevos; uno o dos puerquitos; alguna madera para dar mayor amplitud a la cabaña, y mucha provisión y mucha ropa.

Chona le oye divagar, mientras se ingenia en sacar de unos pantalones viejos y raídos de Julián, unos nuevos para Carlos que, en su inocencia, luce desvergonzadamente el trasero, haciendo piruetas, cabeza al suelo, para distraer a Nacha, la niña de pecho que chilla desesperadamente bajo una nube de moscones dorados que buscan diligentes entre los pañales el origen del fuerte olor que las ha atraido.

Ya es la época de la cosecha. El trigo bajo el soplo suave de la brisa se mece blandamente susurrante. Los golosos pajarillos revolotean por ahi cerca, sin atreverse a llegar al sembradio, temerosos de los espantajos que al impulso del aire mecen caprichosamente las mangas vacias de sus desgarradas camisas. La chicharra imita al chirrido de máquinas sin engrasar. Los moscardones murmuran gravemente. Las diligentes hormigas forman cordones del campo a sus graneros.

Y allá va Julián, guadaña en mano, segando el trigo. Su guadaña, afianzada con maestría por sus recias manos, describe acompasadamente anchos y majestuosos semicirculos, besando a la ida los pies de los tallos del trigo que, como temeroso, se echa para atrás, cortando a la vuelta amplias franjas de matas que caen al suelo ordenadamente unas sobre otras, heridas de muerte. El agradable olor de la hierba recién cortada satura el ambiente.

Chona y los niños vienen atrás haciendo gavillas.

Julián está radiante. ¡Qué hermosa es la vida! Todo aquello es suyo, es el producto de los desvelos y fatigas de él y los suyos; el fruto de sus afanes; la realización de sus sueños. Pronto venderán aquel grano y su producto será el primer paso a su fortuna. ¡Hasta que hubo un hombre, el señor Carranza, que cumpliera sus ofrecimientos de dar la tierra al pueblo! Ese hombre si era sincero y honrado; y con su recto proceder venia a dar un mentís en el hocico a esos habladores anarquistas, a quienes confunde el demonio, y quienes aseguran que no puede haber gobernante bueno, que vea por el pobrerío.

Estas reflexiones dan mayores ánimos a Julián que con más destreza y diligencia hace ir y venir su guadaña en inmenso semictrculo con tal rapidéz que pronto deja a Chona y los niños a larga distancia atrás; de lo que hace guasa Julián, que se siente en buen espíritu, gritando a su mujer:

- OOO ... ye Chooo ... naaa: ¿En qué se conocen los trenes de carga ...? -y se contesta a si mismo: Pues en que llevan el cabús (sic) hasta allá atráaas.

La ciega y la trilla, están hechas. Ahora, al mercado. Julián carga el carro; se pone el traje dominguero que Chona acabó de parchar y arreglar diligentemente la pasada noche, y después de besar a su mujer y a sus hijos, marcha a la ciudad con el corazón lleno de esperanzas y el cerebro poblado de números.

Ya en el mercado, comienza el regateo. Julián ofrece su mercancía, marca el precio de la misma, procurando hacerlo algo barato para no espantar al comprador. El mercader ríe brutalmente en las barbas de Julián.

- Pero, buen hombre, -dice el mercachifle- ¿Cómo quieres que te pague tanto por tu grano cuando nuestros graneros están llenos de grano que se nos está echando a perder por falta de compradores, a pesar de que nuestros precios son mucho más bajos, casi la tercera parte de los tuyos?

A Julián se le caen las quijadas con aquel primer desengaño. Todos sus grandes números, ante el pequeño del mercachifle, se baten en retirada, atreviéndose apenas a asomar las narices trás un repliegue del cerebro de Julián.

Ofreció más adelante su mercancía, recibiendo siempre el mismo desengaño.

Pero, ¿cómo puede ser eso? ¿si los periódicos decían, no hace ni ocho días todavía, que la escasez de grano era terrible, al grado de que había pueblos enteros muriendo de hambre, y que los precios estaban por las nubes?

Julián no puede comprender ese misterio, por más que se rasca la cabeza con furia y arruga el entrecejo profundamemte.

¿Qué hubo, Julián? -oye que alguien le dice, a la vez que siente en su hombro una palmada amistosa que le vuelve en sí, de sus profundas reflexiones. ¿Por qué tienes esa cara de entierro?

- ¡Qué he de tener, Pedro! -replica Julián al reconocer a su antiguo compañero de escuela primaria, a quien huía por sus Ideas radicales, y hacia quien siente ahora rara simpatía-. Imagínáte que después de haber trabajado mi familia y yo hasta deslomarnos, por más de médio año, primero limpiando y desmontando el mal terreno que nos dió el señor Carranza en abonos; después haciendo las obras de irrigación necesarias, y por último los demás trabajos de labrantío, etc., hasta traer aquí nuestro grano, recibo la decepción más terrible que ...

- No necesitas seguir, -interrumpe Pedro-, sé tu historia. Es la misma de todos los que hasta ahora han soñado ser libres y felices bajo un gobierno llamado paternal. Tú, como otros obreros, combatiste valerosamente en las filas de Carranza, porque él decretó la repartición de las tierras; porque él, creando el llamado Departamento del Trabajo, consintiendo que se formasen uniones obreras y que la prensa y los oradores públicos usasen de lenguaje más o menos radical, te hizo creer, lo mismo que a otros muchos obreros, que en efecto se preocupaba por el bienestar del pueblo trabajador, de los pobres, del proletariado, sin comprender que lo hacía por política, para tener partidarios que peleasen por él contra los verdaderos revolucionarios del sur, y tener tiempo de hacer su gobierno fuerte mientras que tú y los demás estábais entretenidos en arrancar de la amorosa Madre Tierra el fruto de tus afanes que, como ves ahora, es tan escaso, te lo pagan tan mal, a un precio tan reducido, que no te da ni para medio cubrir tus compromisos, y menos para seguir adelante.

Una luz comienza a descender hasta lo más profundo del cerebro de Julián.

¡Chincheros! exclama dándose una palmada en la frente. Por ese lado puede ser que tengas alguna razón. ¿Pero que tiene que ver el señor Carranza con que no me paguen el justo precio por mis granos? ¿Y cómo explicar que éstos, que no hace ni una semana estaban a tan elevado precio, estén ahora casi por nada?

- Carranza, y los suyos, y los de su misma clase, para poder sostenerse en el gobierno, tienen que sostener el sistema capitalista. En apariencia te liberan del amo dándote tierras; pero, aunque no tuvieras que pagar ésta en abonos, te verías en iguales compromisos que ahora; porque aunque es cierto que no tienes amo directo que te robe en el jornal semanariamente y te arree en el trabajo, sí tienes indirectamente amos en el mercado, puesto que éste está en poder de los burgueses que regulan los precios sobre tus granos a su gusto. La escacez que había de grano hasta hace poco, ha sido aparente. Los burgueses han tenido sus graneros cerrados a piedra y lodo, no dejando salir de ahí más que pequeñas cantidades de grano que, por la escacez ficticia, ha sido cotizado, valorizado, a precios altos. En cuanto a las cosechas, entre ellas la tuya, han sido recogidas y traídas al mercado, entonces los burgueses han sacado a luz todos sus granos, para que, habiendo una abundancia enorme de ellos, los precios bajen bruscamente y puedan los amos del mercado imponerte el precio más bajo que ellos quieran; precio al que tienes que vender, si no quieres que tu cosecha se te eche a perder por falta de compradores. Una vez que hayan recogido a precios bajos tus cosechas y las de los otros ilusos como tú, entonces, ya sin competidores, volverán a cerrar sus graneros, el precio volverá a ser elevado, y pueblos enteros seguirán muriendo de hambre, a pesar de que solamente tú traes en tu carro lo suficiente para sostener una población entera cómodamente, mientras se llega la otra cosecha.

- ¡Mal rayo me parta por imbécil! -ruge Julián dando tal puñetazo, en su nerviosidad, sobre las ancas de uno de los caballos, que éste se encabrita y quiere arrancar a correr.

Apaciguado el animalito, Julián habla:

- Hermano, veo que tienes razón. Y si yo y los demás obreros que seguimos a Carranza, hubiéramos seguido los consejos que tú y los demás compañeros anarquistas nos dábais antes de partir a la revolución, de no luchar por amos, de no elevar a nadie al poder, sino combatir por la causa justa de Tierra y Libertad, otra sería nuestra suerte, ¡imbécil de mi!

- Nunca es tarde para reconocer el yerro y corregirlo, camarada Julián, -contesta Pedro lleno de gozo-. Aún hay muchas partidas de compañeros y de llamados zapatistas peleando con las armas en la mano contra Carranza y contra todo gobierno. Si te sientes aún con ánimos de combatir, marcha allá, y por dondequiera que vayas, por campos y poblados, cuenta tu historia, que es una prueba palpable de que el trabajador nunca podrá levantar cabeza y llegar a ser realmente libre mientras exista el llamado derecho de propiedad privada, mientras estén en pié el gobierno, el capital y el clero. Toma este ejemplar del Manifiesto del 23 de septiembre de 1911 expedido por la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano; toma estos ejemplares de Regeneración en cuyos artículos hallarás siempre la verdad; leelos detenidamente. En el Manifiesto encontrarás una guía para obrar dentro de la revolución, para provecho del proletariado.

Julián toma, trémulo de emoción, aquellos documentos que antes odiara a muerte, y dice a Pedro por vía de despedida:

- ¡Cuánto bien me ha hecho el encontrarte, Pedro! Hoy soy otro hombre; me siento fuerte, vigoroso, capaz de las empresas más arriesgadas. Siento que la idea ácrata que hoy has hecho enraizar en mi cerebro y en mi corazón, me convierte en gigante, me inyecta nueva sangre y me ennoblece. Dentro de dos semanas estaré en el sur combatiendo contra todo gobierno.

Y en su entusiasmo, irguiendo sus seis pies de estatura y elevando por lo alto su puño cerrado, en hermosa actitud desafiante, gritó a media plaza con tronante voz: ¡Viva Tierra y Libertad!

(De Regeneración, del 4 de diciembre de 1915, N° 215).
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