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Penitenciaría Federal de los Estados Unidos.

Leavenworth, Kansas.

Abril 18 de 1922.

Señorita Elena White.

Nueva York, N. Y.

Mi querida camarada:

Antes de referirme a tu querida carta del 7 de este mes, que como todas las tuyas es encantadora y alentadora, tengo que molestarte con otro mensaje para el señor Weinberger, de quien he recibido varias comunicaciones, habiéndome llegado ayer la última. Veo que se ha dicho la última palabra sobre mi salud en el Departamento de Justicia, cuando se asienta que: no hay ninguna evidencia de mala salud en mi persona. Sin pretender que estoy atacado de tuberculosis, insisto todavía en manifestar que mi salud no es buena, y los síntomas en que baso mi convicción son demasiado evidentes: la tos constante y algunas veces hasta con esputos de sangre, lo que no sucedía en febrero último; dolor contínuo en el interior, hacia el costado izquierdo, a la altura del corazón; desde hace una semana la dolencia continúa en los riñones, lo cual me hace creer que es consecuencia de la diabetes que padezco. ¿Son éstos síntomas indicadores de buena salud? Se expuso que ningún vacilo de tuberculosis fue encontrado en los esputos, y espero que esto sea cierto; pero debe existir otro bacilo que produce el esputo y aun me hace arrojar sangre, como lo refiero antes, y este bacilo, cuya naturaleza no ha sido todavía mencionada, puede conducir a la tuberculosis; ¿un simple resfriado no puede transformarse en tuberculosis cuando se descuida? Pero a pesar de todo lo que pueda decirse respecto a mi buena salud, en el Archivo del Departamento de Justicia debe existir el Informe dado por el médico de la Penitenciaría de la isla de McNeil a fines de 1918, respecto a que padezco diabetes y reumatismo, y la diabetes es considerada como una enfermedad incurable. ¿Cómo puede asentarse que disfruto de buena salud? En cuanto a las cataratas, ¿no constituyen una enferemedad? Agradezco mucho al señor Weinberger todo cuanto ha hecho por mi.

Ahora me refiero a tu carta, querida camarada. ¡Qué interesante está! Sí, puedo leer, ¿no te he dicho que tengo un lente poderoso para leer? Con ayuda de mi lente escribo también. La única molestia que experimento es no tener los libros que me gustan más: tú sabes a qué clase aludo. No teniendo a mano los libros que mi corazón anhela y con el propósito de domar este brusco frenesí por la belleza que me domina, me engolfo en estudios filosóficos, pero sin resultado; porque tan pronto como cierro el libro, viene la sed que el negruzco océano de la filosofía no podría apaciguar. Esta sed de la palabra que se estremece con la vida; esta angustia por el color y la línea y la proporción trasmitidas al verbo, en la maravillosa alquimia del cerebro; esta ansia por el vocablo palpitante de entusiasmo, trepidando con cólera, destilando envidia, celos o rencor, o brillando gloriosamente con el fuego del amor ... Privado de la vida, trato ansiosamente de encontrarla bajo la única forma accesible para mí: la palabra; pero no puedo reconocerla en la mayor parte de las miriadas de volúmenes con que las masas alimentan su cerebro, y me estremezco a la vista de la gente que busca febrilmente esta especie de literatura, como me estremecería a la vista de un hombre que llevase a sus labios ansiosos una copa de veneno ... Porque no es la vida la que alienta en ella, sino la muerte, y por lo tanto, mi querida amiga, mi sed no se apaga.

¡Cuán trágica fue la suerte de la querida joven camarada de quien me hablas, y tu conclusión ante el espantoso acontecimiento es de lo más pertinente! Se necesita obrar, se necesita trabajar continuamente, pues no sabemos cuándo tendremos que acabar ...; estas palabras, tan naturalmente expresadas, te retratan, mi querida Elena; no temes morir, sino no hacer lo que quieres hacer ... Y pensar que la joven camarada difunta debe haber tenido los mismos pensamientos ... ¡Qué desgracia! ¿Quién sabe lo que ella no podría haber hecho? Tenía ante ella toda una vida, y no pudo saborearla; tenía sus sueños, y no pudo realizarlos. El ideal ha perdido una buena obrera, y lo siento por ella y por el ideal. Y también me entristezco por el rebaño ignorante, que no comprende lo que esta pérdida significa para la humanidad.

Veo con horror que solamente dispongo de unas cuantas líneas más. Tengo una carta de nuestra querida Erma, la cual contestaré hasta la semana próxima, pues tengo varias cartas sin contestar. Es exasperante no poder escribir todas las cartas que uno necesita contestar pronto. Tres cartas a la semana es lo más que se permite a uno escribir, y cada una debe escribirse en una sola hoja de papel. ¡Cuánto ambiciono ser libre para poder escribir tanto tiempo como tenga ganas de hacerlo! Escribir es un placer para mí y estoy privado de este placer. Tengo que cerrar esta carta, mi buena amiga, entristecido por este presente dominio de restricciones, de coerciones; pero lleno de esperanza para un futuro de libertad, en el que el hombre sea capaz de comunicar sus pensamientos y sus sentimientos como lo piense mejor. Tu perteneces a ese futuro y yo te felicito de la manera más cordial, mi buena y generosa Elena.

Con mis mejores deseos y cariño para Erma, para los demás camaradas y para tí particularmente.

Tu camarada.

Ricardo Flores Magón


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