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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.

Leavenworth, Kansas.

Abril 5 de 1921.

Señorita Elena White.

Nueva York, N. Y.

Mi querida camarada:

Tu querida carta del 29 de marzo es hermosa, conmovedora e interesante. Sin embargo, no participo del todo de ese olímpico desprecio que tienes para las palabras ... ¡Criatura ingrata! ¿No fueron las palabras con una significación sagrada las que penetraron furtivamente en tu cerebro privilegiado, y encendieron en él el ideal que ahora te impulsa a obrar? ¿Piensas que la bastilla fue convertida en un montón de escombros por la falta de arrojo de las chusmas de París? No; ella fue aplastada bajo de una montaña de palabras acumuladas pacientemente en cien años de incesante predicación. Comprendo tu impaciencia, mi buena Elena, impaciencia que te conduce a empequeñecer el poder de las palabras. ¿Acaso tuvieron alguna vez los jóvenes de América algún deseo de participar en la última vergüenza europea? No, pero un díluvio de palabras los arrojaron al otro lado del mar, y encendieron en sus gargantas una sed de sangre, de la sangre de hombres a quienes jamás habían visto antes ... Las palabras son poderosas. El primer paso de toda tiranía se dirige en contra de la libertad de hablar, porque la tiranía sabe que las palabras son la acción en la potencialidad. El primer deber del vasallo es callar: No murmures, dice el maestro. ¡Silencio!, grita el déspota

La educación es una de nuestras grandes tareas, y necesitamos palabras, palabras y más palabras. No es necesario creerse uno artista para intentar la tarea; lo que se necesita es expresar con sinceridad lo que se siente y se piensa, de modo de infectar a los demás con el mismo sentimiento y pensamiento. El que lleva a cabo esto, es un artista, por imperfecta que sea la ejecución de las palabras.

Dices que no eres una artista. Entonces, ¿cómo es que me contagias con tus diferentes modos de ser? Y si me contagias a mí, ¿cómo no podrías contagiar a otras muchas gentes con esa pasión formidable por la libertad que rabia en tu pecho generoso? Me siento realmente desalentado cuando jóvenes dotados con poderes excepcionales dejan caer sus brazos declarándose impotentes. Dices que quisieras hacer algo; sin embargo, cuando te enfrentas con la cosa misma que hay que hacer para que nuestros acariciados sueños cristalicen, doblas los brazos con cierto fatalismo oriental, e inclinas la cabeza suspirando: No lo puedo hacer, no soy artista ¿Qué clase de vocablo necesitas poseer para que te creas una artista? Por las cartas que me has escrito durante estos últimos siete u ocho meses, he venido a convencerme de que estoy en correspondencia con una artista, y una de las exquisitas. Por supuesto que eres sumamente modesta, y respeto tus sentimientos, mi querida camarada; pero te suplico que no mimes esa modestia hasta el punto de dejarla que te domine y que te encadene tan efectivamente como lo hace la verdadera impotencia. Necesitas tener confianza en ti misma, Elena. ¡Confía en tí! Y ahora, a otro asunto.

Por cartas que he recibido de varios camaradas, veo que existe la creencia de que estoy recibiendo dinero de México. Esta creencia viene del hecho de que hace unos cuatro o cinco meses, la Cámara de Diputados de la ciudad de México votó una pensión de dos pesos diarios en mi favor por el tiempo que tenga que permanecer en la prisión. Cuando se me notificó tal acción, rehusé aceptar la pensión; de modo que no he recibido ni un solo centavo. Cuando rehusé el dinero manifesté con toda claridad que no podía aceptarlo porque era sacado de la bolsa del pueblo por medio de impuestos, y por consiguiente no me sentí con derecho de disponer de un dinero que no es donado voluntariamente por las masas. Te digo esto porque tal vez tu también pudieses saber de tal pensión.

Tampoco tengo fe en una pronta libertad, mi buena Elena; pero el tiempo pasa y no pasa en vano. Hay algo en el aire que me hace sentir la inminencia de grandes acontecimientos, y por esto, mientras no tenga fe en que alguna vez me pongan en libertad, estoy casi seguro de un gran futuro para el ser humano. Lo que ayer era desaliento, se cambia hoy en resolución. Hasta en las razas orientales, cuyo amor por la libertad permanece enterrado bajo el polvo acumulado por miles de años de resignación, sopla un aliento del espíritu de protesta que ahora invade al mundo. El dios Capital muere desangrado después de su última loca aventura - es un claro caso de suicidio - y escucho el rumor de la azada que cava la fosa donde una humanidad descontenta le arrojará a puntapiés. El momento es solemne. El melodrama está a punto de terminar en tragedia. Puedo ver el harapo ya enarbolado como una insignia de la justicia, y envolviendo a todos los desgraciados de la Tierra. Por haber previsto este cataclismo hace tres años, fuí condenado a pasar en la prisión los días que me quedan de vida, aunque ello viene como un resultado de la estupidez de los de arriba.

Por no tener más espacio suspendo mis reflexiones, y cierro esta carta con mi cariño y buenos deseos para Erma, a todos los buenos camaradas y para ti, mi buena Elena.

Ricardo Flores Magón


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