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El peligro

Notemos el hecho, que es sintomático: en el país y en la prensa la corriente antiparlamentaria crece. Se va abriendo camino la idea de que sin el parlamento se estaría mejor.

Pero se va abriendo camino -incluso esto es notorio- entre la parte más reaccionaria del país y de la prensa. Incluso en las comisarías del reino se habla mal del sistema parlamentario. ¡Y se comprende! Si no hubiese parlamento la policía no debería rendir cuentas de sus gestas sino al ministro del Interior. Y entonces ... ¡mano libre!

Que estén, por tanto, nuestros amigos en guardia contra el peligro que aparece. En un país vecino más fácil a las mudanzas políticas, a estas horas quizás habríamos tenido un golpe de mano imperialista o napoleónico. En Italia no se ha abolido ni se abolirá el parlamento, ni se lo degrada oficialmente de momento; pero se lo desautoriza poco a poco, lo cual es lo mismo. La gente primero lo aborrece, después lo mira con indiferencia y termina por volverle la espalda.

Clericales, borbónicos y otros partidarios de los regímenes ultramontanos de una parte, anarquistas y otros socialistas de la otra, ayudan a la demolición, creyendo combatir al gobierno, y no se dan cuenta de que lo hacen omnipotente.

Aquellos que no me conocen pensarán que, como todos los convertidos, yo quiero hacer demostración de celo, defendiendo la causa del parlamentarismo. Alguno sospechará incluso que yo quiero granjearme la simpatía de este o de aquel partido y conseguir un puesto de diputado.

Que lo crean. Yo no sólo he hecho votos de permanecer en mi puesto de militante, sino que no me hago ilusiones y estoy lejos de desconocer los vicios del sistema parlamentario: vicios por otra parte que, quien observe, son el reflejo de la sociedad en que vivimos y se revelan incluso en las sociedades obreras y en las organizaciones de cualquier género.

Sin embargo, del parlamentarismo se tiene razón en decir todo el mal posible; pero no se puede negar que es mejor que el gobierno absoluto.

En un gobierno parlamentario a veces la población tiene razón y alguna concesión, de cuando en cuando, obtiene; aunque no fuera más que eso, se tiene la satisfacción de hacer patentes ciertas torpezas y prepotencias del poder público y pedir que se corrijan.

Hace unos días uno de los más notorios y cultos anarquistas italianos me decía a propósito de la violencia de Siena, sobre la discusión referente a la posesión de impresos subversivos a puerta cerrada, haz una interpelación en el parlamento. Yo le hice observar la incoherencia de su deseo con su profesión de fe antiparlamentaria y él me respondió confesándome que ya no era absolutamente contrario al parlamentarismo.

De los confinados me llegan todos los días cartas de compañeros que denuncian los abusos de que son víctimas y estarian felicísimos si al menos sus lamentos tuvieran un eco en el parlamento.

En suma, me parece que, a menos de negar la evidencia, no se puede negar que el parlamento, si puede ser y es a menudo empleado por el gobierno contra el pueblo, puede ser utilizado por el pueblo contra el gobierno.

Combatirlo a priori, con los mismos lugares comunes: que no sirve para nada, que está corrompido, que hace la voluntad del gobierno, me parece un error inmenso y una grave imprudencia.

Pedir que sea abolido pura y simplemente es además una locura y significa hacer el juego a la reacción.

El gobierno se vale justamente del descrédito en que ha caído el parlamento y de la propaganda que nosotros hacemos contra él, para imponérsenos.

Crispi no habria tratado con tanta desenvoltura al parlamento si no hubiese tenido detrás de sí una parte notable del pueblo, que casi lo incitaba a la dictadura.

La dictadura de Crispi trajo a Italia Abba Carima y las leyes de excepción de 1894.

El parlamento es, de todas maneras, por malo que sea, un freno para el gobierno. Las mayores injusticias gubernamentales se cometen sin dar cuenta a nadie.

Habría que pedir que el parlamento no estuviera cerrado nunca, o que por lo menos fuese facultad de un cierto número de diputados convocarlo directamente de urgencia, que se renovase más a menudo, que los electores pudiesen licenciar al diputado traidor, que sobre ciertas cuestiones fueran llamados a deliberar directamente, etc., etc.

En suma, es necesario corregir los vicios del sistema pero no privarse de sus ventajas.

El sistema parlamentario es malo porque es poco parlamentario, poco representativo, porque en él sobrevive todavía demasiado del viejo régimen. El diputado es un déspota frente a sus electores; el gobierno es un déspota hacia los diputados. Hay que invertir las tornas, devolver al pueblo las libertades que le han sido sustraídas recientemente y agregar otras. Hay que perfeccionar el sistema, no destruirlo.

Y prestemos especial atención en este cuarto de hora a no dejarnos aturdir por los gritos que se levantan contra el parlamentarismo de la parte más conservadora y más reaccionaria del país.

Yo he sido anti-parlamentario cuando la gente de bien estaba embelesada con el sistema parlamentario. Hoy que ésta muestra quererlo abandonar para volver atrás, yo me siento impulsado a defenderlo.

Merlino

De, L 'Italia del Popolo, del 3 - 4 de noviembre de 1897.

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