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Por la conciliación

Quizá me equivoco, pero me parece que vosotros os esforzáis, involuntariamente, en exagerar vuestro disentimiento de socialistas demócratas, por miedo a que, cesando el disentimiento, cese también para vosotros toda razón de existir como partido distinto.

Ahora, que exista o no el partido anarquista, o cualquier otro partido, a mí me parece que debe interesarnos sólo debilmente.

Lo que podemos y debemos desear es que la parte de verdadero que haya en nuestras doctrinas, se abra camino entre las multitudes y primeramente entre aquéllos que están más cercanos a nosotros, los socialistas militantes. Si mañana los socialistas democráticos aceptasen la parte justa de nuestras ideas, podríamos resignarnos a morír como partido. Habríamos cumplido nuestra misión.

Después de todo, los partidos no están destinados a durar eternamente; más bien tienen una vida breve y precaria, sirven para afirmar y divulgar ciertas ideas y generalmente desaparecen o se transforman antes que aquéllas se hagan realidad.

En nuestro caso, antes que tener un partido que tira del socialismo por una parte y otro que tira por otra, haciéndolo pedazos, exagerando ambos y combatiéndose a veces injustamente, yo preferiría un solo partido que permaneciera en la verdad. No me preocupa lo que vosotros decís. Si mañana los socialistas democráticos, yendo al poder, quisieran imponer y tiranizar, deberíais combatirlos. De esta manera habríais prevenido e impedido. A mi, en suma, no me va que regulemos nuestro modo de pensar y nuestra propaganda en oposición a aquello que piensan o dicen -o dirán y harán- los socialistas democráticos; me parecería hacer como aquellos dos individuos que caminando del brazo uno cojease de una pierna y el otro creyera, para equilibrarlo, estar en el deber de cojear de la otra. Dejemos estos juegos de equilibrio y vayamos derecho a nuestra meta.

Por tanto, examinemos la cuestión de la conciliación entre colectivismo, comunismo, democracia socialista y anarquismo, con voluntad de conseguir acuerdos.

Vosotros decís que la síntesis y la conciliación entre comunismo y colectivismo, para los anarquistas, se puede considerar como un hecho consumado, es tan cierto como que ellos se llaman hoy, en gran parte, anarquistas socialistas. Por tanto, estamos de acuerdo.

Yo, sin embargo, os hago notar que muchos anarquistas se llaman hoy socialistas y no comunistas ni colectivistas, no porque estén convencidos como estoy convencido yo, que comunismo y colectivismo no pueden existir por sí mismos, sino que deben complementarse recíprocamente, sino más bien porque o están en la duda o porque, siendo comunistas y colectivistas in pectore, no creen la cuestión tan importante como para deber hacer de ella un motivo de pelea. Para ellos es una cuestión de tolerancia recíproca: yo en cambio parto de la crítica del colectivismo y del comunismo para llegar a un tercer sistema, o sistema mixto. Vosotros veis la diferencia.

De todas maneras vosotros reconocéis que la discusión que yo he hecho a propósito en el artículo de la Revue Socialiste es interesante y útil. Pero he aquí que la preocupación de confundirnos con los socialistas democráticos os asalta y vosotros agregáis: pero (la cuestión) no tiene nada que ver con las diferencias que dividen a demócratas y anarquistas. ¡ Como si yo en mi articulo me hubiese propuesto tratar solamente estas divergencias!

Pero el colectivismo de los socialistas democráticos -decis vosotros- más que un sistema de distribución de productos del trabajo, es el sistema de la organización socialista por el Estado. Es una afirmación. convendréis conmigo, un poco cruda, y que equipara a socialistas democráticos con los socialistas de Estado. Los socialistas democráticos rechazan y combaten el socialismo de Estado y es necesario tenerlos en cuenta por lo menos en buena intención.

El colectivismo para ellos no es el sistema del Estado gran capitalista y también gran único proletario; sino que es el sistema en que la sociedad (en su gran capacidad colectiva) administra el patrimonio público de los medios de producción y organiza el plan general de producción distribuyendo los productos en razón del trabajo de cada uno. Que este sistema pueda llevar, contra la voluntad de sus sostenedores, a una especie de socialismo de Estado, es otra cuestión: depende de la modalidad del sistema, del modo en que funcione esta sociedad en su capacidad colectiva, de cómo estará organizada.

¿Estará organizada como Estado? ¿Será una simple federación de asociaciones? ¿Cuáles serán las atribuciones y cuál será la composición de la administración colectiva?

Aqui está la cuestión, pero una administración general de los intereses colectivos e indivisibles -vosotros habéis convenido en ello en otra ocasión- debe haberla. Los socialistas democráticos tienen la equivocación -para mi- de acreditar la sospecha de que ellos quieren nada más ni nada menos que un gran Estado, como cuando demuestran su alegria por cada nueva adquisición o empresa que hace el Estado.

Cuando una red de ferrocarril, por ejemplo, pasa de una sociedad privada al Estado, ellos aplauden; porque dicen que del Estado a la colectividad socialista es pequeña la distancia. Ahora esto puede ser, como yo creo, un error, pero es muy distinto decir que el Estado debe organizar definitivamente la producción y aplicar el socialismo.

Estamos siempre en lo mismo. Vosotros os esforzáis (involuntariamente siempre) por hacer aparecer a los socialistas democráticos tan reaccionarios como podéis, para aumentar la distancia entre ellos y vosotros y poder decir que ellos están en vuestras antipodas, o al menos deberian estarlo. Esta posición se ve incluso más claramente en la refutación que hacéis de la segunda parte de mi artículo.

Yo sostenía -y aquí verdaderamente se trataba de conciliar el socialismo democrático y el anarquista- que en suma la libertad no puede nunca ser ilimitada y que una organización de los intereses colectivos es necesaria y que en esta organización va inserta siempre una cierta coacción; que es necesario hacer de esta manera que la coacción sea mínima y que la organización sea lo más libertaria y descentralizada posible, y que los socialistas democráticos en esto están de acuerdo con nosotros; más bien no hay una verdadera oposición de ideas entre ellos y nosotros, pero debemos estudiar juntos los modos prácticos de conciliar los intereses generales e indivisibles de la colectividad con la libertad del individuo. El referéndum, el mandato público y la revocabilidad de los administradores, etc., pueden ser un modo de tener sujetos a los administradores por los administrados, impidiendo la formación de un poder gobernante: estudiemos, por tanto, estas modalidades y actuemos, por así decir, la anarquía por medio de la democracia.

Tampoco esta vez vosotros negáis que la cuestión de la modalidad de la organización de los intereses colectivos es importantísima y merece ser profundizada; pero de pronto revive en vosotros el viejo Adán -el anarquista que busca a toda costa el socialismo para combatirlo- y decís que es necesario remontarse a la diferencia sustancial que divide a las dos escuelas ... y ésta es: autoridad o libertad, coacción o consentimiento, obligatoriedad o voluntariedad.

Ahora, yo vuelvo a lo que dije otra vez: en ciertas cosas de interés común e indivisible la obligatoriedad es inevitable. Voluntariedad, libertad, consenso son principios incompletos, que no nos pueden dar por sí solos, ni ahora ni por muchos siglos por venir, toda la organización social. Por otra parte no es exacto que los socialistas democráticos sean factores de autoridad, de coacción, de obligatoriedad en toda línea que no reconozcan el gran valor del principio de la libertad. No es por tanto verdadero que vosotros representáis un principio y los socialistas democráticos el principio opuesto: vosotros toda la libertad, ellos toda la autoridad. La cuestión cuantitativa o más bien de los modos de aplicación; y he aquí por qué yo querría sacaros de las celestes esferas de principios abstractos e induciros a discutir las modalidades de la organización social, seguro como estoy de que en este terreno todos los socialistas tácticamente se entenderían. Pero vosotros sois recalcitrantes, porque, como he dicho desde el principio, consideráis que vuestra misión es combatir la futura tiranía socialista, en vez de prevenirla.

Vosotros decís: suponiendo que el pueblo mañana tenga la superioridad sobre el gobierno, los socialistas democráticos querrán hacerle nombrar un poder constituyente que hará la ley y organizará las cosas a su guisa. Nosotros, socialistas anárquicos, deberemos, pudiendo impedir todo esto y hacer surgir la nueva organización social de abajo hacia arriba por obra de todos los hombres de buena voluntad.

Pero también para el periodo revolucionario es necesaria una organización lo más libertaria posible, a base de voluntad popular, pero no obstante capaz de dar cuerpo y vida al conjunto informe de voluntades, de intereses y deseos que se agitarán sobre todo en tal momento. Un poder constituyente despótico no sólo provocaría discordias y reacciones, sino que tampoco lograría organizar la vasta y complicada economía social. Pero tanto menos lo lograría el pueblo en masa, agrupado casualmente en los clubs y por las calles.

¿Será posible que no se logre prescindir, por ambas partes, de las exageraciones?

Merlino

De, L'Agitazione, del 19 de agosto de 1897.

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