Indice de Frente al enemigo de Enrique Flores Magón Tu reino concluyó. Canción revolucionaria El timo de la tierraBiblioteca Virtual Antorcha

FRENTE AL ENEMIGO

ENRIQUE FLORES MAGÓN

Recopilación de Chantal López y Omar Cortés

ALTAS FINANZAS



En uno de los suntuosos chalets del Paseo de la Reforma de la ciudad de México, hay fiesta. Don Torcuato Bolsasgordas, uno de los mejores financieros del pats, da un banquete a la flor y nata de la burguesta mexicana. La banca y el comercio, la industria y la agricultura, así como todos los demás ramos de la explotación burguesa tiene ahí dignos representantes en numerosos señores de vientres voluminosos y rostros mofletudos y colorados, de hombres privilegiados que comen buenas viandas y beben excelentes vinos.

La casa deslumbra con los torrentes de luz que salen por sus ventanas, por las cuales también se escapan aromas insitantes que enderezan a ellas las narices de los proletarios que pasan por la calle y a quienes, menos felices, espera un modesto plato de frijoles, algunas mermadas tortillas y un molcajete con chile.

El ir y venir presuroso de los sirvientes, el ruido de la vajilla, el chocar de copas, los coros de risas estrepitosas y los aplausos estruendosos nos demuestran que hemos llegado a la hora del brindis.

Siendo como somos modestos pelados, Don Torcuato no recordó nuestros nombres al escribir sus invitaciones; de ahí que, aunque deseosos de entrar a aquel recinto de la finanza, no tanto por tener el honor de codearnos con aquellos insignes bandidos de frac y de chistera ... sino por conocer el objeto de la reunión, no nos atrevimos a arriesgar la integridad de nuestras narices exponiéndolas a que nos las achaten de un portazo el altivo portero, si queremos introducimos de rondones.

Pero ahí está un frondoso fresno en cuyas ramas que liesan los cristales de esa ventana lateral, podemos hallar abrigo y un palco seguro desde el cual poder ver y oír lo que pasa y se dice adentro.

Hemos trepado aquí a la mejor hora. Una vez pasados los entusiasmos de los brindis, en los que los estómagos voluminosos de los comensales demostraron su gratitud al no menos grueso Don Torcuato, ha llegado el momento de hablar de negocios.

Don Torcuato que por su obesidad, su corta estatura, su cuello deformemente grueso y corto, y por sus ojos saltones, tiene la semejanza de un sapo enorme, se pone de pie; espera a que haya silencio.

- Caballeros, -comienza con voz gruesa, autoritaria y lenta, una vez que el ruido de las sillas que son acomodadas para oír y ver mejor al orador, y que el carraspear de tosecillas discretas y el rintintin de las copas de algunos bebedores rezagados, han cesado-, os he invitado a este banquete para hablaros de asuntos importantes que afectan a la patria; y, con ella, a nosotros.

Tose para tener tiempo de observar el efecto de sus primeras palabras y prosigue:

- Creo inútil, entre nosotros, un mar de diplomacia, de palabras vanas que se presten a interpretaciones dudosas. Siendo todos los que aquí tenemos el honor de estar reunidos, miembros de una misma clase, la directora, la que tiene en su poder la fuerza poderosa ante la cual hasta los reyes se doblegan: la del dinero, y a quienes, por lo mismo, nos ligan intereses idénticos, creo más beneficioso a nuestros intereses que os hable lisa y llanamente: con brutal franqueza, si así queréis llamarlo.

- Con cinismo, -comenta uno de los invitados que va borracho.

Vuelve a clavar la barba en el pecho dejando que los músculos relajados de su cuello permitan a su cabeza balancearse de uno a otro lado. Los demás burgueses, ya viejos y aguerridos en los combates con el licor, lo ven con ojos protectores.

Señores, -continúa impasible Don Torcuato Bolsasgordas-, estamos al borde de un precipicio.

El borracho, queriendo impedir caerse en el precipicio de que habla Don Torcuato, hace un movimiento brusco y rueda por el suelo, en el que procura plácidamente acomodarse a dormir. Hay risas y murmullos. Dos lacayos cargan al beodo hasta su automóvil.

Restablecido el orden, sigue hablando Bolsasgordas:

- Nos acecha la miseria; nos amenaza la necesidad de trabajar con nuestras manos si queremos vivir; de empuñar el pico y la pala para no perecer de hambre. ¡Imagináoslo!

La concurrencia se estremece de horror.

- El destierro, sin dinero, y por lo mismo sin honores ni facilidades, o el hombro con hombro, codo con codo con el peladaje, es lo que nos espera si ...

¡Me cago en Cristo! -interrumpe rugiente un impulsivo burgués ibero-. ¡Antes muerto que eso!

- Permitame Don Robustiano Izaguirarraz que le ruegue que guarde calma, -dice gravemente Bolsasgordas, dirigiendo sus miradas al burgués español-. Sin calma, con arrebatos biliosos, nada se hace.

Reflexiona y sigue:

- Vivimos en otros tiempos. Hace apenas cinco años que un arrebato de cólera nuestro aún era temido. Nuestra servidumbre y nuestros obreros bajaban la vista ante nuestro mirar adusto. Ahora vivimos en otros tiempos. Por desgracia, las teorías disolventes de los magonistas y el ejemplo de éstos y de los zapatistas en la acción, han hallado grandes simpatías y aún numerosos adeptos entre las clases populares; y si queremos triunfar; si nuestros deseos son los naturales de propia conservación, más que de violencias necesitamos usar de argucia. Nuestras caras adustas ya no encajan bien en el medio ambiente actual. El obrero, despertado por esos maldecidos anarquistas, aspira ahora a su independencia económica; quiere ser libre; y una resistencia violenta nuestra acabaria de exasperarlo y hacer que la mayoría, que aún confía llegar a la satisfacción de sus aspiraciones por vías legales, con la intervención de un gobierno paternal, que cándidamente se imaginan aún que pueda existir para ellos, acábase por tomar las medidas radicales, extremas y seguras que los anarquistas les aconsejan: el aniquilamiento del clero, del capital y del gobierno.

Un silencio sepulcral reina en la asamblea. Los rostros, risueños todavía no hace mucho, están graves. Algunas manos crispadas estrujan inconscientemente las carteras por sobre los finos paños de los trajes de etiqueta.

Un ambiente de angustia se siente en el salón. Los antes altivos y orgullosos señores, ahora estén ahí, amilanados unos, terriblemente preocupados los otros.

Aquellos hombres sufren terriblemente, indeciblemente. Porque no hay mayor suplicio para un rico que verse pobre, sin dinero, sin honores ni distinciones, y, lo que es peor, según su modo de pensar, teniendo que rebajarse hasta empuñar una herramienta para ganarse la vida, y que codearse e igualarse con los detestables pelados.

La temperatura tibia del salón parece haberse helado. Gruesas gotas de sudor frío corren por algunas frentes. La mano despiadada de la angustia oprime, hasta lastimar las gargantas de muchos de los oyentes.

La voz de Bolsasgordas se eleva entre aquel silencio, trayendo una ráfaga de esperanza a aquellos corazones.

No todo está perdido, señores, -dice-, en nosotros, en nuestra astucia está el salvarnos. Obremos con cautela, con diplomacia y seremos salvados. El ceño adusto de ayer convirtámoslo ahora en sonrisa; nuestro desagrado por las exigencias de los trabajadores disfracémoslo, hagámoslo aparecer como un deseo inmenso de que la causa del peladaje triunfe; y en vez de ponernos oscos y oponernos a su avance, aparentemos que reconocemos la justicia que les asiste y que estamos dispuestos a sacrificarnos por esos inmundos desarrapados, holgazanes y viciosos que quieren robarnos las fortunas que con tantos sacrificios hemos ganado. Y ellos caerán en la trampa.

Y la caraza de Bolsasgordas refleja maldad, perfidia, odio, doblez y sutilezas de bestia feroz y artera.

Toca el timbre eléctrico para que los lacayos entren a servir licor que humedezca las gargantas que la angustia resecó entre sus oyentes que, lividos, ansiosos de saber cómo salvarse, tienen los cuellos tirantes hacia Don Torcuato, respirando apenas, casi sin atreverse a pestañear.

Voy a desarrollaros mi plan, -prosigue Bolsasgordas, después de secarse cuidadosamente con rico pañuelo de lino, las cerdas que adornan su jeta y que, golosas, se sumergieron primero que los labios en el licor que refrescó la garganta del notable bandido.

- Antes os diré que no he dormido en el asunto, -sigue diciendo Bolsasgordas-. La semana pasada hice viaje de incógnito a Veracruz y hablé sobre lo mismo con Don Venustiano Carranza, que por su posición social elevada y como hombre acaudalado, dueño de extensas haciendas e incontables cabezas de ganado, tiene idénticos intereses a los nuestros que defender. Después de algunas conferencias en las que demostré a Don Venustiano la necesidad de obrar conforme a mis planes, quedó dicho caballero de acuerdo y aún ya ha comenzado a desarrollarlos en la parte legal, que es la que le corresponde, quedando yo encargado de poneros de acuerdo en la parte que a nosotros toca.

Después de una pausa, en la que las cerdas del bigote de Bolsasgordas hacen otra visita al sabroso licor, el vientrudo Don Torcuato continúa:

- El pueblo exige la tierra y por su posesión está dispuesto a luchar hasta vencer o morir. ¡Démosle la tierra!

El español, Don Robustiano Izaguirarraz, echa tal respingo en su sorpresa, que poco faltó para que voltease la mesa sobre los demás comensales a la vez que ruje:

¡Re-monio y recontramonio! ¡Que no doy más! ...

Bolsasgordas, sin parar mientes en la explosión de Don Robustiano, siguió hablando así:

- Pero al dársela, démosela de tal manera que, a la vez que en apariencia beneficie al pueblo, en realidad los beneficios sean para nosotros; que a la vez que parezca que nos desprendemos de la tierra, en realidad ésta no sea pasada a manos del peladaje por completo sino de una manera que más tarde nos permita recogerla y que a la vez nos deje ganancias como nunca hemos soñado obtenerlas.

Pausa, en la que el orador moja otra vez las cerdas.

Por medio, -continúa Don Torcuato-, de un decreto del gobierno, se ordena que todos los terrenos sin cultivar sean dados al pueblo; pero, como es natural, como el gobierno es constitucionalista y, por lo tanto, no puede atropellar el derecho de propiedad privada, decreta también que los actuales dueños de la tierra sean reembolsados por el Tesoro Público del valor de dichas tierras: con lo que desde luego hacemos el primer negocio, vendiendo a buen precio las tierras incultivables a las que hasta hoy no hemos podido hallar comprador.

El hermano de los de Boston, Don Robustiano Izaguirarraz, aprueba ahora estrepitosamente las palabras de Don Torcuato, y en el fondo de sus ojillos brilla la codicia.

- La tierra pasa a manos de los trabajadores; nosotros recibimos por ella el precio que a nuestros intereses convenga señalar, y entonces se nos presenta un segundo negocio. Los nuevos terratenientes son unos pelados. ¿Con qué dinero pueden adquirir aperos, bestias, granos y cuanto es necesario para cultivar sus tierras? ¿Con qué dinero pueden hacer las obras de irrigación necesarias en los terrenos áridos que vendamos, cuando no tienen ni siquiera las tres cuartillas que cuesta levantar los inmundos tugurios que les sirven de albergue?

Tendrán que recurrir a los que tenemos dinero. Pero, no siendo juicioso que salgamos al frente, que enseñemos la cara, porque eso sería tanto como descubrir nuestro juego, obtenemos que el gobierno funde un Banco Agrícola, del cual, naturalmente seremos los directores y principales accionistas ocultando nuestros nbmbres bajo la razón social del banco. De esa manera, nosotros seremos quienes presten el dinero a los labriegos para que cultiven sus tierras, cuyas tierras, como es de toda ley quedarán hipotecadas al banco, es decir a nosotros, y las que el banco, nosotros, podrá tomar en el futuro como pago de la deuda no satisfecha. De esa manera, tendremos la tierra de vuelta y habremos hecho varios negocios en uno solo: habremos vendido a buen precio las tierras improductivas que ahora tenemos; habremos ganado los reditos del dinero que hayamos prestado por medio del Banco Agrícola, dinero que sacamos a los imbéciles proletarios puesto que es el que nos pagó el Tesoro Público; habremos obtenido nuestras tierras de vuelta, y, finalmente, al volver esas tierras a nuestro poder por falta de pago, volverán, fijaos en esto, volverán ya beneficiadas, con obras de irrigación ya construidas; y aún con las bestias y aperos compradas por los ilusos que creyeron poder conquistar la tierra por los medios legales. En una palabra, después de haber hecho tan buenos negocios, recogeremos nuestras tierras con su valor cinco o seis veces mayor. Así, habremos salvado nuestras vidas; nos habremos salvado del pico y la pala, y también habremos hecho negocio redondo.

- ¿Pero quién nos asegura que esos pelados falten al pago del dinero que les prestemos? -Inquirió alguien.

En nuestras manos está lograrlo, -replicó Bolsasgordas-. Nosotros tendremos a nuestra disposición los medios para hacerlo. Como la mayoria de los revolucionarios aún creen imbecilmente en la necesidad del gobierno y, por consiguiente dejan en pie todas nuestras instituciones, nosotros seguiremos siendo los dueños de los destinos del pueblo. El gobierno, por nuestra insinuación, y bajo varios pretextos, aumentará toda clase de contribuciones que, a la vez que aumentarán el Tesoro Público, servirán para hacer más dificil la condición del pueblo. Nosotros, por nuestra parte, teniendo poder sobre el mercado y la Bolsa, pagaremos a los nuevos terratenientes los precios bajos que se nos antoje por los artículos que produzcan; artículos que se verán forzados a vendernos porque tendremos acaparado el mercado y no hallarán otros compradores; y esta medida nuestra aumentará la miseria del pueblo. Entonces el pueblo, miserable, muerto de hambre, entregado en nuestras manos, no tendrá más remedio que doblar la cerviz y dejarse despojar nuevamente de las tierras que, como he dicho antes, las recibiremos entonces con su valor aumentado prodigiosamente, porque esos terrenos áridos que ahora cedamos nos volverán con beneficios. Y para impedir que el pueblo se rebele nuevamente, diré por via de conclusión, mientras que esté entusiasmado beneficiándonos la tierra que cree ya suya para siempre, nosotros nos aprovecharemos para fortalecer el ejército y demás defensas nacionales; de dar prestigio al nuevo gobierno por medio de nuestra prensa; de exterminar en la sombra a cuanto criminal anarquista nos continúe haciendo obra de obstruccionista; de aumentar el número de iglesias y de las escuelas oficiales; e ir poco a poco desvirtuando el medio ambiente revolucionario que ahora existe, hasta que, cuando el pueblo comprenda el engaño de que ha sido objeto, y que nuestro gobierno, representado dignamente por el señor Carranza, ha simulado radicalismos no sentidos, y quiera alguien rebelarse, ya entonces el gobierno estará sólidamente cimentado y tendrá fuerza suficiente para sofocar toda intentona. Obrando conforme a mi plan nuestro reino estará salvado.

La concurrencia, entusiasmada, se pone en pie. Todos se disputan el honor de estrechar la mano de aquel hombre de cerebro prodigioso que ha desarrollado un plan tan ingenioso que hará, de seguro se imaginan, un buen resultado, porque nadie más que los escogidos lo han oido, y, por consiguiente, nadie dará aviso a los proletarios para que no confien en Venustiano Carranza, ni en cualquier otro gobierno.

Pero nosotros, que afortunadamente hemos sorprendido el secreto, nos apresuramos a bajar del frondoso fresno en que hallamos abrigo, y corremos a ponerlo bajo el dominio público en estas columnas, aconsejando a nuestros hermanos de clase que si desean realmente ser libres y felices, no confien en gobierno alguno, aunque dé tierras, dizque a bajos precios y plazos cómodos, o pretenda ser radical, sino que siga luchando con el arma en la mano hasta que logre tomar posesión de todo para todos, conforme a los principios del Partido Liberal Mexicano condensados en el Manifiesto del 23 de septiembre de 1911; hasta que logre extirpar de la región mexicana el más leve rastro de la autoridad, del capital y del clero.

((De Regeneración, del 27 de noviembre de 1915, N° 214).
Indice de Frente al enemigo de Enrique Flores Magón Tu reino concluyó. Canción revolucionaria El timo de la tierraBiblioteca Virtual Antorcha