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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.

Leavenworth, Kansas.

Marzo 22 de 1921.

Señorita Elena White.

Nueva York, N. Y.

Mi querida camarada:

Sí, lo comprendo; si no es imposible, si es muy dificil para ti escribirme más a menudo. No eres dueña de tu tiempo. perdóname si alguna vez te sugerí que me escribieras con frecuencia. Soy olvidadizo, egoísta y cruel como un niño. El infante pide lo que desea, sin ponerse a considerar si la satisfacción de su deseo puede ocasionar penas o molestias a los demás. pero en ese caso el infante sólo es un infante, mientras que yo ... Aquí fue cuando tuve necesidad de una de esas carcajadas tuyas para despertarme a la realidad.

Dices que puede ser que haya aún alguna esperanza para mí, de ser puesto en libertad. No lo veo, mi buena Elena; todo indica que ya no hay esperanza. Acabo de recibir del señor Weinberger copia de una respuesta que le dió el Procurador General respecto a mi causa, considerada desde el punto de vista de mi enfermedad. la lectura de la respuesta me hizo sonreir; la esencia de la respuesta está contenida en esto: Ciertamente, Magón está enfermo; pero todavía puede vivir unos cuantos años más y, por tanto, necesita pagar a la justicia siquiera esos cuantos años.

El señor Weinberger dice que está tratando de obtener una cita para ver al Procurador General. Aprecio los esfuerzos del señor Weinberger para obtener mi libertad; pero no veo cómo podría tener éxito cuando existe la determinación de conservarme aquí. El Procurador General no menciona para nada el informe rendido por el médico de la prisión de la Isla de McNeil al Departamento de Justicia en 1918, respecto a que estoy enfermo de diabetes y de reumatismo; es cierto que mi orina fue examinada aquí, en septiembre de 1920, y en el informe dado el 13 del mismo mes, la orina aparece normal; pero, ¿puede esto tomarse como una prueba de que mi enfermedad ha sido curada? Cualquier médico puede decir que la diabetes es una enfermedad incurable. Las emisiones de azucar en la orina pueden desaparecer temporalmente en esta extraña enfermedad; pero la enfermedad permanece exactamente la misma. Esta baja presión de mi sangre, esta condición anémica de la mía, de la cual informa mi médico actual el 13 de septiembre de 1920, ¿no pueden ser causadas por la diabetes? ¿Y qué decir del reumatismo que aún me atormenta y este eterno catarro, del que nunca puedo aliviarme? Te ruego informes al señor Weinberger de todo esto, mi buena Elena, no para que él pueda argumentar con el Procurador General a mi favor, porque todo argumento es inútil cuando hay una determinación sorda a la razón, sino con el fin de que mis amigos sepan la verdad. Como ves, no solamente estoy perdiendo la vista, sino que estoy atacado de otras enfermedades. Mi espíritu, sin embargo, está altivo; no estoy deprimido en lo más mínimo, aunque sé que tengo que morir aquí, dentro de los muros de la prisión. Soy un águila caída en el pantano; mis alas están rotas para siempre para no poder dejar esta antesala de la muerte. Pero tengo otras alas que nadie podrá romper y me remonto, me remonto, me remonto, y desde mi elevado sitio veo el fracaso de los que quisieron destruir mis opiniones... Pero pasemos a otro asunto más agradable.

Estoy disgustado con esta horrible carta que te estoy escribiendo sobre enfermedades y otras miserias humanas, tan poco a propósito para ser mencionadas en lo que debería ser una contestación a las hermosas y poéticas concepciones expresadas en tu querida carta del 13 de este mes.

Conseguiste, querida camarada, apoderarte del esplendor de ese día de primavera para enviármelo. Toda la carta es el encanto sublime de una primavera a través de tu temperamento exquisito ... Sin embargo, te quejas de no ser una artista. ¡Ingrata criatura! Quisiera la madre naturaleza ser indulgente con esta hija suya, tan descontentadiza, hasta negarle lo que ella tan generosamente le concedió: temperamento artístico. Eres una artista, Elena; de otra manera no habrías podido coger e incluir en una carta el encanto de una hora. ¿No están en estas apretadas líneas que tengo al frente, los rayos de oro que te rodeaban a la vez que me escribías? Si no, ¿qué es lo que brilla en ellas y alegra el corazón como una amistosa sonrisa? Y esas palabras, ¿pretendes hacerme creer que no son dulces por sí mismas, sino porque empapaste tu pluma en el azul para trazarlas? ¡Y dices que no eres artista!; quizá no lo sabes. ¿Tiene la flor conciencia de su perfume y de su belleza? Pero, ¡he aqui!, el espacio que me queda se está haciendo corto. ¡Cuánto remordimiento siento haberlo gastado con la prosa de mis enfermedades ...! Te prometo no volverlo hacer otra vez para no deshonrar más estas dos páginas con asunto tan horrible. Tu claridad de sol debe ser correspondida con otra claridad de sol. Y ahora, ¡adios! ya es tiempo para mi de ir a la cama para ser libre. Mientras duermo, soy libre. ¡Oh noche bendita!

¿Que tu carta es larga? ¡No, no, no!; pero ahora que me has dicho lo dificil que te es escribir porque no eres dueña de tu tiempo, no quiero ser exigente. Escribe siempre que puedas, y corto, sin ningún sacrificio, no obstante que tus cartas largas me hacen tanto bien ... Envío mi cariño a nuestra Erma, a todos los buenos camaradas y a tí.

Ricardo Flores Magón


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