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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.

Leavenworth, Kansas.

Marzo 8 de 1921.

Srita. Elena White.

Nueva York, N. Y.

Mi querida camarada:

Por fin llego a mis manos tu querida carta del 3 de este mes. No sé si debo culpar por la demora a la melancolía de que me hablas, o a otra causa.

El poema que copiaste para mí, es bueno; pero, mi inspirada poetiza, tu escribes mejor. ¿Por qué? Porque sientes la poesía. No dejo de comprender que lo que dice el escritor del poema es cierto; pero carece de ese algo alusivo que hace que una palabra o un grupo de palabras estremesca nuestro ser y se graben en nosotros para siempre. ¿O será que mi gusto estético está ya cansado? Esta duda me asalta al ver tus alabanzas al poema. Tu talento es claro; tu gusto, puro y fresco; y finalmente, sientes ... sientes ... ¡Oh, estoy perdiendo el buen gusto! No puedes estar engañada. Ese poema se ha apoderado de la carne y del cerebro de una sensitiva, y, sin embargo, no altera mi pulso en lo más mínimo. ¡Qué tristeza! ¡Qué triste es no sentir contigo ... ! Mi gusto va degenerando ... Pero entonces, ¿cómo es que amo tu poesía, que siento tu poesía, tu poesía tan pura como puro es tu corazón? ¡Cómo recuerdo esa nube rosada que pasa ... que tu viste cuando estabas abrumada por la melancolía ... ¡Esa es poesía!; ella conmovió mi corazón, y actualmente palpita bajo la excitación de la misma emoción siempre que recuerdo la felíz imagen que tu delicado temperamento hizo brillar en tu cerebro. ¡Oh, mi querida Elena!, estoy tan apesadumbrado porque no puedo sentir contigo en esta ocasión la belleza que encontraste en el poema del señor Southworth, Aspiración; y tanto que te molestaste en transcribírmelo. Pero no te disgustes conmigo; si no siento la poesía en Aspiración, tu generosidad en enviármela llena mi corazón de una emoción poética ... porque poético fue tu impulso, y éste, el impulso, es lo que me satisface y alientas lo que hace a uno bueno, la bondad es infecciosa ... la bondad es contagiosa ... Tu pensaste: Aspiración le proporcionará una emoción estética; Aspiración no me la produjo, pero tu intención sí ... Gracias mil veces, gracias, gracias.

Sí, marzo ha llegado, y con él una esperanza de días calientes. Es un mes memorable ciertamente, lleno de gloriosos recuerdos, ¿ay! y de funestos también. ¿No fue marzo de 1918 el mes que presenció la rotura de mis alas, para que yo no pudiera volver más y tuviera qué arrastrarme bajo los pies de los hombres y de las bestias? ¿Tengo que denunciar este infausto hecho al de otro modo egregio mes? ¿Te ríes de mi megalomanía? Riete, mi buena camarada; preferiría verte reir aun a costa mía, que bajo las garras de esa malvada melancolía. Sí, marzo presenció la humillación de mi alma. Después de tres años, aún permanece sobre mis espaldas la mancha que imprimió en ella la mano del jefe de policía que me arrestó, como para indicar que ya no era un hombre, sino una cosa perteneciente al Estado; aún me quema. Soy un hombre de la selva, un hijo de la naturaleza; de esta suerte, resiento cualquier ataque que se haga a mi libertad. Mi alma se anima aún con el soplo de las montañas que presenciaron mi advenimiento a la vida, un soplo saludable, un soplo puro. Por esto es que amo la justicia y la belleza. Y cuando en aquel memorable marzo me arrastraron a una jaula de hierro, se trató de ahogar en mí el hálito de las montañas, el soplo de la fiera independencia. Ellos no comprenden que él existe en lo más profundo de mi ser, que es mi misma existencia. Quizá el que por primera vez gritó: ¡dadme la libertad o dadme la muerte!, era también un hijo de las montañas, porque puedo reconocer en ese grito extraordinario el rugido de sus poderosas tempestades. Marzo es en verdad memorable, auinque en diferentes sentidos: algunas veces, por un gesto de rebelión que llenó de terror tanto a los corazones de los opresores como de los oprimidos; y otras veces por el lanzamiento de un alma amante de la libertad a un agujero obscuro, para que se pudra y se muera.

Pero debo detenerme, tengo que detenerme. Si siquiera mi catarro se detuviera también en sus visitas no interrumpidas y esa melancolía diese una tregua a tu hermosa alma ... Esperemos lo mejor, y ahora, ¡adios!, mi querida Elena. Da mis recuerdos a todos los camaradas, incluyendo naturalmente a mi querida Erma, por quien siento tanto afecto; es tan candorosa y tan sincera. En cuanto a tí, Elena, te envío el gran cariño de camarada.

Ricardo Flores Magón


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