Índice de Elecciones y anarquismo de Saverio Merlino y Errico MalatestaAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

El espectro de la reacción

Merlino quiere enmendar los errores pasados, surgiendo hoy en defensa del parlamentarismo.

Esta vez nos agita delante el espectro de la reacción.

Los clericales, los borbónicos partidarios del golpe de Estado, dice, combaten las instituciones parlamentarias para retornar al absolutismo: por tanto, unámonos para defender aquellas instituciones que, por malas que sean, son siempre mejores que los gobiernos absolutos.

El argumento no es nuevo. Por miedo a Crispi, Cavallotti y los demás democráticos de su ralea apoyaron a Di Rudini, y no está bien claro si no lo apoyan todavía; por miedo a los clericales tantos liberales han defendido a Crispi ...

¿Por qué no podemos defender a la monarquía saboyana, que los curas quieren abatir o por lo menos expulsar de Roma? De la monarquía -diremos, parafraseando a Merlino- se tiene razón en decir todo el mal posible; pero lo cierto es que ella es mejor que el gobierno de los curas.

Con esta lógica se puede llegar lejos: dado que no hay institución reaccionaria, nociva, absurda, que no encuentre quien la combata a fin de sustituirla por otra peor. Más bien sería necesario que no hubiese ni anarquistas, ni socialistas, ni republicanos (salvo en los países donde existe la República) y nos convirtiésemos todos en conservadores ... para salvarnos del peligro de volver atrás. O bien, seria necesario que los republicanos defendieran la monarquía constitucional por temor de ver volver a los austriacos y al Papa-rey; que los socialistas defendieran a la burguesía para garantizarse contra una vuelta al medievo; que los anarquistas hicieran la apología del gobierno parlamentario por miedo al absolutismo.

¡Oh! ¡Qué bicoca para los que detentan el poder político y económico!

Pero estamos demasiado habituados a estas insidias para quedar presos en ellas.

Cuando surgió la Internacional, vale decir que cuando el socialismo comenzó a convertirse en partido popular y militante, los liberales y los republicanos gritaron que hacía el juego a los intereses del imperio, de Bismarck o de otras monarquías; cuando en Inglaterra los obreros comenzaron a constituirse en partido independiente, los liberales dijeron que estaban pagados por los conservadores, y así siempre, cuando una idea más avanzada ha venido a estropear los huevos en el canasto a aquellos que estaban en el poder. Hoy todavía, cuando los socialistas legalistas votan por uno de ellos y los anarquistas predican la abstención electoral, los democráticos y los republicanos suelen decir que se favorece indirectamente al candidato del gobierno: lo que puede realmente ser a veces el efecto inmediato de la intransigencia electoral de los unos y del abstencionismo de los otros, pero no es razón suficiente para renunciar a la propaganda de las propias ideas y al porvenir del propio partido.

Los reaccionarios se aprovechan de la corrupción, de la impotencia parlamentaria para levantar la bandera del clericalismo y del absolutismo; es verdad.

¿Pero querría por esto Merlino que nos pusiéramos a intentar esta tan imposible tarea cuanto contraria a nuestras convícciones y a nuestros intereses de partido, de salvar al parlamento del desprecio y del odio popular?

Entonces sí que el pueblo, viendo que el parlamento no tiene otros enemigos que los reaccionarios, se arrojaría enteramente en sus brazos. Si Boulanger en Francia pudo convertirse en un peligro serio, fue porque los anarquistas eran pocos, y la masa de los socialistas, siendo parlamentaristas, participaban del descrédito en que el parlamentarismo ha caído justamente.

Nuestra misión en cambio es la de mostrar al pueblo que, dado que el gobierno parlamentario, tan maléfico como es, es sin embargo la menos mala de las formas posibles de gobierno, el remedio no está entonces en cambiar de gobierno sino en abolir el gobierno.

Por otra parte, el mejor medio de salvarse del peligro del retorno al pasado es el de convertir al futuro cada vez más amenazador para los conservadores y para los reaccionarios.

Si en Italia no hubiese republicanos, socialistas y anarquistas, un golpe de Estado habría ya desbandado a este conjunto de diputados, por poca que sea la incomodidad que procuren a los ministros; y los clericales serían mucho más audaces si la existencia de los partidos avanzados no les hiciese temer que una oleada popular echaría por los aires, con las demás cosas, a toda la jauría vaticanista. No existirían monarquías constitucionales si los reyes no tuvieran miedo de la República; en Francia no habría República si la Comuna de París no hubiese dado que pensar a los partidarios de la restauración; y si en Italia alguna vez se hace una República, será cuando la amenaza creciente del socialismo y del anarquismo induzca a la burguesía a intentar ese último medio para ilusionar y frenar al pueblo.

Pero todo lo dicho es quizás inútil para Merlino. El peligro reaccionario es para él simplemente una ocasión y un pretexto para defender el parlamentarismo, no como un mal menor, sino como una institución necesaria a la sociedad.

Concluye en efecto que el sistema parlamentario es malo porque es poco parlamentario ... y que es necesario perfeccionar el sistema, no destruirlo.

Esto nos llevaría a hacer la crítica del sistema parlamentario en sí y a demostrar que los malos efectos que produce no dependen de abusos y errores accidentales, sino de la naturaleza del sistema. Pero Merlino se contenta con afirmar sin aducir razones, y a nosotros el espacio no nos consiente esta vez volver sobre la cuestión que ya hemos tratado muchas veces.

Merlino, más allá del referido peligro, tiene otro argumento en favor del parlamentarismo, y este es ad homines, esto es, dirigido especialmente a los anarquistas como individuos.

Los compañeros cofinados, dice él, denuncian a otros los abusos de que son víctimas y estarían muy felices si sus lamentos encontrasen al menos un eco en el parlamento; y le parece que ésta sea una incoherencia con su profesión de fe antiparlamentaria.

Y bien, esto, cuando sucede, podría a la sumo demostrar que los hombres cuando sufren o son solicitados por una necesidad o una pasión, están sujetos a anteponer el interés inmediato a la ventaja general de la causa, y a cometer incoherencias. Y de este género de incoherencias Merlino encontrará cuantas quiera en nosotros, en él mismo y en todos aquellos que tienen aspiraciones e ideales en contradicción con el ambiente en que están constreñidos a vívír. Nosotros no creemos en la justicia de los jueces y combatimos el ordenamiento judicial en su principio y en sus formas; sin embargo cuando nos encarcelan nos defendemos, apelamos y nos valemos de todos los artilugios de procedimiento que nos permitan salir. No admitimos las leyes, y mandamos nuestros diarios al registro y a menudo estudiamos la frase para huir a las armas del fisco. No admitimos el salario y trabajamos por un salario. No admitimos la propiedad privada y estamos contentos cuando tenemos algo; no admitimos la competencia comercial y debatimos el precio de las cosas que compramos o vendemos ... y podemos continuar hasta el infinito.

¿Pero es cierto que esta contradicción entre el ideal y el hecho es efecto de incoherencia y debilidad de carácter?

Merlino no creerá, esperemos (¡qué diablos, hace tan poco que nos ha dejado!) que somos revolucionarios místicos, a la manera de aquellos sectarios rusos que, convencidos de que el sello es la firma del diablo, como en Rusia no se puede vívír y moverse sin tener en el bolsillo el pasaporte con el correspondiente sello, antes de tocar el diabólico documento, se refugian en las selvas y se condenan voluntariamente a una esclavítud peor que aquella que les impondria el gobierno.

Toda institución, por mala que sea, contiene en sí un cierto lado bueno, un cierto correctivo, que limita sus malos efectos; y nosotros nos volveríamos la vída imposible y serviríamos los intereses de nuestros enemigos si, constreñidos a sufrir todo el mal de las instituciones, no intentáramos aprovechar el poco bien relativo que se puede obtener de ellas. Pero no por esto podemos considerarnos empeñados en defender aquellas instituciones y dejar de hacer todo la posible para desacreditarlas y abatirlas.

La sociedad, por ejemplo, con su mala organización crea los malhechores y el gobierno nos impide llevar armas o proceder de otra manera a nuestra defensa. Por tanto, si somos atacados de noche y no nos podemos defender, naturalmente estaremos contentos si aparecen dos carabineros para liberarnos y no les diremos, como la mujer de Sganarello, que estamos contentos de ser agredidos. Pero no por esto nos haremos amigos de los carabineros y haremos prácticas para entrar en ese grupo.

Las autoridades municipales han monopolizado los servicios públicos y con la excusa de estos servicios nos oprimen con los impuestos. No podemos pagar los impuestos y luego estar indiferentes a lo que hace el municipio, esperando el día en que el pueblo pueda cuidar por sí mismo de sus intereses; y por esto gritamos e intentamos provocar la indignación popular cuando el municipio por estúpida imprudencia y sórdida avaricia deja inundar Ancona y tiene una biblioteca en tales condiciones que no sirve a nadie.

Así sucede con el parlamento. Se ha arrogado el derecho de hacer las leyes y nosotros, que de las leyes somos las víctimas, debemos por fuerza contar con él si queremos que estas leyes, en tanto haya leyes, sean lo menos opresivas que sea posible.

Pero como no creemos en la buena voluntad de los diputados y como aspiramos a la abolición tanto del parlamento, como de todo otro gobierno, no nos proponemos nombrar buenos diputados, sino presionar sobre aquéllos que hay, sean cuales sean, agitando al pueblo y metiéndoles miedo. Y cuando falte una eficaz agitación popular, haremos todavía presión sobre cada diputado para que eche en cara al gobierno sus abusos, pero lo haremos porque, o ellos se prestarán a nuestros deseos o no se prestarán y se verá su mala voluntad.

Que se tranquilice Merlino, si tanto le aflige nuestra incoherencia. Nosotros nos alegarmos si algún diputado echa en cara a los ministros su infamia; pero no dejamos por ello de considerar al parlamento responsable de lo que hace el gobierno, dado que si él quisiera el ministerio debería obedecer; ni cesamos de tener a ningún diputado en la mala estima que merece quien aprovecha la ignorancia y el borreguismo de los electores para hacerse delegar un poder que no puede resultar sino en daño del pueblo.

Malatesta

De, L´Agitazione, del 11 de noviembre de 1897.

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